CAPÍTULO 29

Las Termas de Umel

Remo se cubrió con una capa negra que ocultaba bien sus armas. Sala lo conducía por varios callejones angostos. Habían pasado los mercados de carne que, en las noches, se convertían en ferias de vino y licor, lupanares. Se dirigían al corazón oscuro de la parte baja de la ciudad, en el ensortijado barrio del Humo, nombrado así por la cantidad de chimeneas que decoraban los tejados. En sí era una depresión del terreno en el lugar en que los dos grandes cerros de Venteria estaban más próximos. Las viviendas en el barrio del Humo eran muy estrechas y se apilaban en varias alturas; chabolas de todo tipo junto a cantinas de mala reputación, donde debías llevar por tu cuenta el vaso si querías que te sirvieran mosto o cerveza. Había túneles entre las viviendas y debajo de ellas, que se confundían con las cloacas tubulares que venían del monte Primio, en el que la ciudad crecía hasta su lustrosa acrópolis coronada con los palacios de Tendón. Esos túneles se hicieron como vías de escape para la acrópolis y había otros construidos precisamente tratando de penetrar en las galerías verdaderas. Lo resultante fue que, allí, en el barrio del Humo, muchas de aquellas tuberías grandes se habitaban, y otras eran arroyos de desperdicios, las más comunes eran conductos enormes, oscuros, donde los guardias no se atrevían a entrar ni con antorcha, pestilentes, infestados de ratas y basura. Los parias que eran rechazados, las gentes a las que no se les ponía un plato en las posadas, aquellos que recibían patadas en el trasero en los mercados, buscaban suerte en el barrio del Humo. Allí podías ganar una tocha de cobre si apilabas leña, o recogías basura. Los traficantes de opio azul, que tenían sus despachos en aquellos lugares apartados de la vigilancia, reclutaban estas almas sucias para sus fines, no precisamente limpios. De otro lado también había vida intensa. Las gentes, las familias del barrio del Humo se ayudaban unas a otras y se decía que nadie moría de hambre en sus calles.

—Muy pocos lo saben, pero si deseas encargar una muerte a los Furia Negra, solamente te recibirán en un lugar concreto en Venteria. Sus casas, el lugar donde mantienen una vida pública es totalmente secreto. Durante el día fingen ser mendigos y maleantes de tres al cuarto, borrachos o prostitutas. Algunos poseen comercios como tapadera, otros dicen que están bien situados en notarías y lugares concurridos. Siempre alerta y tomándole el pulso a la ciudad. En la noche, sus vocales, sus corredores, acuden a un punto de encuentro en particular para verse con el Nocturno: las Termas de Umel.

Remo preguntó por fin. Sala jamás le había contado sucesos y hechos de su pasado desagradables porque él jamás le había preguntado.

—Si ese hombre te salvó de la miseria, ¿por qué matarte ahora?

—Se lo quiero preguntar. Hace años llegamos a un entendimiento, un pacto. No comprendo bien porqué me ha tendido esa trampa, era como un hermano mayor para mí.

—No sé lo que es tener un hermano que no sea de armas. De mi familia casi no recuerdo ni sus nombres.

Sala pensó que en algunos aspectos Remo y ella no eran tan distintos, compartían un pasado difícil.

Las Termas de Umel eran aguas calientes naturales, en el corazón de la ciudad. Un hallazgo que enriqueció a sus fundadores, pero que generaciones enteras no supieron mantener con su esplendor inicial. Los ricos preferían calentarse bañeras o piscinas antes que mezclarse en esos suburbios para probar el agua caliente natural.

—Está cerrado —dijo un vejete en la entrada. Era un tipo peculiar que salivaba en exceso.

Sala le dedicó una sonrisa enorme mientras retiraba su capucha. El hombre se acercó a la mujer.

—Señora, lo lamento, no la he reconocido. ¡Dioses y demonios! Hacía mucho tiempo que no venía por aquí, pase.

Caminaron por varios pasillos de madera noble, perfumados con un olor fuerte a humedad. Una música los guio hasta un salón donde encontraron bastante jolgorio. Sala se sorprendió un poco porque había mozos jóvenes allí, rodeados de mujeres desnudas, realizando todo tipo de actos impúdicos apestando a alcohol. Era una orgía, y como tal sabía perfectamente quien podía haberla organizado. Los hijos de los nobles comenzaban en esas fiestas a independizarse de la vida recta que se les presuponía. Gente descarriada de las enseñanzas pagadas de sus padres que visitaban el barrio del Humo primero buscando esas emociones fuertes y, a la postre, se veían atrapados en deudas y promesas con los clanes de la prostitución y la droga. No era extraño ver una guarnición entera pateando mesas y taburetes en las Termas de Umel y un noble con el rostro cubierto de vergüenza que entraba a llevarse a uno de sus hijos, si tenía la suerte de encontrarlo; el barrio del Humo se tragaba a muchos, los nublaba y se olvidaban de sus vidas. Después se avergonzaban de sí mismos y no deseaban regresar a sus casas, por pudor o por ser víctimas de alguna enfermedad lamentable.

Rodearon la fiesta hasta un mostrador de madera tras el que había camarero bobalicón, que no dejaba de mirar a las chicas, apenas si le prestó atención.

—Toma qué…

No sabía hablar Sidinio, era un esclavo de alguna isla perdida.

—Avisa a Kalenio.

—Toma qué…

—No voy a tomar nada, avisa a Kalenio.

Remo permanecía silencioso mirando a un lado y al otro pero sin detener la mirada en cualquiera de los que allí se revolcaban. Mantenía su mano en el pomo de la espada.

—Toma qué…

Sala perdió los nervios. Se fue al final del salón y penetró en uno de los pasillos tras varios cortinajes de tela gruesa. La penumbra allí era muy acentuada y la música fue perdiéndose a medida que se adentraron en las termas. Aparecieron en una estancia abierta a la noche, donde un lago iluminado por cirios humeaba demostrando la temperatura de las aguas. Fuera del lago algunos hombres desnudos, inmóviles, sencillamente parecían relajarse con los vapores sentados sobre unas tablas bien barnizadas. No tardó en aparecer un guardia armado.

—Señores, ¿quién les ha dejado pasar?

—Venimos a ver a Kalenio.

El centinela, vestido con un peto de cuero sobre una franela que, atada en la cintura por un lío de lanas negras, le servía para alojar un cuchillo, enmudeció. Miró hacia los lados y les pidió que lo siguieran. En otra de aquellas placetas con alberca de aguas calientes, esta vez vacía, les pidió que aguardasen. Remo y su compañera escucharon trasiego en la oscuridad que tenían frente a sí. Comenzaron a aparecer hombres por los dos flancos de la piscina. Los rodearon al instante. Sus rostros desafiantes dejaban pocas dudas sobre sus intenciones. Armados con toda suerte de dagas y sables, espadas y cuchillos, les cortaron cualquier posibilidad de retirada.

—Hemos venido a ver Kalenio —dijo Sala.

Hubo sorpresa en la mayoría de los rostros. La examinaron de arriba abajo. Al cabo de un buen rato un hombre de mediana estatura, enmascarado con una faz de escayola pintada de negro y rojo, de facciones agresivas y nariz protuberante, obscena, les habló sibilinamente, apagando su tono de voz en un susurro como de serpiente.

—Hablo con dos fantasmas. Dos muertos han venido a visitarme esta noche.

Hizo un movimiento con una de sus manos y los demás desenvainaron espadas y cuchillos.

—No somos fantasmas. Tus esbirros fallaron en su intento de ejecutarnos, Kalenio —sentenció Sala.

Remo desenvainó su espada despacio.

—Hablo con fantasmas —ahora habló un tipo delgado, casi invisible tras un mastodonte que agarraba dos espadas—. Sé que mis flechas acertaron en tu amigo… no una… las dos. Aquí está con ganas de pelea, sin tener el más mínimo rastro de dolor, sin padecer el sufrimiento que supone una herida de mucho menor entidad. Lo juro, Nocturno… las flechas entraron en su cuerpo.

—Te creo… —siseó el enmascarado—, este hombres es quien dicen que sobrevivió al agua hirviendo… ahora recibe flechas y sigue sin morir.

Remo, extraño en él, dibujó una sonrisa mientras abrió la capa, como sintiendo cierto esparcimiento. Sala se sorprendió de la tranquilidad que tenía. Ella estaba agobiada sin poder separar sus ojos de los filos punzantes de las armas que la deslumbraban con la poca luz que goteaba de las antorchas alojadas en las colunmas que soportaban el segundo piso. Remo dio un paso adelante.

—Un fantasma no hace esto —dijo con la voz muy calmada.

Atravesó con su espada a uno de aquellos asesinos. Se la clavó en el cuello de pronto, sin amenazar o advertir. No esperaban que con tanta inferioridad Remo se permitiera el lujo de atacar.

—¡Alto! —gritó el enmascarado conteniendo a sus hombres—. Antes de que lo matéis desearía conocer su respuesta, la explicación que tienen ante tan milagrosa sanación y, sobre todo, el paradero de Silma.

Remo sonrió mientras examinaba la piedra de poder, ahora roja. Sus ojos se contagiaron de la rojez inmediatamente. Sala, que al principio pensó que Remo estaba loco de remate por haber actuado de aquella forma ahora agradecía el pensamiento de saber que el hombre había cargado la piedra de poder.

—No he venido a contestar preguntas. He venido a amenazaros.

Así comenzó Remo su parlamento. Pero lo demás no lo dijo con palabras.

—Sala, métete en agua —ordenó Remo.

Lo miró sin saber qué se proponía.

—¡Hazlo! —gritó mientras pateaba uno de los pilares que sostenían la platea que bordeaba el patio. La madera saltó en pedazos como si fuera caña después del golpe de Remo. Sala saltó hacia la terma. El techo podía venirse abajo. Remo pegó un puñetazo al primero que trató de agredirlo. Su golpe lo mató, desfigurándole el rostro y catapultándolo también al agua.

Le llovieron varios cuchillos. Remo se movió entonces con tal rapidez que sus adversarios tuvieron momentos de confusión. Embistió contra las demás columnas de madera y los soportales de la segunda planta se derrumbaron sobre los hombres que trataban de perseguirlo. Se acercó hacia el enmascarado. Uno de sus esbirros lo defendía. Era un buen luchador, se le veía en la pose marcial que dispuso contra él. Pero con la fuerza y la rabia que abrasaba las entrañas de Remo, no fue capaz ni de resistir el primer ataque. La espada lo cortó por la mitad.

—Ahora, Nocturno, vas a explicarme por qué enviaste a tu chica para matar a Sala…

Remo lo amenazaba con su espada llena de sangre.

—Retira esa careta o haré que te la tragues a golpes.

El hombre subió su máscara hasta el cabello y Sala, desde el agua, se revolvió como presa de un dolor repentino. Remo abrió mucho los ojos. Bajó su espada de inmediato. Aquel hombre era…

—¡Cóster!

Sala salió del agua con el rostro consternado. Sentó su cuerpo en una roca en el perfil de la poza, incapaz de mantenerse en pie después de la revelación. ¡Cóster era el Nocturno!

—¿Y Kalenio? —preguntó sin mirarlo a la cara.

—Mi hermano murió hace tres años, el clan necesitaba al Nocturno, me eligieron a mí. El Nocturno no necesita matar, simplemente sabe elegir los trabajos… en realidad es el oficio que siempre he realizado.

—Ahora no cojeas —sugirió Remo.

—La cojera es real, pero igual que un hombre sano puede fingir ser cojo, un hombre como yo puede fingir que no es cojo. Es fácil, siempre exageré mis andares para lograr mejores sitios en la corte. Un cojo nunca tiene adversarios, ni despierta envidias.

—Nos tendiste una trampa. Pensaste que quince hombres serían suficientes para acabar con nosotros. ¿Cuánto hace que sirves a Lord Corvian?

—Remo, has sobrevivido al agua hirviendo, a flechas envenenadas…

Sala comenzó a llorar. Se agarró la cara con las uñas y desencadenó su rabia.

—¡Maldito seas, hijo de perra! —gritó hasta tres veces.

Cóster miraba como hipnotizado el agua burbujeante y los escombros del derrumbamiento.

—Rosellón me prometió demasiadas cosas, Sala, pero si acepté no fue por sus promesas, lo hice por sus amenazas. Me dijo que era cuestión de tiempo que sus asesinos os dieran muerte. Directamente se conjuró a ordenar mi muerte si no lo ayudaba. Debía elegir entre serle leal o morir. Mi doble identidad me permitiría…

—Pero, ¿por qué matarla a ella? —interrumpió Remo—. Rosellón me quiere muerto a mí.

—Te equivocas. En su encargo también aparecía Sala, os busca a los tres.

—¿Los tres?

—También desea la cabeza de Lorkun. Aunque a él lo quiere vivo.

Sala se levantó y desenvainó un cuchillo que tenía en el cinto.

—¡Hiciste la elección equivocada! Yo, yo había confiado en ti durante años. Todos mis secretos, toda mi vida. Me ayudaste tanto… como para nunca imaginar que me traicionarías. Ni siquiera me tuviste confianza como para decirme que Kalenio era tu hermano.

—La identidad del Nocturno debía ser lo que era, secreta. Kalenio era muy hábil, cosa que jamás fui yo. Con su arco lograba proezas increíbles. Durante un tiempo nos llevábamos muy bien. Yo le hacía de corredor, después nos peleamos. Él no encajó muy bien que tú… vinieras a mí.

Remo se separó un poco de Cóster. Sala lloraba mientras seguía reprochándole su traición.

—Eras como un hermano. El Nocturno fue cruel conmigo, me trataba mal, Kalenio solo pensaba en mí como otra pieza más de su máquina de muerte… Tú me diste todo Cóster, me hiciste libre… y ¡mandaste a una asesina a matarme! Enviaste a una Furia Negra contra mí. No puedo creerlo… ¡No puedo creerlo!

Cóster se puso de rodillas. Sala se acercó con la daga y se la puso en el cuello. Ordenó a su mano cortar. Pero su mano siguió inmóvil. Se gritaba: «¡Mátalo!, acaba con ese traidor», pero no podía.

—Ahora lo veo todo claro. ¡Tú adelantaste el traslado de Remo, la noche antes del juicio! ¿Ya entonces servías a Rosellón?

—Sala, perdóname. ¿Qué importan ahora los detalles? No puedo justificar esto, no puedo decir nada más que… sí, que te quise como a una hermana, como a una hija. Pero soy, siempre he sido, un tipo despreciable, un tipo servil para los poderosos como Corvian.

Sala retiró el cuchillo de su garganta. No podía hacerlo.

—Has tenido mala suerte, Cóster… Sala no ha venido sola —susurró Remo. Después lo ensartó con su espada. Sala no tuvo tiempo de opinar, ni de protagonizar siquiera un intento por detenerlo.

—¡Noooo!

Remo puso uno de sus pies en el pecho del hombre mientras lo miraba a los ojos. Desclavó su espada con lentitud hasta que Sala lo empujó. Ella se arrodilló junto a Cóster, que ya escupía sangre por la boca.

—¡Qué has hecho, Remo! ¡Por los dioses, nooooo!

—Sala —Cóster apenas podía articular palabras—, Sala, por favor, olvida lo que viste debajo… debajo de la máscara. Recuérdame… como antes.

Sala se enfrentó a Remo cuando los ojos de Cóster revelaron que estaba sin vida, quietos, dirigidos a un punto imposible de encontrar.

—¿Cómo has podido matarlo así? ¡Remo, no tenías derecho! ¡Remo!

Le daba empujones, intentaba provocarlo. Remo permanecía impasible.

—Era… era como mi familia… era como… ¡Lo has matado!

Remo la agarró por el pelo con fuerza y levantó su barbilla del tirón. Le pasó un dedo por el cuello simulando un cuchillo. A Sala le costó poco recordar aquel filo en el baño de la pensión.

—¡No recuerdas cómo salía tu sangre! ¡No recuerdas cómo se te iba la vida! ¿Ya lo has olvidado?

Sala enmudeció. Remo la soltó de inmediato.

—Yo no lo he olvidado. No he olvidado cómo tu vida se estaba yendo, cómo la muerte te consumía. Llegué cuando estabas al borde de abandonar este mundo. Tus deudas con ese hombre, de nada me sirven. Si no fuese por esta piedra, Cóster habría logrado su objetivo. El objetivo de Rosellón. Estaríamos muertos los dos y estoy seguro de que Cóster, después de llorar en casa de Tena, habría seguido con su vida como si tal cosa, justificándose con la impresión miserable de que no había tenido otra salida. ¡Siempre hay otra salida!