Los sentimientos encontrados de Juana respecto a su hija, ahora la figura central en esta pompa ceremonial, deberían de haberse aplacado cuando Isabel se tomó la molestia de ser cortés con una mujer a quien despreciaba. En la catedral, la emperatriz había impedido que Juana se arrodillara ante ella, diciendo: «Nuestra situación es la misma; nuestros votos son los mismos».93 Pero cuando la ceremonia finalizó, con el cañón retumbando, las campanas de la iglesia repicando y la corte trasladándose al contiguo palacio Granovitaya para el banquete de esponsales, el disgusto de Juana estalló. Por rango, la madre de la novia no podía sentarse a la mesa imperial con la emperatriz, el gran duque y la recién proclamada gran duquesa. Cuando se lo explicaron, Juana protestó, manifestando que su lugar no podía estar entre simples damas de la corte. El maestro de ceremonias no estaba seguro de qué hacer, y Catalina presenció y padeció el comportamiento de su madre en silencio. Isabel, enfurecida una vez más por la presunción de esta invitada desagradecida y falsa, ordenó que se colocara una mesa aparte en una recámara privada donde Juana podía observar desde una ventana.
El baile aquella noche tuvo lugar en el Salón de las Facetas del palacio Granovitaya, una habitación construida con un único pilar central que sostenía el bajo techo y ocupaba una cuarta parte de la estancia. En este lugar, dijo Catalina, «uno casi se asfixiaba por el calor y la multitud».94 Luego, caminando de regreso a los aposentos de estado, otras normas nuevas de precedencia entraron en vigor. Catalina era ahora Su Alteza Imperial, un gran duquesa de Rusia, la futura esposa del heredero al trono; Juana, por lo tanto, estaba obligada a caminar detrás de su hija. Catalina intentó evitar estas situaciones, y Juana reconoció el esfuerzo de Catalina. «Mi hija se comporta de un modo muy inteligente en su nueva situación», escribió a su esposo. «Se sonroja cada vez que se ve obligada a caminar delante de mí.»95
Isabel siguió siendo generosa. «No había un día que no recibiera regalos de la emperatriz», dijo más tarde Catalina. «Plata y joyas, telas y demás, en realidad todo lo que pueda imaginarse, la cosa más insignificante valía de diez a quince mil rublos. Me mostraba un afecto enorme.»96 Poco después, la emperatriz dio a Catalina treinta mil rublos para gastos personales. Ella, que jamás había tenido dinero para gastos personales, se sintió sobrecogida por esta suma. Inmediatamente, envió dinero a su padre para ayudar en la educación y cuidados médicos de su hermano menor. «Sé que Vuestra Alteza ha enviado a mi hermano a Hamburgo y que esto ha conllevado fuertes gastos», escribió a Cristiano Augusto. «Ruego a Vuestra Alteza que deje a mi hermano allí tanto tiempo como sea necesario para devolverle la salud. Yo me encargaré de pagar todos sus gastos.»97
Isabel también dio a la nueva gran duquesa una pequeña corte propia, incluidos jóvenes chambelanes y damas de honor. Pedro ya tenía su propia corte, y en los aposentos del gran duque y la gran duquesa, los jóvenes jugaban a la gallina ciega y otros juegos, riendo, saltando, bailando, corriendo y quitándole incluso la tapa a un clavicémbalo enorme, para luego colocarla sobre almohadones y utilizarla como tobogán para deslizarse por el suelo. Al participar en estos jolgorios, Catalina intentaba complacer a su futuro esposo. Pedro se mostraba simpático con esta servicial compañera de juegos; también era lo bastante inteligente para saber que cualquier afecto que mostrara a su prometida complacería a la emperatriz. Incluso Brümmer, observándolos juntos y decidiendo que ella podría ayudarle a tratar con su díscolo pupilo, le pidió que «usase mi influencia para corregir y reprender al gran duque».98 Ella se negó. «Le dije que era imposible ya que en ese caso, le resultaría tan odiosa [a Pedro] como lo era ya el resto de su séquito.» Comprendía que para tener alguna influencia sobre Pedro, debía ser lo contrario que quienes intentaban «corregirle». Él no acudiría a ella en busca de amistad para encontrarse con otro perro guardián.
Juana se tornó más distante. Ahora, cuando quería ver a su hija, tenía que hacerse anunciar. Reacia a ello, se mantenía apartada, declarando que la joven corte que rodeaba a Catalina era demasiado alocada y ruidosa. Entretanto, la propia Juana hacía nuevas amistades. Se unió a un círculo de personas que la emperatriz y la mayoría de la corte desaprobaban. No transcurrió mucho tiempo antes de que su intimidad con el chambelán, conde Iván Betskói, empezara a dar que hablar; al final, los dos estaban juntos tan a menudo que algunos en la corte ya rumoreaban que tenían una aventura ... e incluso cuchicheaban que la princesa de Anhalt-Zerbst, de treinta y dos años, estaba embarazada.