-¿Roran? -dijo Katrina con voz soñolienta. Se apoyó en el
brazo para incorporarse y alargó una mano hacia él. Le acarició la
parte alta de la espalda y el cuello, pero él no reaccionó a su
contacto-. Duerme. Necesitas descansar. No tardarás mucho en volver
a marcharte.
El negó con la cabeza sin mirarla.
-¿Qué sucede? -preguntó ella. Se sentó en el catre, se cubrió
los hombros con la sábana y apoyó la mejilla, cálida, en el brazo
de su esposo-. ¿ Estás preocupado por tu nuevo capitán o por dónde
te va a mandar Nasuada después?
-No.
Ella permaneció en silencio un rato.
-Cada vez que te marchas, me siento como si, luego, volviera
una parte menos de ti. Te has vuelto tan triste y callado… Si
quieres contarme qué es lo que te preocupa, puedes hacerlo, ya lo
sabes, por terrible que sea. Soy hija de un carnicero y he visto a
unos cuantos hombres caer en la batalla.
-¿Si quiero? -exclamó Roran, atragantándose-. Ni siquiera
quiero volver a pensar en ello. -Apretó los puños; su respiración
era agitada-. Un guerrero de verdad no se sentiría como me siento
yo.
-Un guerrero de verdad -repuso ella- no lucha porque lo
desee, sino porque debe hacerlo. Un hombre que ansia la guerra, un
hombre que «disfruta» matando, es un bruto y un monstruo. No
importa cuánta gloria obtenga en el campo de batalla: eso no hace
desaparecer el hecho de que no es mejor que un lobo hambriento, que
se volvería contra sus amigos y su familia igual que sus enemigos.
-Le apartó un mechón de pelo de la frente y le acarició la cabeza
con un gesto suave y lento-. Una vez me contaste que la «Canción de
Gerand» era tu favorita de las historias de Brom, y que por eso
luchabas con un martillo en lugar de hacerlo con una espada.
¿Recuerdas que a Gerand le desagradaba matar y que se mostraba
reticente a volver a empuñar las armas? -Sí.
-Y a pesar de ello, se le consideraba el mayor guerrero de su
época. -Le puso la mano en la mejilla, le hizo girar la cabeza
hacia ella y le miró con ojos solemnes-. Y tú eres el mayor
guerrero que conozco, Roran, aquí y en cualquier parte. El, con la
boca seca, replicó: -¿Qué me dices de Eragon o…?
-No son ni la mitad de valerosos que tú. Eragon, Murtagh,
Galbato rix, los elfos…, todos ellos marchan al campo de batalla
con la boca llena de hechizos y con un poder que supera al nuestro
por mucho. Pero tú -le dio un beso en la nariz-, tú no eres más que
un hombre. Tú te enfrentas a tus enemigos plantado sobre tus dos
piernas. Tú no eres un mago, y a pesar de ello mataste a los
Gemelos. Tú eres igual de rápido y fuerte que cualquier hombre, y a
pesar de ello no dudaste en atacar a los Ra'zac en su guarida y en
liberarme de esa prisión.
Roran tragó saliva.
-Tenía protecciones de Eragon.
-Pero ya no. Además, no tenías ninguna protección en
Carvahall, y ¿es que huiste de los Ra'zac entonces? -Al ver que él
no decía nada, continuó-: No eres más que un hombre, pero has hecho
cosas que ni Eragon ni Murtagh hubieran podido hacer. Para mí, eso
te convierte en el mayor guerrero de Alagaësia… No puedo pensar en
nadie de Carvahall que hubiera llegado a tal extremo para
rescatarme.
-Tu padre lo hubiera hecho -dijo él.
Roran sintió que ella se estremecía.
-Sí, él lo hubiera hecho -susurró ella-. Pero nunca habría
sido capaz de convencer a otros de que lo siguieran. -Katrina
apretó el abrazo-. Sea lo que sea lo que hayas visto o hayas hecho,
siempre me tendrás.
-Eso es lo único que necesito -contestó él, tomándola entre
los brazos y reteniéndola entre ellos. Luego, suspiró-. A pesar de
todo, desearía que esta guerra terminara. Desearía volver a labrar
un campo, plantar mis semillas y recolectar mi cosecha cuando
estuviera madura. Llevar una granja es un trabajo agotador, pero
por lo menos es un trabajo honesto. Esta matanza no es honesta. Es
un robo…, el robo de las vidas de los hombres, y ninguna persona
cabal debería aspirar a eso.
-Tal como he dicho.
-Tal como has dicho. -Aunque fue difícil, se obligó a
sonreír-. He perdido el control. Te estoy cargando con mis
problemas cuando tú ya tienes preocupaciones de sobra -añadió,
poniéndole la mano sobre el vientre.
-Tus problemas serán siempre mis problemas, mientras estemos
casados -murmuró ella, acariciándole el brazo con la
nariz.
-Hay algunos problemas que nadie debería soportar -repuso
él-, especialmente aquellos a quienes uno ama.
Ella se apartó un poco de él, que vio que sus ojos adquirían
una expresión sombría y apática, igual que sucedía siempre que
pensaba en el tiempo que pasó en prisión en
Helgrind.
-No -murmuró ella-, nadie más debería soportarlos,
especialmente aquellos a quienes uno ama.
-Bueno, no estés triste. -La atrajo hacia sí y se meció con
ella entre los brazos, deseando de todo corazón que Eragon no
hubiera encontrado el huevo de Saphira en las Vertebradas-. Ven,
bésame, cariño, y volvamos a la cama; estoy cansado y quisiera
dormir.
Entonces ella rio, le dio el más dulce de los besos y ambos
se tumbaron en el catre igual que antes. Fuera de la tienda todo
estaba en silencio y tranquilo, excepto el río Jiet, que fluía
alejándose del campamento sin detenerse nunca, y se vertía en los
sueños de Roran, en los cuales se imaginó a sí mismo de pie en la
proa de un barco, con Katrina al lado, mirando las fauces del
remolino gigante, el Ojo del Jabalí. «¿Cómo podemos tener
esperanzas de escapar?», pensó.