Eragon registró el suelo irregular y poblado de raíces en
busca de alguna pista del arma, pero, al igual que antes, no
encontró ningún objeto que pareciera adecuado para llevar a la
guerra. Levantó un trozo de corteza suelta que estaba sobre el
musgo, a sus pies, y se lo mostró a Saphira.
¿Qué te parece?-preguntó-. Si
lo imbuyera de suficientes hechizos, ¿podría
matar a un soldado con esto?
Podrías matar a
un soldado con una brizna de hierba si quisieras -respondió
ella-. Pero, contra Murtagh y Espina, o contra
el rey y su dragón negro, atacar con este trozo de corteza sería
como hacerlo con un ovillo de lana.
Tienes razón
-contestó, y lo tiró.
Me parece -continuó ella- que no tienes que hacer tonterías para demostrar que lo
que dijo Solembum era verdad.
No, pero quizá
tenga que plantearlo todo desde un punto de vista diferente, si quiero encontrar esa arma. Como
dijiste antes, podría ser una piedra, o un
libro, o un arma blanca de algún tipo. Un bastón cortado de una de
las ramas del árbol Menoa sería una buena arma,
creo.
Pero difícilmente
comparable a una espada.
No… Y no me atrevería a cortar una rama sin el permiso del árbol, y no
tengo ni idea de cómo convencerlo de que me conceda esa
petición.
Saphira arqueó el sinuoso cuello y miró hacia arriba, al
árbol; luego agitó la cabeza y los hombros para sacudirse las gotas
de agua que se le habían acumulado en los afilados extremos de las
escamas. La ducha fría cayó sobre Eragon, que soltó un grito y dio
un salto hacia atrás, tapándose la cara con el
brazo.
Si alguna criatura intentara hacer
daño al árbol Menoa -dijo ella-,
dudo que viviera lo suficiente para
arrepentirse de su error.
Durante unas cuantas horas, los dos dieron vueltas por el
claro. Eragon continuaba esperando tropezarse con algún agujero o
alguna ranura entre las retorcidas raíces donde hubiera un arcón
enterrado que contuviera una espada.
Si Murtagh tiene a Zar'roc, que es la espada de su padre -pensó Eragon-,
seria justo que yo tuviera la espada que Rhunón
hizo para Brom.
Además sería del
color correcto -añadió Saphira-. Su
dragona, que se llamaba como yo, también era
azul.
Al fin, desesperado, Eragon proyectó la mente hacia el árbol
Menoa e intentó atraer la atención de su lenta conciencia para
explicarle lo que estaba buscando y pedirle ayuda. Pero fue como si
se hubiera dedicado a llamar la atención del viento o de la lluvia,
porque el árbol no le prestó más atención que a cualquiera de las
hormigas que movían las antenas a sus pies.
Decepcionado, él y Saphira dejaron el árbol Menoa cuando el
borde del sol tocaba el horizonte. Desde el claro, Saphira voló
hasta el centro de Ellesméra, donde aterrizó en un trozo de tierra
que se encontraba detrás del dormitorio de la casa del árbol que
los elfos les habían acondicionado. La casa consistía en varias
habitaciones globulares que descansaban en la copa de un robusto
árbol, a varios metros por encima del suelo.
Una comida a base de fruta, verdura, alubias y pan los
esperaba en el comedor. Después de comer un poco, Eragon se enroscó
al lado de Saphira en un lecho de sábanas que estaba en el suelo:
prefería la compañía de Saphira que su cama. Se quedó ahí, alerta y
consciente de lo que lo rodeaba, mientras Saphira se hundía en un
sueño profundo. Más tarde, durante la noche, Eragon cayó en el
estado parecido al trance de sus sueños de vigilia, y en ellos
habló con sus padres. No pudo oír lo que le decían, porque su voz y
la de ellos sonaba muy baja, pero de alguna manera fue consciente
del amor y el orgullo que ellos sentían por él, y a pesar de que
sabía que sólo eran fantasmas de su mente inquieta, siempre atesoró
el recuerdo de ese afecto.
Al amanecer, un esbelto elfo condujo a Eragon y a Saphira por
los caminos de Ellesméra hasta el complejo de la familia de
Valtharos. Mientras pasaban entre las formas oscuras de los
sombríos pinos, a Eragon le sorprendió lo vacía y quieta que estaba
la ciudad comparada con la última vez que la visitaron. Distinguió
solamente a tres elfos entre los árboles: unas figuras altas y
gráciles que se alejaban con pasos silenciosos.
Cuando los elfos marchan a la guerra
-dijo Saphira-, pocos son los que se quedan
atrás.
Si.
Lord Fiolr los esperaba dentro de una sala abovedada e
iluminada por varias luces fantasmagóricas. Tenía un rostro
alargado y de expresión severa, y más anguloso que el de la mayoría
de los elfos, de tal forma que sus rasgos hicieron pensar a Eragon
en una lanza afilada. Llevaba una túnica verde y dorada cuyo cuello
se levantaba por detrás de su cabeza, como las plumas del cuello de
algún pájaro exótico. Con la mano izquierda sujetaba un bastón de
madera blanca tallada con signos del Liduen Kvaedhí. En uno de los
extremos había una pulida perla montada.
Lord Fiolr hizo una reverencia doblándose por la cintura,
igual que Eragon. Entonces intercambiaron el saludo tradicional de
los elfos y el chico le agradeció al elfo la generosidad de
permitirle inspeccionar la espada Támerlein.
-Mucho tiempo ha sido Támerlein un
bien altamente apreciado por mi familia -dijo Lord Fiolr-, y es
especialmente preciado por mi corazón. ¿Conoces la historia de
Támerlein, Asesino de
Sombra?
-No -dijo Eragon.
-Mi compañera era la muy sabia y justa Naudra, y su hermano,
Arva, era un Jinete de Dragón en el momento de la Caída. Naudra se
encontraba de visita con él en Ilirea cuando Galbatorix y los
Apóstatas arrasaron la ciudad como una tormenta del norte. Arva
luchó al lado de los demás Jinetes para defender Ilirea, pero
Kialandí, de los Apóstatas, le dio un golpe mortal. Con Támerlein, Naudra luchó contra los Apóstatas y
volvió aquí con otro dragón y otro Jinete, aunque no tardó en morir
a causa de las heridas.
Lord Fiolr acarició el bastón con un dedo y de la perla emanó
un suave brillo.
-Támerlein me es tan preciada como el
aire de mis pulmones; preferiría separarme de esta vida que
separarme de ella. Por desgracia, ninguno de los míos es digno de
llevarla. Támerlein fue forjada para un
Jinete, y nosotros no somos Jinetes. Estoy dispuesto a dártela,
Asesino de Sombra, para ayudarte en tu lucha contra Galbatorix. De
todas formas, Támerlein continuará siendo
propiedad de la casa de Valtharos y tú debes prometer que me
devolverás la espada si alguna vez mis herederos la
piden.
Eragon le dio su palabra, y entonces Lord Fiolr los condujo,
a él y a Saphira, hasta una mesa larga y pulida que crecía desde la
madera del suelo. En uno de los extremos de la mesa había un pie
muy decorado; encima de él, se encontraba la espada Támerlein con su funda.
La hoja de Támerlein tenía un color verde profundo y oscuro,
igual que la funda. Una enorme esmeralda adornaba la empuñadura;
todo, excepto la hoja, estaba hecho de acero pavonado. La guarda
estaba adornada con una hilera de signos que, en el idioma de los
elfos, decían: «Soy Támerlein, portadora
del último sueño».
En longitud, la espada era igual que Zar'roc, pero la hoja era más ancha, la punta más
redonda y la empuñadura, más pesada. Era un arma hermosa y
mortífera, pero sólo con verla Eragon se dio cuenta de que Rhunón
había forjado Támerlein para una persona
que tenía un estilo de lucha distinto al suyo, un estilo que se
basaba más en cortar y atravesar que en las técnicas más elegantes
y rápidas que Brom le había enseñado.
En cuanto la tomó por el pomo, Eragon se dio cuenta de que
éste era demasiado grande para su mano, y en ese momento supo que
Támerlein no era una espada para él. No la
sentía como una extensión de su brazo, como Zar'roc. Y, a pesar de que se daba cuenta, Eragon
dudó, porque ¿en qué otro lugar podía encontrar una buena espada?
Arvindr, la otra espada que Oromis había
mencionado, se encontraba en una ciudad que estaba a cientos de
kilómetros de distancia.
No te la quedes -intervino Saphira-.
Si tienes que llevar una espada a la batalla, y
si tu vida y la mía dependen de ella, entonces la espada debe ser
perfecta. Ninguna otra cosa será suficiente. Además, no me gustan las
condiciones que Lord Fiolr ha puesto a su
obsequio.
Y así, Eragon volvió a dejar aquella espada en el pie y se
disculpó ante Lord Fiolr, explicándole por qué no podía aceptar la
espada. El elfo de rostro enjuto no se mostró muy decepcionado: al
contrario, a Eragon le pareció ver que una rápida expresión de
satisfacción aparecía en sus ojos.
Desde la casa de la familia Valtharos, Eragon y Saphira
recorrieron las oscuras cavernas del bosque hasta el túnel de
cornejos que conducía hasta el atrio que había en el centro de la
casa de Rhunón. Mientras salían del túnel, Eragon oyó el sonido del
martillo contra el cincel y vio a Rhunón sentada en un banco al
lado de la fragua sin paredes, en medio del atrio. La elfa estaba
ocupada tallando un bloque de acero pulido que tenía delante. Fuera
lo que fuera lo que estuviera esculpiendo, Eragon no lo pudo
adivinar, pues la pieza todavía era basta y no tenía
forma.
-Bueno, Asesino de Sombra, así que todavía estás vivo -dijo
Rhunón, sin apartar los ojos de su trabajo. El sonido de su voz era
áspero como el de dos piedras de molino girando una sobre otra-.
Oromis me dijo que perdiste a Zar'roc y que
la tiene el hijo de Morzan.
Eragon achicó los ojos y asintió con la cabeza, a pesar de
que ella no lo estaba mirando.
-Sí, Rhunón-elda. Me la quitó en los Llanos
Ardientes.
-Aja. -Rhunón se concentró en su trabajo, golpeando el cincel
a una velocidad inhumana. Luego hizo una pausa y dijo-: La espada
ha encontrado a su propietario adecuado. No me gusta el uso que…,
¿cuál es su nombre? Ah, sí, Murtagh… No me gusta el uso que le da a
Zar'roc, pero todo Jinete merece una espada
adecuada, y no puedo pensar que haya una espada mejor para el hijo
de Morzan que la propia espada de Morzan. -La elfa miró a Eragon
desde debajo de unas cejas bien dibujadas-. Compréndeme, Asesino de
Sombra, preferiría que tú te hubieras quedado con la vieja
Zar'roc, pero todavía me gustaría más que
tuvieras una espada que hubiera sido hecha para ti. Es posible que
Zar'roc te haya servido bien, pero no tenía
la forma adecuada para tu cuerpo. Y ni me hables de Támerlein. Tendrías que estar loco para pensar que
la puedes usar.
-Como puedes ver -dijo Eragon-, no la traje de casa de Lord
Fiolr.
Rhunón asintió con la cabeza y continuó trabajando con el
cincel.
-Bueno, entonces bien.
-Si Zar'roc es la espada correcta
para Murtagh -dijo Eragon-, ¿no sería la espada de Brom el arma
adecuada para mí?
Rhunón frunció el ceño.
-¿ Undbitrl ¿Por qué piensas en la
espada de Brom?
-Porque Brom era mi padre -dijo Eragon, y sintió un
escalofrío al ser capaz de decirlo.
-¿Ah, sí? -Rhunón dejó el martillo y el cincel, salió de
debajo del techo de la fragua y se colocó delante de Eragon. Tenía
la espalda un tanto encorvada a causa de los siglos que había
pasado trabajando en esa postura y, por ello, parecía un poco más
baja que él-. Mm, sí, ya veo el parecido. Brom era rudo: decía lo
que sentía y no malgastaba las palabras. Eso me gustaba. No puedo
soportar cómo se han vuelto los de mi raza. Son demasiado educados,
demasiado refinados, demasiado afectados, ¡ja! Recuerdo cuando los
elfos reían y luchaban como criaturas normales. ¡Ahora se han
vuelto tan retraídos que algunos parece que no tengan más emociones
que una estatua de mármol!
Saphira dijo:
¿Te estás refiriendo a cómo eran los
elfos antes de que nuestras razas se unieran?
Rhunón dirigió la mirada de ceño fruncido hacia
Saphira.
-Escamas Brillantes. Bienvenida. Sí, estaba hablando de la
época anterior a que el vínculo entre elfos y dragones se sellara.
Los cambios que he visto en nuestras razas desde entonces…, no lo
podríais creer, pero así es, y aquí estoy, una de las pocas que
todavía viven y puede recordar cómo éramos antes.
Entonces Rhunón volvió a dirigir la mirada a
Eragon.
-Undbitr no es la respuesta que
necesitas. Brom perdió su espada durante la caída de los Jinetes.
Si no se encuentra en la colección de Galbatorix, entonces debió de
ser destruida o, quizá, enterrada en algún lugar, debajo de los
huesos en descomposición de algún campo de batalla olvidado. Aunque
pudiera ser encontrada, no podrías recuperarla antes de que tengas
que enfrentarte a tus enemigos de nuevo.
-Entonces, ¿qué voy a hacer, Rhunón-elda? -preguntó
Eragon.
Y le habló del bracamarte que había tomado mientras estaba
con los vardenos y de los hechizos con que lo había reforzado, y de
cómo éste le había fallado en los túneles de debajo de Farthen
Dür.
Rhunón soltó un bufido de burla.
-No, eso no funcionaría nunca. Una vez que la espada ha sido
forjada y enfriada, la puedes proteger con un despliegue infinito
de hechizos, pero el metal continuará siendo tan débil como
siempre. Un Jinete necesita otra cosa: una espada que pueda
soportar el más violento de los impactos y a la que casi ninguna
magia pueda afectar. No, lo que debes hacer es lanzar los hechizos
sobre el metal caliente mientras lo estás extrayendo de la mena, y
también mientras lo estás forjando, para alterar y mejorar la
estructura del metal.
-Pero ¿cómo puedo conseguir una espada así? -preguntó
Eragon-. ¿Me harías una, Rhunón-elda?
Las finísimas arrugas del rostro de Rhunón se hicieron más
profundas. Se rascó el codo izquierdo y en el antebrazo se le
marcaron todos los músculos.
-Sabes que juré que no volvería a crear ninguna otra arma
mientras viviera.
-Lo sé.
-Mi juramento me obliga; no lo puedo romper, sin importar lo
mucho que lo desee. -Sin soltarse el hombro, Rhunón volvió a su
banco y se sentó ante su escultura-. ¿Y por qué debería hacerlo,
Jinete de Dragón? Dímelo. ¿Por qué debería traer otro quebrantador
de almas al mundo?
Eragon eligió las palabras con cuidado:
-Porque si lo hicieras, podrías ayudar a acabar con el
reinado de Galbatorix. ¿No sería justo que yo lo matara con un
hierro forjado por ti, ya que fue con tus espadas con las que él y
los Apóstatas asesinaron a tantos dragones y Jinetes? Tú detestas
la manera en que han utilizado tus armas. ¿Qué mejor manera de
equilibrar la balanza, entonces, que forjando el instrumento de la
condenación de Galbatorix?
Rhunón cruzó los brazos y miró al cielo.
-Una espada…, una espada nueva. Después de tanto tiempo,
volver a utilizar mi arte… -Bajó la vista, miró a Eragon sacando
mandíbula y dijo-: Es posible, sólo posible, que pueda haber una
manera de ayudarte, pero es absurdo especular, porque no lo puedo
intentar.
¿Por qué no?-preguntó
Saphira.
-¡Porque no tengo el metal que necesito! -gruñó Rhunón-. ¿No
creeréis que forjé las espadas de los Jinetes con acero ordinario,
verdad? ¡No! Hace mucho tiempo, mientras deambulaba por Du
Weldenvarden, me encontré con unos fragmentos de estrella fugaz que
contenían una mena que no se parecía en nada a las que yo había
utilizado hasta entonces. La refiné y descubrí que la mezcla de
acero que sacaba era más fuerte, más dura y más flexible que
ninguna de origen terrestre. Bauticé al metal como «acero
brillante», por su brillantez inusual, y cuando la reina Tarmunora
me pidió que forjara la primera de las espadas de los Jinetes, fue
acero brillante lo que utilicé. Desde entonces, y siempre que tenía
oportunidad, buscaba por el bosque para encontrar más fragmentos de
este metal. No lo encontraba a menudo, pero cuando lo hacía, lo
guardaba para los jinetes.
»A lo largo de los siglos, los fragmentos fueron cada vez más
escasos hasta que, al final, empecé a pensar que ya no quedaba
ninguno. Tardé veinticuatro años en encontrar el último depósito.
Con él forjé siete espadas, entre ellas Undbitr y Zar'roc. Desde que
los Jinetes cayeron, he buscado el acero brillante solamente una
vez, anoche, después de que Oromis me hablara de ti. -Rhunón ladeó
la cabeza y sus ojos acuosos penetraron a Eragon-. Busqué hasta muy
lejos, lancé muchos hechizos para encontrar y atraer, pero no hallé
ni una mota de acero brillante. Si fuera posible conseguir un poco,
entonces podría empezar a plantearme hacer una espada para ti,
Asesino de Sombra. Si no, esta conversación no es más que un
parloteo sin sentido.
Eragon hizo una reverencia a la elfa y le dio las gracias por
el tiempo que le había dedicado; luego él y Saphira abandonaron el
atrio por el verde túnel de hojas de cornejo.
Mientras caminaban el uno al lado del otro hacia un claro
desde donde Saphira pudiera levantar el vuelo, Eragon
dijo:
Acero brillante: eso es a lo que se
debió de referir Solembum. Debe de haber
acero brillante debajo del árbol Menoa.
¿Cómo lo podía
saber?
Quizás el mismo
árbol se lo dijo. ¿Importa?
Acero brillante o no -dijo ella-,
¿cómo se supone que tenemos que sacar nada de
debajo de las raíces del árbol Menoa? No podemos abrirnos paso a
hachazos a través de ellas. Ni siquiera sabemos por dónde
cortar.
Tengo que pensar en
eso.
Desde el claro de la casa de Rhunón, Saphira y Eragon volaron
por encima de Ellesméra de vuelta a los riscos de Tel'naeír, donde
Oromis y Glaedr los estaban esperando. Cuando Saphira hubo
aterrizado y Eragon bajó, ella y Glaedr se elevaron en el cielo y
empezaron a trazar espirales muy altas sin ir a ningún sitio en
concreto, simplemente para disfrutar del placer de la mutua
presencia.
Mientras los dos dragones bailaban entre las nubes, Oromis
enseñó a Eragon cómo un mago podía transportar un objeto de un
lugar a otro sin que el objeto tuviera que atravesar la distancia
entre los dos puntos.
-Casi todas las formas de magia -dijo Oromis- requieren cada
vez más energía a medida que la distancia entre tú y tu objetivo
aumenta. De todas formas, ése no es el caso con esta forma en
concreto. Mandar la roca que tengo en la mano al otro lado de ese
arroyo requeriría la misma energía que mandarla hasta las Islas del
Sur. Por este motivo, este hechizo es muy útil cuando tienes que
transportar un objeto a una distancia tan grande que te mataría
hacerlo de forma normal a través del espacio. A pesar de eso, es un
hechizo difícil y sólo debes recurrir a él si todo lo demás ha
fallado. Mover una cosa grande como el huevo de Saphira, por
ejemplo, te dejaría demasiado cansado para
moverte.
Entonces Oromis le enseñó a pronunciar el hechizo, así como
algunas de sus variantes. Cuando Eragon hubo memorizado los
encantamientos a satisfacción de Oromis, el elfo le dijo que
intentara mover la pequeña piedra que tenía en la
mano.
En cuanto Eragon pronunció el hechizo completo, la piedra se
desvaneció de la palma de la mano de Oromis y, al cabo de un
instante, reapareció en medio del claro con un destello de luz
azulada, una fuerte detonación y un remolino de aire caliente.
Eragon se sobresaltó con el ruido y luego se agarró a la rama de un
árbol cercano para sostenerse mientras las rodillas le fallaban y
el frío le atenazaba las piernas. Miró hacia la piedra, que se
encontraba en medio de un círculo de hierba quemada, y se le puso
la piel de gallina al recordar el momento en que cogió por primera
vez el huevo de Saphira.
-Bien hecho -dijo Oromis-. Ahora, ¿puedes decirme por qué la
piedra ha hecho ese ruido cuando se ha materializado encima de la
hierba?
Eragon prestó mucha atención a todo lo que Oromis le dijo,
pero durante la lección continuó considerando el tema del árbol
Menoa, y sabía que Saphira estaba haciendo lo mismo mientras volaba
en el cielo. Cuanto más lo pensaba, menos esperanzas tenía de
encontrar una solución.
Cuando Oromis terminó de enseñarle cómo transportar objetos,
el elfo le preguntó:
-Ya que has declinado la oferta de Támerlein de Lord Fiolr, ¿os quedaréis mucho tiempo
más en Ellesméra?
-No lo sé, Maestro -contestó Eragon-. Hay otra cosa que
quiero intentar en el árbol Menoa, pero si no lo consigo, entonces
supongo que no me quedará otra opción que ir a reunirme con los
vardenos con las manos vacías.
Oromis asintió con la cabeza.
-Antes de que te vayas, vuelve con Saphira una última vez.
-Sí, Maestro.
Mientras Saphira se dirigía al árbol Menoa con Eragon en la
grupa, le dijo:
No funcionó
antes. ¿Por qué tendría que funcionar ahora? Funcionará porque
tiene que funcionar. Además, ¿tienes una idea
mejor?
No, pero no me gusta. No sabemos
cómo va a reaccionar. Recuerda, antes de
que Linnea se fundiera con el árbol, había matado al joven que
había traicionado su afecto. Es posible que vuelva a recurrir a la
violencia.
No se atreverá;
no mientras estés tú allí para protegerme.
Hum.
Con un susurro en el aire, Saphira se posó encima de una
retorcida raíz a varios cientos de metros por debajo de la base del
árbol Menoa. Las ardillas que había en el enorme pino chillaron
advirtiendo a sus compañeras de la noticia de su
llegada.
Eragon se dejó caer en la raíz y se frotó las palmas de las
manos contra los muslos. Luego dijo:
-Bueno, no perdamos tiempo. -Con paso ligero, corrió por la
raíz hasta el tronco del árbol con los brazos abiertos para
mantener el equilibrio.
Saphira lo siguió a paso más lento, rompiendo las ramitas y
las cortezas del suelo con los pies.
Eragon se puso en cuclillas encima de una zona resbaladiza de
la madera y se sujetó en una grieta del tronco para no caer. Esperó
hasta que Saphira estuvo a su lado y entonces cerró los ojos,
respiró con fuerza el aire frío y húmedo y envió sus pensamientos
al árbol.
El árbol Menoa no hizo ningún intento de evitar que él tocara
su mente, ya que su conciencia era tan grande y extraña, y estaba
tan entrelazada con las de las otras plantas del bosque, que no
necesitaba defenderse. Quien quisiera controlar el árbol también
tendría que establecer un dominio mental sobre una gran parte de Du
Weldenvarden, hazaña que una sola persona no podía tener esperanzas
de lograr. Eragon sintió un calor y una luz que provenían del
árbol, así como la sensación de la tierra apretada contra sus
raíces a lo largo de cientos de metros en todas direcciones. Sintió
la brisa entre las enredadas ramas y el fluir de la pegajosa resina
que rezumaba por un pequeño corte en el tronco. También recibió una
enorme cantidad de impresiones similares procedentes de las otras
plantas que el árbol Menoa vigilaba. Comparado con la conciencia
que el árbol había mostrado durante la Celebración del Juramento de
Sangre, ahora parecía dormido; el único pensamiento que Eragon pudo
detectar era tan largo y se movía con tanta lentitud que era
imposible de descifrar.
Reunió todos sus recursos y lanzó un grito mental al árbol
Menoa:
Por favor, escúchame, ¡oh, gran árbol! ¡Necesito tu ayuda! ¡Toda la
Tierra está en guerra, los elfos han abandonado la seguridad de Du
Weldenvarden, y yo no tengo ninguna espada con que luchar! El
hombre gato Solembum me dijo que mirara debajo del árbol Menoa
cuando necesitara un arma. ¡Bueno, ese momento ha llegado! ¡Por
favor, escúchame, oh, madre del bosque! ¡Ayúdame en mi
búsqueda!
Mientras hablaba, Eragon envió a la conciencia del árbol
imágenes de Espina y de Murtagh y de los ejércitos del Imperio.
Saphira añadió también varios recuerdos, doblando los esfuerzos de
Eragon con su propia fuerza.
Eragon no utilizó solamente palabras e imágenes. Desde dentro
de sí mismo y de Saphira, lanzó una constante corriente de energía
al árbol: un obsequio de buena fe que, esperaba, despertara la
curiosidad del árbol Menoa.
Pasaron varios minutos y el árbol continuaba sin reconocer su
presencia, pero Eragon se negaba a abandonar. El árbol, pensó, se
movía a un ritmo más lento que los humanos y los elfos; era de
esperar que no respondiera inmediatamente a su
petición.
No podemos gastar mucha fuerza
más -dijo Saphira-, si queremos volver con los vardenos a
tiempo.
Eragon asintió y, con renuencia, cortó el flujo de
energía.
Mientras continuaba rogándole al árbol Menoa, el sol llegó a
su punto más alto y, luego, empezó a descender. Las nubes se
hincharon, se achicaron y se escabulleron por la bóveda del cielo.
Los pájaros volaron por encima de los árboles, las ardillas
parlotearon enojadas, las mariposas volaron de flor en flor y una
hilera de hormigas rojas desfiló por delante del pie de Eragon
transportando pequeñas larvas con las pinzas.
Entonces Saphira gruñó; todos los pájaros de las cercanías
levantaron el vuelo, asustados.
¡Basta de esta humillación!
-declaró-. ¡Soy una dragona y no seré ignorada,
ni siquiera por un árbol!
-¡No, espera! -gritó Eragon al percibir sus intenciones, pero
ella lo ignoró.
Saphira se apartó un paso del árbol Menoa, se agachó, clavó
con fuerza las garras en la raíz del árbol y, dando un poderoso
tirón, arrancó tres grandes tiras de madera de
ella.
¡Sal y habla con nosotros árbol elfo!
-rugió. Levantó la cabeza como una serpiente a punto de atacar y
soltó una llamarada de la boca que envolvió al tronco en una
tormenta de fuego azul y blanco.
Eragon se cubrió el rostro y dio un salto para alejarse del
calor. -¡Saphira, detente! -gritó, horrorizado. Me detendré cuando hable con
nosotros.
Una densa nube de gotas de agua cayó al suelo. Eragon miró
hacia arriba y vio que las ramas del pino temblaban y se
bamboleaban con una agitación cada vez mayor. El sonido de madera
frotando madera llenó el bosque. Al mismo tiempo, una brisa fría
como el hielo acarició la mejilla de Eragon y pareció que se oía un
grave retumbar bajo la tierra. Miró a su alrededor y se dio cuenta
de que los árboles que rodeaban el claro parecían más altos y sus
formas más angulosas que antes, como si se inclinaran hacia delante
y sus ramas se extendieran hacia ellos como garras. Y Eragon tuvo
miedo.
Saphira… -dijo, agachándose un poco,
dispuesto a salir corriendo o a luchar.
La dragona cerró las mandíbulas, cortó el chorro de fuego y
apartó la mirada del árbol Menoa. Al ver el cerco de amenazadores
árboles, las escamas se le pusieron de punta, como el pelo de un
gato asustado. Lanzó un gruñido hacia el bosque moviendo la cabeza
de un lado a otro, luego desplegó las alas y empezó a apartarse del
árbol Menoa.
Deprisa, sube a mi
grupa.
Antes de que Eragon diera un paso, una raíz gruesa como su
brazo emergió del suelo y se enroscó alrededor de su tobillo
izquierdo: lo inmovilizó. Unas raíces más gruesas aparecieron a
ambos lados de Saphira y la sujetaron por las patas y la cola,
impidiéndole que se moviera de sitio. Saphira rugió de furia y
levantó la cabeza para lanzar otra ráfaga de
fuego.
Entonces, una voz susurrante parecida al sonido de fricción
de las hojas sonó en la mente de Eragon y de Saphira, que ya
empezaba a escupir un fuego titubeante. La voz
dijo:
¿Quién se atreve a interrumpir mi
paz?¿Quién se atreve a morderme y quemarme?
Decid vuestros nombres para que sepa a quiénes habré matado.
La raíz apretó con fuerza el tobillo de Eragon, que no pudo
reprimir una mueca de dolor. Si apretaba un poco más, le rompería
el hueso.
Soy Eragon Asesino de Sombra, y
ésta es la dragona a la que estoy unido,
Saphira Escamas Brillantes.
Morid bien, Eragon Asesino de Sombra, y
Saphira Escamas Brillantes.
¡Espera! -dijo Eragon-. No he terminado de decir quiénes
somos.
Se hizo un largo silencio, y luego la voz
dijo:
Continúa.
Soy el último
Jinete de Dragón libre de Alagaësia, y Saphira es la última dragona
que existe. Somos, quizá, los únicos que podemos derrotar a
Galbatorix, el traidor que ha destruido a los Jinetes y que ha
conquistado media Alagaësia.
¿Por qué me has herido, dragona?
-dijo la voz con un suspiro.
Saphira apretó las mandíbulas y contestó:
Porque no querías
hablar con nosotros, árbol elfo, y porque Eragon ha perdido su
espada y un hombre gato le dijo que mirara debajo del árbol Menoa
cuando necesitara un arma. Hemos mirado y mirado, pero no podemos
encontrarla solos.
Entonces moriréis
en vano, dragona, porque no hay ningún arma debajo de mis
raices.
Creemos que el hombre gato se
debía de referir al acero brillante, el
metal de estrella que Rhunón utiliza para forjar las espadas de los
Jinetes -dijo, desesperado, Eragon-. Sin
él, ella no puede reemplazar mi espada.
La red de raíces que cubría el claro se movió y la tierra se
rizó alrededor de ellas. El movimiento asustó a cientos de conejos,
ratones, ratoncillos de campo, musarañas y otras pequeñas criaturas
que se encontraban en sus madrigueras y guaridas, y los hizo salir
corriendo por toda la superficie hacia lo más denso del
bosque.
Eragon vio por el rabillo del ojo que docenas de elfos
corrían hacia el claro con el pelo flotando al viento como
estandartes de seda. Igual que apariciones silenciosas, los elfos
se quedaron debajo de las ramas de los árboles de alrededor y
miraron a Eragon y a Saphira sin hacer nada por
ayudarlos.
Eragon estaba a punto de llamar mentalmente a Oromis y a
Glaedr cuando volvió a oír la voz:
El hombre gato sabía de qué hablaba: hay un nodulo de acero brillante enterrado en lo más
hondo de mis raíces, pero no lo tendréis. Me habéis mordido y me
habéis quemado, y no os perdono.
Un sentimiento de alarma atemperó la excitación de Eragon al
oír que el acero brillante sí existía.
Pero ¡Saphira es
la última dragona! -exclamó-. ¡No irás a
matarla!
Los dragones escupen fuego -susurró
la voz, y un escalofrío recorrió los árboles que rodeaban el
claro-. Los fuegos deben ser
extinguidos.
Saphira volvió a gruñir y dijo:
Si no podemos detener al hombre que
destruyó a los Jinetes de Dragón, él vendrá
aquí y quemará el bosque a tu alrededor, y luego también te
destruirá a ti, árbol elfo. Pero si nos ayudas, quizá podamos
impedírselo.
Entre los árboles resonó un chillido procedente de dos ramas
que se frotaban la una contra la otra.
Si intenta matar a mis plantas,
morirá -dijo la voz-. Nadie es tan fuerte como todo el bosque junto. Nadie
puede creerse capaz de desafiar al bosque, y hablo en nombre del
bosque entero.
¿No es suficiente la energía que te hemos
dado para curar tus heridas?-preguntó Eragon-. ¿No es compensación suficiente?
El árbol Menoa no respondió, sino que probó la mente de
Eragon y se coló entre sus pensamientos como una corriente de
viento.
¿Qué eres, Jinete? -preguntó el
árbol-. Conozco a todas las criaturas que viven
en este bosque, pero nunca me he encontrado con una como
tú.
No soy elfo ni humano -dijo Eragon-.
Soy algo que está en medio. Los dragones me
cambiaron durante la Celebración del Juramento de
Sangre.
¿Por qué te cambiaron,
Jinete?
Para que pudiera luchar mejor contra
Galbatorix y su Imperio. Recuerdo haber sentido una
distorsión en el mundo durante la
celebración, pero no pensé que fuera importante… Tan pocas cosas
parecen importantes ahora, excepto el sol y la
lluvia.
Te curaremos la raíz y el tronco sí eso te satisface -dijo Eragon-,
pero, por favor, ¿me podrías dar el acero
brillante?
Las otras criaturas chirriaron y gimieron como almas
abandonadas, y entonces, suave y palpitante, la voz volvió a
hablar: ¿Me darás lo que deseo a cambio, Jinete
de Dragón? Lo haré-respondió Eragon sin dudar. Fuera cual fuera
el precio, lo pagaría a gusto por tener una espada de
Jinete.
La copa del árbol Menoa se quedó inmóvil y, durante varios
minutos, todo el claro quedó en silencio. Luego, el suelo empezó a
temblar y las raíces que Eragon tenía delante empezaron a
retorcerse y a rechinar y a desprender trozos de corteza, mientras
se apartaban a un lado y dejaban al descubierto un trozo de tierra.
De él emergió lo que parecía ser un pedazo de acero oxidado de un
metro de largo por medio metro de ancho aproximadamente. Mientras
la mena subía hasta la superficie del rico y ennegrecido suelo,
Eragon sintió un ligero retortijón en el vientre. Hizo una mueca y
se frotó la barriga, pero la sensación de incomodidad ya había
desaparecido. Entonces la raíz que lo sujetaba por el tobillo se
aflojó y se retiró hacia la tierra, igual que las que habían estado
sujetando a Saphira.
Aquí tienes tu
metal -susurró el árbol Menoa-. Cógelo y
vete…
Pero… -empezó a decir
Eragon.
Vete… -repitió el árbol Menoa
mientras su voz se apagaba-. Vete…
Y la conciencia del árbol se retiró de él y de Saphira,
penetrando más y más profundamente en sí misma hasta que Eragon ya
casi no pudo notar su presencia. A su alrededor, los amenazadores
pinos se relajaron y retomaron su postura
habitual.
-Pero… -dijo Eragon en voz alta, asombrado de que el árbol
Menoa no le hubiera dicho lo que quería.
Todavía desconcertado, se agachó sobre la mena, pasó los
dedos por debajo del borde de la piedra que contenía el metal y
tomó la irregular masa entre los brazos gruñendo por el peso. La
abrazó contra el pecho, dio la espalda al árbol Menoa e inició el
largo camino hacia la casa de Rhunón.
Saphira se colocó a su lado y olió el acero
brillante.
Tenías razón
-le dijo-. No debería haberlo
atacado.
Por lo menos tenemos el acero
brillante -repuso Eragon-, y el árbol
Menoa…, bueno, no sé que es lo que ha obtenido, pero nosotros
tenemos lo que habíamos venido a buscar y eso es lo que
importa.
Los elfos se habían reunido a lo largo del camino y los
miraban, a él y a Saphira, con una intensidad que hizo que Eragon
apretara el paso y que le puso los pelos de punta. Los elfos no
dijeron nada, simplemente los miraron con sus ojos rasgados, los
miraron como se mira a un animal peligroso que acaba de entrar en
tu propia casa.
Una nube de humo salió de las fosas nasales de
Saphira:
Si Galbatorix no nos mata primero
-dijo-, creo que viviremos lo suficiente para
lamentar lo que ha pasado.