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Potemkin no podía dejar de ver una invitación en este lenguaje. En enero de 1774, con el ejército ya en los cuarteles de invierno, cogió un permiso y corrió a San Petersburgo.

Al llegar se encontró al Gobierno y a Catalina luchando con múltiples crisis. La guerra con Turquía entraba en su sexto año, la rebelión Pugachov se extendía y la relación íntima de Catalina con Alexandr Vasílchikov estaba en su etapa final. Potemkin, creyendo que lo habían llamado por motivos personales, quedó consternado al descubrir a Vasílchikov todavía firmemente arraigado. Solicitó una audiencia privada con Catalina, y el 4 de febrero fue a Tsárskoie Seló. Ella le dijo que quería que permaneciera cerca. Él regresó a la corte, donde pareció feliz; siguió haciendo reír a Catalina, y era reconocido en general como el presunto heredero al cargo de favorito. Supuestamente, un día estaba subiendo la escalinata del palacio cuando se encontró con Gregorio Orlov que bajaba. «¿Alguna noticia en la corte?»,9 preguntó Potemkin. «Nada en particular», respondió Orlov. «Salvo que vos subís y yo bajo.» Vasílchikov consiguió aferrarse a su posición durante unas pocas semanas más porque a Catalina le preocupaba la impresión que un cambio causaría en San Petersburgo y en el extranjero; también temía perder el apoyo de Panin al despedir a su candidato. Y lo que era más importante, quería estar segura de que su nueva elección era la correcta.

Frustrado por la dilación de Catalina, Potemkin decidió forzar la situación. Acudía a la corte solo en raras ocasiones, y cuando lo hacía no tenía nada que decir. Luego desapareció por completo. A Catalina le contaron que Potemkin padecía de una desdichada aventura amorosa porque cierta dama no correspondía a su amor; que su desesperación era tan intensa que estaba pensando en ingresar en un monasterio. Catalina se quejó: «No comprendo qué le ha reducido a tal desesperación... Pensaba que mi cordialidad le haría comprender que su fervor no me era desagradable».10 Cuando estas palabras fueron referidas a Potemkin, este supo que Vasílchikov estaba a punto de irse.

Valiéndose de su talento para lo teatral, Potemkin decidió aumentar la presión sobre Catalina. Al finalizar enero, ingresó en el monasterio de Alejandro Nevski en las afueras de San Petersburgo. Allí, afectando melancolía, empezó a dejarse crecer la barba y a seguir la rutina diaria de un monje. Panin comprendió el juego de Potemkin. El consejero solicitó una audiencia y dijo a la emperatriz que si bien los méritos del general Potemkin eran reconocidos universalmente, este había sido recompensado de modo suficiente, y no era necesario dar nada más a este caballero. En el caso de que se contemplaran más ascensos, comentó Panin, él deseaba que ella comprendiera que «el Estado y Vos, Señora, pronto sentiríais la ambición, el orgullo y las excentricidades de este hombre. Temo que vuestra elección causará mucho desagrado».11 Catalina respondió que plantear estas cuestiones era prematuro. Dadas las habilidades de Potemkin, este podía ser útil como soldado y como diplomático. Era valiente, listo y culto; hombres así no abundaban tanto en Rusia como para poder permitirle que se ocultara en un monasterio. Así pues, haría cuanto estuviera en su poder para impedir que el general Potemkin se ordenara sacerdote.

Catalina no quería arriesgarse a que Potemkin convirtiera su retirada en permanente. Según un relato, envió a su amiga y dama de honor la condesa Praskovia Bruce al monasterio a ver a Potemkin y decirle que, si regresaba a la corte, podía confiar en el favor de la emperatriz. Potemkin no allanó el camino de la emisaria. Cuando esta llegó al monasterio, él le pidió que esperase, diciendo que estaba a punto de dedicarse a la oración y no se le podía interrumpir. Ataviado con una túnica monástica, caminó en procesión con los monjes, participó en el oficio, y se postró, murmurando plegarias, ante un icono de santa Catalina. Por fin, se alzó, hizo la señal de la cruz y fue a hablar con la enviada de Catalina. El mensaje de la condesa Bruce tuvo un tono convincente; además, Potemkin quedó impresionado por el rango en la corte de la mensajera. Persuadido, se despojó de su sotana monástica, se afeitó la barba, se puso el uniforme y regresó a San Petersburgo en un carruaje de la corte.

Se convirtió en el amante de Catalina, y al instante se tornó inmensamente celoso. Aparte de yacer junto a su desventurado esposo, Pedro, Catalina había dormido con cuatro hombres antes de Potemkin: Saltikov, Poniatowski, Orlov y Vasílchikov. La existencia de estos predecesores, y las imágenes mentales de ella como compañera sexual de otros hombres, atormentaba a Potemkin. Acusó a la emperatriz de haber tenido quince amantes anteriores. En un intento de calmarle, Catalina se recluyó en sus aposentos el 21 de febrero, escribiendo una carta titulada «Una confesión sincera», la cual daba cuenta de sus anteriores experiencias románticas. En los anales de las confesiones que los monarcas han puesto por escrito no tiene igual; una reina todopoderosa intentando obtener el perdón de un exigente amante nuevo por acciones anteriores en su vida.

En la explicación minuciosa de los detalles de su vida pasada, empezó con las circunstancias de su matrimonio, y luego describió las dolorosas decepciones de las aventuras amorosas que siguieron. Su ferviente tono de disculpa, casi suplicante, dejó al descubierto lo desesperadamente que quería a Potemkin. Empezó explicando el modo en que la ansiedad de Isabel con respecto a su imposibilidad de dar un heredero al otro la había conducido a su primera aventura amorosa. Admitió que, bajo presión por parte de la emperatriz y de María Choglokova, había elegido a Serguéi Saltikov, «principalmente debido a la evidente inclinación de este». Luego Saltikov fue despachado, «ya que se había conducido indiscretamente»:12

Tras un año pasado en gran pesar, el actual rey polaco [Estanislao Poniatowski] llegó. No le prestamos atención, pero buenas personas ... me obligaron a reparar en que él existía, que sus ojos eran de una belleza sin precedentes, y que los dirigía (aunque es tan miope que no ve más allá de su nariz) más a menudo en una dirección que en otra. Este fue a la vez afectuoso y amado desde 1755 hasta 1761, [los cuales incluían] una ausencia de tres años. Luego los esfuerzos del príncipe Gregorio Orlov [,] de quien de nuevo buenas personas me obligaron a percatarme, cambiaron mi estado de ánimo. Este se habría quedado de por vida de no haberse aburrido. Me enteré de ... [su nueva infidelidad] el mismo día de su partida a ... [las conversaciones de paz con los turcos] y en consecuencia decidí que ya no podía confiar en él. Este pensamiento me atormentó cruelmente y me obligó, llevada por la desesperación, a efectuar una especie de elección [Vasílchikov], una que me apenó entonces y todavía lo hace ahora más de lo que puedo expresar [...]

Luego llegó un cierto caballero [Potemkin]. Mediante sus méritos y amabilidad, este héroe fue tan encantador que la gente ... decía ya que debería establecerse aquí. Pero lo que no sabían era que le habíamos llamado aquí [...]

Ahora, Señor Caballero, tras esta confesión, ¿puedo esperar recibir la absolución a mis pecados? Os complacerá ver que no fueron quince, sino una tercera parte de ese número: el primero [Saltikov] elegido por necesidad, y el cuarto [Vasílchikov] por desesperación, no pueden en mi mente ser atribuidos a ninguna frivolidad. En cuanto a los otros tres [Poniatowski, Orlov y el mismo Potemkin], si miráis con atención, Dios sabe que no fueron el resultado de disipación, por la cual no siento la menor inclinación, y de haberme dado el destino en mi juventud a un esposo a quien pudiera haber amado, le habría permanecido fiel para siempre. El problema es que mi corazón se resiste a estar sin amor aunque sea por una sola hora ... Si queréis conservarme para siempre, entonces mostrad tanta amistad como amor, y más que ninguna otra cosa, amadme y decidme la verdad.

Catalina la Grande: retrato de una mujer
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