Ignorante de hasta qué grado había inquietado Bestúzhev a Isabel respecto a la cuestión de Prusia, Catalina asumió que solo existía un motivo para el arrebato de Isabel. Ninguna de las críticas de la emperatriz era válida. Ella era obediente y sumisa; no era indiscreta; no estaba traicionando a Rusia por Prusia, nunca abría agujeros en puertas y no amaba a otro hombre. Su fallo era que no había dado a luz un hijo.
Unos cuantos días más tarde, cuando Pedro y Catalina acompañaron a la emperatriz en una visita a Rével (en la actualidad Tallin, capital de Estonia), madame Choglokova viajó en su carruaje. Su comportamiento, dijo Catalina, fue «un tormento». Al comentario más simple, por inocente o trivial que fuera, respondía diciendo: «tal clase de conversación desagradaría a la emperatriz»32 o «tales cosas no serían aprobadas por la emperatriz». La reacción de Catalina fue cerrar los ojos y dormir durante el viaje.
Madame Choglokova mantuvo su puesto durante los siguientes siete años. No poseía ninguna de las cualidades necesarias para prestar ayuda a una joven esposa sin experiencia. No era ni sabia ni comprensiva; al contrario, tenía la reputación de ser una de las mujeres más ignorantes y arrogantes de la corte. Ni siquiera remotamente se le ocurrió ganarse la amistad de Catalina o, como esposa y madre de una familia numerosa, debatir el problema implícito que había sido llamada a resolver. De hecho, no tuvo éxito en el área que le importaba más a Isabel; su supervisión del lecho marital fue infructuosa. Sin embargo, su poder era real. Ejerciendo como la carcelera y espía de Bestúzhev, madame Choglokova convirtió a Catalina en una prisionera regia.
En agosto de 1746, el primer verano completo que siguió a su matrimonio, Isabel permitió a Pedro y a Catalina ir a Oranienbaum (Naranjo), una finca en el golfo de Finlandia que Isabel había dado a su sobrino. Allí, en el patio y los jardines colocados en terrazas, Pedro estableció un campamento militar simulado. Él y sus chambelanes, gentilhombres de cámara, sirvientes, guardabosques, incluso jardineros, daban vueltas con mosquetes al hombro, efectuando instrucción en la plaza de armas durante el día y turnándose para montar guardia por la noche. Catalina se encontró sin nada que hacer salvo estar sentada y escuchar los refunfuños de la Choglokova. Intentó abstraerse en la lectura. «En aquellos días», dijo, «leía solo romances.»33 Su favorito aquel verano era un exagerado romance francés titulado Tiran le Blanc, la historia de un caballero errante francés que viaja a Inglaterra, donde triunfa en torneos y batallas y se convierte en un favorito de la hija del rey.* A Catalina le encantó en especial la descripción de la princesa, «cuya piel era tan transparente que cuando bebía vino tinto, podías verlo descender por su garganta». Pedro leía también, pero él prefería relatos de «bandoleros que acababan colgados por sus delitos o destrozados en la rueda». De aquel verano, Catalina escribió:
Jamás se parecieron menos entre sí dos mentes. No teníamos nada en común en nuestros gustos o nuestro modo de pensar. Nuestras opiniones eran tan distintas que jamás habríamos estado de acuerdo en nada de no haber cedido yo ante él para no ultrajarle de un modo demasiado evidente. Yo ya me sentía bastante desasosegada y este desasosiego se vio aumentado por la vida horrible que tenía que llevar. Me dejaban constantemente sola y la sospecha me rodeaba por todas partes. No había diversión, ni conversación, ni amabilidad o atención que ayudara a aliviar este aburrimiento para mí. Mi vida se tornó insoportable.