75

Luca resopló con satisfacción desde el palco de madera levantado en la plaza Santa Croce. Piero de Medici, queriendo granjearse las simpatías del pueblo tras la muerte de su padre, había organizado un partido de calcio entre el Sant Giovanni y el Santo Spirito. Su barrio, el Sant Giovanni, había logrado reunir el equipo más formidable del que tuviera memoria. Por ello, tan pronto como comenzó el encuentro, Luca tuvo la corazonada de que arrasarían a los patanes del equipo rival.

—Qué lástima que tu marido no haya podido venir —comentó Maria, su esposa.

—Sí, es una pena —dijo Lorena—. Le hubiera gustado, pero Elías Leví quería hablar con él sobre algo urgente.

A Luca le revolvió el estómago oír aquel comentario. ¡Mauricio consideraba más importante hablar con un judío que ver aquel partido en su compañía! Luca estaba convencido de que había declinado su invitación tan sólo para fastidiarle. Aunque no era de extrañar que fuera tan amiguito de algunos judíos. Había investigado el pasado de Mauricio y había descubierto que sus ancestros paternos eran judíos convertidos al cristianismo. Ahora que Savonarola estaba purificando el aire viciado de Florencia, esa información tal vez pudiera ser convenientemente utilizada. Luca dirigió nuevamente su atención al campo.

Un jugador del Santo Spirito corría tras el balón en dura pugna con otro del Sant Giovanni cuando éste lo derribó con una carga de hombro. El campo aplaudió la acción mientras otro miembro del equipo daba un certero puntapié al balón, lanzándolo hacia el campo contrario. Allí, Sandro, la estrella del Sant Giovanni, se deshizo de su marcador de un codazo y cedió el esférico a otro compañero mediante un espectacular cabezazo. Inmediatamente dos jugadores del Santo Spirito se abalanzaron hacia el receptor y lo derribaron sin contemplaciones.

—¡Venga, arriba, que no es para tanto! —gritó Luca, animando al jugador caído.

—¿No es demasiado brusco este juego? —inquirió Lorena.

—A mi marido le encanta —respondió Maria, como si la favorable opinión de su esposo convirtiera en superflua su pregunta.

—Dejaos de tanta cháchara y concentraros en el partido —dijo Luca.

—Lo sentimos —se disculpó Maria.

—Sólo estaba hablando con mi hermana —intervino Lorena—. No sé cómo te podría molestar precisamente nuestra conversación cuando todo el público está chillando.

Efectivamente, el campo era un clamor. El Santo Spirito se había hecho con el balón e iniciaba un contragolpe. Desafortunadamente el equipo del Sant Giovanni se había volcado en el ataque sin dejar a nadie en la retaguardia. Por culpa de ese fallo táctico, un jugador delgaducho del Santo Spirito avanzaba raudo hacia la portería contraria con el esférico entre sus brazos. Los fornidos integrantes del Sant Giovanni corrían con todo su empeño tras aquel esmirriado. Si lo cogían, lo destrozarían, pero no eran suficientemente rápidos. El veloz jugador del Santo Spirito no encontró ninguna oposición para marcar el primer tanto. La mitad del campo celebró el tanto con gritos y cánticos. Luca estaba furioso.

—¡Aquí no se viene a charlar! —se quejó Luca, alzando la voz—. ¡Menuda falta de educación!

—Pues a mí tampoco me parece muy elegante tu comportamiento —replicó Lorena.

—¡Mira quién habla! —señaló Luca fuera de sí—. Nada menos que su santidad Lorena, que con esa cara de no haber roto un plato es capaz de acuchillarte por la espalda.

—No sé de qué estás hablando —repuso Lorena.

—Lo sabes demasiado bien —adujo Luca—. Y si no, fíjate en lo que está ocurriendo hoy. Primero tu marido me humilla al no aceptar mi invitación a la gran final porque ha quedado con un judío. Después tú te dedicas a cuchichear con tu hermana en mitad del encuentro, cuando a buen seguro ya te habrá explicado que no hay cosa que me saque más de quicio. Mi esposa sabe perfectamente que cuando estamos en el campo se puede aplaudir, gritar y hasta comentar las jugadas, pero no hablar de otras cosas, ni mucho menos criticar el calcio. Y encima pretendes impartir lecciones de educación con esa lengua viperina que tan bien utilizáis las mujeres desde los tiempos de Eva.

Lorena observó que su hermana le advertía con la mirada que era mejor no replicar. Así pues, no respondió, y Luca se concentró nuevamente en el partido. Sandro, la estrella del Sant Giovanni, había dado otro pase magistral. El campo era un clamor y, por fin, reinaba el silencio entre las hermanas. Hoy el encuentro no se les podía escapar, pensó Luca.

La alianza del converso
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