Luego ella cambió radicalmente su enfoque y efectuó otra súplica:
¡Mi Señor y Querido Esposo! ¿Deberé empezar mi respuesta con esa frase que más me conmueve de todas: quién os ordenó llorar? ¿Por qué concedéis mayor autoridad a vuestra vívida imaginación que a las pruebas que hablan a favor de vuestra esposa? ¿No quedó ella ligada a vos hace dos años por los lazos del sagrado matrimonio? Querido mío, sospecháis lo imposible de mí. ¿He cambiado de parecer, se os puede dejar de amar? Así que ahora consideradlo por vos mismo: ¿eran mis palabras y acciones en vuestro favor más firmes hace dos años que ahora?