Entrada la noche, en los sueños de Eragon aparecieron imágenes de muerte y violencia que a punto estuvieron de atenazarlo de pánico. Se revolvió, incómodo, intentando liberarse, pero incapaz de hacerlo. Ante sus ojos pasaban breves e inconexas imágenes de espadas lacerantes, de hombres gritando y del iracundo rostro de Murtagh. Entonces sintió que Saphira penetraba en su mente. Se introdujo en sus sueños como un fuerte viento, barriendo aquella angustiosa pesadilla. Aquello dio paso a un silencio, y ella suspiró:


Todo va bien, pequeño. Descansa tranquilo; estás seguro, y yo estoy contigo… Descansa tranquilo.

Una sensación de profunda paz inundó a Eragon. Se dio media vuelta y se dejó llevar por recuerdos más felices, reconfortado por la presencia de Saphira.

Cuando Eragon abrió los ojos, una hora antes del alba, se encontró bajo una de las venosas alas de Saphira. Ella le había rodeado con la cola, y Eragon sentía su costado caliente contra la cabeza. Sonrió y salió de debajo del ala al tiempo que ella levantaba la cabeza y bostezaba.

Buenos días -dijo él.

Saphira volvió a bostezar y se estiró como un gato.

Eragon se bañó, se afeitó recurriendo a la magia, limpió los restos de sangre seca del día anterior que habían quedado en el bracamarte y se vistió con una de sus casacas elfas.

Una vez satisfecho con su aspecto y después de que Saphira se hubiera lavado bien con la lengua, fueron caminando hasta el pabellón de Nasuada. Los seis Halcones de la Noche que estaban de guardia formaban en el exterior, con su habitual expresión adusta en el rostro. Eragon esperó mientras un robusto enano los anunció. Luego Entrada la noche, en los sueños de Eragon aparecieron imágenes de muerte y violencia que a punto estuvieron de atenazarlo de pánico. Se revolvió, incómodo, intentando liberarse, pero incapaz de hacerlo. Ante sus ojos pasaban breves e inconexas imágenes de espadas lacerantes, de hombres gritando y del iracundo rostro de Murtagh. Entonces sintió que Saphira penetraba en su mente. Se introdujo en sus sueños como un fuerte viento, barriendo aquella angustiosa pesadilla. Aquello dio paso a un silencio, y ella suspiró:

Todo va bien, pequeño. Descansa tranquilo; estás seguro, y yo estoy contigo… Descansa tranquilo.

Una sensación de profunda paz inundó a Eragon. Se dio media vuelta y se dejó llevar por recuerdos más felices, reconfortado por la presencia de Saphira.

Cuando Eragon abrió los ojos, una hora antes del alba, se encontró bajo una de las venosas alas de Saphira. Ella le había rodeado con la cola, y Eragon sentía su costado caliente contra la cabeza. Sonrió y salió de debajo del ala al tiempo que ella levantaba la cabeza y bostezaba.

Buenos días -dijo él.

Saphira volvió a bostezar y se estiró como un gato.

Eragon se bañó, se afeitó recurriendo a la magia, limpió los restos de sangre seca del día anterior que habían quedado en el bracamarte y se vistió con una de sus casacas elfas.

Una vez satisfecho con su aspecto y después de que Saphira se hubiera lavado bien con la lengua, fueron caminando hasta el pabellón de Nasuada. Los seis Halcones de la Noche que estaban de guardia formaban en el exterior, con su habitual expresión adusta en el rostro. Eragon esperó mientras un robusto enano los anunció. Luego

entró en la tienda, y Saphira se arrastró hasta el panel abierto donde podía introducir la cabeza y participar en la discusión.

Eragon le hizo una reverencia a Nasuada, que estaba sentada en su butaca de respaldo alto con tallas de cardos en flor.

-Mi señora, me pedisteis que acudiera para hablar sobre mi futuro; me dijisteis que teníais una misión importantísima que asignarme.

-Es cierto -dijo Nasuada-. Por favor, siéntate. -Le indicó una silla plegable que tenía al lado. Ladeando la espada por el cinto para que no le molestara, se acomodó en la silla-. Como sabes, Galbatorix ha enviado batallones a las ciudades de Aroughs, Feinster y Belatona para evitar que las tomáramos sitiándolas o, por lo menos, para retardar nuestro avance y obligarnos a dividir las tropas y ser así más vulnerables a los ataques de los soldados acampados al norte. Tras la batalla de ayer, nuestros exploradores informaron de que los últimos hombres de Galbatorix se retiraron a lugares desconocidos. Yo ya iba a atacar a esos soldados días atrás, pero tuve que esperar, porque tú no estabas. Sin ti, Murtagh y Espina podrían haber masacrado a nuestros guerreros impunemente, y no teníamos modo de saber si alguno de los dos estaba entre los soldados. Ahora que vuelves a estar entre nosotros, nuestra posición ha mejorado algo, aunque no tanto como me esperaba, dado que también tenemos que enfrentarnos al último artificio de Galbatorix: esos hombres insensibles al dolor. Lo único que nos anima es que vosotros dos, junto a los hechiceros de Islanzadí, habéis demostrado que podéis repeler los ataques de Murtagh y de Espina. De esa esperanza dependen nuestras perspectivas de victoria.

Ese alfeñique rojo no es rival para mí-dijo Saphira-. Si no tuviera a Murtagh protegiéndolo, lo aplastaría contra el suelo y lo zarandearía del cuello hasta que se sometiera y me reconociera como líder de la manada.

-Estoy segura de que lo harías -dijo Nasuada, sonriendo.

-¿Qué tipo de acción habéis decidido entonces? -preguntó Eragon.

-He decidido emprender varias acciones, y tenemos que llevarlas a cabo todas simultáneamente, si queremos triunfar. En primer lugar, no podemos penetrar más en el Imperio, dejando tras de nosotros ciudades aún controladas por Galbatorix. Hacer eso supondría exponernos a ataques por el frente y por la retaguardia, e invitar a Galbatorix a invadir y dominar Surda en nuestra ausencia. Así que ya he ordenado que los vardenos marchen hacia el norte, al punto más próximo por donde podamos vadear con seguridad el río Jiet. Una vez estemos en el otro lado del río, enviaré guerreros al sur para capturar Aroughs, mientras el rey Orrin y yo seguiremos con el resto de nuestras fuerzas hasta Feinster, que, con tu ayuda y la de Saphira, debería caer sin demasiados problemas.

»Mientras nos dedicamos a la tediosa labor de avanzar por el campo, tengo otras responsabilidades para ti, Eragon. -Nasuada echó la espalda hacia delante-. Necesitamos toda la ayuda de los enanos. Los elfos están luchando por la causa al norte de Alagaësia, los surdanos se nos han unido en cuerpo y mente, e incluso los lárgalos se han aliado con nosotros. Pero necesitamos a los enanos. No podemos vencer sin ellos. Especialmente ahora que tenemos que enfrentarnos a soldados que no sienten dolor.

-¿Los enanos ya han elegido nuevo rey o nueva reina?

-Narheim me asegura que el proceso avanza a buen ritmo -respondió Nasuada con una mueca-, pero, al igual que los elfos, los enanos tienen una percepción del tiempo mucho más lenta que la nuestra. «A buen ritmo» para ellos puede implicar meses de deliberaciones.

-¿No se dan cuenta de la urgencia de la situación?

-Algunos sí, pero muchos se oponen a ayudarnos en esta guerra y buscan retrasar el proceso lo más posible para colocar a uno de los suyos sobre el trono de mármol de Tronjheim. Los enanos han vivido ocultos tanto tiempo que se han vuelto peligrosamente desconfiados con los extraños. Si alguien contrario a nuestros objetivos alcanza el trono, perderemos a los enanos. No podemos permitir que eso ocurra. Ni podemos esperar a que los enanos resuelvan sus diferencias a su ritmo normal. Pero… -levantó un dedo- desde tan lejos no puedo intervenir con garantías en su política. De hecho, aunque estuviera en Tronjheim, no podría asegurar un resultado favorable; los enanos no aceptan de buen grado que alguien que no sea de sus clanes se entrometa en su gobierno. Así que quiero que tú, Eragon, viajes a Tronjheim en mi lugar y hagas lo que puedas para asegurarte de que los enanos eligen a un nuevo monarca lo más rápidamente posible…, y de que eligen a un monarca que simpatice con nuestra causa.

-¡Yo! Pero…

-El rey Hrothgar te adoptó en el Dürgrimst Ingeitum. Según sus leyes y costumbres, «eres» un enano, Eragon. Tienes derecho a participar en las asambleas de los Ingeitum, y dado que Orik, que es tu hermano adoptivo y amigo de los vardenos, debería convertirse en su jefe estoy segura de que accederá a que le acompañes a las reuniones secretas de los trece clanes donde eligen a sus gobernantes.

A Eragon aquella propuesta le pareció descabellada.

-¿Y Murtagh y Espina? Cuando vuelvan, que sin duda volverán, Saphira y yo somos los únicos que podemos plantarles cara, aunque necesitemos ayuda. Si no estamos aquí, nadie podrá evitar que os maten a vos, a Arya, a Orrin o al resto de los vardenos.

El espacio entre las cejas de Nasuada se estrechó.

-Ayer asestaste a Murtagh una dolorosa derrota. Lo más probable es que él y Espina estén volviendo a Urü'baen en este mismo momento para que Galbatorix pueda interrogarlos sobre la batalla y castigarlos por su fracaso. No los volverá a enviar para atacarnos hasta que tenga la confianza de que pueden vencerte. Sin duda, Murtagh ahora tiene dudas sobre los límites reales de tu fuerza, así que ese desgraciado encuentro aún puede tardar en producirse. Mientras tanto, creo que tienes tiempo suficiente para ir y volver de Farthen Dür.

-Podríais equivocaros -adujo Eragon-. Además, ¿cómo evitaréis que Galbatorix se entere de nuestra ausencia y que os ataque mientras no estamos? Dudo de que hayáis descubierto a todos los espías que ha colocado entre nosotros.

Nasuada tamborileó los dedos sobre el brazo de su butaca. -He dicho que quería que tú fueras a Farthen Dür, Eragon. No he dicho que quisiera que también fuera Saphira.

La dragona giró la cabeza y soltó un pequeño fogonazo de humo que se elevó hasta el techo puntiagudo de la tienda. -No voy a…

-Déjame acabar, por favor, Eragon.

El apretó la mandíbula y se la quedó mirando, con la mano izquierda tensa, apretando el pomo del bracamarte.

-Tú no me debes fidelidad, Saphira, pero espero que accedas a quedarte aquí mientras Eragon viaja con los enanos para que podamos crear una falsa idea sobre el paradero de Eragon entre el Imperio y entre los vardenos. Si podemos ocultar tu partida a las masas -le dijo a Eragon-, nadie tendrá motivo para sospechar que no sigues aquí. Sólo tendremos que idear una excusa adecuada para justificar tu repentino deseo de permanecer en la tienda durante el día: quizá que Saphira y tú efectuáis incursiones nocturnas en territorio enemigo y que, por tanto, debéis descansar de día.

»No obstante, para que la artimaña funcione, Blodhgarm y sus compañeros también tendrán que quedarse aquí, tanto para evitar las sospechas como por motivos defensivos. Si Murtagh y Espina vuelven a aparecer mientras tú no estés, Arya puede ocupar tu lugar sobre Saphira. Entre ella, los hechiceros de Blódhgarm y los magos del Du Vrangr Gata, deberíamos de tener buenas posibilidades de derrotar a Murtagh.

-Si Saphira no vuela conmigo hasta Farthen Dür -protestó Eragon elevando el tono-, ¿cómo se supone que voy a viajar hasta allí en un tiempo razonable?

-Corriendo. Tú mismo me dijiste que corriste durante gran parte del trayecto desde Helgrind. Espero que, sin tener que esconderte de los soldados ni de los campesinos, puedas recorrer más leguas al día de camino a Farthen Dür que cuando atravesabas el Imperio. -Una vez más Nasuada tamborileó con los dedos sobre la madera pulida de la butaca-. Por supuesto, sería insensato ir solo. Incluso un poderoso mago puede morir a causa de un simple accidente en medio de la naturaleza si no tiene a nadie que le ayude. Hacer que alguien te guíe por entre las montañas Beor sería desperdiciar el talento de los elfos, y la gente se daría cuenta si uno de los de Blódhgarm desaparece sin dar explicaciones. Así que he decidido que te acompañe un kull, ya que, aparte de los elfos, ellos son las únicas criaturas capaces de seguir tu ritmo.

-¡Un kull! -exclamó Eragon, incapaz de contenerse más-. ¿Queréis enviarme con los enanos acompañado de un kull? No existe ninguna otra raza que los enanos odien más que la de los úrgalos. ¡Se hacen arcos con sus cuernos! Si me presentara en Farthen Dür con un úrgalo, los enanos no escucharían nada de lo que pueda decirles.

-Soy perfectamente consciente de ello -dijo Nasuada-, motivo por el que no irás directamente a Farthen Dür, sino que primero pararás en la fortaleza Bregan, en el monte Thardür, que es la cuna ancestral de los Ingeitum. Allí encontrarás a Orik, y podrás dejar al kull, para seguir hasta Farthen Dür acompañado por Orik.

Con la vista perdida por detrás de Nasuada, Eragon replicó:

-¿Y si no estoy de acuerdo con la ruta que habéis cogido? ¿Y si creyera que hay otros modos más seguros de conseguir lo que deseáis?

-¿Qué modos serían ésos? Dime, te lo ruego -preguntó Nasuada, interrumpiendo de pronto su tamborileo.

-Tendría que pensar en ello, pero estoy seguro de que existen.

-Yo «ya he pensado» en ello, Eragon, largo y tendido. Enviarte como emisario es la única esperanza de ejercer alguna influencia sobre el proceso de sucesión que afrontan los enanos. Yo fui criada entre enanos, recuerda, y los comprendo mejor que la mayoría de los humanos.

-Aun así creo que es un error -gruñó Eragon-. Mandad a Jórmundur en mi lugar, o a alguno de vuestros comandantes. Yo no iré, no mientras…

-¿No irás? -dijo Nasuada, elevando la voz-. Un vasallo que desobedece a su señor no es mejor que un soldado que no hace caso a su capitán en el campo de batalla, y puede recibir el mismo castigo. Como señora tuya, Eragon, te ordeno que corras hasta Farthen Dür, quieras o no, y que supervises la elección del próximo soberano de los enanos.

Furioso, Eragon respiró hondo por la nariz, aferrando una y otra vez con la mano el pomo de su bracamarte.

Con un tono más suave pero aún tenso, Nasuada concluyó:

-¿Qué vas a hacer, Eragon? ¿Harás lo que te pido, o me destronarás y dirigirás a los vardenos tú mismo? Esas son las únicas opciones.

-No -respondió, atónito-. Puedo razonar con vos. Puedo convenceros de actuar de otro modo.

-No puedes, porque no puedes ofrecerme una alternativa que tenga las mismas probabilidades de éxito.

Eragon la miró a los ojos.

-Podría rechazar vuestra orden y dejar que me castigarais como considerarais apropiado.

Su sugerencia impresionó a Nasuada.

-Verte atado a un poste y azotado haría un daño irreparable a los vardenos. Y acabaría con mi autoridad, ya que la gente sabría que puedes desafiarme cada vez que quieras, con la única consecuencia de un puñado de heridas que podrías curarte un instante más tarde, teniendo en cuenta que no podemos ejecutarte del mismo modo que podemos ejecutar a cualquier otro guerrero que desobedezca a un superior. Preferiría abdicar de mi cargo y cederte el mando de los vardenos que dejar que ocurriera algo así. ¡Si crees que estás mejor dotado para el cargo, ocupa mi puesto, toma mi trono y declárate jefe de este ejército! Pero de momento yo hablo por los vardenos y tengo el derecho de tomar estas decisiones. Si son errores, eso también será responsabilidad mía.

-¿No aceptaréis ningún consejo? -preguntó Eragon, preocupado-. ¿Dictaréis el destino de los vardenos sin hacer caso de lo que os aconsejen los que os rodean?

La uña del dedo medio de Nasuada resonó contra la madera pulida de su butaca.

-Escucho los consejos. Escucho un flujo continuo de consejos cada hora de cada día de mi vida, pero a veces mis conclusiones no son las mismas que las de mis súbditos. Ahora decide tú si quieres mantener tu juramento de fidelidad y acatar mi decisión, aunque no estés de acuerdo con ella, o si quieres erigirte en un fiel reflejo de Galbatorix.

-Yo sólo quiero lo mejor para los vardenos -dijo él.

-Yo también.

-No me dejáis más opción que una que no me gusta.

-A veces es más duro seguir que marcar el camino.

-¿Puedo tomarme un momento para pensar?

-Puedes.

¿Saphira?-llamó Eragon.

Unos reflejos de luz púrpura danzaron por el interior del pabellón cuando la dragona giró el cuello y fijó los ojos en los de Eragon.

¿Pequeño?

¿Debo ir?

Yo creo que debes.

Eragon apretó los labios trazando una línea rígida.

¿Y tú qué?

Ya sabes que odio separarme de ti, pero los motivos de Nasuada están bien razonados. Si puedo ayudar a mantener lejos a Murtagh y a Espina quedándome con los vardenos, quizá deba hacerlo.

Sus emociones y las de Saphira se entremezclaban en sus mentes como la marea de un mar de rabia, expectativas, escepticismo y ternura. De él partían la rabia y el escepticismo; de ella, sentimientos más amables -aunque tan ricos como los de él- que moderaban la vehemencia de Eragon y que le aportaban perspectivas de las que él, de otro modo, no dispondría. No obstante, se aferraba testarudamente a su negativa al plan de Nasuada.

Si fuera volando contigo a Farthen Dür, no pasaría tanto tiempo lejos, lo que significa que Galbatorix tendría menos oportunidades de organizar un nuevo ataque.

Pero sus espías le dirían que los vardenos son vulnerables en el momento en que nos fuéramos.

No quiero separarme de ti tan pronto otra vez, después de lo de Helgrind.

No podemos anteponer nuestros deseos a las necesidades de los vardenos, pero no, yo tampoco quiero separarme de ti. Aun así, recuerda lo que dijo Oromis, que la grandeza de un dragón y su Jinete se miden no sólo por lo bien que trabajan juntos, sino también por lo bien que pueden funcionar por separado. Los dos somos lo suficientemente maduros como para operar independientemente, Eraron, por poco que nos guste la idea. Tú ya lo demostraste durante tu viaje desde Helgrind.

¿Te molestaría luchar llevando a Arya a la espalda, como ha sugerido Nasuada?

Ella sería la que menos me importaría. Ya hemos luchado juntas antes, y fue ella quien me llevó de un lado a otro durante veinte años, cuando aún estaba en el huevo. Eso ya lo sabes, pequeño. ¿Por qué planteas esa cuestión? ¿Estás celoso?

¿Y si lo estoy?

Un brillo iluminó sus ojos de color zafiro, que lo miraron divertidos. Saphira le dio un lametón.

Es muy tierno por tu parte… ¿Tú preferirías que me quedara o que me fuera?

Tienes que decidirlo tú, no yo.

Pero nos afecta a los dos.

Eragon clavó la punta de la bota en el suelo.

Si debemos tomar parte en este alocado esquema -dijo-, deberíamos hacer todo lo que podamos para sacarlo adelante. Quédate, y procura que Nasuada no pierda la cabeza con este condenado plan.

No pierdas el ánimo, pequeño. Corre rápido, y nos reuniremos pronto.

Eragon levantó la vista y miró a Nasuada.

-Muy bien -dijo-. Iré.

La pose de Nasuada se relajó ligeramente.

-Gracias. Y tú, Saphira, ¿irás o te quedarás?

Proyectando sus pensamientos para que llegaran a Nasuada además de a Eragon, Saphira le dijo:

Me quedaré, Acosadora de la Noche.

-Gracias, Saphira -dijo Nasuada, inclinando la cabeza-. Te agradezco mucho tu apoyo.

-¿Habéis informado de esto a Blódhgarm? -preguntó EraSon-. ¿Está de acuerdo?

-No, supuse que tú le darías los detalles.

Eragon dudaba de que a los elfos les gustara la idea de que él se fuera a Farthen Dür con la única compañía de un úrgalo.

-¿Puedo hacer una sugerencia? -dijo.

-Ya sabes que tus sugerencias son bienvenidas.

Aquello le hizo detenerse un momento.

-Una sugerencia y una petición, entonces. -Nasuada levantó un dedo, indicándole que continuara-. Cuando los enanos hayan elegido a su nuevo rey o reina, Saphira debería reunirse conmigo en Farthen Dür, tanto para hacer los honores al nuevo soberano de los enanos como para cumplir la promesa que le hizo al rey Hrothgar tras la batalla de Tronjheim.

Nasuada adquirió la expresión de un felino al acecho.

-¿Qué promesa era ésa? -preguntó-. No me habías dicho nada de eso.

-Que Saphira repararía el zafiro estrellado, el Isidar Mithrim, para compensar que Arya lo rompiera.

Nasuada abrió los ojos, estupefacta, y miró a Saphira.

-¿Eres capaz de hacer algo así?

Sí, pero no sé si conseguiré concentrar la magia que necesitaré cuando me encuentre ante el Isidar Mithrim. Mi capacidad de formular hechizos no está sujeta a mis propios deseos. En ocasiones, es como si adquiriera un sentido suplementario y pudiera sentir dentro de mi propia carne el pulso de energía que, dirigido a mi voluntad, puede modelar el mundo a mi antojo. El resto del tiempo, en cambio, tengo la misma capacidad para los hechizos que los peces para el vuelo. En cualquier caso, que pudiera reparar el Isidar Mithrim, nos ayudaría mucho a granjearnos la buena voluntad de todos los enanos, no sólo de unos cuantos que tengan la suficiente amplitud de miras para apreciar la importancia de su cooperación con nosotros.

-Haría más de lo que te imaginas -dijo Nasuada-. El zafiro estrellado ocupa un lugar especial en el corazón de los enanos. A todos los enanos les encantan las gemas, pero por el Isidar Mithrim sienten un amor y una devoción incomparables, debido a su belleza y, sobre todo, a su inmenso tamaño. Devuélvele su gloria de antaño y estarás devolviéndoles el orgullo de su raza.

-Aunque Saphira no consiguiera reparar el Isidar Mithrim -dijo Eragon-, debería estar presente en la coronación del nuevo soberano de los enanos. Podríais justificar su ausencia durante unos días corriendo la voz entre los vardenos de que hemos realizado un breve viaje a Aberon, o algo parecido. Cuando los espías de Galbatorix se den cuenta de que los habéis engañado, el Imperio ya no estará a tiempo de organizar un ataque antes de nuestra vuelta.

Nasuada asintió.

-Es una buena idea. Contacta conmigo en cuanto los enanos hayan fijado una fecha para la coronación.

-Lo haré.

-Ya has hecho tu sugerencia; ahora haz tu petición. ¿Qué es lo que deseas de mí?

-Dado que insistís en que haga este viaje, con vuestro permiso me gustaría volar con Saphira de Tronjheim a Ellesméra, tras la coronación.

-¿Con qué propósito?

-Para consultar con los que nos enseñaron durante nuestra última visita a Du Weldenvarden. Les prometimos que, en cuanto tuviéramos la ocasión, volveríamos a Ellesméra para completar nuestra formación.

La línea entre las cejas de Nasuada se hizo más profunda.

-No hay tiempo para que paséis semanas o meses en Ellesméra prosiguiendo con vuestra educación.

-No, pero quizá tengamos tiempo para una breve visita.

Nasuada apoyó la cabeza contra el respaldo de su silla tallada y contempló a Eragon por debajo de sus pesados párpados.

-¿Y quiénes son exactamente vuestros profesores? He observado que siempre evitas las preguntas directas sobre ellos. ¿Quién fue quien os enseñó en Ellesméra, Eragon?

Tocando Aren, el anillo, Eragon dijo:

-Juramos a Islanzadí que no revelaríamos su identidad sin su permiso, el de Arya o de quien sucediera a Islanzadí en el trono.

-Por todos los demonios de los cielos y los infiernos -exclamó Nasuada-, ¿cuántos juramentos habéis hecho Saphira y tú? Parece que os comprometéis con todo el que se topa con vosotros.

Algo avergonzado, Eragon se encogió de hombros y abrió la boca para hablar, pero fue Saphira la que se dirigió a Nasuada:

Nosotros no lo buscamos, pero ¿cómo podemos evitar comprometernos si no podemos vencer a Galbatorix y al Imperio a menos que contemos con el apoyo de todas las razas de Alagaësia? Los juramentos son el precio que pagamos por ganarnos la ayuda de los que tienen el poder.

-Hum -murmuró Nasuada-. ¿Así que si quiero saber la verdad sobre el asunto tengo que preguntarle a Arya?

-Sí, pero dudo que os lo diga; los elfos consideran que la identidad de nuestros profesores es uno de sus secretos más preciados. No se arriesgarán a compartirlo a menos que sea absolutamente necesario, para evitar que llegue la voz a Galbatorix. -Eragon se quedó mirando la gema de azul intenso engarzada en su anillo, preguntándose hasta dónde le permitirían hablar su juramento y su honor- Sabed esto, no obstante: no estamos tan solos como suponíamos en otro tiempo.

A Nasuada pareció interesarle aquello.

-Ya veo. Bueno es saberlo, Eragon… Sólo querría que los elfos se mostraran más comunicativos conmigo. -Después de apretar los labios por un momento, prosiguió-: ¿Por qué tenéis que viajar hasta Ellesméra? ¿No tenéis forma de comunicaros con vuestros tutores directamente?

-Ojalá pudiéramos -dijo Eragon, abriendo los brazos en un gesto de impotencia-. Pero aún está por inventar el hechizo que pueda atravesar las barreras que protegen Du Weldenvarden.

-¿Los elfos no dejaron ni siquiera una abertura para un caso especial?

-Si lo hubieran hecho, Arya habría contactado con la reina Islanzadí en cuanto se recuperó, en Farthen Dür, en vez de ir personalmente a Du Weldenvarden.

-Supongo que tienes razón. Pero, entonces, ¿cómo es que pudiste consultar a Islanzadí sobre el destino de Sloan? Según dijiste, cuando hablaste con ella, el ejército de los elfos aún estaba en el interior de Du Weldenvarden.

-Y estaban -dijo él-, pero en un extremo del bosque, pasadas las barreras protectoras.

El silencio que se hizo entre los dos mientras Nasuada tomaba en consideración su petición era palpable. En el exterior de la tienda, Eragon oyó a los Halcones de la Noche discutiendo entre ellos sobre si lo mejor para combatir a grandes cantidades de hombres a pie era un pico de cuervo o una alabarda y, más allá, oyó el crujido de una carreta de bueyes al pasar, el ruido metálico de la armadura de unos hombres que corrían a paso ligero en dirección contraria y cientos de otros sonidos indiferenciados que se entremezclaban en el campamento.

-¿Qué es lo que esperas obtener con esa visita? -dijo por fin Nasuada.

-¡No lo sé! -refunfuñó Eragon, que dio un golpe con el puño al pomo de su bracamarte-. Y ése es el quid del problema: no sabemos lo suficiente. Puede que no sirva para nada, pero, por otra parte, quizás aprendamos algo que nos ayude a vencer a Murtagh y a Galbatorix de una vez por todas. Ayer ganamos por los pelos, Nasuada. ¡Por los pelos! Y me temo que cuando volvamos a enfrentarnos a Espina y a Murtagh, éste sea más fuerte que antes, y se me hielan los huesos cuando pienso que el poder de Galbatorix supera con mucho al de Murtagh, a pesar de la enorme fuerza con que ha dotado a mi hermano. El elfo que me enseñó, él… -Eragon dudó, pero teniendo en cuenta lo que suponía lo que estaba a punto de decir, siguió adelante- dejó entrever que sabe cómo es posible que la fuerza de Galbatorix aumente cada año, pero se negó a revelarme nada más en aquel momento porque no estábamos lo suficientemente avanzados en nuestra formación. Ahora, tras nuestros encuentros con Espina y Murtagh, creo que compartirá esos conocimientos con nosotros. Es más, hay disciplinas enteras de la magia que aún tenemos que explorar, y cualquiera de ellas podría aportarnos los medios para derrotar a Galbatorix. Si vamos a jugárnosla con este viaje, Nasuada, permitid que no nos arriesguemos por mantener nuestra posición actual, sino por mejorar nuestra posición y ganar la partida.

Nasuada se quedó inmóvil durante más de un minuto.

-No puedo tomar esta decisión hasta después de que los enanos celebren la coronación. El que vayas o no a Du Weldenvarden dependerá de los movimientos del Imperio en aquel momento y de las informaciones de nuestros espías sobre las actividades de Murtagh y Espina.

A lo largo de las dos horas siguientes, Nasuada le dio información a Eragon sobre los trece clanes de los enanos. Le instruyó sobre su historia y su política; sobre los productos en los que basaba cada clan la mayor parte de su comercio; en los nombres, familias y personalidades de los jefes de los clanes; en la lista de túneles importantes excavados y controlados por cada clan; y en lo que consideraba los mejores modos para convencer a los enanos para que eligieran un rey o una reina afines a los objetivos de los vardenos.

-Lo ideal sería que fuera Orik quien ascendiera al trono -dijo ella-. El rey Hrothgar estaba muy bien considerado por la mayoría de sus súbditos, y el Dülrgrimst Ingeitum sigue siendo uno de los clanes más ricos e influyentes, todo lo cual beneficia a Orik, que está comprometido con nuestra causa. Ha servido entre los vardenos, es amigo tuyo y mío y es tu hermano adoptivo. Creo que está capacitado para convertirse en un rey excelente para los enanos. -Entonces adoptó una expresión divertida-. Aunque eso no sirve de mucho, ya que para los enanos es demasiado joven, y su relación con nosotros puede convertirse en una barrera insuperable para los jefes de los otros clanes. Otro obstáculo es que los otros grandes clanes, Dürgrimst Feldünost y Dürgrimst Knurlcarathn, por poner dos ejemplos, están deseosos, tras más de cien años de gobierno de los Ingeitum, de ver la corona en manos de otro clan. Apoya por todos los medios a Orik si eso puede ayudarle a acceder al trono, pero si se hace evidente que no tiene futuro y que con tu apoyo podrías garantizar el éxito del jefe de otro clan que apoye a los vardenos, apóyalo a él, aunque al hacerlo puedas ofender a Orik. No puedes permitir que la amistad interfiera con la política; no en este momento.

Cuando Nasuada acabó su exposición sobre los clanes de los enanos, ella, Eragon y Saphira pasaron varios minutos pensando en cómo podía desaparecer Eragon del campamento sin que le vieran. Cuando por fin fijaron los detalles del plan, Eragon y Saphira volvieron a su tienda y le dijeron a Blódhgarm lo que habían decidido.

Para sorpresa de Eragon, el peludo elfo no puso objeciones.

-¿Te parece bien? -preguntó sin poder reprimir su curiosidad.

-No me corresponde decir si me parece bien o no -respondió Blódhgarm con un suave ronroneo-. Pero dado que la estratagema de Nasuada no parece poneros a ninguno de los dos en un peligro inaceptable, y que con ello puede que tengáis la ocasión de ampliar vuestros conocimientos en Ellesméra, ni yo ni los míos pondremos objeciones. -Inclinó la cabeza-. Si me disculpáis, Bjartskular, Argetlam.

Tras rodear a Saphira, el elfo salió de la tienda, haciendo que un destello de luz atravesara la oscuridad del interior al abrir la solapa de lona de la entrada.

Eragon y Saphira permanecieron sentados en silencio; luego él se llevó la mano a lo alto de la cabeza.

Digas lo que digas, voy a echarte de menos.

Y yo a ti, pequeño.

Ten cuidado. Si te ocurriera algo, yo…

Y tú también. Eragon suspiró.

Llevamos juntos sólo unos días, y ya tenemos que separarnos de nuevo. Me costará perdonar a Nasuada.

No la culpes por hacer lo que debe.

No, pero me deja un amargo sabor de boca.

Muévete ligero, pues, para que pueda reunirme pronto contigo en Farthen Dür.

No me importaría estar tan lejos de ti si pudiera mantener el contacto mental contigo. Eso es lo peor: la horrible sensación de vacío. No podremos siquiera hablar a través del espejo de la tienda de Nasuada, ya que la gente se preguntará por qué la visitas si yo no estoy.

Saphira parpadeó y agitó la lengua, y él sintió un extraño cambio en sus emociones.

¿Qué?… -preguntó.

Yo… -Volvió a parpadear- Estoy de acuerdo. Ojalá pudiéramos mantener el contacto mental cuando estamos tan lejos el uno del otro. Tendríamos menos preocupaciones y menos problemas, y ello nos permitiría combatir al Imperio con mayor facilidad.

Eragon se sentó a su lado y Saphira ronroneó satisfecha mientras él le rascaba las pequeñas escamas de detrás de la mandíbula.