Harris se dio cuenta de que Catalina vivía un conflicto: admiraba Inglaterra, pero no sentía lástima porque el Gobierno británico estuviera alterado por su nueva guerra con Francia. Una Inglaterra demasiado poderosa no interesaba al imperio ruso; la emperatriz temía que Inglaterra pudiera alterar su política y oponerse a la expansión constante de Rusia por el mar Negro. Harris no informó de esto en Londres, pero también supo ver que si Catalina llegaba a conducir a su país a otra guerra, no sería contra Francia, sino contra los turcos.
El emperador José II de Austria alimentaba sus propias ambiciones sobre los turcos. Anhelaba reparar el daño y la humillación infligidos a su país y su madre en la toma de Silesia por parte de Federico II y su objetivo era conquistar territorios turcos en los Balcanes y el Mediterráneo oriental. En una alianza con Austria y Rusia, vio los medios para conseguirlo. Tratando de lograr sus deseos, el emperador solicitó permiso para visitar personalmente a Catalina en Mogilev, una ciudad rusa cercana a la frontera con Austria. Catalina, que había comprendido que, en cualquier guerra futura con Turquía, Austria le sería de más ayuda que Prusia, dio instrucciones a Potemkin para que hiciera los preparativos.
En mayo de 1789, los dos monarcas se encontraron en Mogilev. Catalina se complació en recibir a este invitado especial. Aunque él viajaba de incógnito como el conde Falkenstein, José era el cosoberano, junto con su madre, de las posesiones de la antigua casa Habsburgo y era también emperador del Sacro Imperio Romano. Su esfuerzo de viajar a Rusia era inaudito entre los soberanos extranjeros; ninguno la había visitado a lo largo de su historia. A petición de Catalina, el emperador la acompañó de vuelta desde Mogilev a San Petersburgo, donde permaneció tres semanas y pasó cinco días en Tsárskoie Seló. Como viajaba de incógnito, sin séquito de cortesanos y sirvientes, y como prefería dormir en pensiones normales, el palacio anexo fue transformado en una pensión y los sirvientes se vistieron acorde con la situación. El jardinero de Catalina, el inglés-hannoveriano John Busch, cuya primera lengua era el alemán, asumió el papel de posadero. Cuando José se hubo marchado, emperador y emperatriz habían sentado las bases de una alianza militar y desarrollaban una correspondencia regular. Debatieron acerca del desmembramiento y el reparto de los territorios europeos del imperio otomano. Catalina pensaba en la restauración de un imperio griego a las órdenes de su nieto Constantino y en Constantinopla como capital. José codiciaba las provincias otomanas de los Balcanes junto con todo el territorio posible en el Egeo y el Mediterráneo oriental.
La visita de José a Mogilev y San Petersburgo tuvo lugar en mayo y junio de 1780. En noviembre, su madre, la emperatriz María Teresa, murió a la edad de sesenta y tres años, y José, con treinta y nueve, se convirtió en el único soberano de Austria y el imperio Habsburgo. En mayo de 1781, José firmó un tratado con Catalina en el que prometía ayudar a Rusia en caso de guerra con Turquía. La firma de este tratado marcó el fin de la influencia de Nikita Panin en la política exterior rusa. Partidario firme de la alianza con Prusia en contra de Austria, declaró que «él no podía mancharse las manos» estampando su firma en un tratado como aquel y pidió permiso para retirarse al campo. En septiembre de 1781, el envejecido asesor que, diecinueve años antes, había ayudado a subir al trono a Catalina, fue despedido.
Potemkin pasó a ocupar el lugar de Panin. El embajador británico, James Harris, que seguía batallando por cerrar una alianza rusa con Inglaterra, convenció al rey Jorge III de que escribiera una afectuosa carta personal a Catalina, pero tampoco así pudieron persuadirla. Cuando Harris lo presionó, Potemkin explicó: «Habéis escogido un momento poco afortunado. El favorito [Lanskói] yace en su lecho gravemente enfermo; la causa de su dolencia y la incertidumbre de su recuperación han trastornado a la emperatriz de tal modo que es incapaz de concentrarse en otros asuntos, y cualquier idea de ambición, gloria o dignidad queda absorbida por esta única pasión. Exhausta, evita cualquier cosa que implique actividad o esfuerzo».38
Lanskói empeoró. El propio Harris sufrió de gripe e ictericia; luego estuvo enfermo Potemkin, durante tres semanas. Cuando esta marea de enfermedades empezó a retroceder, Potemkin le dijo a Harris que la emperatriz seguía teniendo debilidad por Inglaterra. Catalina en persona le comunicó a Harris: «El interés que me tomo por cuanto concierne a vuestro país me ha hecho buscar todo tipo de medios con los que os pueda ayudar. Haría todo lo necesario para serviros, salvo entrar yo misma en guerra. Yo sería responsable de las consecuencias de tal conducta ante mis súbditos, mi sucesor y quizá toda Europa».39 Su posición con respecto a una alianza inglesa seguía inalterada.
Inglaterra no se rindió. En octubre de 1780, lord Stormont en el Ministerio de Asuntos Exteriores dio instrucciones a Harris para que presentase una nueva oferta a Catalina: «Algo digno de su atención, la cesión de un territorio que le reporte un incremento en su fuerza naval y en su capacidad comercial tal que la convenza de cerrar la alianza con el rey, asistiéndonos contra Francia y España y en las revueltas coloniales». Harris contestó: «El príncipe Potemkin, pese a no haberlo dicho abiertamente, me dio a entender que la única cesión que podría inducir a la emperatriz a firmar una alianza con nosotros sería la de Menorca». Esta isla del Mediterráneo occidental contaba con un puerto fortificado y una base naval, el puerto de Mahón, que representaba una de las posesiones británicas más preciadas. Harris solicitó una reunión con Catalina. Potemkin la preparó y advirtió al joven diplomático: «Adúlela cuanto pueda. No se exceda en la afectación, pero elógiela por lo que ella ha de representar, no por lo que es».40
Cuando vio a la emperatriz, Harris le comunicó: «Nos puede pedir cuanto desee. No podríamos negarle nada a Su Majestad Imperial solo con que supiéramos qué podría complacerla».41 Catalina seguía decidida a no implicarse en la guerra de Inglaterra con Francia, España y América. El diálogo entonces volvió a ser entre Harris y Potemkin, ambos esperanzados aún en que algo se pudiera salvar: «¿Qué podrían cedernos?», interrogó Potemkin a Harris. «Poseemos extensos territorios en América, en las Indias Orientales y en las islas del azúcar [el Caribe]», respondió Harris. Potemkin negó con la cabeza. «Si nos dierais unas colonias tan lejanas, nos arruinaríais. Nuestras naves apenas pueden salir del Báltico. ¿Cómo atravesarían el Atlántico? Si nos entregáis algo, ha de ser más cerca de casa ... Si nos cedieseis Menorca, os lo prometo, creo que podría convencer a la emperatriz para que hiciese cuanto pudiera». Harris informó a Londres: «Le respondí ... que, a mi juicio, la cesión requerida era imposible». «Tanto peor. Eso aseguraría nuestro apoyo para siempre», había replicado Potemkin.42 Pese a la magnitud de la donación solicitada y el dolor que causaría desprenderse de ella, el Gobierno británico siguió adelante y preparó un borrador de los términos de la alianza que Gran Bretaña deseaba: «La emperatriz de Rusia efectuará la restauración de la paz entre Gran Bretaña, Francia y España ... Será una condición expresa que los franceses evacuen de inmediato Rhode Island y toda la zona de las colonias de Su Majestad en América del Norte. No habrá ningún tipo de acuerdo con respecto a los súbditos rebeldes de Su Majestad».
Aun así, Catalina no accedió. Seguía convencida de que el tratado de alianza era un intento de meterla a ella y a sus súbditos en una guerra europea. Cuando regresó Potemkin, ella le dijo: «La mariée est trop belle; on veut me tromper» («La novia es demasiado hermosa; me quieren engañar»).43 Hizo hincapié en que sus sentimientos hacia Inglaterra eran amistosos pero que, por lo demás, rechazaba el conjunto de la propuesta. A finales de 1781, la cuestión seguía abierta. En diciembre del mismo año, el ejército británico en América del Norte se rindió cuando lord Cornwallis entregó su espada a George Washington en Yorktown. En marzo de 1782, el gobierno de lord North cayó y lo sustituyó un ministerio whig. La idea de una alianza con Rusia quedó descartada.
Catalina tenía otra razón para rechazar el tratado con Inglaterra: su acercamiento a Austria la había llevado a una alianza formal. Con la fuerza de aquel tratado, ella y Potemkin se preparaban para la anexión de Crimea, que ambos consideraban mucho más importante que Menorca. Potemkin fue quien propuso esta anexión pacífica y la llevó a cabo. El Tratado de Küçük Kaynarca, que terminó la primera guerra turca en 1774, había establecido la independencia de Crimea, pero el kanato seguía siendo un estado vasallo nominal del sultán otomano. A Potemkin le preocupaba que, desde el punto de vista geográfico, la península dividiese las posesiones rusas del mar Negro y le explicó a Catalina las dificultades de vigilar su frontera meridional mientras Crimea estuviera fuera del imperio. «Adquirir Crimea no nos hará más fuertes ni más ricos, pero nos asegurará la paz», dijo.44 En julio de 1783, Catalina anunció la anexión de la península de Crimea al imperio ruso. Potemkin consiguió el territorio sin recurrir a la guerra, ni una batalla, aunque pagó un precio muy alto, a nivel personal: en Crimea, enfermó gravemente de malaria y jamás logró reponerse por completo.