Eragón se inclinó hacia delante con todos los músculos tensos. La enana de pelo blanco, Hadfala, jefa del Dúrgrimst Ebardac, se levantó de la mesa alrededor de la cual se hallaba reunida la Asamblea y pronunció una frase breve en el idioma antiguo.


Hündfast, habiéndole al oído en voz baja, le tradujo:

-En representación de mi clan, voto por el Grimstborith Orik para que sea nuestro nuevo rey.

Eragon soltó el aire contenido. «Uno.» Para llegar a ser rey de los enanos, un jefe de clan tenía que obtener la mayoría de los votos de los demás jefes de clan. Si ninguno de ellos lo conseguía, de acuerdo con la ley de los enanos, el jefe de clan que tenía menos votos era eliminado y la Asamblea podía aplazar la votación tres días más. Este proceso podía continuar tanto tiempo como fuera necesario hasta que un jefe de clan consiguiera la mayoría necesaria, en cuyo momento la Asamblea le juraba lealtad como nuevo monarca. Teniendo en cuenta el poco tiempo del que disponían los vardenos, Eragon esperaba fervientemente que no hiciera falta otra votación o, si no era así, que los enanos no insistieran en que el descanso durara más de unas cuantas horas. Si eso sucedía, Eragon pensó que no podría evitar romper la mesa de piedra en un ataque de frustración.

El hecho de que Hadfala, el primer jefe de clan en votar, hubiera apostado por Orik era una buena señal. Eragon sabía que Hadfala había estado apoyando a Gannel, el Dúrgrimst Quan, antes del atentado contra la vida de Eragon. Si había cambiado de opinión, también era posible que otro miembro del grupo de Gannel -principalmente el Grimstborith Undin- diera su voto a Orik.

El siguiente en levantarse ante la mesa fue Gáldhiem, del Dúrgrimst Feldúnost. Era un enano de poca estatura, y se le veía más alto sentado que de pie.

-En representación de mi clan -declaró-, voto por el Grimstborith Nado como nuevo rey.

Orik giró la cabeza, miró a Eragon y le dijo en voz baja:

-Bueno, eso ya lo esperábamos.

Eragon asintió con la cabeza y miró a Nado. El enano de rostro redondo se acariciaba la barba rubia y parecía satisfecho consigo mismo.

Entonces, Manndráth, del Dúrgrimst Ledwonnü, dijo: -En representación de mi clan, voto por el Grimstborith Orik como nuevo rey.

Orik le agradeció el voto con un asentimiento de cabeza y Manndráth le devolvió el saludo con la punta de la nariz temblorosa.

Cuando Manndráth se hubo sentado, Eragon y todos los demás miraron a Gannel. La sala quedó en tal silencio que Eragon ni siquiera oía la respiración de los enanos. Como jefe del clan religioso, el Quan, alto sacerdote de Güntera y rey de los dioses de los enanos, Gannel tenía una gran influencia entre los de su raza: era probable que la corona siguiera el camino que él eligiera.

-En representación de mi clan -dijo Gannel-, voto por el Grimstborith Nado como nuevo rey.

Una oleada de exclamaciones se extendió entre los enanos que se encontraban observando la votación desde el perímetro de la sala, y la expresión complacida de Nado se hizo más evidente. Eragon apretó los dedos de las manos, que tenía entrelazados, y maldijo en silencio. -No abandones la esperanza, chico -murmuró Orik-. Todavía es posible que salgamos adelante. Ya ha pasado anteriormente que el grimstboriz de los Quan haya perdido la votación. -¿Cuan a menudo sucede? -susurró Eragon. -Bastante a menudo. -¿Cuándo fue la última vez que sucedió? Orik se removió en la silla y apartó la mirada. -Hace ochocientos veinticuatro años, cuando la reina… Pero Orik calló en cuanto oyeron que Undin, del Dúrgrimst Ragni Hefthyn, proclamaba:

-En representación de mi clan, voto por el Grimstborith Nado como nuevo rey.

Orik se cruzó de brazos. Eragon sólo le podía ver la cara desde un lado, pero era evidente que su amigo tenía el ceño fruncido.

Eragon se mordió el interior de la mejilla y clavó la vista en el suelo. Contó los votos que se habían emitido, así como los que quedaban para decidir si todavía era posible que Orik ganara la votación.

Incluso en las mejores circunstancias, sería muy ajustado. Eragon apretó los puños y se clavó las uñas en las palmas de las manos.

Thordis, del Dürgrimst Nagra, se puso en pie y se colocó la larga y gruesa trenza encima del brazo.

-En representación de mi clan, voto por el Grimstborith Orik como nuevo rey.

-Eso hacen tres contra tres -dijo Eragon en voz baja.

Orik asintió con la cabeza.

Era el turno de Nado. El jefe del Dürgrimst Knurlcarath se alisó la barba con la palma de la mano, sonrió a los reunidos y, con un brillo fiero en los ojos, dijo:

-En representación de mi clan, voto por mí mismo como nuevo rey. Si me aceptáis, prometo librar a mi país de los extranjeros que lo han contaminado, y prometo dedicar nuestro oro y nuestros guerreros a proteger a nuestra propia gente y no a elfos, humanos y lárgalos. Lo juro por el honor de mi familia.

-Cuatro contra tres -señaló Eragon.

-Sí -dijo Orik-. Supongo que hubiera sido demasiado pedir que Nado votara por alguien que no fuera él mismo.

Freowin, del Dürgrimst Gedthrall, dejó el cuchillo y la madera a un lado y, con la vista baja, dijo en su susurrante voz de barítono:

-En representación de mi clan, voto por el Grimstborith Nado como nuevo rey.

Volvió a sentarse y continuó tallando el cuervo sin hacer caso de los murmullos de sorpresa que inundaron la sala.

La expresión de Nado pasó de ser de satisfacción a ser de engreimiento.

-Barzül -gruñó Orik frunciendo más el ceño. Presionó los brazos de la silla con los antebrazos y ésta crujió por el peso. Se le marcaron los tendones de las manos de la tensión-. Ese traidor hipócrita. ¡Prometió votar por mí!

Eragon sintió un nudo en el estómago.

-¿Por qué te habrá traicionado?

-Visita el templo de Sindri dos veces al día. Debería haber sabido

que no se opondría a los deseos de Gannel. ¡Bah! Gannel me ha estado tomando el pelo todo el tiempo. Yo…

En ese momento, la atención de la Asamblea se dirigió hacia Orik. Este disimuló el enojo, se puso en pie y miró a todos los reunidos alrededor de la mesa. En su propio idioma, dijo:

-En representación de mi clan, voto por mí mismo como nuevo rey. Si me aceptáis, prometo traer a nuestra gente riquezas y gloria, y la libertad de vivir sobre el suelo sin temer que Galbatorix destruya nuestras casas. Lo juro por el honor de mi familia.

-Cinco contra cuatro -le dijo Eragon a Orik en cuanto éste se hubo sentado de nuevo-. Y no a nuestro favor. Orik gruñó: -Sé contar, Eragon.

El chico apoyó los codos sobre las rodillas y miró a los enanos. El deseo de hacer algo lo carcomía. No sabía qué, pero había tanto en juego que sentía la necesidad de buscar la manera de asegurar que Orik fuera rey y, de esta manera, que los enanos continuaran ayudando a los vardenos en su lucha contra el Imperio. Pero por mucho que lo intentaba, no podía pensar en nada, excepto en esperar.

El siguiente enano en levantarse fue Havard, del Dürgrimst Fanghur. Con la barbilla clavada en el pecho y los labios apretados en una expresión pensativa, Havard dio unos golpecitos en la mesa con los dedos que todavía le quedaban en la mano derecha. Eragon se echó un poco hacia delante en la silla con el corazón acelerado. «¿Mantendrá el pacto con Orik?», se preguntó.

Havard volvió a dar unos golpecitos en la mesa y luego dio una palmada encima de la piedra. Levantó la cabeza y dijo:

-En representación de mi clan, voto por el Grimstborith Orik como nuevo rey.

Eragon sintió una inmensa satisfacción al ver que Nado abría los ojos de sorpresa y que apretaba la mandíbula con fuerza.

-¡Ja! -exclamó Orik-. Eso le ha puesto un abrojo en la barba.

Los dos jefes de clan que quedaban por votar eran Hreidamar e Iorünn. Hreidamar, el compacto y musculoso grimstborith de los Urzhad, se mostraba inquieto con la situación, mientras que Iorünn -la del Dürgrimst Vrenshrrgn, los lobos guerreros- reseguía la cicatriz con forma de luna creciente con los dedos y sonreía como una gata satisfecha.

Eragon aguantó la respiración mientras esperaba oír lo que los dos dirían. «Si íorünn vota por sí misma -pensó-, y si Hreidamar todavía le es leal, entonces la votación tendrá que aplazarse a otra sesión. Pero no hay ningún motivo para que lo haga, aparte de retrasar el asunto y, por lo que sé, ella no sacaría nada de este aplazamiento. No puede tener esperanzas de ser reina ahora; su nombre se eliminaría de los candidatos antes de empezar la segunda sesión de votos y dudo que sea tan estúpida como para desperdiciar el poder que ahora tiene solamente para poder contar a sus nietos que una vez fue candidata al trono. Pero si Hreidamar no le es leal, entonces la votación quedará paralizada y continuaremos en una segunda sesión sin tener en cuenta… ¡Bah! ¡Si pudiera ver el futuro! ¿Qué sucederá si Orik pierde? ¿Debería hacerme con el control de la Asamblea? Podría cerrar la sala para que nadie pudiera entrar ni salir y entonces… Pero no, eso sería…»

Iorünn interrumpió los pensamientos de Eragon al dirigir un asentimiento de cabeza a Hreidamar. Luego dirigió la mirada hacia él, que se sintió como si fuera un buey bajo inspección. Hreidamar se levantó con un tintineo de su cota de malla y dijo:

-En representación de mi clan, voto por el Grimstborith Orik como nuevo rey.

Eragon sintió un nudo en la garganta.

Iorünn, con una sonrisa en los labios rojos, se levantó de la silla con un gesto sinuoso y, en voz baja y ronca, dijo:

-Parece que me toca a mí decidir el resultado de la reunión de hoy. He escuchado con atención tus argumentos, Nado, y los tuyos, Orik. Aunque ambos habéis hablado de temas con los cuales estoy de acuerdo en general, el asunto más importante que debemos decidir es si debemos unirnos a la campaña de los vardenos contra el Imperio. Si su lucha fuera solamente una lucha de clanes no me importaría quién ganara y, desde luego, no pensaría en la posibilidad de sacrificar a nuestros guerreros en beneficio de unos extranjeros. A pesar de todo, ése no es el caso. Lejos de eso. Si Galbatorix triunfa en esta guerra, ni siquiera las montañas Beor nos protegerán de su ira. Si nuestro reino tiene que sobrevivir, tenemos que derrocar a Galbatorix. Además, creo que escondernos en cuevas y túneles mientras los demás deciden el destino de Alagaësia es impropio de una raza tan antigua y poderosa como la nuestra. Cuando se escriban las crónicas de esta era, ¿deberán decir que nosotros luchamos junto con los humanos y los elfos como los héroes de la Antigüe dad, o deberán decir que nos escondimos en nuestras salas como campesinos asustados mientras la batalla se desarrollaba fuera de nuestras puertas? Yo sé cuál es mi respuesta. -Iorünn se apartó el pelo y dijo-: ¡En representación de mi clan, voto por el Grimstborith Orik como nuevo rey!

El lector de la ley de más edad, que se encontraba de pie ante la pared circular, dio un paso hacia delante, golpeó el suelo de piedra con el pulido bastón y proclamó:

-¡Salve, rey Orik, cuadragésimo tercer rey de Tronjheim, de Farthen Dür y de todo knurla de arriba y de debajo de las montanas Beor!

-¡Salve, rey Orik! -rugió la Asamblea entera poniéndose en pie con un sonoro entrechocar de armaduras.

Eragon, aunque la cabeza le daba vueltas, hizo lo mismo, consciente de que ahora se encontraba en presencia de la realeza. Miró a Nado, pero el rostro del enano era una máscara inexpresiva.

El lector de barba blanca volvió a dar un golpe en el suelo con el bastón.

-Que los escribas registren inmediatamente la decisión de la Asamblea, y que las noticias se difundan a todas las personas del reino. ¡Heraldos! Informad a los magos con los espejos encantados de lo que hoy ha acontecido aquí y luego id a buscar a los guardas de la montaña y decidles: «Cuatro golpes de tambor. Cuatro golpes, y golpead con los mazos como nunca lo habéis hecho antes en toda vuestra vida, porque tenemos un nuevo rey. Cuatro golpes tan fuertes que toda Farthen Dür vibre con las noticias». Decidles esto, os lo ordeno. ¡Id!

Cuando los heraldos se hubieron marchado, Orik se levantó de la silla y miró a los enanos que tenía alrededor. A Eragon, su expresión le pareció de aturdimiento, como si no hubiera esperado conseguir la corona de verdad.

-Por esta gran responsabilidad -dijo-, os doy las gracias. -Hizo una pausa y luego continuó-. Mis únicos pensamientos ahora están dirigidos a mejorar la nación y perseguiré este objetivo sin desfallecer hasta el día que vuelva a la piedra.

Entonces los jefes de clan se acercaron a él uno a uno y se arrodillaron delante de Orik para jurarle lealtad como fieles súbditos. Cuando le llegó el turno a Nado, el enano no mostró ningún sentimiento, sino que se limitó a recitar las frases del juramento sin ninguna inflexión: cada palabra caía de su boca como una barra de plomo. Cuando hubo terminado, una palpable sensación de alivió recorrió la Asamblea.

Cuando terminaron de prestar juramento, Orik decretó que su coronación tendría lugar a la mañana siguiente, y luego él y sus ayudantes se retiraron a una habitación adyacente. Una vez allí, Eragon y Orik se miraron mutuamente. Ninguno de los dos emitió sonido alguno hasta que una sonrisa apareció en el rostro de Orik, que empezó a reír con las mejillas encendidas. Eragon rio con él, le cogió Por el brazo y le atrajo hacía sí para abrazarlo. Los guardias y los consejeros de Orik los rodearon dándole palmadas al nuevo rey en la espalda y felicitándole con sinceras exclamaciones. Eragon soltó a Orik y dijo:

-No pensé que íorünn nos apoyara.

-Sí. Me alegro de que lo haya hecho, pero eso complica más las cosas. -Orik sonrió-. Supongo que tendré que recompensarla por su ayuda con un puesto en el consejo, por lo menos.

-¡Quizá sea lo mejor! -dijo Eragon, esforzándose por hacerse oír en medio del alboroto-. Si los Vrenshrrgn hacen honor a su nombre, quizá nos hagan mucha falta antes de que lleguemos a las puertas de Urü'baen.

Orik iba a responder, pero una nota de volumen portentoso reverberó en el suelo, en el techo y en el aire de la habitación. Eragon sintió que todos los huesos le vibraban.

-¡Escuchad! -gritó Orik con una mano levantada. El grupo quedó en silencio.

La grave nota sonó en cuatro ocasiones, y la habitación tembló cada una de las veces, como si un gigante diera patadas a un costado de Tronjheim. Después, Orik dijo:

-Nunca pensé que oiría los tambores de Derva anunciar mi reinado.

-¿Cuan grandes son los tambores? -preguntó Eragon, impresionado.

-Tienen casi un metro y medio de ancho, si la memoria no me falla.

Eragon pensó que, a pesar de que los enanos eran la raza más pequeña de todas, construían las estructuras más grandes de toda Alagaësia, lo cual le pareció curioso. «Quizá -pensó-, al hacer objetos tan enormes no se sienten tan pequeños.» Estuvo a punto de mencionárselo a Orik, pero en el último momento pensó que tal vez eso lo ofendiera, así que se mordió la lengua.

Los ayudantes de Orik le rodearon y empezaron a hacerle preguntas en el idioma de los enanos, a menudo hablando los unos por encima de la voz de los otros en una estridente maraña de voces. Eragon, que había estado a punto de hacerle otra pregunta a Orik, se encontró relegado a una esquina de la habitación. Intentó esperar pacientemente a que se produjera una pausa en la conversación, pero al cabo de unos minutos quedó claro que los enanos no iban a dejar de avasallar a Orik con preguntas y peticiones de consejo, lo cual, pensó, era propio de su manera de hablar.

Así que Eragon dijo:

-Orik Kónungr.

Le dio a esa palabra, que significaba «rey» en el idioma antiguo, la suficiente energía para captar la atención de todos los presentes. La habitación quedó en silencio y Orik miró a Eragon y levantó una ceja.

-Majestad, ¿tengo vuestro permiso para retirarme? Hay cierto… «asunto» que me gustaría atender, si no es demasiado tarde.

Los ojos marrones de Orik brillaron con comprensión.

-¡Date tanta prisa como puedas! Pero no tienes que llamarme «majestad», Eragon, ni «sire», ni por ningún otro tratamiento. Después de todo, somos amigos y hermanos adoptivos.

-Lo somos, Vuestra Majestad -contestó Eragon-, pero de momento creo que es adecuado que utilice el mismo tratamiento de cortesía que todo el mundo. Tú eres el rey de tu raza ahora, y mi propio rey, además, al ser yo miembro del Dürgrimst Ingeitum; eso es algo que no puedo ignorar.

Orik lo observó un momento como desde una gran distancia. Luego asintió con la cabeza y dijo:

-Como desees, Asesino de Sombra.

Eragon hizo una reverencia y salió de la habitación. Acompañado por sus cuatro guardias, recorrió los túneles y subió las escaleras que conducían al piso principal de Tronjheim. Cuando llegó al extremo sur de los cuatro principales túneles que dividían la ciudadmontaña, se dio la vuelta hacia Thrand, el capitán de sus guardias, y dijo:

-Tengo intención de correr el resto del camino. Dado que no podéis seguir mi ritmo, os sugiero que os detengáis cuando lleguéis a la puerta Sur de Tronjheim y que esperéis mi regreso allí.

-Argetlam, por favor, no deberías ir solo -intervino Thrand-. ¿No puedo convencerte de que aminores el paso para que podamos acompañarte? Quizá no seamos tan rápidos como los elfos, pero podemos correr desde la salida hasta la puesta de sol…, y con la armadura completa.

-Te agradezco la preocupación -dijo Eragon-, pero no esperaría ni un minuto más, aunque supiera que hay asesinos escondidos detrás de cada columna. ¡Adiós!

Tras decir esto, salió corriendo por el amplio túnel esquivando a los enanos que se encontraba por el camino.