Mientras Eragon y Arya escoltaban a Lady Lorana desde la sala de la torre, se encontraron con Blódhgarm y los once elfos que subían la escalera corriendo.


-¡Asesino de Sombra! ¡Arya! -exclamó una elfa de pelo negro-. ¿Estáis heridos? Oímos el lamento de Saphira, y pensamos que uno de vosotros podría haber muerto.

Eragon miró a Arya. El juramento que había prestado a la reina Islanzadí no le permitía hablar de Oromis ni de Glaedr en presencia de alguien que no fuera de Du Weldenvarden, como Lady Lorana, sin el permiso de la reina, de Arya o de quien fuera el sucesor del complejo trono de Ellesméra.

Ella asintió con la cabeza y dijo:

-Te libero de tu juramento, Eragon. A los dos. Hablad de ellos con quienes queráis hacerlo.

-No, no estamos heridos -dijo Eragon-. Pero Oromis y Glaedr acaban de morir en la batalla, en Gil'lead.

Todos los elfos al mismo tiempo lanzaron gritos de consternación y empezaron a acribillar a Eragon a preguntas. Arya levantó una mano y dijo:

-Refrenaos. Ahora no es el momento, ni éste es el lugar, de satisfacer vuestra curiosidad. Todavía hay soldados por aquí, y no sabemos quién puede estar escuchando. Ocultad el dolor en vuestros corazones hasta que estemos a salvo. -Hizo una pausa, miró a Eragon y dijo-: Os explicaré las circunstancias de su muerte cuando yo las conozca.

-Nen ono weohnata, Arya Dróttningu -murmuraron ellos.

-¿Oíste mi llamada? -le preguntó Eragon a Blódhgarm.

-Sí, la oí -respondió el elfo cubierto de vello-. Vinimos lo más deprisa que pudimos, pero nos topamos con muchos soldados por el camino.

Eragon realizó el giro de muñeca frente al pecho, el gesto tradicional de respeto de los elfos, y dijo:

-Me disculpo por haberte dejado atrás, Blódhgarm-elda. La batalla me hizo ser alocado y demasiado confiado, y casi estuvimos a punto de morir a causa de mi error.

-No tienes que disculparte, Asesino de Sombra. Nosotros también cometimos un error hoy, un error que te prometo que no se repetirá. A partir de ahora, lucharemos a tu lado y al de los vardenos sin ninguna reserva.

Juntos, descendieron las escaleras hasta el patio. Los vardenos habían matado o capturado a la mayor parte de los soldados que estaban dentro de la torre del homenaje, y los pocos hombres que todavía luchaban se rindieron al ver a Lady Lorana custodiada por los vardenos. Puesto que la escalera era demasiado estrecha para ella, Saphira había bajado volando al patio y los estaba esperando cuando llegaron.

Eragon se quedó con Saphira, Arya y Lady Lorana mientras uno de los vardenos iba en busca de Jormundur. Cuando éste se les unió, lo informaron de lo que había sucedido en la torre -algo que le impresionó enormemente- y luego dejaron a Lady Lorana bajo su custodia.

Jormundur le hizo una reverencia.

-Ten la seguridad, señora, de que te trataremos con todo el respeto y la dignidad propios de tu rango. Quizá seamos tus enemigos, pero somos hombres civilizados.

-Gracias -repuso ella-. Es un alivio oírlo. Pero mi mayor preocupación ahora consiste en la seguridad de mis subditos. Si es posible, me gustaría hablar con vuestra líder, Nasuada, acerca de los planes que tiene para ellos.

-Creo que ella también desea hablar contigo.

Mientras se marchaban, Lady Lorana dijo:

-Te estoy muy agradecida, elfo, y a ti también, Jinete de Dragón, por haber matado a ese monstruo antes de que desatara el dolor y la destrucción sobre Feinster. El destino nos ha colocado en puntos opuestos del conflicto, pero eso no significa que no pueda admirar vuestro valor y vuestra destreza. Quizá nunca nos volvamos a encontrar, así que os deseo buena suerte, a ambos.

Eragon hizo una reverencia:

-Buena suerte, Lady Lorana -dijo Eragon.

-Que las estrellas te vigilen -dijo Arya.

Blodhgarm y los elfos que estaban bajo su mando acompañaron a Eragon, Saphira y Arya por Feinster en busca de Nasuada. La encontraron montando a su semental por las calles grises, mientras inspeccionaba los daños que había sufrido la ciudad.

Nasuada saludó a Eragon y a Saphira con un alivio evidente.

-Me alegro de que hayáis regresado finalmente. Os hemos necesitado durante estos últimos días. Veo que tienes una espada nueva, Eragon, una espada de Jinete de Dragón. ¿Te la han dado los elfos?

-De forma indirecta, sí. -Eragon echó un vistazo a varias personas que estaban a su alrededor y dijo, bajando la voz-: Nasuada, tenemos que hablar contigo a solas. Es importante.

-Muy bien. -Nasuada observó los edificios que flanqueaban la calle y señaló una casa que parecía abandonada-: Ahí dentro creo que podremos charlar tranquilamente.

Dos de los guardias de Nasuada, los Halcones de la Noche, se adelantaron corriendo y entraron en la casa. Al cabo de unos minutos volvieron a aparecer y, con una reverencia, dijeron:

-Está vacía, mi señora.

-Bien. Gracias. -Ella desmontó del caballo, dio las riendas a uno de los hombres de su séquito y entró. Eragon y Arya la siguieron.

Recorrieron el lúgubre edificio hasta que encontraron una habitación, la cocina, que tenía una ventana lo bastante grande para la cabeza de Saphira. Eragon abrió las puertas de la ventana y la dragona apoyó la cabeza en el quicio de madera. Su respiración llenó la habitación con el olor de la carne chamuscada.

-Podemos hablar sin temor -anunció Arya después de lanzar un hechizo para evitar que nadie pudiera oír su conversación.

Nasuada se frotó los brazos y sintió un escalofrío.

-¿De qué va todo esto, Eragon? -preguntó.

El tragó saliva, deseando no tener que volver a pensar en el destino que Oromis y Glaedr habían encontrado. Luego dijo:

-Saphira y yo no estábamos solos… Había otro dragón y otro Jinete que luchaban contra Galbatorix.

-Lo sabía -dijo Nasuada casi sin voz y con ojos brillantes-. Era la única explicación que tenía sentido. Eran vuestros maestros en Ellesméra.

Lo eran -dijo Saphira-. Pero ya no.

¿Ya no?

Eragon apretó los labios y meneó la cabeza. Las lágrimas le nublaban la vista.

-Esta mañana han muerto en Gil'ead. Galbatorix utilizó a Espina y a Murtagh para matarlos; le oí hablar con ellos en boca de Murtagh.

Toda emoción desapareció del rostro de Nasuada y, en su lugar, su rostro adopto una expresión vacía. Se dejó caer sobre una silla y clavó los ojos en las cenizas de la chimenea apagada. La cocina quedó en silencio. Al final, cambió de postura y dijo:

-¿Estás seguro de que están muertos?

-Sí.

Nasuada se secó los ojos con la manga.

-Habíame de ellos, Eragon. ¿Querrías, por favor?

Durante la media hora siguiente, Eragon habló de Oromis y de Glaedr. Explicó cómo sobrevivieron a la caída de los Jinetes y por qué decidieron esconderse a partir de ese momento. Explicó también las discapacidades de cada uno, y dedicó un rato a describir sus personalidades y cómo había sido estudiar con ellos. La sensación de pérdida de Eragon se hizo más profunda a medida que recordaba los largos días que había pasado con Oromis en los riscos de Tel'naeír, y las muchas cosas que el elfo había hecho por él y por Saphira. Cuando llegó al encuentro con Espina y con Murtagh en Gil'ead, Saphira levantó la cabeza de la ventana y empezó a lamentarse otra vez con un aullido bajo y persistente.

Después, Nasuada suspiró y dijo:

-Ojalá hubiera conocido a Oromis y a Glaedr, pero, ¡ay!, no fue… Hay una cosa que todavía no comprendo, Eragon. Has dicho que oíste a Galbatorix hablándoles. ¿Cómo es posible?

-Sí, a mí también me gustaría saberlo -dijo Arya.

Eragon buscó algo para beber, pero no había ni agua ni vino en la cocina. Tosió y luego inició el relato de su último viaje a Ellesméra. Saphira hacía algún comentario de vez en cuando, pero en general dejó que él narrara la historia. Empezó contando la verdad sobre su padre y luego continuó rápidamente con los sucesos ocurridos durante su estancia, desde el descubrimiento del acero brillante debajo del árbol Menoa hasta la forja de Brisingr y su visita a Sloan. Al final, les habló del corazón de corazones de los dragones.

-Bueno -dijo Nasuada. Se levantó y caminó arriba y abajo de la cocina-. Eres hijo de Brom y Galbatorix se aprovecha de las almas de los dragones cuyos cuerpos han muerto. Es demasiado…, para comprenderlo… -Se frotó los brazos otra vez-. Por lo menos ahora conocemos la fuente de poder de Galbatorix.

Arya se había quedado de pie, inmóvil, sin respiración y con expresión de desconcierto.

-Los dragones todavía están vivos -susurró. Juntó las manos como si rezara y las mantuvo contra el pecho-. Todavía están vivos después de tantos años. Oh, si lo pudiera contar al resto de mi raza. ¡Cuánto se alegrarían! ¡Y cuan terrible sería su ira cuando supieran de la esclavitud de los eldunarís! Correríamos directamente hasta Urü'-baen y no descansaríamos hasta que hubiéramos liberado los corazones del poder de Galbatorix, sin importar cuántos de nosotros muriéramos en la empresa.

Pero no podemos decírselo -dijo Saphira.

-No -repuso Arya, bajando la mirada-. No podemos. Pero desearía que pudiéramos.

Nasuada la miró.

-Por favor, no te ofendas, pero yo desearía que tu madre, la reina Islanzadí, hubiera compartido esta información con nosotros. Nos hubiera podido ser de gran ayuda hace tiempo.

-Estoy de acuerdo -dijo Arya con el ceño fruncido-. En los Llanos Ardientes, Murtagh fue capaz de derrotaros a los dos -señaló a Eragon y a Saphira- porque no sabíais que Galbatorix les podía haber dado algunos de los eldunarís, así que no conseguisteis actuar con la precaución debida. Si no hubiera sido por la conciencia de Murtagh, los dos estaríais bajo el servicio de Galbatorix ahora. Oromis y Glaedr, y mi madre también, tenían buenas razones para mantener en secreto los eldunarís, pero su reticencia casi ha significado nuestra destrucción. Hablaré de ello con mi madre la próxima vez que la vea.

Nasuada caminó desde el mármol hasta la chimenea.

-Tengo que pensar sobre todo esto, Eragon… -Dio unos golpecitos en el suelo con la punta del pie-. Por primera vez en la historia de los vardenos, conocemos una manera de matar a Galbatorix que quizá pueda tener éxito. Si podemos separarlo de esos corazones, perderá casi toda su fuerza, y entonces tú u otros hechiceros podréis vencerlo.

-Sí, pero ¿cómo podemos separarlo de los corazones? -preguntó Eragon.

Nasuada se encogió de hombros.

-No lo sé, pero estoy segura de que tiene que ser posible. A partir de ahora trabajaremos para encontrar una manera de hacerlo. Nada es tan importante como eso.

Eragon notó que Arya lo observaba con una concentración inusual. Incómodo, la miró con expresión interrogadora.

-Siempre me he preguntado -dijo Arya- por qué el huevo de Saphira te apareció a ti, y no en cualquier lugar de un campo vacío. Parecía una coincidencia demasiado grande, pero no podía pensar en ninguna explicación plausible. Ahora lo comprendo. Hubiera tenido que adivinar que eras el hijo de Brom. Yo no tuve una relación muy intensa con Brom, pero sí lo conocí, y tú te pareces un poco a él.

-¿Ah, sí?

-Deberías estar orgulloso de que Brom sea tu padre -dijo Nasuada-. En todos los sentidos, era un hombre notable. Si no hubiera sido por él, los vardenos no existirían. Parece adecuado que seas tú quien continúe su trabajo.

-Eragon, ¿podemos ver el eldunarí de Glaedr? -preguntó Arya.

Eragon dudó un momento, luego salió fuera y sacó el corazón de las alforjas de Saphira. Procurando no tocarlo directamente, desató las cuerdas que mantenían cerrado el saco y lo deslizó alrededor de la piedra dorada. A diferencia de la última vez que lo había visto, ahora el corazón de corazones tenía un brillo apagado, como si Glaedr casi no estuviera consciente.

Nasuada se inclinó hacia delante y miró el remolino que había en el centro del eldunarí. Su luz se reflejó en sus ojos.

-¿Y de verdad Glaedr está aquí dentro?

Si, lo está -respondió Saphira.

-¿Puedo hablar con él?

-Puedes intentarlo, pero dudo que responda. Acaba de perder a su Jinete. Tardará mucho tiempo en recuperarse de la conmoción, si es que se recupera alguna vez. Por favor, déjalo tranquilo, Nasuada. Si deseara hablar contigo, ya lo habría hecho.

-Por supuesto. No era mi intención molestarlo en este momento de dolor. Esperaré a encontrarme con él cuando se haya recuperado.

Arya se acercó a Eragon y puso las manos a ambos lados del eldunarí, a un centímetro de distancia de la superficie. Miró la piedra con una expresión de reverencia y luego susurró algo en el idioma antiguo. La conciencia de Glaedr brilló ligeramente, como si respondiera.

Arya bajó las manos.

-Eragon, Saphira, se os ha otorgado la responsabilidad más importante de todas: el cuidado de otra vida. Pase lo que pase, debéis proteger a Glaedr. Ahora que Oromis se ha marchado, necesitaremos su fuerza y su sabiduría más que nunca.

No te preocupes, Arya, no permitiremos que le ocurra ningún infortunio -prometió Saphira.

Eragon cubrió de nuevo el eldunarí con el saco y se hizo un lío con el cordel, torpe a causa del agotamiento. Los vardenos habían obtenido una victoria importante, y los elfos habían tomado Gil'ead, pero eso no le hacía sentir alegría. Miró a Nasuada y preguntó:

-¿Y ahora qué?

Nasuada levantó la cabeza con orgullo.

-Ahora -dijo-, marcharemos hacia el norte, hasta Belatona; cuando la hayamos conquistado, continuaremos hacia delante, hasta Dras-Leona, y también la tomaremos; y luego, a Urü'baen, donde acabaremos con Galbatorix o moriremos en el intento. Esto es lo único que debemos hacer ahora, Eragon.


Cuando hubieron dejado a Nasuada, Eragon y Saphira accedieron a dejar Feinster e ir al campamento de los vardenos para descansar sin ser molestados por la cacofonía de ruidos de la ciudad. Con Blódhgarm y el resto de los guardias alrededor, caminaron hacia las puertas principales de Feinster. Eragon todavía llevaba el corazón de corazones de Glaedr en los brazos. Ninguno de ellos habló.

Eragon miraba al suelo. No prestó mucha atención a los hombres que corrían o marchaban por su lado; su contribución en la batalla había terminado, y lo único que quería era tumbarse y olvidarse de las tristezas del día. La última sensación que había recibido de Glaedr todavía vibraba en su mente: «Estaba solo. Estaba solo y en la oscuridad… ¡Solo!». Eragon se quedó sin respiración y sintió náuseas. «Así que eso es lo que sucede cuando uno pierde a su Jinete o a su dragón. No es extraño que Galbatorix se volviera loco.»

Somos los últimos -dijo Saphira.

Eragon frunció el ceño, sin comprender.

El último Jinete y el último dragón -explicó ella-. Somos los únicos que quedamos. Estamos…

Solos.

Si.

Eragon tropezó con una piedra que no había visto. Se sentía desgraciado. Cerró los ojos un momento.

No podemos hacer esto solos -pensó-. ¡No podemos! No estamos preparados.

Saphira estuvo de acuerdo y el dolor y la ansiedad de la dragona, añadidos a los suyos propios, casi lo incapacitaban.

Cuando llegaron a las puertas de la ciudad, Eragon se detuvo un momento, renuente a abrirse paso por entre la multitud que se encontraba reunida allí e intentaba huir de Feinster. Miró a su alrededor en busca de otra ruta. Cuando miró hacia los muros de la ciudad, un enorme deseo de contemplar la ciudad a la luz del día se apoderó de él.

Se alejó de Saphira y subió corriendo unas escaleras que conducían a la parte alta de los muros. Saphira emitió un gruñido de enojo y lo siguió, con las alas medio desplegadas para saltar desde la calle hasta el muro.

Permanecieron juntos en las murallas casi una hora y observaron el amanecer. Uno a uno, los rayos pálidos y dorados atravesaron los verdes campos desde el este, iluminando las incontables motas de polvo que poblaban el aire. Las columnas de humo parecían brillar con un naranja rojizo a la luz del sol, como con energía renovada. Los fuegos de fuera de las murallas de la ciudad casi se habían apagado por completo, aunque desde que Eragon y Saphira habían llegado, la lucha había hecho que se prendiera fuego en muchas casas de Feinster. Las llamas que todavía se levantaban de las ruinas otorgaban a la ciudad una extraña belleza. Más allá de Feinster, el brillante mar se extendía hasta el horizonte, lejos, donde todavía eran visibles las velas de un barco que navegaba hacia el norte.

Mientras el sol lo calentaba a través de la armadura, Eragon sintió que la melancolía se disipaba como las nubes de bruma que adornaban los ríos, abajo. Inspiró con fuerza y exhaló, relajando los músculos.

No -dijo-. No estamos solos. Yo te tengo a ti, y tú me tienes a mí. Y están Arya, y Nasuada, y Orik, y muchos otros que nos ayudarán durante el camino.

Y también Glaedr -añadió Saphira.

Sí.

Eragon bajó la mirada hasta el eldunarí, que estaba cubierto con el saco; sintió una corriente de compasión. Sentía que debía proteger a ese dragón que estaba atrapado dentro del corazón de corazones. Apretó la piedra contra el pecho y puso una mano sobre Saphira, agradecido de su compañía.

Podemos hacerlo -pensó-. Galbatorix no es invulnerable. Tiene punto débil, y nosotros podemos utilizarlo contra él… Podemos hacerlo.

Podemos y debemos -dijo Saphira.

Por el bien de nuestros amigos y de nuestra familia…

…y por el resto de Alagaësia

… debemos hacerlo.

Eragon levantó el eldunarí de Glaedr por encima de su cabeza, presentándolo al sol y al nuevo día. Sonrió, ansioso por las batallas que estaban por llegar y que los llevarían, a él y a Saphira, a enfrentarse a Galbatorix y a matar a ese rey oscuro.


Aquí termina el tercer libro


DE LA SERIE El LEGADO.


La historia continuará y terminará en la cuarta entrega.