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Todo había tenido un aureola mágica aquel día. Cuando Mauricio regresó de su visita al palacio Medici, Lorena creyó percibir en su esposo un halo de luz invisible repleto de amor. Ni sus palabras ni sus gestos habían sido distintos en apariencia, pero, de algún modo sutil, Mauricio irradiaba una luminosa vibración. No era algo que pudiera explicar ninguna señal externa. Una suerte de cualidad superior había ido llenando los momentos que compartían de un gozo interior que la desbordaba.
Quizá por ello, Lorena no sintió vergüenza ni miedo de sus cuerpos desnudos cuando yacían en el lecho. Al entrar en contacto sus pieles, notó su epidermis mucho más sensible de lo habitual. Cualquier roce o caricia le provocaba una oleada de sensaciones. Tal como le había aconsejado Sofia, esa noche había dejado dos velas blancas prendidas cerca de la cama, de modo que sus cuerpos se desvelaban mientras se tocaban.
Mauricio se colocó encima para poseerla, pero hoy Lorena se sentía audaz. La especial sintonía entre ambos que impregnaba el ambiente la ayudó a dar un paso tan osado. Con delicadeza apartó el cuerpo de su esposo, besándolo y acariciándolo mientras lo colocaba debajo del suyo. Tenía algo de miedo, pero estaba más excitada que atemorizada. Con mano firme cogió el miembro erecto de Mauricio y lo introdujo en su intimidad. Lorena había pensado que tal vez a su esposo le parecería contrario al decoro que ella se montara encima. Lejos de protestar, Mauricio bullía de placer y había comenzado a gemir.
Lorena movió sus caderas lentamente; luego, con mayor confianza. Tal como le había comentado Sofia, comenzó a explorar los ángulos y los ritmos que le producían más placer. La sensación era maravillosa. Mauricio la miraba extasiado con una sonrisa en el rostro. Lorena se sentía bien y dejó que su cuerpo tomara el control. Al poco sintió como el placer se ensanchaba por todos sus poros subiendo por el ombligo hasta sus pechos. Lorena siguió cabalgando aquella ola. La serpiente de gozo se instaló en su garganta y en su cabeza, donde se produjo una especie de fogonazo de luz. Sofia tenía razón. Allí estaba Dios. Lorena y Mauricio sonreían mirándose a los ojos. Aunque habían hecho el amor muchas veces, ésta era la primera vez que sentía algo semejante. Las palabras se quedaban cortas y no tenían sentido. Lorena se dejó invadir por la energía invisible del amor y continuó cabalgando la ola.