Aquel verano, la corte se trasladó al palacio y finca de Peterhof en el golfo de Finlandia, treinta kilómetros al oeste de la capital. Catalina describió las actividades que realizaban:
Pasábamos el tiempo paseando, montando o en carruaje. Vi entonces que el séquito del gran duque, y en especial sus preceptores, habían perdido toda autoridad sobre él. Sus juegos militares, que había mantenido en secreto, ahora tenían lugar prácticamente en su presencia. Ahora el conde Brümmer solo podía observarle en público; el resto del tiempo lo pasaba siempre en compañía de sirvientes, en actividades infantiles increíbles para alguien de su edad; incluso jugaba con muñecos. Al gran duque le divertía muchísimo instruirme en ejercicios militares, y gracias a él, puedo manejar un rifle con la precisión de un granadero experimentado. Me hacía formar con mi mosquete, de guardia, ante la puerta de la habitación situada entre la suya y la mía.