CAPÍTULO 23
El misterio del agua
Sala bajó a las cocinas y robó a Tena una gran fuente de cerámica repleta de fruta variada. Las mejores manzanas de Belgarén, uvas de la campiña de Venteria, bananas de Mesolia. Subió los peldaños con cuidado mientras succionaba en su boca el jugo de una ciruela gorda muy dulce. Tena no daba abasto para atender a los curiosos que se habían acercado para conocer a Remo. Mandó al chaval que solía ayudarla a por toneles de vino y cerveza, pues parecía imposible hacer desistir a las gentes de esperar a que Remo bajase a saludarlos. Todos conocían la invitación a palacio y suponían que él, más tarde o más temprano, tendría que bajar por las escaleras. No era un rumor sacado de habladurías de cantina. El suceso venía de palacio, del Salón de Justicia.
En la habitación, Remo estaba mirando por la ventana a la multitud y Lorkun, con las manos enlazadas sobre las rodillas, permanecía sentado en el butacón junto a la entrada del baño.
—Creo que esta fruta os irá bien a los dos. Comed —sugirió Sala.
Hubo silencio. Sala entendía ese silencio como algo bastante absurdo pues Remo tenía muchas cosas que contar y, precisamente, Lorkun era el más idóneo para escucharlas. Remo, sin embargo parecía preocupado.
—¿Qué ha sucedido en mi ausencia? Si lo sé os dejo con hambre y no bajo a por comida… ¿Qué tenéis? Lorkun suspiró.
—Lo que le ha sucedido a Remo me ha conmocionado. Son tiempos difíciles para mí. Mi fe no es la que era antes… hasta me cuesta creerlo, si no conociera como conozco a Remo y sé lo imposible de que él sea padre de una historia inventada sobre esos asuntos. Ziben vuelve, esta vez no es un sueño, se le ha aparecido en agua hirviendo…, le ha salvado la vida.
—¡Es verdad, Remo, ya te ayudó con lo de las niñas de Jortés! ¿Qué fue lo que te dijo exactamente la Guardiana en el agua hirviendo?
La pregunta de Sala iba encaminada a que repitiera aquellas palabras misteriosas delante de Lorkun pues ella no las había olvidado.
—Me dijo algo como: «Fuera del agua no puedo protegerte. El espectro ha sido despertado…, aléjate de él. Busca la Puerta Dorada cuando todo se vuelva oscuridad».
—¿Qué significa?
Lorkun esforzó su mueca. Parecía pensar y preocuparse a un mismo tiempo. Intentó explicar lo primero que le venía a la mente.
—La oscuridad… El espectro… quizá es alguien que se mantiene en la sombra… un conspirador. Desconozco a qué se refiere con la Puerta Dorada. Que yo sepa hay infinidad de puertas doradas simbólicas. La de la muerte, la de los sueños, la del destino, la de los recuerdos… para cualquier cambio o camino peligroso o singular, ya fuera físico o metafísico, nuestros ancestros usaban el mismo apelativo, el mismo símbolo, una puerta de oro. Antes se construían puertas de oro en las calzadas reales que atravesaban de parte a parte los reinos; dejó de hacerse cuando la mente de los hombres se pudrió y las descomponían en pedazos para robarlas. Siempre quise vivir en aquella época esplendorosa, cuando el valor de las cosas no era tan importante…
Cruza las puertas doradas
viaja al corazón del olvido.
Regresa con lágrimas en los ojos…,
sí, porque no es un sueño,
es todo cuanto has vivido.
Escucha la voz de los dioses
sus palabras sí que son de oro
navegan por los vientos eternos
y son tu mayor tesoro.
No le mientas a tu amigo.
No le niegues tu consuelo,
ni sientas fervor por persona
que no haya sufrido contigo.
Cruza las puertas doradas
cada noche en el olvido.
Regresa con lágrimas en los ojos,
sí porque no es sueño,
es todo cuanto has vivido.
—Recuerdo esa estrofa de cuando era niña —dijo Sala entusiasmada por la declamación de Lorkun.
—Bueno, sea como fuere, ha salvado la vida de Remo…
—Debemos darle gracias a los dioses y a la guardiana.
Sala profirió un rezo corto, un salmo muy breve por la gracia de la diosa Okarín y se sorprendió cuando vio que Lorkun callaba y no la secundaba con algún verso de los suyos.
—¿Te ha sucedido algo malo, Lorkun? —preguntó ella.
—Tienes mal aspecto —Remo dejó de mirar por la ventana y tomó asiento en la cama junto a la mujer.
—Sala, no traigo noticias alentadoras, ni son buenos tiempos para mí.
—¿Qué?
—Veréis son varias las circunstancias que me preocupan. No sé ni por dónde empezar. Ni tampoco sé muy bien qué cosas debería contar…
Sala se dedicó a comer las uvas que había subido para ellos después de ofrecérselas.
—Todo tiene que ver con el secuestro de Patrio Véleron, con la maldición silach, aunque ahora estoy comenzando a sospechar que comenzó antes. Si hacéis memoria, ¿recordáis todo lo que me sucedió en el Templo de Azalea?
—Sí, las pruebas, la cámara secreta, lo recuerdo perfectamente —se apresuró a responder Sala.
—Digamos que cuando acudí a Venteria en busca de una solución para la maldición silach estaba perdido, no sabía por dónde empezar, hasta que visité la Biblioteca Real de Vestigia. Allí, Birgenio, el bibliotecario más erudito, me brindó su ayuda. Fueron días de investigación muy duros, hasta que dieron su fruto. De todos aquellos estudios dedujimos que, si había un remedio para la maldición, ese debía estar en la isla de Azalea.
Sala seguía devorando fruta mientras escuchaba la voz de Lorkun. Lo notaba cansado, desnutrido, sí, vio en Lorkun la sombra de quien siempre parecía saludable y cabal, racional y sereno. Lorkun hablaba y su ojo iba y venía del suelo, sus manos temblaban y la voz a veces se le iba en una aspereza gutural.
—Sin la ayuda de Birgenio jamás hubiera logrado encontrar la pista que me condujo al templo. Pues bien, llegué a Venteria para escuchar sus consejos, fui a la biblioteca y… —El ojo de Lorkun se cerró en una expresión de puro dolor—. Birgenio ha sido atacado por hombres del Consejero Real: Rosellón Corvian.
Sala dejó de comer fruta.
—Uno de sus discípulos más fieles fue objeto de torturas. Sí, lo torturaron hasta que Birgenio, que es un sabio, no un hombre de violencia, les habló del Templo de Azalea, preso del dolor y el sufrimiento de ver a su discípulo en apuros. No se lo reprocho…, pero lo importante es que saben cuáles fueron mis propósitos en Azalea.
Silencio.
—Rosellón Corvian —dijo Remo.
Sala abrió muchos los ojos por la sorpresa.
—¿Qué diablos hace el Consejero Real torturando a un bibliotecario?
—Esa cuestión es muy interesante, Sala…
—Rosellón anda tras la maldición silach —dijo Remo, que parecía pensar en voz alta persiguiendo los designios de su enemigo.
Ahora fue él quien contó a Sala y a Lorkun la visita que el antiguo general de la Horda del Diablo le hizo en prisión. Su intento de chantaje y demás, su clara e inequívoca relación con el secuestro de Patrio, lo bien informado que estaba sobre las bestias silach, incluso su conocimiento sobre el resultado que tuvo la transformación en Remo.
—No me habías contado nada de eso —le reprochó la mujer.
—No tengo por qué contártelo todo —espetó Remo.
Lorkun aprovechó para resumir de forma escueta el resultado de todo lo expuesto y de paso evitar que Sala se enzarzara en reproches con Remo.
—Varios asuntos están claros desde este momento: Rosellón fue quien orquestó el secuestro de Patrio Véleron. Estaba aliado con Rílmor. Rosellón desea a toda costa conseguir los secretos que guarda la sala sagrada del Templo de Azalea.
—¿Para qué? Me refiero, ¿qué pretende?
No tenían esas respuestas.
—Mucho me temo que lo sabremos pronto. Esa serpiente está a punto de morder. Rosellón es un enemigo astuto, que lleva años en la sombra manipulando las vidas de quienes lo rodean.
—¿Qué podemos hacer?
—Para empezar voy a declinar la invitación que me han hecho a la cena de esta noche en palacio.
—Remo, no se puede decir que no a un rey…
—Sí, si acabas de salir de un baño de agua hirviendo. Creo que Rosellón intentará matarme, sea veneno, un puñal, como fuere; esa cena en palacio es su oportunidad de silenciar todo lo que sabemos de él. Cuando estuvo en mi celda lo amenacé con denunciarlo ante el rey. Le dije que lo acusaría de estar detrás del secuestro de Patrio, así que me quiere muerto. Me he librado por poco. Por ahora será mejor no dejarse ver en público. Tanta popularidad —dijo volviendo la vista hacia la ventana— no nos trae nada bueno.
—Tú, como siempre… haciendo amigos —bromeó Sala.
—Yo no puedo esperar a esta noche, partiré de inmediato hacia Azalea. Hay otras cuestiones que debo resolver, y lo que me habéis revelado sobre la intervención de Ziben Electerian… Rosellón desea lo que allí se guarda y debo, si no es demasiado tarde, advertir al Sumo Sacerdote del peligro que le acecha.
—Espero que al llegar allí no te encuentres un panorama similar al de la biblioteca —dijo Remo—. Debes tener mucho cuidado. Rosellón te está buscando, sabe perfectamente que tú albergas el secreto de la maldición.
Sala les ofreció fruta de forma más directa. Lanzó una manzana a Remo, que la cazó al vuelo, y dejó sobre el regazo de Lorkun un racimo cuajado de uvas. Decidieron comer y alejar de esa forma dulce los malos presagios. Después de comer, el sacerdote estaba particularmente incómodo.
—Disculpadme, pero no podré descansar hasta que compruebe que nada malo ha sucedido en la isla de Azalea.
Se levantó de la butaca.
—Lorkun, no salgas por abajo, hay demasiada gente ahí fuera. Te asediarán con preguntas. Espera aquí, iré a prepararte algunos víveres para el camino.
Lorkun se quedó a solas con Remo. Ambos mantenían el mismo semblante preocupado. No cruzaron ni una sola palabra.
Sala regresó con un macuto pequeño y le indicó el camino para salir por la azotea de la casa. Lorkun ascendió los peldaños hacia el tejado siguiéndola. Sala, cuando realizaba su trabajo como tiradora nocturna, siempre solía salir de la pensión encapuchada por las cornisas de los tejados que ella misma había preparado para deambular sin ser vista.
—Sala, ¿qué tal está Remo?
La pregunta de Lorkun le recuperaba al amigo, al hombre que ella apreciaba tanto, que siempre daba buenos consejos y parecía en paz consigo mismo, lo suficiente al menos como para preocuparse por la paz de los demás.
—Bueno, vivir con él no fue fácil. Si te refieres a eso…
—Él te ama, Sala. Diga lo que diga, o haga lo que haga…
—Lorkun, no sé si yo le amo a él.
Ahora el hombre estaba sorprendido.
—Fue un infierno. Remo es difícil. Sí, claro que lo amo, eso es lo malo, él gana mi corazón con muy poco esfuerzo, pero Lorkun, precisamente eso es lo que sucede, él no quiere, él no desea amar a nadie. Me sentía como nadando contra una corriente violenta, inmensa. ¿Sabes lo que llegó a decirme? —Lorkun negó con la cabeza—. Llegó a decirme que cada vez que me besaba —Sala se atragantó, de repente le costaba hablar por emociones que ella pensaba que tenía dominadas— dijo que era como pisotear el cadáver de Lania.
Lorkun cerró su ojo sano. Se apañó el parche del otro.
—¿Cómo puedo… cómo puedo vivir con eso Lorkun? Yo no… Después la situación se arregló y créeme que tuvimos varios días felices. De pronto me enfrenté a él, le dije que me marcharía y su actitud cambió radicalmente. Parecía feliz porque yo diera ese paso. Pero esa felicidad también provocó que se acercara a mí de otra forma y por primera vez, sí que me sentí querida y… en ese preciso momento lo detuvieron. Su estancia en la cárcel fue terrible para su ánimo. Estaba en plan suicida, no sé si me entiendes. Nos volvimos a pelear, se supone que ahora cada uno seguirá su vida por separado. Creí que lo mataban en aquella olla de agua hirviendo. Tú sabes que cuando estuvo en Sumetra yo… ¡tú sabes cómo lo amo, Lorkun! ¡Cómo puede decirme algo así y pensar que seguiré a su lado!
Lorkun la abrazó mientras ella se desahogaba.
—Perdona, Lorkun, soy estúpida, tú tienes tus propias preocupaciones, lo siento, pero es que tú le conoces mejor que nadie.
—Sala, no sé qué decirte. No paso por mis mejores momentos. Arkane siempre decía que no hay forma de impedir que un hombre se pierda en las sombras cuando no desea abrir los ojos para ver luz.
—Ese hombre y sus frases… ¿qué demonios hacía, os reunía cada mañana y os daba consejos?
—No, pero nunca hablaba por hablar.
—Cuídate mucho, Lorkun Detroy, me encantaría verte pronto por aquí.
Lorkun besó su frente y ella le señaló como descender de los tejados.