-Lo siento -dijo Eragon al dar un golpe a la pila.


Nasuada frunció el ceño y su rostro se arrugó y se alargó como efecto de las ondas que recorrieron la superficie del agua.

-¿Por qué? -preguntó ella-. Yo diría que las felicitaciones son más adecuadas. Has conseguido realizar todo lo que te mandé hacer, y más.

-No, yo… -Eragon se interrumpió al darse cuenta de que ella no podía ver las ondas en el agua. El hechizo hacía que el espejo de Nasuada le mostrara una visión de él y de Saphira, y no de las cosas que ellos veían-. He dado un golpe a la pila con la mano, eso es todo.

-Oh, en ese caso, permíteme que te felicite formalmente, Eragon. Al asegurarte de que Orik fuera coronado rey…

-¿A pesar de haber provocado que me atacaran?

Nasuada sonrió.

-Sí, a pesar de haber provocado que te atacaran, has protegido nuestra alianza con los enanos, y eso puede que marque la diferencia entre la victoria y la derrota. La pregunta ahora es: ¿cuánto falta para que el resto del ejército de los enanos se reúna con nosotros?

-Orik ya ha ordenado a los guerreros que se preparen para partir -dijo Eragon-. Seguramente los clanes tardarán unos días en reunir sus fuerzas, pero cuando lo hayan hecho, se pondrán en marcha de inmediato.

-Eso está bien, también. Nos irá bien tener su ayuda tan pronto como sea posible, lo cual me recuerda, ¿cuánto vas a tardar en volver? ¿Tres días? ¿Cuatro días?

Saphira sacudió las alas y Eragon sintió el calor de su aliento en la nuca. Eragon la miró; entonces, eligiendo las palabras con cuidado, dijo:

-Eso depende. ¿Recuerdas lo que hablamos antes de que me marchara?

Nasuada apretó los labios.

-Por supuesto que lo recuerdo, Eragon. Yo… -Dirigió la mirada hacia un lado de la imagen y atendió a un hombre que le hablaba con un murmullo que resultaba ininteligible para Eragon y para Saphira. Luego, Nasuada volvió a dirigir su atención hacia ellos y dijo-: La compañía del capitán Edric acaba de regresar. Parece que han sufrido muchas bajas, pero nuestros vigilantes dicen que Roran ha sobrevivido.

-¿Está herido? -preguntó Eragon.

-Te lo haré saber en cuanto lo averigüe. Pero yo no me preocuparía mucho. Roran tiene la suerte de… -De nuevo, la voz de una persona que no se veía distrajo a Nasuada; ella salió de su campo de visión.

Eragon esperó inquieto.

-Disculpad -dijo Nasuada en cuanto su rostro volvió a aparecer en la pila-. Estamos cerrando el cerco en Feinster y tenemos que luchar contra los grupos de soldados que Lady Lorana envía desde la ciudad para que nos persigan… Eragon, Saphira, os necesitamos en esta batalla. Si la gente de Feinster solamente ve a hombres, enanos y úrgalos reunidos alrededor de sus murallas quizá crean que tienen alguna posibilidad de mantener la ciudad y lucharán con más fuerza. Por supuesto, no pueden mantener Feinster, pero todavía no se han dado cuenta. Si ven que un Jinete de Dragón dirige los ataques contra ellos, perderán la voluntad de pelear. -Pero…

Nasuada levantó una mano, interrumpiéndolo. -Hay otros motivos por los que tienes que volver, también. A causa de las heridas que recibí en la Prueba de los Cuchillos Largos, no puedo ir a la batalla con los vardenos como he hecho antes. Necesito que «tú» ocupes mi lugar, Eragon, para que te encargues de que mis órdenes se cumplan tal como quiero, y para que subas el ánimo de nuestros guerreros. Además, por el campamento corren rumores de tu ausencia, a pesar de todos nuestros esfuerzos por ocultarla. Si Murtagh y Espina nos atacan directamente como resultado, o si Galbatorix los envía para reforzar Feinster…, bueno, a pesar de tener a los elfos de nuestro lado, dudo que podamos oponer resistencia. Lo siento, Eragon, pero no puedo permitir que vuelvas a Ellesméra ahora mismo. Es demasiado peligroso.

Eragon apoyó las manos en el canto de la mesa de piedra en que descansaba la pila y dijo:

-Nasuada, por favor. Si no es ahora, ¿cuándo?

-Pronto. Debes ser paciente.

-Pronto. -Eragon suspiró con fuerza y apretó las manos en el canto de la mesa-. ¿Cuándo, exactamente?

Nasuada frunció el ceño.

-No puedes esperar que yo lo sepa. Primero debemos tomar Feinster, y luego debemos asegurar el campo, y luego…

-Y luego tienes intención de marchar hacia Belatona o Dras-Leona, y luego hacia Urü'baen -dijo Eragon. Nasuada intentó replicar, pero él no le dio oportunidad de hacerlo-. Y cuanto más te acerques a Galbatorix, más probable será que Murtagh y Espina te ataquen, o incluso el mismo rey, y todavía serás más reacia a dejarnos marchar… Nasuada, Saphira y yo no tenemos la habilidad, el conocimiento o la fuerza que se necesitan para matar a Galbatorix. ¡Tú lo sabes! Galbatorix podría terminar esta guerra en cualquier momento si estuviera dispuesto a abandonar su castillo y enfrentarse a los vardenos directamente. «Tenemos» que hablar con nuestros maestros otra vez. Ellos nos pueden decir de dónde procede el poder de Galbatorix y quizá puedan enseñarnos un par de estrategias que nos permitan derrotarle.

Nasuada bajó la vista y se observó las manos.

-Espina y Murtagh podrían destruirnos mientras estás fuera.

-Y si no nos vamos, Galbatorix nos destruirá cuando lleguemos a Urü'baen… ¿Podrías esperar unos cuantos días para atacar Feinster?

-Podríamos, pero cada día que pasemos acampados fuera de la ciudad nos costará vidas. -Nasuada se frotó las sienes con las palmas de las manos-. Pides mucho a cambio de una recompensa incierta, Eragon.

-Quizá la recompensa sea incierta -repuso él-, pero nuestro destino es inevitable, a no ser que lo intentemos.

-¿Lo es? No estoy segura. A pesar de todo… -Durante un rato largo e incómodo, Nasuada permaneció en silencio y con la vista perdida más allá de la imagen de la pila. Luego asintió con la cabeza, como si se confirmara algo a sí misma, y dijo-: Puedo retrasar nuestra llegada a Feinster un par o tres de días. Hay varias ciudades en la zona que podemos estudiar primero. Cuando lleguemos a la ciudad, puedo hacer que los vardenos construyan máquinas de asedio y preparen las fortificaciones durante dos o tres días más. Nadie se extrañará por ello. Pero después de eso, tendré que atacar Feinster, aunque sólo sea porque necesitaremos víveres. Un ejército que espera sentado en territorio enemigo es un ejército hambriento. Como máximo, puedo darte seis días, quizá solamente cuatro.

Mientras ella hablaba, Eragon calculó rápidamente.

-Cuatro días no será suficiente -dijo-, y seis puede que tampoco. Saphira necesitó tres días para volar hasta Farthen Dür, y eso que no se detuvo a dormir ni tuvo que soportar peso alguno. Si los mapas que he examinado son exactos, parece estar igual de lejos que Ellesméra de aquí, quizá más lejos; además, hay casi la misma distancia desde Ellesméra hasta Feinster. Y conmigo en la grupa, Saphira no podrá cubrir esa distancia tan deprisa.

No, no podré -intervino Saphira.

Eragon continuó:

-Incluso en las mejores circunstancias -continuó Eragon-, tardaríamos una semana en alcanzarte en Feinster, y eso sin quedarnos más de un minuto en Ellesméra.

El rostro de Nasuada adoptó una expresión de profundo agotamiento.

-¿Tienes que volar hasta Ellesméra? ¿No sería suficiente que te comunicaras con tus mentores a través del espejo una vez hayas pasado la vigilancia de los límites de Du Weldenvarden? El tiempo que ahorrarías podría ser crucial.

-No lo sé. Lo puedo intentar.

Nasuada cerró los ojos un momento y, con voz ronca, dijo:

-Quizá pueda retrasar nuestra llegada a Feinster cuatro días… Vete a Ellesméra… o no lo hagas; te dejo la decisión a ti. Si lo haces, quédate el tiempo que necesites. Tienes razón: a no ser que encuentres la manera de derrotar a Galbatorix, no tenemos ninguna esperanza de vencer. Pero ten presente el tremendo riesgo que estamos corriendo y las vidas de los vardenos que voy a sacrificar para darte este tiempo; piensa en cuántos vardenos más van a morir si asediamos Feinster sin ti.

Eragon, con expresión sombría, asintió con la cabeza.

-No lo olvidaré.

-Espero que no. ¡Ahora vete! ¡No te entretengas más! Vuela. ¡Vuela! Vuela más rápido que un halcón cazador, Saphira, y no permitas que nada te retrase. -Nasuada se llevó las puntas de los dedos a los labios y luego los colocó encima de la superficie invisible del espejo donde Eragon sabía que se veía la imagen de él y de Saphira-. Que tengáis suerte en vuestro viaje, Eragon, Saphira. Si nos encontramos de nuevo, me temo que será en el campo de batalla.

Nasuada desapareció de su vista, Eragon abandonó el hechizo y el agua de la pila se aclaró.