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La caída de Bestúzhev
La influencia del canciller Bestúzhev se iba desvaneciendo. La animosidad de los Shuválov y del vicecanciller Miguel Vorontsov se avivó con la llegada del embajador francés, que lo culpaba de la retirada del general Apraxin, amigo de Bestúzhev. La crisis llegó a su momento decisivo cuando Vorontsov recibió una visita del marqués de l’Hôpital. Agitando un papel, el embajador francés dijo: «Conde, acabo de recibir un mensaje de mi Gobierno. Me comunican que, si en el plazo de quince días, no se ha destituido al canciller Bestúzhev de su puesto y ha sido sustituido por vos, será con él con quien tenga que tratar en adelante».104 Alarmado, Vorontsov corrió a ver a Iván Shuválov. Ambos acudieron a la emperatriz y le advirtieron de que la sombra del conde Bestúzhev estaba oscureciendo su prestigio en Europa.
Isabel no había demostrado jamás una simpatía especial hacia Bestúzhev, pero era un legado de su padre, a quien ella idolatraba; y con los años había ido delegando en él la mayoría de los asuntos cotidianos del Gobierno. Los Shuválov jamás lograron convencer a la emperatriz de que cambiase de opinión, pero ahora flaqueaba. Le contaron que era del dominio público, en Viena y Versalles, que Bestúzhev había recibido durante muchos años una cuantiosa pensión desde Inglaterra. Le dijeron que las cartas de Catalina a Apraxin habían pasado por las manos del canciller. Supo que los aliados de Rusia se sentían traicionados por la corrupción de sus generales y ministros y por las maquinaciones de la corte joven. Si ya habían dado con unas pocas cartas sin importancia, ¿por qué no habrían existido otras de contenido más peligroso, que luego fueron destruidas? ¿Por qué interfería Catalina en los asuntos de la corona? Señalaron que la corte joven había estado actuando por su cuenta desde hacía tiempo, desoyendo sus deseos. ¿Acaso no seguía Poniatowski en San Petersburgo solo porque Catalina deseaba tenerlo con ella y porque Bestúzhev prefería obedecer a la gran duquesa antes que a la monarca? ¿No acudía todo el mundo con premura a la corte joven para halagar a los gobernantes del mañana? A Isabel le aseguraron que solo tenía que arrestar a Bestúzhev y hacer que examinasen sus papeles para descubrir documentos que demostrarían la complicidad entre el canciller y la gran duquesa en asuntos que rozaban la traición.
Isabel ordenó que el consejo de guerra se reuniera en la tarde del 14 de febrero de 1758. Convocaron al canciller. Bestúzhev dijo que estaba enfermo. Rechazaron sus excusas y le ordenaron acudir de inmediato. Obedeció y, nada más llegar, fue arrestado. Le privaron de sus cargos, títulos y condecoraciones, y regresó a su casa como prisionero, sin que nadie se preocupase por comunicarle los delitos de los que lo acusaban. Para asegurarse de que el derrocamiento del principal hombre de estado del imperio no peligraba, apostaron en el exterior a una compañía de la Guardia Imperial. Mientras los guardianes marchaban junto al canal del Moika, donde tenían su residencia los condes Alejandro y Pedro Shuválov, los soldados comentaban alegremente entre ellos: «¡Gracias a Dios, por fin arrestaremos a esos malditos Shuválov!».105 Cuando se dieron cuenta de que no era a los Shuválov sino a Bestúzhev a quien detendrían, refunfuñaron: «¡Este no es el hombre! Son los otros los que pisotean al pueblo».
Catalina se enteró del arresto a la mañana siguiente, por una nota de Poniatowski. En ella se añadían tres nombres más: el del joyero veneciano Bernardi; su antiguo profesor de ruso, Adadurov; y Elagin, antes al servicio del conde Razumovski, que había trabado amistad con Poniatowski. Los tres habían sido detenidos. Al leer esta nota, Catalina comprendió que ella misma podría verse implicada, no en vano ella era amiga y aliada de Bestúzhev. Bernardi, el joyero, era un hombre que, por su profesión, tenía acceso a todas las casas principales de San Petersburgo. Todo el mundo confiaba en él, y Catalina lo había usado para mandar y recibir mensajes de Bestúzhev y Poniatowski. Adadurov, su profesor, se había mantenido unido a ella, quien lo recomendó ante el conde Bestúzhev. Elagin, dijo Catalina, era «un hombre leal y honrado; cuando uno se ganaba su afecto, ya no lo perdía. Siempre demostró un claro fervor y devoción hacia mí».106
Después de leer la nota de Poniatowski, se asustó; pero se armó de valor para no demostrar su debilidad. «Con un puñal clavado en el corazón, por decirlo así», contaba ella, «me vestí y fui a misa, donde me pareció que todo el mundo tenía una cara tan larga como la mía. Nadie me dijo nada.»107 Por la tarde, acudió a un baile. Allí, se dirigió hacia el príncipe Nikita Trubetskói, uno de los comisionados elegidos para colaborar con Alejandro Shuválov en la investigación de los arrestados.
—¿Qué significan todas estas cosas tan maravillosas? —susurró ella—. ¿Habéis encontrado más delitos que delincuentes o más delincuentes que delitos?
—Hemos hecho lo que se nos había ordenado hacer —replicó Trubetskói, impasible—. Pero, en cuanto a los delitos, seguimos buscándolos. Hasta ahora, no hemos encontrado nada.