Cuatro horas más tarde, Eragon se encontraba en lo alto de una loma salpicada de flores silvestres amarillas.


Alrededor de la loma se extendía un frondoso prado que bordeaba el río Jiet, que discurría unos treinta metros a la derecha de Eragon. El cielo estaba brillante y límpido y los rayos del sol iluminaban todo con una suave luz. El aire era fresco y suave y olía a fresco, como si acabara de llover.

Reunidos frente a la loma estaban los aldeanos de Carvahall, ninguno de los cuales había resultado herido durante la lucha, y lo que aparentemente era la mitad de las fuerzas de los vardenos. Muchos de los guerreros sostenían largas lanzas decoradas con penachos bordados de todos los colores. Varios caballos, entre ellos Nieve de Fuego, pacían atados a unas estacas en el extremo del prado. A pesar de los esfuerzos de Nasuada, la organización de la ceremonia había llevado más tiempo de lo que nadie podía haberse imaginado.

El viento alborotaba el cabello de Eragon, aún húmedo tras habérselo lavado. En aquel momento, Saphira planeó sobre la congregación y aterrizó a su lado, batiendo las alas. El sonrió y le tocó en el hombro.

Pequeño…

En circunstancias normales, habría estado nervioso por tener que hablar frente a tanta gente y dirigir una ceremonia tan solemne e importante, pero tras la lucha anterior todo había asumido un aire de irrealidad, como si no fuera más que un sueño especialmente vivido.

En la base de la loma se encontraban Nasuada, Arya, Narheim, Jormundur, Angela, Elva y otros personajes importantes. El rey Orrin no acudió, ya que sus heridas resultaron ser más graves de lo que parecía en principio y sus médicos aún le estaban tratando en su Pabellón. En su lugar, asistió Irwin, el primer ministro del rey.

Los únicos úrgalos presentes eran los dos de la guardia privada de Nasuada. Eragon había estado presente cuando Nasuada había invitado a Nar Garzhvog a la celebración, y se había sentido aliviado cuando éste había tenido el buen criterio de declinar la invitación. Los aldeanos nunca habrían tolerado a un grupo numeroso de úrgalos en la boda. Nasuada incluso había tenido dificultades para convencerles de que aceptaran la presencia de sus guardas.

Con el murmullo provocado por el roce de las ropas, los aldeanos y los vardenos se echaron a los lados y abrieron un largo pasillo desde la loma hasta el lugar hasta donde se extendía la multitud. Entonces, los aldeanos unieron sus voces y empezaron a cantar las antiguas canciones de boda del valle de Palancar. Los tradicionales versos hablaban del ciclo de las estaciones, de la cálida tierra que daba origen a una nueva cosecha cada año, de los partos en primavera, de los tordos que anidaban y del desove de los peces, y de que el destino dictaba que los jóvenes ocuparan el lugar de los viejos. Una de las hechiceras de Blodhgarm, una elfa con el pelo plateado, sacó una pequeña lira de oro de una funda de terciopelo y acompañó a los aldeanos con sus propias notas, embelleciendo aquellas sencillas tonadas y dándole a las familiares melodías un aire melancólico.

Con pasos lentos y regulares, Roran y Katrina aparecieron uno a cada extremo del pasillo abierto entre la multitud, se dirigieron hacia la loma y, sin tocarse, empezaron a avanzar hacia Eragon. Roran llevaba una casaca que había tomado prestada de uno de los vardenos. Se había cepillado el pelo y recortado la barba, y llevaba las botas limpias. El rostro le brillaba con una alegría indescriptible. En conjunto, a Eragon le pareció que tenía un aspecto muy atractivo y distinguido. No obstante, era Katrina la que llamaba más su atención. Su vestido era de color azul claro, tal como correspondía a una novia en sus primeras nupcias, de corte sencillo pero con una cola de encaje de más de tres metros de largo, sujetada por dos niñas. Sus tirabuzones destacaban contra la pálida tela como cobre bruñido. En las manos llevaba un pomo de flores silvestres. Se la veía orgullosa, serena y bella.

Eragon oyó algún suspiro entre las mujeres al contemplar la cola del vestido, y decidió dar las gracias a Nasuada por encargar a los Du Vrangr Gata que le hicieran el vestido a Katrina, ya que supuso que era ella la responsable del regalo.

Horst caminaba tres pasos por detrás de Roran. A una distancia similar por detrás de Katrina caminaba Birgit, atenta a no pisar el vestido.

Cuando Roran y Katrina estaban a medio camino de la loma, un par de palomas blancas salieron volando de los sauces llorones que flanqueaban el río Jiet. Las palomas llevaban un aro de narcisos amarillos agarrado a las patas. Katrina aflojó el paso y se detuvo cuando se le acercaron. Los pájaros la rodearon tres veces y luego bajaron hasta depositarle el aro de flores sobre la cabeza para luego volver al río.

-¿Eso es cosa tuya? -le preguntó Eragon a Arya.

Arya sonrió.

En lo alto de la loma, Roran y Katrina se quedaron inmóviles ante Eragon mientras esperaban que los aldeanos acabaran de cantar. Cuando la estrofa final dio paso al silencio, Eragon levantó las manos y dijo:

-Sed bienvenidos todos. Hoy nos hemos reunido para celebrar la unión entre las familias de Roran, hijo de Garrow, y Katrina, hija de Ismira. Ambos tienen buena reputación y, por lo que yo sé, no están comprometidos con nadie más. No obstante, si ése no fuera el caso, o si alguien conoce alguna otra razón por la que no debieran convertirse en marido y mujer, que la exponga ante estos testigos, para que podamos juzgar la validez de tales argumentos. -Eragon hizo la pausa correspondiente y luego siguió-. ¿Quién de vosotros habla por Roran, hijo de Garrow?

-Roran no tiene padre ni tío -dijo Horst, dando un paso adelante-, así que yo, Horst, hijo de Ostrec, hablo por él como si fuera de mi propia sangre.

-¿Y quién de vosotros habla por Katrina, hija de Ismira?

Birgit dio un paso adelante.

-Katrina no tiene ni madre ni tía, así que yo, Birgit, hija de Mardra, hablo por ella como si fuera de mi propia sangre.

A pesar de sus cuentas pendientes con Roran, la tradición decía que Birgit tenía el derecho y la obligación de representar a Katrina, al haber sido amiga íntima de su madre.

-Es justo y correcto. ¿Qué tiene entonces, Roran, hijo de Garrow, que aportar a este matrimonio, para que él y su esposa puedan prosperar?

Aporta su nombre -dijo Horst-. Aporta su martillo. Aporta la fuerza de sus manos. Y aporta la promesa de una granja en Carvahall, donde ambos puedan vivir en paz.

El asombro se extendió por toda la multitud, al darse cuenta la gente de lo que estaba haciendo Roran: estaba comprometiéndose y declarando públicamente que el Imperio no evitaría que volviera a casa con Katrina para darle la vida que ella tendría en aquel momento de no ser por la sangrienta intervención de Galbatorix. Roran estaba comprometiendo su honor, como hombre y como marido, condicionándolo a la caída del Imperio.

-¿Aceptas lo que se ofrece, Birgit, hija de Mardra? -preguntó Eragon.

-Acepto -dijo Birgit, asintiendo.

-¿Y que aporta Katrina, hija de Ismira, a este matrimonio, para que ella y su esposo puedan prosperar?

-Aporta su amor y devoción, con los que servirá a Roran, hijo de Garrow. Aporta su habilidad en la organización de una casa. Y aporta una dote.

Sorprendido, Eragon observó a Birgit, que hacía un gesto a dos hombres situados junto a Nasuada y que, a su vez, se acercaron con un cofre de metal sujeto entre los dos. Birgit abrió el cierre del cofre, levantó la tapa y mostró a Eragon su contenido. El echó un vistazo y vio el montón de joyas de su interior.

-Aporta un collar de oro con diamantes incrustados. Aporta un prendedor de coral rojo del mar del Sur y una redecilla con perlas para el pelo. Aporta cinco anillos de oro y oro blanco. El primer anillo… -Al tiempo que Birgit describía cada pieza, la sacaba del cofre y la levantaba, para que todos pudieran ver que decía la verdad.

Eragon continuaba atónito; echó una mirada a Nasuada y observó la sonrisa satisfecha que lucía.

Cuando Birgit acabó con su letanía y cerró el cofre, Eragon preguntó:

-¿Aceptas lo que se ofrece, Horst, hijo de Ostrec?

-Acepto.

-Así pues, vuestras familias se convierten en una sola, de acuerdo con la ley de la tierra. -Luego, por primera vez, Eragon se dirigió a Roran y a Katrina directamente-. Los que han hablado por vosotros han acordado los términos del matrimonio. Roran, ¿estás satisfecho de cómo ha negociado Horst, hijo de Ostrec, en tu nombre?

-Lo estoy.

-Y Katrina, ¿estás satisfecha de cómo ha negociado Birgit, hija de Mardra, en tu nombre?

-Lo estoy.

-Roran Martillazos, hijo de Garrow: ¿juras, por tu nombre y por tu linaje, que protegerás y cuidarás a Katrina, hija de Ismira, mientras ambos viváis?

-Yo, Roran Martillazos, hijo de Garrow, juro, por mi nombre y por mi linaje, que protegeré y cuidaré a Katrina, hija de Ismira, mientras ambos vivamos.

-¿Juras defender su honor, serle leal y fiel en los años venideros, y tratarla con el respeto, la dignidad y la amabilidad debidos?

-Juro defender su honor, serle leal y fiel en los años venideros, y tratarla con el respeto, la dignidad y la amabilidad debidos.

-¿Yjuras darle las llaves de tus posesiones, si las hubiera, y de la caja donde guardarás tu dinero, mañana al ponerse el sol, para que pueda ocuparse de tus negocios como debe hacer una esposa?

Roran juró que lo haría.

-Katrina, hija de Ismira: ¿juras, por tu nombre y tu linaje, que servirás y cuidarás a Roran, hijo de Garrow, mientras ambos viváis?

-Yo, Katrina, hija de Ismira, juro por mi nombre y por mi linaje que serviré y cuidaré a Roran, hijo de Garrow, mientras ambos vivamos.

-¿Juras defender su honor, serle leal y fiel en los años venideros, tener sus hijos si los hubiera y ser una madre cariñosa con ellos?

-Juro defender su honor, serle leal y fiel en los años venideros, tener sus hijos si los hubiera y ser una madre cariñosa con ellos.

-¿Y juras hacerte cargo de sus riquezas y posesiones y gestionarlas responsablemente, para que él pueda concentrarse en las tareas que le conciernen sólo a él?

Katrina juró que lo haría.

Sonriendo, Eragon se sacó una cinta roja de la manga y dijo:

-Cruzad las muñecas.

Roran y Katrina extendieron los brazos izquierdo y derecho, respectivamente, e hicieron como les decía. Apoyando la parte central de la cinta contra sus muñecas, Eragon la pasó tres veces a su alrededor y ató los extremos con un lazo.

-¡Haciendo uso de mi potestad como Jinete de Dragón, os declaro marido y mujer!

La multitud estalló en vítores. Acercándose, Roran y Katrina se besaron y el público redobló sus gritos. Saphira acercó la cabeza hacia la radiante pareja y, al separarse, tocó a Roran y a Katrina en la frente con la punta del morro.

Que viváis muchos años, y que vuestro amor se vuelva más profundo con cada año que pase -les dijo.

Roran y Katrina se giraron hacia los presentes y levantaron sus brazos unidos hacia el cielo.

¡Que empiece el banquete! -declaró Roran.

Eragón siguió a la pareja mientras descendían de la loma y caminaban por entre la bulliciosa muchedumbre hacia las dos sillas que habian colocado a la cabeza de una fila de mesas. Se sentaron en ellas, como rey y reina de su fiesta, y los invitados empezaron a ponerse en fila para presentarles sus felicitaciones y sus regalos. Eragon fue el primero. Lucía una sonrisa tan amplia como la de ellos. Estrechó la mano libre de Eragon y luego inclinó la cabeza en dirección a Katrina.

-Gracias, Eragon -dijo ella.

-Sí, gracias -añadió Roran.

-El honor ha sido mío. -Se los quedó mirando y luego estalló

en una carcajada.

-¿Qué pasa? -preguntó Roran.

-¡Vosotros dos, que parecéis bobos, de lo contentos que estáis!

Con los ojos brillantes, Katrina se rio y abrazó a Roran.

-¡Es que lo estamos!

Eragon se puso serio y continuó:

-Tenéis que saber la suerte que tenéis de estar hoy aquí. Roran, si no hubieras podido convencer a todos para ir hasta los Llanos Ardientes, y si los Ra'zac se te hubieran llevado, Katrina, a Urü'baen, ninguno de los dos habría…

-Sí, pero lo conseguí, y no lo hicieron -le interrumpió Roran-. No empañemos este día con pensamientos desagradables de lo que podría haber sido y no es.

-No lo digo por eso. -Eragon echó un vistazo a la fila de gente que esperaba tras él, para asegurarse de que no estaban lo suficientemente cerca como para oírle-. Los tres somos enemigos del Imperio. Y tal como se ha demostrado hoy, no estamos seguros, ni siquiera entre los vardenos. Si Galbatorix puede, nos atacará a cualquiera de los tres, incluida tú, Katrina, para hacer daño a los otros. Así que os he

hecho esto.

Del bolsillo de su cinturón, sacó dos anillos de oro lisos, pulidos y brillantes. Los había moldeado la noche anterior a partir de la última de las esferas de oro que había extraído de la tierra. Le dio el más grande a Roran y el más pequeño a Katrina.

Roran giró su anillo, examinándolo, y luego lo miró tras levantarlo hacia el cielo, intentando descifrar los glifos tallados en idioma antiguo en el interior del metal.

-Es muy bonito, pero ¿cómo puede contribuir a protegernos?

-Los he encantado para que hagan tres cosas -dijo Eragon-. Si alguna vez necesitáis mi ayuda, o la de Saphira, dadle una vuelta al anillo en el dedo y decid: «Ayúdame, Asesino de Sombra; ayúdame, Escamas Brillantes», y os oiremos y vendremos lo más rápidamente posible. Por otra parte, si alguno de los dos está próximo a la muerte, vuestro anillo nos alertará a nosotros y a ti, Roran, o a ti, Katrina, dependiendo de quién esté en peligro. Y mientras tengáis los anillos en contacto con la piel, siempre sabréis cómo encontrar al otro, por muy lejos que estéis. -Dudó un momento, y luego añadió-: Espero que estéis de acuerdo en llevarlos puestos.

-Por supuesto que sí -dijo Katrina.

Roran hinchó el pecho y la voz se le volvió algo ronca.

-Gracias -le dijo-. Gracias. Ojalá los hubiéramos tenido antes de que nos separaran en Carvahall.

Dado que sólo tenían una mano libre cada uno, Katrina le deslizó el anillo a Roran en el dedo medio de la mano derecha, y él le puso el suyo a Katrina, colocándoselo en el dedo medio de la mano izquierda.

-Tengo otro regalo para vosotros -dijo Eragon. Girándose, emitió un silbido y agitó los brazos. A través de la multitud se abrió paso un mozo que traía a Nieve de Fuego cogido por la brida. El mozo le dio a Eragon las riendas del semental, hizo una reverencia y se retiró-. Roran, necesitarás una buena montura. Este es Nieve de Fuego. Fue de Brom, luego mío y ahora te lo doy a ti.

Roran recorrió a Nieve de Fuego con la vista.

-Es un animal magnífico.

-De lo mejor. ¿Lo aceptas?

-Encantado.

Eragon volvió a llamar al mozo y le devolvió a Nieve de Fuego, indicándole que Roran era el nuevo propietario del semental. Cuando el mozo se fue, Eragon echó un vistazo a la gente haciendo cola con regalos para Roran y Katrina.

-Vosotros dos quizá fuerais pobres esta mañana, pero para cuando llegue la noche seréis ricos. Si alguna vez Saphira y yo podemos dejar de vagar por el mundo, tendremos que ir a vivir con vosotros, en el salón gigante que construyáis para todos vuestros hijos.

-Sea lo que sea lo que construyamos, me temo que difícilmente será lo suficientemente grande como para que quepa Saphira -dijo Roran.

-Pero siempre seréis bienvenidos -añadió Katrina-. Los dos.

Después de felicitarlos una vez más, Eragon se instaló en el extremo de la mesa y se entretuvo lanzándole pedacitos de pollo asado a Saphira y viendo cómo los atrapaba en el aire. Allí se quedó hasta que Nasuada acabó de hablar con Roran y Katrina, dándoles algo pequeño que no consiguió ver. Entonces detuvo a Nasuada, que abandonaba la fiesta.

-¿Qué hay, Eragon? -le preguntó-. No puedo entretenerme.

-¿Fuisteis vos quien le dio a Katrina su vestido y su dote?

-Sí. ¿Lo desapruebas?

-Os estoy agradecido por vuestra generosidad con mi familia, pero me pregunto…

-¿Sí?

-¿No necesitan tanto los vardenos ese oro?

-Lo necesitamos -dijo Nasuada-, pero no tan desesperadamente como antes. Desde mi plan de los encajes y desde que triunfé en la Prueba de los Cuchillos Largos y las tribus errantes me juraron lealtad absoluta y me dieron acceso a sus riquezas, es menos probable que muramos de hambre y más probable que lo hagamos por no tener un escudo o una lanza. -Sus labios dibujaron una sonrisa-. Lo que le he dado a Katrina es insignificante comparado con las enormes cantidades que necesita este ejército para funcionar. Y no creo haber malgastado mi oro. Más bien creo que he hecho una valiosa adquisición. He adquirido prestigio y dignidad para Katrina y, de paso, me he asegurado la buena voluntad de Roran. Puede que sea demasiado optimista, pero sospecho que su lealtad me será mucho más valiosa que cien escudos o cien lanzas.

-Siempre procuráis mejorar las expectativas de los vardenos, ¿no es cierto? -dijo Eragon.

-Siempre. Como debe ser. -Nasuada se dispuso a alejarse, pero volvió atrás y dijo-: Poco antes de la puesta de sol, ven a mi pabellón y visitaremos a los hombres que resultaron heridos hoy. Hay muchos que no podemos curar, ya sabes. Les hará bien ver que nos preocupamos por su bienestar y que apreciamos su sacrificio.

-Allí estaré -dijo Eragon tras asentir.

-Bien.

Pasaron las horas, y Eragon comió, bebió y rio, e intercambió anécdotas con viejos amigos. El aguamiel corrió como el agua, y el banquete de bodas cada vez estaba más animado. Abrieron un espacio entre las mesas y los hombres pusieron a prueba su destreza en pulsos, pruebas de tiro con arco y enfrentamientos con lanzas largas. Dos de los elfos, uno de cada sexo, demostraron su habilidad con los juegos de espadas, sorprendiendo a los presentes con la velocidad y la elegancia en la manipulación de las armas, e incluso Arya accedió a interpretar una canción, que hizo que Eragon se estremeciera.

Durante todo aquel rato, Roran y Katrina dijeron poco y optaron por quedarse sentados, intercambiando miradas, ajenos a todo lo que los rodeaba.

Cuando la panza anaranjada del sol entró en contacto con el horizonte, Eragon, a su pesar, se excusó. Con Saphira al lado, dejó atrás el jolgorio y se encaminó al pabellón de Nasuada, respirando a fondo el fresco aire de la noche para aclararse la mente. Nasuada le esperaba frente a su tienda de mando, con los Halcones de la Noche rodeándola. Sin decir una palabra, ella, Eragon y Saphira cruzaron el campamento hasta llegar a las tiendas de los sanadores, donde yacían los guerreros heridos.

Durante más de una hora, Nasuada y Eragon visitaron a los hombres que habían perdido algún miembro o los ojos, o que habían contraído alguna infección incurable durante la lucha contra el Imperio. Algunos de los guerreros habían resultado heridos aquella misma mañana. Otros, tal como descubrió Eragon, habían recibido heridas en los Llanos Ardientes y aún no se habían recuperado, a pesar de todas las hierbas y los hechizos que les habían administrado. Nasuada le había advertido que no se agotara aún más intentando curar a todo el que encontrara, pero no pudo evitar murmurar algún hechizo aquí y allá para aliviar el dolor, drenar un absceso, recolocar un hueso roto o eliminar alguna desagradable cicatriz.

Uno de los hombres que vio Eragon había perdido la pierna izquierda por debajo de la rodilla, así como dos dedos de la mano derecha. Tenía una barba corta y gris y los ojos cubiertos con una tira de tela negra. Cuando Eragon le saludó y le preguntó cómo se encontraba, el hombre alargó la mano y agarró a Eragon por el codo con los tres dedos de su mano derecha. Con una voz ronca, el hombre dijo:

-Ah, Asesino de Sombra, sabía que vendrías. Te he estado esperando desde la luz.

-¿Qué quieres decir?

-La luz que iluminó la carne del mundo. En un solo momento, vi a todos los seres vivos a mi alrededor, desde el más grande al más pequeño. Me vi los huesos brillando dentro de los brazos. Vi los gusanos de la tierra y los cuervos en el cielo, y los ácaros en las alas de los cuervos. Los dioses me han tocado, Asesino de Sombra. Me dieron esta visión por algún motivo. Yo te vi en el campo de batalla, a ti y a tu dragón, y eras como un sol radiante en medio de un bosque de tenues velas. Y vi a tu hermano, a tu hermano y a su dragón, y ellos también eran como un sol.

A Eragon el vello de la nuca se le puso de punta.

-No tengo ningún hermano -dijo.

El soldado tullido se rio, socarrón.

-No puedes engañarme, Asesino de Sombra. Sé muy bien lo que digo. El mundo arde a mi alrededor, y desde el fuego oigo el murmullo de las mentes, y esos murmullos me dicen cosas. Ahora te escondes de mí, pero aun así puedo verte, un hombre de llama amarilla con doce estrellas flotando alrededor de la cintura y con otra estrella, más brillante que las demás, en la mano derecha.

Eragon se cubrió con la mano el cinturón de Beloth el Sabio, para comprobar que los doce diamantes cosidos en su interior seguían bien

ocultos. Lo estaban.

-Escúchame, Asesino de Sombra -susurró el hombre, tirando de Eragon para acercárselo a la cara surcada de arrugas-. Vi a tu hermano, y ardía, pero no ardía como tú. Oh, no. La luz de su alma brillaba «a través de él», como si procediera de otra persona. El, «él» era una forma vacía, la silueta de un hombre. Y a través de aquella forma llegaba el brillo ardiente. ¿Lo entiendes? Eran otros quienes lo iluminaban.

-¿Dónde estaban esos otros? ¿También los viste?

El soldado dudó.

-Podía sentirlos cerca, expresando su furia ante el mundo como si odiaran todo lo que hay en él, pero sus cuerpos estaban ocultos. Estaban allí y no lo estaban. No puedo explicarlo mejor… No querría acercarme más a esas criaturas, Asesino de Sombra. No son humanas, de eso estoy seguro, y su odio era como la mayor tormenta que hayas visto nunca, concentrada dentro de una minúscula botellita de cristal.

-Y cuando la botellita se rompa… -murmuró Eragon.

-Exactamente, Asesino de Sombra. A veces me pregunto si Galbatorix habrá conseguido capturar a los mismos dioses y convertirlos en sus esclavos, pero entonces me río y me digo lo loco que estoy.

-Pero ¿los dioses de quién? ¿De los enanos? ¿De las tribus errantes?

-¿Eso importa, Asesino de Sombra? Un dios es un dios, independientemente de su procedencia.

Eragon soltó un gruñido.

-Quizá tengas razón.

Mientras se alejaba del camastro del hombre, una de las cuidadoras se acercó a Eragon.

-Perdonadle, señor. El trastorno provocado por las heridas le ha hecho enloquecer. Siempre va contando historias de soles y estrellas, y de luces brillantes que afirma ver. A veces parece como si supiera cosas que no debería, pero no os engañéis, las saca de los otros pacientes. Se pasan el día chismorreando. Es lo único que pueden hacer, los pobres.

-No me llames «señor» -dijo Eragon-. Y él no está loco. No estoy seguro de lo que le pasa, pero tiene una habilidad poco común. Si mejora o empeora, por favor, informe a alguno de los Du Vrangr Gata.

La cuidadora hizo una reverencia.

-Como deseéis, Asesino de Sombra. Disculpad mi error.

-¿Cómo le hirieron?

-Un soldado le cortó los dedos cuando intentó parar una espada con la mano. Después, uno de los proyectiles de las catapultas del Imperio le cayó en la pierna: se la aplastó, y no había posibilidad alguna de salvarla: tuvimos que amputar. Los hombres que estaban a su lado dijeron que, cuando le alcanzó el proyectil, inmediatamente empezó a gritar, hablando de la luz y que, cuando lo recogieron, observaron que los ojos se le habían quedado completamente blancos. Hasta las pupilas le habían desaparecido.

-Ah. Me ha sido de gran ayuda. Gracias.

Cuando Eragon y Nasuada salieron por fin de las tiendas de los heridos, ya había anochecido.

-Ahora no me iría nada mal una jarra de aguamiel -dijo Nasuada tras lanzar un suspiro.

Eragon asintió, con la mirada fija entre los pies. Emprendieron el regreso al pabellón de ella.

-¿En qué piensas, Eragon? -le preguntó al cabo de un rato.

-En que vivimos en un mundo extraño, y en que tendré suerte si alguna vez llego a entender aunque sólo sea una mínima parte.

Luego le explicó su conversación con el hombre, que a ella le pareció tan interesante como a él.

-Deberías explicárselo a Arya -sugirió Nasuada-. Quizás ella sepa quiénes pueden ser esos «otros».

Se separaron ante el pabellón; Nasuada entró para acabar de leer un informe, mientras que Saphira y él prosiguieron hacia su tienda. Allí la dragona se acurrucó en el suelo y se dispuso a dormir, mientras Eragon se sentaba a su lado y observaba las estrellas, como un desfile de hombres heridos paseando ante sus ojos.

Lo que muchos de ellos le habían dicho seguía resonándole en la mente: «Luchamos por ti, Asesino de Sombra».