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Una apuesta
El día antes de la Cuaresma, el último del Carnaval de 1758, Catalina decidió que ya había sido bastante discreta y tímida. En las semanas posteriores a su confinamiento, no apareció en público. Ahora decidió asistir a la representación de una pieza teatral en el teatro de la corte. Catalina sabía que el teatro ruso no era del gusto de Pedro y que le molestaba incluso hablar de ello. En esta ocasión, Pedro tenía otra razón, más personal, para no querer que ella acudiera: no quería verse privado de la compañía de Isabel Vorontsova. Si Catalina quería ir al teatro, sus damas de honor, incluida Isabel Vorontsova, tendrían que acompañarla. Consciente de ello, Catalina avisó al conde Alejandro Shuválov para que pidiese un carruaje.
Shuválov se presentó al poco y le comunicó que el gran duque se oponía a su plan de ir al teatro. Catalina replicó que, puesto que ella había quedado excluida de la sociedad de su esposo, a él no podía importarle si se encontraba sola en su habitación o sentada en su palco del teatro. Shuválov hizo una reverencia y salió.
Pasados unos momentos, Pedro irrumpió en la habitación de Catalina «en un arrebato de ira, gritando, acusándome de divertirme enfureciéndole y diciendo que yo había querido ir al teatro porque sabía que a él no le gustaban aquellas obras».111 Gritó que le prohibiría tomar un carruaje. Ella le respondió que, en tal caso, iría a pie. Pedro salió dando un portazo. Cuando se acercaba la hora de la representación, mandó a preguntar al conde Shuválov si el carruaje estaba listo. Él acudió y repitió que el gran duque había prohibido que se le proporcionase ningún carruaje. Catalina replicó que iría a pie y que si se vetaba también que la acompañaran sus damas y gentilhombres, entonces saldría sola. Además, añadió, se quejaría por escrito a la emperatriz.
—¿Qué le contaréis? —preguntó Shuválov.
—Le explicaré que, para poder concertarle a mi marido una cita con mis damas de honor, vos le animasteis a que me prohibiera acudir al teatro donde yo habría tenido el placer de ver a Su Alteza Imperial. Además, le suplicaré que me envíe a casa porque estoy cansada del papel que tengo que representar aquí y me disgusta; sola y abandonada en mis habitaciones, objeto del odio del gran duque y de la antipatía de la emperatriz. No quiero seguir siendo una carga ni acarrear el infortunio a cuantos me rodean, sobre todo a mis pobres sirvientes, muchos ya en el exilio porque me porté bien con ellos. Le escribiré a Su Majestad de inmediato. Y ya veremos si lográis evitar que se le entregue esta misiva.