Un grito de júbilo se elevó entre la multitud.


Eragon estaba sentado en las casetas de madera que los enanos habían construido a lo largo de la base de los parapetos exteriores de la fortaleza Bregan. La fortaleza se asentaba encima de un redondeado cerro del monte Thardür, un kilómetro y medio por encima del brumoso suelo del valle, y desde allí se podía ver a leguas de distancia en cualquier dirección, hasta que las accidentadas montañas tapaban el horizonte. Al igual que Tronjheim y las otras ciudades de los enanos que Eragon había visitado, la fortaleza Bregan estaba construida por entero con piedras de cantera: en este caso era un granito rojizo que otorgaba una sensación de calidez a las habitaciones y a los pasillos del interior. La fortaleza era un sólido edificio de gruesos muros que se levantaba cinco pisos hasta un campanario abierto en cuyo techo había una lágrima de cristal del diámetro de dos enanos, sujetada con cuatro arcos de granito que se juntaban en el centro formando un ángulo en la clave. Esa lágrima, según Orik le había contado a Eragon, era una copia en grande de las antorchas sin llama de los enanos y, en ocasiones de gran emergencia, se podía utilizar para iluminar todo el valle con su luz dorada. Los enanos la llamaban Az Sindriznarrvel, o la Gema de Sindri. En los flancos de la fortaleza se apiñaban numerosas construcciones exteriores y otras estructuras con establos, fraguas e iglesias dedicadas a Morgothal, el dios del fuego de los enanos y el patrón de los herreros. Bajo sus altos y lisos muros, había decenas de granjas esparcidas por los claros del bosque de cuyas chimeneas de piedra se elevaban nubes de humo.

Todo eso, y más, le había contado Orik a Eragon después de que los tres pequeños enanos lo hubieran acompañado hasta el patio de la fortaleza Bregan. En cuanto se cruzaban con alguien, gritaban: «¡Argetlam!».

Orik había recibido a Eragon como un hermano y le había llevado a los baños. Cuando se hubo bañado, se ocupó de que lo vistieran con una túnica de un púrpura oscuro y de que le pusieran un aro de oro en la frente.

Después, Orik le sorprendió al presentarle a Hvedra, una enana de ojos brillantes y rostro de manzana con el pelo largo; le anunció con orgullo que se habían casado dos días antes. Mientras Eragon expresaba su sorpresa y los felicitaba, Orik cambió el peso del cuerpo de un pie a otro, incómodo.

-Me apenó que no pudieras asistir a la ceremonia, Eragon. Hice que uno de nuestros hechiceros contactara con Nasuada, y le pedí que os diera, a ti y a Saphira, mi invitación, pero ella se negó a decíroslo; tenía miedo de que esa invitación te distrajera de la misión que tenías. No la culpo, pero hubiera deseado que esta guerra te hubiera permitido asistir a nuestra boda, y a nosotros a la de tu primo, ya que estamos emparentados ahora, por ley aunque no por sangre.

Hvedra, con un acento fuerte, añadió:

-Por favor, considérame de la familia, Asesino de Sombra. Mientras esté en mi mano, serás siempre tratado como un miembro de la familia en la fortaleza Bregan, y podrás pedir acogida en nuestra casa siempre que lo necesites, aunque sea Galbatorix quien te persiga.

Eragon asintió con la cabeza, conmovido por la oferta.

-Eres muy amable. Si no te molesta mi curiosidad, ¿por qué habéis decidido tú y Orik casaros ahora?

-Teníamos pensado contraer matrimonio esta primavera, pero…

-Pero -continuó Orik con su brusquedad habitual- los úrgalos atacaron Farthen Dür, y entonces Hrothgar me mandó a viajar contigo a Ellesméra. Cuando volví y las familias del clan me aceptaron como su grimstborith, pensamos que era el momento perfecto para terminar el noviazgo y convertirnos en marido y mujer. Quizá ninguno de nosotros sobreviva más allá de este año y, entonces, ¿por qué atrasarlo?

-Teníais que elegir al jefe del clan -dijo Eragon.

-Sí. Elegir al próximo jefe de Dürgrimst Ingeitum fue un asunto difícil, estuvimos ocupados en eso más de una semana, pero al final la mayoría de las familias estuvieron de acuerdo en que yo debía seguir los pasos de Hrothgar y heredar su posición, dado que yo era el único heredero declarado.

Eragon estaba sentado al lado de Orik y de Hvedra, devorando el cordero y el pan que los enanos le habían servido y observando el torneo que tenía lugar delante de las casetas. Orik le había contado que era costumbre entre las familias de enanos que, si tenían oro ofrecieran juegos para entretenimiento de sus invitados de boda. La familia de Hrothgar era tan rica que los juegos, esta vez, ya habían durado tres días y continuarían otros cuatro más. Había varias competiciones: lucha libre, arco, lucha con espada, demostraciones de fuerza y el torneo que estaba teniendo lugar en esos momentos, el Ghastgar.

Desde los dos extremos de un campo de hierba, dos enanos cabalgaban el uno hacia el otro encima de unas Feldünost blancas. Las cornudas cabras de las montañas daban saltos de dos metros sobre el césped del campo. El enano de la derecha llevaba un pequeño escudo en el brazo izquierdo, pero no llevaba ningún arma. El enano de la izquierda no tenía escudo, pero en la mano derecha blandía una jabalina lista para ser lanzada.

Eragon aguantó la respiración mientras la distancia entre las Feldünost se reducía. Cuando estuvieron a menos de dos metros de distancia, el enano de la izquierda, con un rápido movimiento del brazo, lanzó la jabalina contra su oponente. El otro enano no se protegió con el escudo, sino que levantó el brazo y, con una rapidez de reflejos asombrosa, atrapó la lanza en el aire. La blandió por encima de su cabeza. La multitud prorrumpió en gritos de júbilo, a los cuales se sumó Eragon, que aplaudió con fuerza.

-¡Eso ha sido una muestra de gran habilidad! -exclamó Orik, que rio y se terminó la jarra de hidromiel.

La cota de malla le brillaba bajo la primera luz de la tarde. Llevaba un yelmo adornado con oro, plata y rubíes, y en los dedos lucía cinco anillos grandes. De la cintura le colgaba el hacha, que siempre llevaba encima. Hvedra iba vestida de forma más suntuosa, con tiras de tela bordada por encima del elegante vestido y unos collares de perlas y de oro entrelazado en el cuello. En el pelo lucía una peineta de marfil en la cual había una esmeralda engarzada que era grande como el dedo pulgar de Eragon.

Entonces una hilera de enanos se pusieron en pie y soplaron unos cuernos que llenaron las montañas de alrededor con su eco. Un enano dio un paso hacia delante y, en el idioma de los enanos, pronunció el nombre del ganador del último torneo, así como los nombres de los siguientes contrincantes del Ghastgar.

Cuando el maestro de ceremonias terminó de hablar, Eragon se inclinó hacia delante y preguntó:

-¿Nos acompañarás a Farthen Dür, Hvedra?

Ella negó con la cabeza y le dedicó una amplia sonrisa.

-No puedo. Debo quedarme aquí y atender los asuntos de los Ingeitum mientras Orik está fuera, para que, cuando vuelva, no encuentre a nuestros guerreros muertos de hambre y todo nuestro oro agotado.

Riendo, Orik levantó la jarra hacia uno de los sirvientes que se encontraba a unos metros de él. Mientras el enano se apresuraba a llenársela con hidromiel, Orik le dijo a Eragon con un orgullo que era evidente:

-Hvedra no exagera. No sólo es mi esposa, ella es la… Ay, vosotros no tenéis una palabra para eso. Ella es la grimstcarvlorss de Dürgrimst Ingeitum. «Grimstcarvlorss» significa: «guardiana de la casa», «la que arregla la casa». Su deber es asegurarse de que las familias de nuestro clan pagan el diezmo a la fortaleza Bregan, de que los rebaños se conducen a los campos adecuados en el momento preciso, de que nuestras reservas de comida y grano no se reduzcan demasiado, de que las mujeres del Ingeitum tejan telas suficientes, de que nuestros guerreros estén bien equipados, de que nuestros herreros siempre tengan metal de hierro y, en resumidas cuentas, de que nuestro clan esté bien organizado y de que prospere. Hay un dicho entre nuestra gente: «Una buena grimstcarvlorss puede crear un clan…».

-«Y una mala grimstcarvlorss puede destruir un clan» -dijo Hvedra.

Orik sonrió y le tomó la mano a Hvedra.

-Y Hvedra es la mejor de las grimstcarvlorssn. No es un título heredado. Hay que demostrar la propia valía para desempeñar el cargo. Es raro que la mujer de un grimstborith sea una grimstcarvlorss. En ese sentido, soy muy afortunado.

Acercaron los rostros y se frotaron la nariz el uno con el otro. Eragon apartó la mirada, sintiéndose solo y excluido. Luego Orik se recostó en la silla, tomó un pedazo de carne y dijo:

-Ha habido muchas grimstcarvlorssn famosas en nuestra historia. A menudo se dice que la única cosa para la que los jefes de clan servimos es para declararnos la guerra los unos a los otros, y que las grimstcarvlorssn prefieren que pasemos el tiempo peleándonos y que no tengamos un momento para interferir en los asuntos del clan.

-Vamos, Skilfz Delva -dijo Hvedra-. Sabes que eso no es verdad. O que no será así entre nosotros.

-Bueeeno -repuso Orik, acercando su frente a la de Hvedra.

Volvieron a frotarse la nariz.

Eragon dirigió de nuevo su atención a la multitud, que acababa de Proferir silbidos y abucheos. Vio que uno de los enanos que competía en el Ghastgar había perdido la calma y, en el último momento, había dirigido a su Feldúnost a un lado y continuaba intentando huir de su contrincante. El enano que tenía la jabalina le siguió durante dos vueltas. Cuando estuvo lo bastante cerca, se puso de pie encima de los estribos y lanzó la jabalina, que acertó al otro enano en la parte trasera del hombro. Éste, con un aullido, cayó de su montura y se quedó tumbado de lado sujetando el arma que tenía clavada en la carne. Un sanador corrió hasta él. Al cabo de un momento, todo el mundo dio la espalda al espectáculo.

Orik hizo una mueca de disgusto.

-¡Bah! Pasarán muchos años hasta que su familia pueda borrar la mancha del deshonor de su hijo. Siento que hayas tenido que presenciar este penoso acto, Eragon.

-Nunca es agradable ver cómo alguien se cubre de vergüenza.

Los tres permanecieron sentados y en silencio durante los dos torneos siguientes. Luego Orik, para sorpresa de Eragon, le cogió del hombro y le preguntó:

-¿Te gustaría ver un bosque de piedra, Eragon?

-No existe una cosa así, a no ser que esté tallado.

Orik meneó la cabeza con los ojos brillantes.

-No está tallado y sí existe. Así que te lo pregunto otra vez: ¿te gustaría ver un bosque de piedra?

-Si no es una broma…, sí, me gustaría.

-Ah, me alegro de que hayas aceptado. No es una broma, y te prometo que mañana tú y yo caminaremos entre árboles de granito. Es una de las maravillas de las montañas Beor. Todos los invitados de Dürgrimst Ingeitum deberían tener la oportunidad de visitarlo.


A la mañana siguiente, Eragon se despertó en la cama demasiado estrecha de su habitación de piedra, de techo bajo y de muebles pequeños. Se lavó la cara en una jofaina de agua fría y, por puro hábito, intentó contactar mentalmente con Saphira, pero solamente percibió los pensamientos de los enanos y de los animales que había dentro y alrededor de la fortaleza. Se sintió flaquear, así que se agarró a los extremos de la jofaina, invadido por un sentimiento de soledad. Estuvo en esa postura, incapaz de moverse ni de pensar, hasta que s campo de visión adquirió un tono rojizo y vio unos puntitos flotando delante de los ojos. Con la respiración entrecortada, se esforzó por tranquilizar su respiración.

«La perdí durante el viaje a Helgrind, pero, por lo menos, sabía que estaba volviendo a ella tan deprisa como podía. Ahora me estoy alejando de ella, y no sé cuándo nos reuniremos.»

Hizo un esfuerzo por recuperarse, se vistió y recorrió los pasillos atravesados por el viento de la fortaleza Bregan. Cada vez que se encontraba con un enano, saludaba con un gesto de cabeza y ellos siempre le devolvían un enérgico:

-¡Argetlam!

Encontró a Orik y a doce enanos más en el patio de la fortaleza, colocando las monturas a una hilera de ponis cuyo aliento formaba un vaho blanco en el aire frío. Eragon se sintió como un gigante entre esos seres pequeños y musculosos que se movían a su alrededor.

Orik le saludó.

-Tenemos un burro en el establo, si tienes ganas de montar.

-No, continuaré a pie, si no te importa.

Orik se encogió de hombros.

-Como desees.

Cuando estuvieron listos para partir, Hvedra, con el vestido flotando detrás de ella, bajó los amplios escalones de piedra desde la entrada de la fortaleza Bregan y le ofreció a Orik un cuerno de marfil adornado con filigranas de oro en la embocadura y en el cuerpo. Le dijo:

-Era de mi padre, y lo llevaba cuando cabalgaba con Grimstborith Aldrim. Te lo doy para que puedas recordarme en los días venideros. -Le dijo algo más en el idioma de los enanos y en voz tan baja que Eragon no lo oyó.

A continuación, Orik y ella acercaron la frente el uno al otro. El enano montó en su silla, se llevó el cuerno a los labios y lo sopló. Una nota profunda y enardecedora fue aumentando de volumen hasta que todo el patio pareció vibrar como una cuerda tensada al viento. Dos cuervos negros levantaron el vuelo desde la torre, chillando. El sonido del cuervo provocó que a Eragon le hirviera la sangre. Se removió, ansioso por partir.

Orik levantó el cuerno por encima de su cabeza, dirigió una última mirada a Hvedra, espoleó a su poni y atravesó trotando las puertas de la fortaleza Bregan en dirección este, hacia la boca del valle. Eragon y los doce enanos le siguieron de cerca.

Durante tres horas siguieron un camino bien dibujado que seguía la ladera del monte Thardür subiendo cada vez más. Los enanos espoleaban a sus ponis tanto como podían sin dañar a los animales, pero su ritmo era muy lento comparado con el que Eragon seguía cuando estaba solo. Aunque se sintió frustrado, reprimió cualquier queja, puesto que se daba cuenta de que era inevitable que tuviera que viajar más despacio que cuando lo hacía con los elfos o con los kull.

Eragon sintió un escalofrío y se ajustó el abrigo. El sol todavía no había aparecido entre las montañas Beor, y un frío helado dominaba el valle a pesar de que sólo faltaban unas pocas horas para el mediodía.

Llegaron a una amplia llanura de granito de unos trescientos metros de anchura y la bordearon por la derecha, por una pendiente con unas formaciones octagonales naturales. Unos velos de bruma ocultaban el extremo del campo de piedra.

Orik levantó una mano y dijo:

-Contemplad, Az Knurldráthn.

Eragon achinó los ojos. Por mucho que se esforzara, no podía distinguir nada de interés en esa dirección.

-No veo ningún bosque de piedra.

Orik saltó de su poni, le dio las riendas al guerrero que tenía detrás y dijo:

-Camina conmigo, si lo deseas, Eragon.

Juntos caminaron en dirección al sinuoso banco de niebla. Eragon tuvo que ajustar el paso al de Orik. El vaho impregnó el rostro de Eragon, frío y húmedo, y se hizo tan denso que hacía invisible el resto del valle y los envolvía en un paisaje gris donde no parecía haber dirección ninguna. Sin desanimarse, Orik continuaba con paso decidido, pero Eragon se sentía desorientado y ligeramente vacilante, y caminaba con una mano extendida hacia delante por si se tropezaba con algo oculto en la niebla.

Orik se detuvo al llegar al borde de una fina grieta que atravesaba el granito a sus pies y dijo:

-¿Qué ves ahora?

Eragon achinó los ojos y miró a un lado y a otro, pero la niebla le pareció igual de monótona que antes. Abrió la boca para decirlo, pero en ese momento percibió una ligera irregularidad en la textura de la pared de niebla que quedaba a su derecha, una borrosa forma de luces y sombras que permanecía inalterada en medio del movimiento de la bruma. Entonces se dio cuenta de que había otras zonas que parecían igual de inmóviles: unas formas extrañas y abstractas que formaban objetos irreconocibles.

-No… -empezó a decir, y en ese momento una ráfaga de viento le revolvió el pelo.

Con el súbito impulso de la brisa, la niebla se hizo menos densa y las dispersas formas de luces y sombras formaron las siluetas de unos enormes árboles de color ceniza y de ramas desnudas y nudosas. Alrededor de Eragon y de Orik se elevaban docenas de árboles, pálidos esqueletos de un viejo bosque. Eragon colocó la palma de la mano sobre uno de los troncos: la corteza era fría y dura como una roca, y unos pálidos líquenes cubrían la superficie del árbol. Eragon sintió un cosquilleo en la nuca. A pesar de que no se consideraba supersticioso, esa niebla fantasmagórica, la extraña media luz y la aparición de esos árboles -lúgubres, misteriosos y de mal augurio- encendieron una chispa de miedo en él.

Se pasó la lengua por los labios y dijo:

-¿Cómo han llegado a ser así?

Orik se encogió de hombros.

-Algunos afirman que Güntera debió de colocarlos aquí cuando creó Alagaësia de la nada. Otros dicen que los hizo Helzvog, ya que la piedra es su elemento favorito, y ¿no tendría el rey de la piedra árboles de piedra en su jardín? Y hay otros que dicen que no, que antes eran árboles como los otros y que una gran catástrofe ocurrida eones atrás los debió de enterrar en el suelo y que, con el tiempo, la madera se convirtió en tierra, y la tierra, en piedra.

-¿Es posible?

-Sólo los dioses pueden saberlo. ¿Quién, aparte de ellos, puede comprender el porqué y el cómo del mundo? -Orik se alejó un poco-. Nuestros ancestros descubrieron el primero de estos árboles mientras extraían granito de esta zona, hace más de mil años. Entonces, el grimstborith de Dürgrimst Ingeitum, Hvalmar Lackhand, hizo detener las extracciones de granito y ordenó que sus albañiles extrajeran los árboles de la piedra que los envolvía. Cuando hubieron excavado casi cincuenta árboles, Hvalmar se dio cuenta de que debía de haber cientos, o incluso miles, de árboles de piedra enterrados en la ladera del monte Thardür, así que ordenó a sus hombres que abandonaran el proyecto. A pesar de ello, este lugar atrapó la imaginación de los de nuestra raza y, desde entonces, knurlan de todos los clanes han viajado hasta aquí y han trabajado para extraer cada vez más árboles del granito. Incluso hay cierto tipo de knurlan que han dedicado toda su vida a esta tarea. También se ha convertido en tradición enviar a los hijos problemáticos aquí para que extraigan uno o dos árboles bajo la supervisión de un maestro albañil. -Eso parece muy aburrido. -Les da tiempo de arrepentirse de su actitud. -Orik se mesó la barba-. Yo mismo pasé aquí unos cuantos meses cuando era un bravucón de treinta y cuatro años.

-¿Y te arrepentiste de tu actitud?

-No. Era demasiado… «aburrido». Después de todas esas semanas solamente había sido capaz de extraer una única rama del granito, así que me escapé y me encontré con un grupo de Vrenshrrgn.

-¿Enanos del clan Vrenshrrgn?

-Sí, knurlagn del clan Vrenshrrgn, Lobos de Guerra o Lobos Guerreros, como lo digáis en vuestro idioma. Me encontré con ellos, me emborraché de cerveza y, mientras ellos cazaban Nagran, decidí que yo también mataría a un jabalí y se lo llevaría a Hrothgar para aplacar su cólera contra mí. No fue el acto más inteligente que he hecho en mi vida. Incluso nuestros guerreros más hábiles tienen miedo de cazar Nagran, y yo era más un niño que un hombre. Cuando se me aclaró la mente, me maldije por idiota, pero ya había jurado que lo haría, así que no me quedaba más remedio que cumplir mi juramento.

Aprovechando la pausa de Orik, Eragon preguntó:

-¿ Qué sucedió?

-Oh, maté un Nagra con la ayuda de los Vrenshrrgn, pero el jabalí me hirió en el hombro y me lanzó contra las ramas de un árbol. Los Vrenshrrgn tuvieron que transportarnos a los dos, al Nagra y a mí, hasta la fortaleza Bregan. El jabalí le gustó a Hrothgar, y yo…, a pesar de los cuidados de nuestros mejores sanadores, tuve que pasar todo un mes en cama. Hrothgar dijo que eso era un castigo por haber incumplido sus órdenes.

Eragon observó al enano un momento.

-Le echas de menos.

Orik permaneció un instante con la barbilla clavada en el musculoso pecho. Entonces levantó su hacha y golpeó el granito con ella, lo que provocó un agudo sonido que resonó entre los árboles.

-Han pasado dos siglos enteros desde que el último dürgrimstvren, la última guerra entre clanes, sacudió nuestra nación, Eragon. Sin embargo, ¡por las negras barbas de Morgothal!, estamos a las puertas de otro, ahora.

-¿Ahora, precisamente? -exclamó Eragon, abatido-. ¿De verdad es tan grave?

Orik frunció el ceño.

-Es peor. Las tensiones entre los clanes son las más fuertes de lo que la memoria recuerda. La muerte de Hrothgar y la invasión de Nasuada del Imperio han servido para inflamar las pasiones, empeorar viejas rivalidades y dar fuerza a quienes piensan que es una locura ofrecernos a los vardenos.

-¿Cómo pueden pensar eso, cuando Galbatorix ya ha atacado Tronjheim con los úrgalos?

-Porque -repuso Orik- están convencidos de que es imposible derrotar a Galbatorix, y sus argumentos tienen mucho peso entre nuestra gente. ¿Tú podrías afirmar con honestidad, Eragon, que si en este mismo instante Galbatorix se enfrentara a ti y a Saphira, vosotros podrías vencerle?

Eragon sintió un nudo en la garganta.

-No.

-Ya lo pensaba. Los que se oponen a los vardenos se han protegido de la amenaza de Galbatorix. Dicen que si nos hubiéramos negado a acoger a los vardenos, Galbatorix no hubiera tenido ningún motivo para declararnos la guerra. Dicen que nos ocupemos de nuestros asuntos y que permanezcamos escondidos en nuestras cuevas y túneles si no queremos tener nada que temer de Galbatorix. No se dan cuenta de que el ansia de poder de Galbatorix es insaciable: no va a descansar hasta tener toda Alagaësia a sus pies.

Orik meneó la cabeza y los músculos del antebrazo se le marcaron mientras cogía el filo del hacha entre dos dedos.

-No voy a permitir que nuestra raza se esconda en túneles como conejos asustados para que el lobo haga un agujero y nos coma a todos. Debo continuar luchando con la esperanza de que, de alguna manera, encontremos la manera de matar a Galbatorix. Y no permitiré que nuestra nación se desintegre en una lucha de clanes. Tal y como está la situación, otro dürgrimstvren destruiría nuestra civilización y, posiblemente, sería una maldición para los vardenos, también. -Con la mandíbula apretada, se dio la vuelta hacia Eragon-. Por el bien de mi gente, intento conseguir el trono. Dürgrimstn Gedthrall, Ledwonnü y Nagra ya me han prometido su apoyo. A pesar de todo, hay muchos que se interponen entre la corona y yo. No será fácil reunir votos suficientes para convertirme en rey. Necesito saberlo, ¿me vas a apoyar en esto?

Con los brazos cruzados, Eragon caminó de un árbol a otro y, luego, volvió al primero.

-Si lo hago, es posible que mi apoyo ponga a los otros clanes contra ti. No sólo le estarás pidiendo a tu gente que se alie con los vardenos, sino que les estarás pidiendo que consideren a un Jinete de Dragón como uno de los suyos, cosa que nunca han hecho antes y que dudo que quieran hacer ahora.

-Sí, es posible que algunos se pongan contra mí -dijo Orik- pero también es posible que eso me permita obtener el voto de otros. Deja que sea yo quien juzgue eso. Lo único que deseo saber es, ¿me apoyarás? ¿ Por qué dudas?

Eragon clavó los ojos en una retorcida raíz de piedra que se levantaba del granito, para evitar la mirada de Orik.

-Estás preocupado por el bien de tu gente, y haces bien. Pero mi preocupación es más amplia: incluye el bien de los vardenos, de los elfos y de todos los que se oponen a Galbatorix. Si…, si no es probable que puedas conseguir la corona, y si hay otro jefe de clan que sí pueda hacerlo, y que no demuestre antipatía hacia los vardenos…

-¡Ninguno sería un grimstnzborith tan favorable a ellos como

yo!

-No estoy cuestionando tu amistad -protestó Eragon-. Pero si lo que he dicho llegara a ocurrir y mi apoyo asegurara que un jefe de clan como ése ganara el trono, por el bien de tu gente y por el bien del resto de Alagaësia, ¿no debería yo apoyar al enano que tuviera más posibilidades de ganar?

Orik, en un tono mortalmente decaído, dijo:

-Hiciste un juramento de sangre con el Knurlnien, Eragon. Según todas las leyes de nuestro reino, tú eres un miembro del Dúrgrimst Ingeitum, sin importar hasta qué punto alguien lo desapruebe. Lo que Hrothgar hizo adoptándote no tiene ningún precedente en toda nuestra historia, y no puede deshacerse a no ser que, como grimstborith, yo te exilie de nuestro clan. Si te vuelves contra mí, Eragon, me avergonzarás delante de todos los de nuestra raza… y nadie va a confiar en mi gobierno nunca más. Es más, demostrarías a tus detractores que no podemos confiar en un Jinete de Dragón. Los miembros de un clan no se traicionan entre ellos por otro clan, Eragon. No se hace, a no ser que desees despertarte una noche con una daga clavada en el pecho.

-¿Me estás amenazando? -preguntó Eragon en voz baja.

Orik soltó una maldición y golpeó el granito con el hacha.

-¡No! ¡Yo nunca levantaría una mano contra ti, Eragon! Tu eres mi hermano adoptivo, eres el único Jinete libre de la influencia de Galbatorix, y que me parta un rayo si no te he cogido aprecio durante nuestros viajes. Pero que yo no te haría daño, no significa que el resto del Ingeitum se muestre tan tolerante. Lo digo no como una amenaza sino como una constatación. Tienes que comprender esto, Eragon. Si el clan se entera de que has prestado tu apoyo a otro, quizá yo no sea capaz de contenerlo. A pesar de que eres un invitado y de que las leyes de hospitalidad te protegen, si hablas contra el Ingeitum, el clan te verá como un traidor, y no es costumbre entre nosotros permitir que un traidor se quede con nosotros. ¿Me comprendes, Eragon?

-¿Qué esperas de mí? -Abrió los brazos y empezó a caminar arriba y abajo, delante de Orik-. También le hice un juramento a Nasuada, y ésas fueron las órdenes que me dio.

-¡Y también te comprometiste con el Dúrgrimst Ingeitum! -rugió Orik.

Eragon se detuvo y miró al enano.

-¿ Harías que yo condenara a Alagaësia entera para poder mantenerte como líder entre tus clanes? -¡No me insultes!

-¡Entonces no me pidas lo que me es imposible! Te apoyaré si es posible que asciendas al trono; si no, no lo haré. Tú te preocupas por el Dúrgrimst Ingeitum y por tu raza, mientras que mi deber consiste en preocuparme por ellos y también por Alagaësia. -Eragon se dejó caer sobre el frío tronco de un árbol-. Y yo no puedo permitirme ofenderte ni a ti ni a tu, quiero decir, a «nuestro» clan, ni tampoco al resto del reino de los enanos.

Orik, en un tono más suave, repuso:

-Hay otra forma, Eragon. Sería más difícil para ti, pero resolvería tu dilema.

-¿Ah? ¿Y cuál sería esa solución milagrosa? Orik se sujetó el hacha en el cinturón, se acercó a Eragon, le cogió por los antebrazos y le miró a los ojos.

-Confía en que haré lo correcto, Eragon Asesino de Sombra. Dame la lealtad que me profesarías si hubieras nacido en el Dúrgrimst Ingeitum. Los que están bajo mi gobierno no se atreverían a hablar contra su propio grimstborith a favor de otro clan. Si un grimstborith golpea mal la piedra, es responsabilidad suya, pero eso no significa que yo haga caso omiso a tus preocupaciones. -Bajó la vista un momento y luego añadió-: Si no consigo ser rey, confía en que no estaré tan ciego por el ansia de poder que no seré capaz de reconocer mi fracaso. Si eso sucediera, y no es que crea que vaya a suceder, entonces, por mi propia voluntad, ofreceré apoyo a uno de los demás candidatos, ya que tengo tan poco deseo como tú de ver elegido a un grimstnzborith contrario a los vardenos. Y si ayudo a subir a otro al trono, el estatus y el prestigio que pondré al servicio de ese jefe de clan incluirá, por su misma naturaleza, los tuyos, ya que eres un Ingeitum. ¿Confiarás en mí, Eragon? ¿Me aceptarás como a tu grimstborith, como hacen todos los que me han jurado lealtad?

Eragon gruñó, apoyó la cabeza contra el robusto árbol y miró las retorcidas y blancas ramas sumidas en la niebla. Confianza. De entre todas las cosas que Orik hubiera podido pedirle, ésa era la más difícil de prometer.

A Eragon le gustaba Orik, pero subordinarse a su autoridad cuando había tanto en juego sería ceder todavía una parte mayor de su libertad, una idea que detestaba. Y junto con su libertad, implicaba renunciar a parte de su responsabilidad en el destino de Alagaësia. Eragon se sentía como si estuviera colgando de un precipicio y Orik intentara convencerle de que había un saliente a unos metros por debajo de él. Eragon no conseguía soltarse por miedo a precipitarse en el desastre.

-No seré un sirviente descerebrado a quien puedas dar órdenes -afirmó Eragon-. Cuando se trate de asuntos del Dürgrimst Ingeitum, delegaré en ti, pero en todo lo demás no tendrás ningún dominio sobre mí.

Orik asintió con expresión de seriedad.

-No me preocupa cuál es la misión que te ha encomendado Nasuada, ni a quién mates mientras luchas contra el Imperio. No. Lo que me hace sentir inquieto por la noche, mientras debería estar durmiendo tan profundamente como Arghen en su cueva, es imaginar que intentas influir en los votos de los clanes. Tus intenciones son nobles, lo sé, pero nobles o no, no estás familiarizado con nuestra política, por mucho que Nasuada te haya enseñado. Sé de lo que estoy hablando, Eragon. Déjame dirigirla de la manera que yo considere apropiada. Es para lo que Hrothgar me preparó durante toda mi vida.

Eragon lanzó un suspiro y, con una sensación de precipitarse en el vacío, dijo:

-Muy bien. En cuanto a la sucesión, haré lo que tú consideres más adecuado, Grimstborith Orik.

Una amplia sonrisa iluminó el rostro de Orik. Apretó el brazo de Eragon y, tras soltarlo, dijo:

-Ah, gracias, Eragon. No sabes lo que esto significa para mí. No lo olvidaré, aunque viva doscientos años y mi barba sea tan larga que llegue hasta el suelo.

Eragon no pudo reprimir una sonrisa

-Bueno, espero que no crezca tanto. ¡ Tropezarías con ella constantemente!

-Quizá sí -dijo Orik, riéndose-. Además, creo que Hvedra me la cortaría en cuanto me llegara a las rodillas. Tiene una opinión muy formada acerca de la longitud adecuada de una barba.

Orik iba a la cabeza mientras ambos se alejaban del bosque de piedra y atravesaban la niebla gris que se arremolinaba entre los troncos calcificados. Se reunieron de nuevo con los doce guerreros de Orik y luego empezaron a descender por la ladera del monte Thardür. Cuando llegaron al fondo del valle, continuaron en línea recta hasta el otro lado, y allí los enanos llevaron a Eragon a un túnel que estaba tan bien escondido en la roca que él solo nunca hubiera encontrado su entrada.

Eragon dejó atrás la pálida luz del sol y el aire fresco de las montañas con reticencia y se adentraron en la oscuridad del túnel. El pasillo tenía dos metros y medio de ancho y casi dos metros de altura, aún bastante bajo para Eragon; igual que todos los túneles de los enanos que había visitado, era completamente recto. Eragon miró hacia atrás en el momento en que el enano Farr estaba cerrando la placa de piedra que servía de puerta y sumía al grupo en la oscuridad. Al cabo de un momento, los enanos ya habían sacado las antorchas sin llama y catorce puntos luminosos de diferentes colores iluminaron el túnel. Orik le dio una a Eragon.

Entonces iniciaron el trayecto hacia las raíces de la montaña y los cascos de los ponis llenaron el aire con unos ecos metálicos que parecían chillidos espectrales. Eragon esbozó una mueca al pensar que tendría que oír ese ruido durante todo el trayecto hasta Farthen Dür, porque allí era donde terminaba el túnel, a muchas leguas de donde se encontraban. Encogió la espalda y sujetó las tiras de su fardo; deseó estar con Saphira volando, muy alto, por encima del suelo.