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Pablo, María y la sucesión
Tres años antes, la princesa Sofía de Wurtemberg había sido la primera elección de Catalina para desposarla con Pablo, pero Sofía quedó descartada porque solo contaba catorce años. Ahora, siendo Sofía una joven de casi diecisiete, cumplía en todos los aspectos los requisitos de Catalina: una princesa alemana de familia aristocrática pero circunstancias modestas, prolífica con ocho hijos: los cinco varones, altos y fuertes, las tres hijas, hermosas y de caderas anchas. La presencia del príncipe Enrique de Prusia en San Petersburgo facilitó la consecución del proyecto de Catalina. Sofía de Wurtemberg era la sobrina-nieta de Federico II y el príncipe Enrique y, puesto que Pablo idealizaba Prusia y a su monarca, Catalina tenía esperanzas de que el príncipe Enrique pudiera convencer a su consternado hijo de casarse con una pariente de su héroe. Enrique, sabedor de que su hermano siempre ansiaba estrechar los lazos con Rusia, mandó un mensaje a Federico en el correo más veloz.
Federico hizo cuanto pudo para satisfacer a Catalina. Apremió a Sofía y a sus padres para que aceptasen el matrimonio, poniendo de relieve las ventajas políticas que el enlace supondría para Prusia y los posibles beneficios económicos de que disfrutaría la casa de Wurtemberg. Señaló que Catalina había prometido una dote para las tres hijas Wurtemberg. Pero había que salvar un obstáculo: Sofía ya estaba prometida a Luis (Ludwig), príncipe de Hesse-Darmstadt, que coincidía que era hermano de la recién fallecida Natalia y, por tanto, antiguo cuñado de Pablo. Por orden real, el compromiso con Hesse quedó anulado y, con la promesa de una pensión de Catalina y la mano de otra princesa Wurtemberg, se apaciguó al príncipe Luis.
El paso siguiente era preparar un encuentro entre los posibles novios. Federico mandó llamar a Sofía a Berlín, a donde Pablo viajaría para conocerla. Este plan se adecuaba a todo el mundo. Un viaje al extranjero era lo que Pablo necesitaba para distraer los pensamientos sobre la muerte de Natalia y la hiriente humillación del engaño. Además, la perspectiva de viajar a Berlín pareció agradar al joven viudo, que jamás había traspasado las fronteras de su país. La oportunidad de conocer a Federico II representaba otro poderoso incentivo.
El viaje a Berlín empezó el 13 de junio de 1776; Pablo iba cómodamente sentado en un gran carruaje, acompañado por el príncipe Enrique. Durante la ausencia de Pablo, Catalina escribió con frecuencia, elogiando sus misivas y preocupándose por su estado de salud. Estimulado por su madre, Pablo inspeccionó los departamentos gubernamentales rusos locales, los acuartelamientos militares y las iniciativas comerciales en su camino a la frontera. A los elogios sobre el orden y las costumbres de Livonia, Catalina respondió: «Espero que, con los años, la mayoría de Rusia no tenga nada que envidiar a [Livonia], ni en orden ni en las buenas costumbres, y que vuestra vida sea tiempo suficiente para que podáis contemplar el cambio».11 Mientras Pablo viajaba, Federico aleccionaba a Sofía de Wurtemberg sobre la corte rusa, como hiciera treinta y dos años antes con Sofía de Anhalt-Zerbst. Como había sucedido con la primera Sofía, hizo resaltar que la conversión del luteranismo a la ortodoxia tenía poca importancia, sobre todo cuando había implícitas altas cuestiones de Estado.
Cuando Pablo llegó a Berlín, Federico se esforzó por impresionar y honrar al gran duque de veintitrés años. A Pablo lo recibieron con salvas de cañón, cruzó a caballo arcos triunfales y pasó entre dobles filas de soldados. Asistió a recepciones, cenas y bailes. Pocos eran más avezados y eficientes que el rey en el arte de la lisonja política. Pablo, acostumbrado a representar un papel insignificante en la corte de su madre, se veía ahora honrado y celebrado por el gran Federico. Por primera vez en su vida, recibió la consideración debida al heredero de un gran trono. «Nada puede superar a la atención que su majestad prusiana presta al gran duque, ni a las molestias que se toma por cautivarlo y agradarlo», informaba el embajador británico en Berlín.12 Pablo se deleitaba con estas atenciones, que reforzaron su imagen del rey de Prusia como el hombre y monarca más grandioso de Europa. Escribió a su madre que el grado de civilización en Prusia iba dos siglos por delante al de Rusia.
La acogida de Pablo en Berlín no solo lo reconcilió completamente con la idea de un segundo matrimonio sino que despertó en él un gusto inmediato por Sofía. Era una joven alta, rubia, lozana, afable y sentimental. Y, puesto que llegaba recomendada por Federico, su atractivo se duplicaba a los ojos de Pablo. En cuanto a Sofía, no protestó por la inesperada anulación de su compromiso con el hermoso Luis de Hesse, ni cuando sus tíos abuelos Federico y Enrique le presentaron a Pablo, bajito y menos atractivo. Sin prestar oídos a su más hondo sentir el primer día que vio a Pablo, lo aceptó diligentemente. «El gran duque es sumamente amistoso», escribió a su madre. «Posee todos los encantos.»13
Catalina leyó complacida las cartas de Pedro en las que hablaba del aspecto y la cordura de Sofía, de su determinación de ser una buena esposa y de su decisión de aprender ruso. La emperatriz le mandó su bendición pero, para asegurarse de mantenerlo absolutamente todo bajo control, insistió en que Sofía dejase a su madre en Berlín y acudiera a Rusia sola. Le escribió a la princesa, halagando su disposición para convertirse en «mi hija ... Estad segura de que no desaprovecharé una sola ocasión para demostrar a Vuestra Alteza los sentimientos de una tierna madre».14 También insistió en que deseaba que el enlace se celebrara lo antes posible. Escribió a Grimm:
La tendremos con nosotros en diez días. En cuanto llegue, procederemos a su conversión. Creo que convencerla me llevará unos quince días. No sé cuánto tiempo necesitaremos para que aprenda a leer de forma inteligible y correcta la confesión de fe en ruso. Pero cuanto menos tardemos, mejor ... Para acelerarlo todo ... se ha desplazado [un secretario ministerial] a Memel a fin de enseñarle el alfabeto y la confesión en ruta; el convencimiento vendrá después. La fecha de boda quedará fijada en ocho días, a partir de entonces. Si deseáis bailar allí, apresuraos.