CAPÍTULO 2
Los cinco colosos
Después de aquella noche fatídica dormida en la memoria, tras varios años de felicidad, muchos eran los favores que le debía al general. Cada amanecer junto a su esposa había sido un regalo. Además de aquel milagro Rosellón se había preocupado de invitarlo a numerosos eventos en palacio, y organizaba frecuentemente cenas y tertulias en su mansión restaurada. El noble presumía delante de sus amistades de las obras que habían transformado su propiedad.
—Todo lo maravilloso que encontréis en esta casa es gracias a la pericia sin igual del mejor arquitecto de Vestigia: Tomei de Venteria.
Así comenzaba las recepciones Lord Corvian cuando llegaban los invitados a su mansión. Tomei recuperó el esplendor que siempre había poseído.
No era extraño tampoco que se recibieran en casa del artista numerosos regalos para Zubilda en las fiestas señaladas. Lord Corvian se justificaba una y otra vez aduciendo que él no había logrado forjar una familia y que deseaba que Zubilda fuese su ahijada. La niña adoraba al general y, aunque nunca supo la verdad sobre la curación de su madre, Zubilda relacionaba aquella noche en la que ella alertó a su padre de la visita de Rosellón como el punto en el que todo lo oscuro y nauseabundo de su vida emprendió camino de regreso a la luz.
Así se forjó una amistad entre el militar y el arquitecto que ya duraba bastantes inviernos y que propició una confianza en la que Rosellón se amparaba para confesar sus inquietudes sin tapujos.
No era un secreto la discrepancia entre las opiniones de Rosellón y la marcha general de la política del rey. Tomei lo secundaba en aquellas tertulias y era su confidente cuando tenía problemas. Incluso le pidió consejo cuando delegó el cargo de general de los ejércitos, dándole paso a su discípulo más aventajado, el capitán Selprum Ómer. Tomei trabó una buena relación con aquel y consoló al general cuando años más tarde llegó la noticia funesta de su muerte violenta, en el sur de Vestigia.
Y fue precisamente en aquellos tiempos, cuando Selprum Ómer fue enterrado con todos los honores en Venteria, que Rosellón desapareció durante varias semanas. Ni palomas mensajeras, ni cartas. Un aviso escueto traído desde la notaría, firmado por Lord Corvian, lo advirtió de esta forma:
«Acude sin falta a la llamada del rey». Así rezaba el mensaje.
Dos días más tarde llegó una carta con el sello real a casa de Tomei. La abrió con cuidado y descubrió que era una invitación para acudir a palacio…
En el ala norte de los palacios del rey de Vestigia abundaban los jardines con fontanas y estanques esmeralda, aderezados con peces de colores. En uno de esos vergeles, envueltos en una brisa sedosa que mecía las hojas de las enredaderas, esperaban cuatro hombres para entrevistarse con el rey Tendón. No se trataba de cuatro hombres corrientes. Eran la élite de las artes de construcción de templos y representación humana:
Tondrián de Mesolia, apodado «el señor de las piedras», por sus esculturas de mármol que congelaban el corazón de los peregrinos en los templos y acicalaban las mansiones de los ricos.
Loebles de Nurín, el mejor diseñador de estructuras para navíos y famoso por sus bóvedas gigantes en los mercados de Nurín, Mesolia y Venteria…
Fenerbel de Odraela, distinguido por sus trabajos de reparación de la ciudad amurallada de Odraela tras la Gran Guerra, después de haber sido aniquilada por catapultas. Reconocido por sus famosos puentes con arcadas imposibles.
Y por último, Tomei.
No pensaba encontrar en los jardines a sus colegas y, ahora, mantenía cierta inquietud sobre la finalidad de aquella convocatoria. Suponía que el rey había quedado encantado por las reformas del palacio que le hizo en su juventud y pensaba que recibiría algún encargo similar. Probablemente se abriría una competencia entre los artistas para presentar el proyecto más adecuado.
Un séquito de mayordomos uniformados con jubones de terciopelo y guantes blancos fueron a recibirlos. Escoltaban a Lord Rosellón Corvian que estrechó la mano de los demás y abrazó a Tomei. «Gracias por venir», le susurró de forma inaudible para los demás.
—Vuestra puntualidad es exquisita, señores… Hizo una mañana espléndida y el almuerzo fue muy agradable, así que vuestra presencia será recibida en un ambiente muy propicio.
Los mayordomos abrieron paso y les indicaron el camino. Los siguieron por varios patios ovalados que se comunicaban inmersos entre los jardines, por puentecitos de piedra blanca, hasta una terraza con vistas, donde una techumbre de madera labrada con filigranas y sostenida por columnas gruesas, se convertía en salón lujoso para los que allí se apoltronaban entre tapices y butacones.
El rey permanecía tumbado sobre un diván mullido con pieles de visón. Vestía una túnica de seda bordada con motivos dorados. Reía a carcajadas las ocurrencias de sus invitados, a los que miraba de forma esquiva, quedándose casi siempre con la mirada inconexa, enlazada a las techumbres talladas de la pérgola. Todos los ojos se volvieron hacia los recién llegados. Tomei permaneció nervioso en aquel ambiente algodonado, mientras pisaba las alfombras tiernas que invitaban al descanso. Tomó la palabra Tendón.
—Os hemos llamado por vuestras virtudes, pero Rosellón explicará mejor esa fabulosa idea. Tomad asiento con nosotros.
Personalidades distinguidas se distribuían en butacas tapizadas, comían uvas y paseaban por sus labios copas ricas en ornamentaciones. Tomei reconoció a varios nobles, entre los que destacaba Lord Perielter Decorio, descendiente de la familia más rica de Vestigia. El Sumo Sacerdote de la orden del dios Huidón, varias sacerdotisas del famoso templo de la diosa Okarín en Venteria, entre ellas, la bellísima Laemín, que presentaba ahora en sociedad a sus nuevas hermanas, unas jovencitas que no dejaron de mirar hacia el tapiz del suelo durante toda la velada. Al otro extremo de las alfombras, el Notario Real Brienches, que charlaba con Lord Béslar y varios nobles, entre los que destacaban Lord Bernos, Olto Bulgato y los primos de Lord Decorio: Furberino y Aslec.
Lord Corvian comenzó su explicación una vez tomaron asiento los artistas.
—Vuestras obras son veneradas por miles de hombres. Tomei, Fenerbel, Tondrián y Loebles. ¡Hasta vuestros nombres suenan en armonía! —Rosellón hizo una reverencia que fue rápidamente correspondida—. He convencido a nuestro sabio monarca para encargaros un trabajo especial. Después de hablar con el rey, me ha dado la venia para el proyecto que deberá ser la culminación de vuestras vidas… Los aquí presentes serán benefactores de tan honorífico y distinguido fin. Se trata de… —hizo una pausa, separó los brazos ceremonialmente y dijo enfatizando cada palabra—: Los Cinco Colosos de Vestigia.
Los genios se miraron nadando en el silencio que vino después de aquella fastuosa proclama «Los Cinco Colosos de Vestigia». Sonaba muy bien. Rosellón bebió de una copa de plata y prosiguió.
—Deseamos construir una representación de los dioses como jamás se ha hecho. ¡Cinco colosos! Cinco estatuas de grandes dimensiones que deberán servir para que las generaciones venideras glorifiquen el nombre de los vestigianos que en esta era fecundaron ese trabajo. Cinco destellos metálicos que serán vistos por los dioses y que servirán para que vuestros nombres nunca sean olvidados… Sea Tendón recordado no solo como el rey que nos trajo la Gran Paz, sino también quien dejó esas cinco virtudes. Se han esculpido en piedra, pero después de ver tus últimos trabajos Tomei…, esas esculturas en hierro con las que decoraste el templo de Fundus, deseamos encargarte a ti la supervisión y el peso del proyecto. Cinco colosos de hierro que deberán superar en altura al más alto de los obeliscos.
Hubo un murmullo de admiración. El rey comenzó a toser con violencia. Lo asistieron dos esclavas acercándole un pañuelo de seda. Las apartó con malos modos, para continuar tosiendo; pero hacía ademanes evidentes de que controlaba la situación. Sus manos exhortaban a Tomei a hablar.
—Señor, es muy complicado construir en hierro algo tan grande como lo que está ahora mismo en mi imaginación. Aunque si a mi lado está Tondrián… esculpir las formas será fácil. Esas estructuras no serán imposibles para Loebles y tendrán el acabado que sabe darle a todas sus obras Fenerbel…
Tomei se acababa de ganar el corazón de sus compañeros de proyecto.
—Lo sé. Por eso he llamado a los mejores… Serán las cinco representaciones de los dioses más dignas y fieles a su grandeza… Se peregrinará desde todos los rincones del mundo para contemplar los cinco colosos.
Tomei aceptó. Como también lo hicieron los demás sabios, sin tener que escuchar una oferta económica, o las condiciones exactas del trabajo. Cinco colosos… cinco oportunidades para dejar una huella indeleble en la Historia.
Al terminar la explicación, cuatro mayordomos trajeron una enorme tetera y la depositaron en el centro de las alfombras. Varias esclavas se acercaron con bandejas y comenzaron el ritual humeante de llenado de vasitos. Otras acercaron fuentes de oro colmadas de pastas y dulces y Tomei y sus colegas pudieron acomodarse y compartir charla con los allí presentes, de igual a igual. Hábilmente, Rosellón se acercó a Tomei y le procuró susurros.
—Tomei, confío mucho en vos para esta empresa… no ha sido mi intención que los demás fueran convocados…
Tomei asintió. No estaba ofendido. El proyecto parecía suficientemente importante como para una colaboración con más artistas.
—Lord Corvian, no me inquieta trabajar con ellos…
—Tomei… ¿Recuerdas aquella noche?
Tomei no tardó en saber que el general se refería a la que fuera la peor noche de su vida. No podía evitar todavía tener pesadillas donde Miabel gemía de dolor y estaba desfigurada por la peste de piedra.
—Empléate a fondo en esta empresa… y así me habrás devuelto el favor. Se trata de algo mucho más importante de lo que piensas.
—Pondré mi vida en ello.
La respuesta de Tomei no medía el peso de las palabras del general. Era devoción. Un mecanismo que se activaba en el arquitecto después de que el general le recordase aquella noche.
—Fue el rey quien se empeñó en que debían estar involucrados esos tres… No hubo forma de conseguirlo de otro modo… contigo todo habría sido más fácil, pero tendrás tiempo de ganar su confianza.
—Pondré todo mi empeño.
Brindaron con la firmeza de una alianza sellada, en la que una de las partes desconocía absolutamente las intenciones de la otra.