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Luca Albizzi olisqueó el penetrante olor a alcanfor que impregnaba el despacho principal de su palazzo, ahuyentando con sus efluvios a las polillas. ¡Ojalá fuera tan fácil alejar los malos pensamientos que le sacudían!
La conspiración contra Lorenzo había fracasado. Los Pazzi habían labrado su propia desgracia al ignorar la estrategia de Renato, el más inteligente de toda la familia. Éste sabía que Lorenzo era brillante en muchísimos aspectos, pero un verdadero desastre en cuanto a las finanzas. Al contrario que su abuelo, Cosimo Medici, no tenía la paciencia de sopesar los pequeños detalles que permiten que un banco funcione con la precisión de una máquina bien engrasada. Lorenzo había nacido para lo grandioso: las fiestas espectaculares, el arte en cualquiera de sus manifestaciones, la alta diplomacia… Y todo ello requería dinero, mucho dinero, que Renato Pazzi le había ido prestando generosamente. Con la generosidad —había llegado a decir— de quien regala a un hombre la cuerda con la que se acabará ahorcando. Porque el tiempo en el que el Banco Medici, que tenía más deudas que dinero en custodia, no podría hacer frente a sus obligaciones y se vería abocado a presentar la quiebra estaba ya muy cercano. En ese momento, inevitablemente, los Medici habrían perdido el prestigio junto con los apoyos necesarios para permanecer en el poder. Y los Pazzi, con sus florecientes finanzas, sus contactos internacionales y el apoyo del Papa, se hubieran erigido sin dificultades en los dirigentes de la ciudad. Por eso Renato Pazzi se había opuesto al asesinato de Lorenzo y de su hermano Giuliano, y había reclamado un poco de paciencia. La fruta estaba ya tan madura que no era necesario más que esperar a verla caer del árbol. No le habían escuchado y ahora todos los hombres importantes de la familia Pazzi estaban muertos o sufrían el destierro.
Luca inhaló nuevamente el olor del alcanfor importado de las lejanas tierras orientales de Catay, y permitió que pensamientos más agradables circularan por su cabeza. Aunque el golpe de Estado había fallado, la situación de Lorenzo era muy inestable. Enfrentado a enemigos más poderosos, su derrota parecía inevitable. Y la caída de los Pazzi le proporcionaba una inesperada oportunidad. Lorena Ginori volvía a quedar libre. El enlace que sus padres le habían preparado con Galeotto Pazzi se había roto. Y esa muchacha era una fruta muy apetecible. Hacía meses que la miraba con deseo. Su cuerpo ya había adquirido las turgentes formas de una mujer, y el negocio de su padre había prosperado mucho en los últimos años. Sin duda era un gran partido. Sabedor de que no podía competir con Galeotto Pazzi, había mantenido un prudente silencio sobre sus intenciones. Afortunadamente volvía a tener posibilidades. Si jugaba bien sus cartas, Lorena sería suya.