Alrededor de la loma se extendía un frondoso prado que
bordeaba el río Jiet, que discurría unos treinta metros a la
derecha de Eragon. El cielo estaba brillante y límpido y los rayos
del sol iluminaban todo con una suave luz. El aire era fresco y
suave y olía a fresco, como si acabara de llover.
Reunidos frente a la loma estaban los aldeanos de Carvahall,
ninguno de los cuales había resultado herido durante la lucha, y lo
que aparentemente era la mitad de las fuerzas de los vardenos.
Muchos de los guerreros sostenían largas lanzas decoradas con
penachos bordados de todos los colores. Varios caballos, entre
ellos Nieve de Fuego, pacían atados a unas
estacas en el extremo del prado. A pesar de los esfuerzos de
Nasuada, la organización de la ceremonia había llevado más tiempo
de lo que nadie podía haberse imaginado.
El viento alborotaba el cabello de Eragon, aún húmedo tras
habérselo lavado. En aquel momento, Saphira planeó sobre la
congregación y aterrizó a su lado, batiendo las alas. El sonrió y
le tocó en el hombro.
Pequeño…
En circunstancias normales, habría estado nervioso por tener
que hablar frente a tanta gente y dirigir una ceremonia tan solemne
e importante, pero tras la lucha anterior todo había asumido un
aire de irrealidad, como si no fuera más que un sueño especialmente
vivido.
En la base de la loma se encontraban Nasuada, Arya, Narheim,
Jormundur, Angela, Elva y otros personajes importantes. El rey
Orrin no acudió, ya que sus heridas resultaron ser más graves de lo
que parecía en principio y sus médicos aún le estaban tratando en
su Pabellón. En su lugar, asistió Irwin, el primer ministro del
rey.
Los únicos úrgalos presentes eran los dos de la guardia
privada de Nasuada. Eragon había estado presente cuando Nasuada
había invitado a Nar Garzhvog a la celebración, y se había sentido
aliviado cuando éste había tenido el buen criterio de declinar la
invitación. Los aldeanos nunca habrían tolerado a un grupo numeroso
de úrgalos en la boda. Nasuada incluso había tenido dificultades
para convencerles de que aceptaran la presencia de sus
guardas.
Con el murmullo provocado por el roce de las ropas, los
aldeanos y los vardenos se echaron a los lados y abrieron un largo
pasillo desde la loma hasta el lugar hasta donde se extendía la
multitud. Entonces, los aldeanos unieron sus voces y empezaron a
cantar las antiguas canciones de boda del valle de Palancar. Los
tradicionales versos hablaban del ciclo de las estaciones, de la
cálida tierra que daba origen a una nueva cosecha cada año, de los
partos en primavera, de los tordos que anidaban y del desove de los
peces, y de que el destino dictaba que los jóvenes ocuparan el
lugar de los viejos. Una de las hechiceras de Blodhgarm, una elfa
con el pelo plateado, sacó una pequeña lira de oro de una funda de
terciopelo y acompañó a los aldeanos con sus propias notas,
embelleciendo aquellas sencillas tonadas y dándole a las familiares
melodías un aire melancólico.
Con pasos lentos y regulares, Roran y Katrina aparecieron uno
a cada extremo del pasillo abierto entre la multitud, se dirigieron
hacia la loma y, sin tocarse, empezaron a avanzar hacia Eragon.
Roran llevaba una casaca que había tomado prestada de uno de los
vardenos. Se había cepillado el pelo y recortado la barba, y
llevaba las botas limpias. El rostro le brillaba con una alegría
indescriptible. En conjunto, a Eragon le pareció que tenía un
aspecto muy atractivo y distinguido. No obstante, era Katrina la
que llamaba más su atención. Su vestido era de color azul claro,
tal como correspondía a una novia en sus primeras nupcias, de corte
sencillo pero con una cola de encaje de más de tres metros de
largo, sujetada por dos niñas. Sus tirabuzones destacaban contra la
pálida tela como cobre bruñido. En las manos llevaba un pomo de
flores silvestres. Se la veía orgullosa, serena y
bella.
Eragon oyó algún suspiro entre las mujeres al contemplar la
cola del vestido, y decidió dar las gracias a Nasuada por encargar
a los Du Vrangr Gata que le hicieran el vestido a Katrina, ya que
supuso que era ella la responsable del regalo.
Horst caminaba tres pasos por detrás de Roran. A una
distancia similar por detrás de Katrina caminaba Birgit, atenta a
no pisar el vestido.
Cuando Roran y Katrina estaban a medio camino de la loma, un
par de palomas blancas salieron volando de los sauces llorones que
flanqueaban el río Jiet. Las palomas llevaban un aro de narcisos
amarillos agarrado a las patas. Katrina aflojó el paso y se detuvo
cuando se le acercaron. Los pájaros la rodearon tres veces y luego
bajaron hasta depositarle el aro de flores sobre la cabeza para
luego volver al río.
-¿Eso es cosa tuya? -le preguntó Eragon a
Arya.
Arya sonrió.
En lo alto de la loma, Roran y Katrina se quedaron inmóviles
ante Eragon mientras esperaban que los aldeanos acabaran de cantar.
Cuando la estrofa final dio paso al silencio, Eragon levantó las
manos y dijo:
-Sed bienvenidos todos. Hoy nos hemos reunido para celebrar
la unión entre las familias de Roran, hijo de Garrow, y Katrina,
hija de Ismira. Ambos tienen buena reputación y, por lo que yo sé,
no están comprometidos con nadie más. No obstante, si ése no fuera
el caso, o si alguien conoce alguna otra razón por la que no
debieran convertirse en marido y mujer, que la exponga ante estos
testigos, para que podamos juzgar la validez de tales argumentos.
-Eragon hizo la pausa correspondiente y luego siguió-. ¿Quién de
vosotros habla por Roran, hijo de Garrow?
-Roran no tiene padre ni tío -dijo Horst, dando un paso
adelante-, así que yo, Horst, hijo de Ostrec, hablo por él como si
fuera de mi propia sangre.
-¿Y quién de vosotros habla por Katrina, hija de
Ismira?
Birgit dio un paso adelante.
-Katrina no tiene ni madre ni tía, así que yo, Birgit, hija
de Mardra, hablo por ella como si fuera de mi propia
sangre.
A pesar de sus cuentas pendientes con Roran, la tradición
decía que Birgit tenía el derecho y la obligación de representar a
Katrina, al haber sido amiga íntima de su madre.
-Es justo y correcto. ¿Qué tiene entonces, Roran, hijo de
Garrow, que aportar a este matrimonio, para que él y su esposa
puedan prosperar?
Aporta su nombre -dijo Horst-. Aporta su martillo. Aporta la
fuerza de sus manos. Y aporta la promesa de una granja en
Carvahall, donde ambos puedan vivir en paz.
El asombro se extendió por toda la multitud, al darse cuenta
la gente de lo que estaba haciendo Roran: estaba comprometiéndose y
declarando públicamente que el Imperio no evitaría que volviera a
casa con Katrina para darle la vida que ella tendría en aquel
momento de no ser por la sangrienta intervención de Galbatorix.
Roran estaba comprometiendo su honor, como hombre y como marido,
condicionándolo a la caída del Imperio.
-¿Aceptas lo que se ofrece, Birgit, hija de Mardra? -preguntó
Eragon.
-Acepto -dijo Birgit, asintiendo.
-¿Y que aporta Katrina, hija de Ismira, a este matrimonio,
para que ella y su esposo puedan prosperar?
-Aporta su amor y devoción, con los que servirá a Roran, hijo
de Garrow. Aporta su habilidad en la organización de una casa. Y
aporta una dote.
Sorprendido, Eragon observó a Birgit, que hacía un gesto a
dos hombres situados junto a Nasuada y que, a su vez, se acercaron
con un cofre de metal sujeto entre los dos. Birgit abrió el cierre
del cofre, levantó la tapa y mostró a Eragon su contenido. El echó
un vistazo y vio el montón de joyas de su
interior.
-Aporta un collar de oro con diamantes incrustados. Aporta un
prendedor de coral rojo del mar del Sur y una redecilla con perlas
para el pelo. Aporta cinco anillos de oro y oro blanco. El primer
anillo… -Al tiempo que Birgit describía cada pieza, la sacaba del
cofre y la levantaba, para que todos pudieran ver que decía la
verdad.
Eragon continuaba atónito; echó una mirada a Nasuada y
observó la sonrisa satisfecha que lucía.
Cuando Birgit acabó con su letanía y cerró el cofre, Eragon
preguntó:
-¿Aceptas lo que se ofrece, Horst, hijo de
Ostrec?
-Acepto.
-Así pues, vuestras familias se convierten en una sola, de
acuerdo con la ley de la tierra. -Luego, por primera vez, Eragon se
dirigió a Roran y a Katrina directamente-. Los que han hablado por
vosotros han acordado los términos del matrimonio. Roran, ¿estás
satisfecho de cómo ha negociado Horst, hijo de Ostrec, en tu
nombre?
-Lo estoy.
-Y Katrina, ¿estás satisfecha de cómo ha negociado Birgit,
hija de Mardra, en tu nombre?
-Lo estoy.
-Roran Martillazos, hijo de Garrow:
¿juras, por tu nombre y por tu linaje, que protegerás y cuidarás a
Katrina, hija de Ismira, mientras ambos viváis?
-Yo, Roran Martillazos, hijo de
Garrow, juro, por mi nombre y por mi linaje, que protegeré y
cuidaré a Katrina, hija de Ismira, mientras ambos
vivamos.
-¿Juras defender su honor, serle leal y fiel en los años
venideros, y tratarla con el respeto, la dignidad y la amabilidad
debidos?
-Juro defender su honor, serle leal y fiel en los años
venideros, y tratarla con el respeto, la dignidad y la amabilidad
debidos.
-¿Yjuras darle las llaves de tus posesiones, si las hubiera,
y de la caja donde guardarás tu dinero, mañana al ponerse el sol,
para que pueda ocuparse de tus negocios como debe hacer una
esposa?
Roran juró que lo haría.
-Katrina, hija de Ismira: ¿juras, por tu nombre y tu linaje,
que servirás y cuidarás a Roran, hijo de Garrow, mientras ambos
viváis?
-Yo, Katrina, hija de Ismira, juro por mi nombre y por mi
linaje que serviré y cuidaré a Roran, hijo de Garrow, mientras
ambos vivamos.
-¿Juras defender su honor, serle leal y fiel en los años
venideros, tener sus hijos si los hubiera y ser una madre cariñosa
con ellos?
-Juro defender su honor, serle leal y fiel en los años
venideros, tener sus hijos si los hubiera y ser una madre cariñosa
con ellos.
-¿Y juras hacerte cargo de sus riquezas y posesiones y
gestionarlas responsablemente, para que él pueda concentrarse en
las tareas que le conciernen sólo a él?
Katrina juró que lo haría.
Sonriendo, Eragon se sacó una cinta roja de la manga y
dijo:
-Cruzad las muñecas.
Roran y Katrina extendieron los brazos izquierdo y derecho,
respectivamente, e hicieron como les decía. Apoyando la parte
central de la cinta contra sus muñecas, Eragon la pasó tres veces a
su alrededor y ató los extremos con un lazo.
-¡Haciendo uso de mi potestad como Jinete de Dragón, os
declaro marido y mujer!
La multitud estalló en vítores. Acercándose, Roran y Katrina
se besaron y el público redobló sus gritos. Saphira acercó la
cabeza hacia la radiante pareja y, al separarse, tocó a Roran y a
Katrina en la frente con la punta del morro.
Que viváis muchos
años, y que vuestro amor se vuelva más profundo con cada año que
pase -les dijo.
Roran y Katrina se giraron hacia los presentes y levantaron
sus brazos unidos hacia el cielo.
¡Que empiece el banquete! -declaró Roran.
Eragón siguió a la pareja mientras descendían de la loma y
caminaban por entre la bulliciosa muchedumbre hacia las dos sillas
que habian colocado a la cabeza de una fila de mesas. Se sentaron
en ellas, como rey y reina de su fiesta, y los invitados empezaron
a ponerse en fila para presentarles sus felicitaciones y sus
regalos. Eragon fue el primero. Lucía una sonrisa tan amplia como
la de ellos. Estrechó la mano libre de Eragon y luego inclinó la
cabeza en dirección a Katrina.
-Gracias, Eragon -dijo ella.
-Sí, gracias -añadió Roran.
-El honor ha sido mío. -Se los quedó mirando y luego
estalló
en una carcajada.
-¿Qué pasa? -preguntó Roran.
-¡Vosotros dos, que parecéis bobos, de lo contentos que
estáis!
Con los ojos brillantes, Katrina se rio y abrazó a
Roran.
-¡Es que lo estamos!
Eragon se puso serio y continuó:
-Tenéis que saber la suerte que tenéis de estar hoy aquí.
Roran, si no hubieras podido convencer a todos para ir hasta los
Llanos Ardientes, y si los Ra'zac se te hubieran llevado, Katrina,
a Urü'baen, ninguno de los dos habría…
-Sí, pero lo conseguí, y no lo hicieron -le interrumpió
Roran-. No empañemos este día con pensamientos desagradables de lo
que podría haber sido y no es.
-No lo digo por eso. -Eragon echó un vistazo a la fila de
gente que esperaba tras él, para asegurarse de que no estaban lo
suficientemente cerca como para oírle-. Los tres somos enemigos del
Imperio. Y tal como se ha demostrado hoy, no estamos seguros, ni
siquiera entre los vardenos. Si Galbatorix puede, nos atacará a
cualquiera de los tres, incluida tú, Katrina, para hacer daño a los
otros. Así que os he
hecho esto.
Del bolsillo de su cinturón, sacó dos anillos de oro lisos,
pulidos y brillantes. Los había moldeado la noche anterior a partir
de la última de las esferas de oro que había extraído de la tierra.
Le dio el más grande a Roran y el más pequeño a
Katrina.
Roran giró su anillo, examinándolo, y luego lo miró tras
levantarlo hacia el cielo, intentando descifrar los glifos tallados
en idioma antiguo en el interior del metal.
-Es muy bonito, pero ¿cómo puede contribuir a
protegernos?
-Los he encantado para que hagan tres cosas -dijo Eragon-. Si
alguna vez necesitáis mi ayuda, o la de Saphira, dadle una vuelta
al anillo en el dedo y decid: «Ayúdame, Asesino de Sombra; ayúdame,
Escamas Brillantes», y os oiremos y vendremos lo más rápidamente
posible. Por otra parte, si alguno de los dos está próximo a la
muerte, vuestro anillo nos alertará a nosotros y a ti, Roran, o a
ti, Katrina, dependiendo de quién esté en peligro. Y mientras
tengáis los anillos en contacto con la piel, siempre sabréis cómo
encontrar al otro, por muy lejos que estéis. -Dudó un momento, y
luego añadió-: Espero que estéis de acuerdo en llevarlos
puestos.
-Por supuesto que sí -dijo Katrina.
Roran hinchó el pecho y la voz se le volvió algo
ronca.
-Gracias -le dijo-. Gracias. Ojalá los hubiéramos tenido
antes de que nos separaran en Carvahall.
Dado que sólo tenían una mano libre cada uno, Katrina le
deslizó el anillo a Roran en el dedo medio de la mano derecha, y él
le puso el suyo a Katrina, colocándoselo en el dedo medio de la
mano izquierda.
-Tengo otro regalo para vosotros -dijo Eragon. Girándose,
emitió un silbido y agitó los brazos. A través de la multitud se
abrió paso un mozo que traía a Nieve de
Fuego cogido por la brida. El mozo le dio a Eragon las riendas
del semental, hizo una reverencia y se retiró-. Roran, necesitarás
una buena montura. Este es Nieve de Fuego.
Fue de Brom, luego mío y ahora te lo doy a ti.
Roran recorrió a Nieve de Fuego con
la vista.
-Es un animal magnífico.
-De lo mejor. ¿Lo aceptas?
-Encantado.
Eragon volvió a llamar al mozo y le devolvió a Nieve de Fuego, indicándole que Roran era el nuevo
propietario del semental. Cuando el mozo se fue, Eragon echó un
vistazo a la gente haciendo cola con regalos para Roran y
Katrina.
-Vosotros dos quizá fuerais pobres esta mañana, pero para
cuando llegue la noche seréis ricos. Si alguna vez Saphira y yo
podemos dejar de vagar por el mundo, tendremos que ir a vivir con
vosotros, en el salón gigante que construyáis para todos vuestros
hijos.
-Sea lo que sea lo que construyamos, me temo que difícilmente
será lo suficientemente grande como para que quepa Saphira -dijo
Roran.
-Pero siempre seréis bienvenidos -añadió Katrina-. Los
dos.
Después de felicitarlos una vez más, Eragon se instaló en el
extremo de la mesa y se entretuvo lanzándole pedacitos de pollo
asado a Saphira y viendo cómo los atrapaba en el aire. Allí se
quedó hasta que Nasuada acabó de hablar con Roran y Katrina,
dándoles algo pequeño que no consiguió ver. Entonces detuvo a
Nasuada, que abandonaba la fiesta.
-¿Qué hay, Eragon? -le preguntó-. No puedo
entretenerme.
-¿Fuisteis vos quien le dio a Katrina su vestido y su
dote?
-Sí. ¿Lo desapruebas?
-Os estoy agradecido por vuestra generosidad con mi familia,
pero me pregunto…
-¿Sí?
-¿No necesitan tanto los vardenos ese oro?
-Lo necesitamos -dijo Nasuada-, pero no tan desesperadamente
como antes. Desde mi plan de los encajes y desde que triunfé en la
Prueba de los Cuchillos Largos y las tribus errantes me juraron
lealtad absoluta y me dieron acceso a sus riquezas, es menos
probable que muramos de hambre y más probable que lo hagamos por no
tener un escudo o una lanza. -Sus labios dibujaron una sonrisa-. Lo
que le he dado a Katrina es insignificante comparado con las
enormes cantidades que necesita este ejército para funcionar. Y no
creo haber malgastado mi oro. Más bien creo que he hecho una
valiosa adquisición. He adquirido prestigio y dignidad para Katrina
y, de paso, me he asegurado la buena voluntad de Roran. Puede que
sea demasiado optimista, pero sospecho que su lealtad me será mucho
más valiosa que cien escudos o cien lanzas.
-Siempre procuráis mejorar las expectativas de los vardenos,
¿no es cierto? -dijo Eragon.
-Siempre. Como debe ser. -Nasuada se dispuso a alejarse, pero
volvió atrás y dijo-: Poco antes de la puesta de sol, ven a mi
pabellón y visitaremos a los hombres que resultaron heridos hoy.
Hay muchos que no podemos curar, ya sabes. Les hará bien ver que
nos preocupamos por su bienestar y que apreciamos su
sacrificio.
-Allí estaré -dijo Eragon tras asentir.
-Bien.
Pasaron las horas, y Eragon comió, bebió y rio, e intercambió
anécdotas con viejos amigos. El aguamiel corrió como el agua, y el
banquete de bodas cada vez estaba más animado. Abrieron un espacio
entre las mesas y los hombres pusieron a prueba su destreza en
pulsos, pruebas de tiro con arco y enfrentamientos con lanzas
largas. Dos de los elfos, uno de cada sexo, demostraron su
habilidad con los juegos de espadas, sorprendiendo a los presentes
con la velocidad y la elegancia en la manipulación de las armas, e
incluso Arya accedió a interpretar una canción, que hizo que Eragon
se estremeciera.
Durante todo aquel rato, Roran y Katrina dijeron poco y
optaron por quedarse sentados, intercambiando miradas, ajenos a
todo lo que los rodeaba.
Cuando la panza anaranjada del sol entró en contacto con el
horizonte, Eragon, a su pesar, se excusó. Con Saphira al lado, dejó
atrás el jolgorio y se encaminó al pabellón de Nasuada, respirando
a fondo el fresco aire de la noche para aclararse la mente. Nasuada
le esperaba frente a su tienda de mando, con los Halcones de la
Noche rodeándola. Sin decir una palabra, ella, Eragon y Saphira
cruzaron el campamento hasta llegar a las tiendas de los sanadores,
donde yacían los guerreros heridos.
Durante más de una hora, Nasuada y Eragon visitaron a los
hombres que habían perdido algún miembro o los ojos, o que habían
contraído alguna infección incurable durante la lucha contra el
Imperio. Algunos de los guerreros habían resultado heridos aquella
misma mañana. Otros, tal como descubrió Eragon, habían recibido
heridas en los Llanos Ardientes y aún no se habían recuperado, a
pesar de todas las hierbas y los hechizos que les habían
administrado. Nasuada le había advertido que no se agotara aún más
intentando curar a todo el que encontrara, pero no pudo evitar
murmurar algún hechizo aquí y allá para aliviar el dolor, drenar un
absceso, recolocar un hueso roto o eliminar alguna desagradable
cicatriz.
Uno de los hombres que vio Eragon había perdido la pierna
izquierda por debajo de la rodilla, así como dos dedos de la mano
derecha. Tenía una barba corta y gris y los ojos cubiertos con una
tira de tela negra. Cuando Eragon le saludó y le preguntó cómo se
encontraba, el hombre alargó la mano y agarró a Eragon por el codo
con los tres dedos de su mano derecha. Con una voz ronca, el hombre
dijo:
-Ah, Asesino de Sombra, sabía que vendrías. Te he estado
esperando desde la luz.
-¿Qué quieres decir?
-La luz que iluminó la carne del mundo. En un solo momento,
vi a todos los seres vivos a mi alrededor, desde el más grande al
más pequeño. Me vi los huesos brillando dentro de los brazos. Vi
los gusanos de la tierra y los cuervos en el cielo, y los ácaros en
las alas de los cuervos. Los dioses me han tocado, Asesino de
Sombra. Me dieron esta visión por algún motivo. Yo te vi en el
campo de batalla, a ti y a tu dragón, y eras como un sol radiante
en medio de un bosque de tenues velas. Y vi a tu hermano, a tu
hermano y a su dragón, y ellos también eran como un
sol.
A Eragon el vello de la nuca se le puso de
punta.
-No tengo ningún hermano -dijo.
El soldado tullido se rio, socarrón.
-No puedes engañarme, Asesino de Sombra. Sé muy bien lo que
digo. El mundo arde a mi alrededor, y desde el fuego oigo el
murmullo de las mentes, y esos murmullos me dicen cosas. Ahora te
escondes de mí, pero aun así puedo verte, un hombre de llama
amarilla con doce estrellas flotando alrededor de la cintura y con
otra estrella, más brillante que las demás, en la mano
derecha.
Eragon se cubrió con la mano el cinturón de Beloth el Sabio, para comprobar que los doce diamantes
cosidos en su interior seguían bien
ocultos. Lo estaban.
-Escúchame, Asesino de Sombra -susurró el hombre, tirando de
Eragon para acercárselo a la cara surcada de arrugas-. Vi a tu
hermano, y ardía, pero no ardía como tú. Oh, no. La luz de su alma
brillaba «a través de él», como si procediera de otra persona. El,
«él» era una forma vacía, la silueta de un hombre. Y a través de
aquella forma llegaba el brillo ardiente. ¿Lo entiendes? Eran otros
quienes lo iluminaban.
-¿Dónde estaban esos otros? ¿También los
viste?
El soldado dudó.
-Podía sentirlos cerca, expresando su furia ante el mundo
como si odiaran todo lo que hay en él, pero sus cuerpos estaban
ocultos. Estaban allí y no lo estaban. No puedo explicarlo mejor…
No querría acercarme más a esas criaturas, Asesino de Sombra. No
son humanas, de eso estoy seguro, y su odio era como la mayor
tormenta que hayas visto nunca, concentrada dentro de una minúscula
botellita de cristal.
-Y cuando la botellita se rompa… -murmuró
Eragon.
-Exactamente, Asesino de Sombra. A veces me pregunto si
Galbatorix habrá conseguido capturar a los mismos dioses y
convertirlos en sus esclavos, pero entonces me río y me digo lo
loco que estoy.
-Pero ¿los dioses de quién? ¿De los enanos? ¿De las tribus
errantes?
-¿Eso importa, Asesino de Sombra? Un dios es un dios,
independientemente de su procedencia.
Eragon soltó un gruñido.
-Quizá tengas razón.
Mientras se alejaba del camastro del hombre, una de las
cuidadoras se acercó a Eragon.
-Perdonadle, señor. El trastorno provocado por las heridas le
ha hecho enloquecer. Siempre va contando historias de soles y
estrellas, y de luces brillantes que afirma ver. A veces parece
como si supiera cosas que no debería, pero no os engañéis, las saca
de los otros pacientes. Se pasan el día chismorreando. Es lo único
que pueden hacer, los pobres.
-No me llames «señor» -dijo Eragon-. Y él no está loco. No
estoy seguro de lo que le pasa, pero tiene una habilidad poco
común. Si mejora o empeora, por favor, informe a alguno de los Du
Vrangr Gata.
La cuidadora hizo una reverencia.
-Como deseéis, Asesino de Sombra. Disculpad mi
error.
-¿Cómo le hirieron?
-Un soldado le cortó los dedos cuando intentó parar una
espada con la mano. Después, uno de los proyectiles de las
catapultas del Imperio le cayó en la pierna: se la aplastó, y no
había posibilidad alguna de salvarla: tuvimos que amputar. Los
hombres que estaban a su lado dijeron que, cuando le alcanzó el
proyectil, inmediatamente empezó a gritar, hablando de la luz y
que, cuando lo recogieron, observaron que los ojos se le habían
quedado completamente blancos. Hasta las pupilas le habían
desaparecido.
-Ah. Me ha sido de gran ayuda. Gracias.
Cuando Eragon y Nasuada salieron por fin de las tiendas de
los heridos, ya había anochecido.
-Ahora no me iría nada mal una jarra de aguamiel -dijo
Nasuada tras lanzar un suspiro.
Eragon asintió, con la mirada fija entre los pies.
Emprendieron el regreso al pabellón de ella.
-¿En qué piensas, Eragon? -le preguntó al cabo de un
rato.
-En que vivimos en un mundo extraño, y en que tendré suerte
si alguna vez llego a entender aunque sólo sea una mínima
parte.
Luego le explicó su conversación con el hombre, que a ella le
pareció tan interesante como a él.
-Deberías explicárselo a Arya -sugirió Nasuada-. Quizás ella
sepa quiénes pueden ser esos «otros».
Se separaron ante el pabellón; Nasuada entró para acabar de
leer un informe, mientras que Saphira y él prosiguieron hacia su
tienda. Allí la dragona se acurrucó en el suelo y se dispuso a
dormir, mientras Eragon se sentaba a su lado y observaba las
estrellas, como un desfile de hombres heridos paseando ante sus
ojos.
Lo que muchos de ellos le habían dicho seguía resonándole en
la mente: «Luchamos por ti, Asesino de Sombra».