El sol de la mañana caía sobre Saphira y la inundaba de un calor agradable.


Estaba tumbada en un suave saliente de piedra a varios metros por encima de la tienda de tela cerrada y vacía de Eragon. Las actividades de la noche, que habían consistido en volar por el Imperio vigilando ciertas localizaciones -tal como había hecho todas las noches desde que Nasuada había enviado a Eragon a la enorme y vacía montaña de Farthen Dür-, la habían dejado somnolienta. Esos vuelos eran necesarios para disimular la ausencia de Eragon, pero la rutina le pesaba porque, a pesar de que la noche no le daba miedo, no tenía hábitos nocturnos y no le gustaba hacer nada con tanta regularidad. Además, dado que los vardenos tardaban tanto en ir de un lugar a otro, pasaba la mayoría del rato planeando sobre el mismo paisaje por las noches. La única emoción reciente había sido cuando había localizado a Espina, el dragón de escamas rojas e ideas atrofiadas, que volaba bajo en el noreste la mañana anterior. Él no se había dado la vuelta para enfrentarse con ella, sino que había continuado su camino hacia el corazón del Imperio. Cuando Saphira informó de lo que había visto, Nasuada, Arya y los elfos que vigilaban a Saphira habían reaccionado como un rebaño de arrendajos asustados, gritando y quejándose los unos de los otros. Incluso habían insistido en que Blódhgarm, el de pelo de lobo negro azulado, volara con ella disfrazado de Eragon, lo cual, por supuesto, ella se había negado a permitir. Una cosa era tolerar que el elfo le colocara un espectro líquido de Eragon en la grupa cada vez que levantaba el vuelo o aterrizaba entre los vardenos, pero no estaba dispuesta a que nadie que no fuera Eragon la montara a no ser que la batalla fuera inminente, y quizá ni siquiera entonces.

Saphira bostezó y desperezó la pata delantera derecha, abriendo bien los dedos del pie. Volvió a relajarse y enroscó la cola alrededor del cuerpo, colocó la cabeza cómodamente sobre los pies y cerró los ojos, dejando que imágenes de ciervos y presas vagaran por su mente.

No había pasado mucho rato cuando oyó el sonido de pisadas de alguien que corría a través del campamento en dirección a la tienda de crisálida de mariposa con alas plegadas de color rojo de Nasuada. Saphira no prestó mucha atención al sonido: los mensajeros siempre corrían arriba y abajo.

Justo cuando estaba a punto de quedarse dormida, oyó a otra persona que pasaba corriendo y luego, después de un breve intervalo, pasaron dos más. Sin abrir los ojos, sacó la punta de la lengua y probó el aire. No detectó ningún olor inusual, así que, tras decidir que no valía la pena investigar el alboroto, se sumergió en un sueño en el que se zambullía en un lago frío y verde en busca de peces.


Unos gritos de enojo despertaron a Saphira.

No se movió, escuchando la discusión entre dos bípedos de orejas redondas. Se encontraban demasiado alejados de ella para que pudiera distinguir las palabras que pronunciaban, pero por el tono de las voces se dio cuenta de que había furia suficiente para matar. A veces se daban disputas entre los vardenos, igual que sucedía en cualquier manada grande, pero nunca había oído a tantos bípedos discutir durante tanto tiempo y con tanta pasión.

Saphira empezó a sentir un dolor sordo en la base del cráneo a medida que los gritos de los bípedos se intensificaban. Clavó las uñas en las piedras del suelo y unas finas láminas de roca de cuarzo se desprendieron a sus pies con unos crujidos secos.

«¡Contaré hasta treinta y tres -pensó-, y si entonces no se han callado, será mejor que aquello que los molesta sea digno de interrumpir el sueño de una hija del viento!»

Cuando llegó a veintisiete, los bípedos se quedaron en silencio. «¡Por fin!» Se colocó en una postura más cómoda y se dispuso a reanudar su necesitado descanso.

El metal estalló, las telas de las tiendas sisearon al rasgarse, las fundas de piel de los pies retumbaron en el suelo y el inconfundible olor de la sangre de Nasuada, la guerrera de piel oscura, llegó hasta Saphira. «¿Y ahora qué pasa?», se preguntó, y por un momento pensó en lanzar un rugido que hiciera huir aterrorizado a todo el mundo.

Saphira abrió un ojo y vio a Nasuada y a seis guardias que se dirigían hacia donde ella estaba. Cuando llegaron a la base de la piedra, Nasuada ordenó a sus guardias que se quedaran detrás con Blódhgarm y con los otros elfos -que se estaban peleando en una pequeña extensión de hierba- y subió al saliente de la roca. -Saludos, Saphira -dijo Nasuada.

Llevaba un vestido rojo, un color que parecía tener una fuerza sobrenatural al contrastar contra el verde de las hojas de los manzanos que tenía detrás. El reflejo de las escamas de Saphira le moteaban el rostro.

Saphira parpadeó, sin ganas de responder con palabras. Nasuada miró a su alrededor, se acercó a la cabeza de Saphira y susurró:

-Saphira, tengo que hablar contigo en privado. Tú puedes penetrar en mi mente, pero yo no puedo penetrar en la tuya. ¿Podrías penetrar en la mía para que yo piense lo que tengo que decirte y tú me puedas oír?

Saphira se aproximó a la conciencia de la mujer, cansada y tensa, y permitió que la irritación por haber sido molestada durante su descanso inundara a Nasuada. Luego dijo:

Puedo hacerlo si quiero, pero nunca lo haría sin tu permiso. Por supuesto -repuso Nasuada-. Lo comprendo. Al principio, Saphira sólo recibió unas imágenes y emociones inconexas: una horca con el lazo vacío, sangre en el suelo, rostros enfurecidos, miedo, cansancio y una corriente subterránea de funesta determinación.

Perdóname -dijo Nasuada-. He tenido una mañana difícil. Si mis pensamientos son erráticos, por favor, resístelos conmigo. Saphira volvió a parpadear.

¿Qué es lo que ha molestado así a los vardenos? Un grupo de hombres me han despertado con sus gritos de enojo y, antes de eso, había oído los pasos de un número inusual de mensajeros corriendo por el campamento.

Nasuada apretó los labios, le dio la espalda a Saphira y se cruzó de brazos, sujetándose los antebrazos con las manos. El color de su mente se tornó negro como una nube a medianoche y se llenó con presentimientos de muerte y de violencia. Después de una larga pausa poco propia de ella, dijo:

Uno de los vardenos, un hombre que se llama Othmund, penetró en el campamento de los úrgalos anoche y mató a tres de ellos mientras dormían alrededor del fuego. Los úrgalos no consiguieron atrapar a Othmund en ese momento, pero esta mañana ha reclamado el reconocimiento de su proeza y se ha vanagloriado de ello ante todo el ejército.

¿Por qué ha hecho eso?-preguntó Saphira-. ¿Los úrgalos mataron a su familia?

Nasuada negó con la cabeza.

Casi desearía que hubiera sido así, porque entonces los úrgalos no estarían tan enojados; por lo menos, entienden la venganza. No, ésa es la parte extraña de este asunto: Othmund odia a los úrgalos por el hecho de ser úrgalos. Ellos nunca le han hecho nada, ni a él ni a los suyos, y a pesar de eso los odia con todas las fibras de su cuerpo. Eso se adivina después de hablar con él.

¿Qué vas a hacer con él?

Nasuada volvió a mirar a Saphira con una profunda tristeza en los ojos.

Será colgado por sus crímenes. Cuando acepté a los úrgalos entre los vardenos, decreté que todo aquel que atacara a un úrgalo sería castigado como si hubiera atacado a un humano. No me puedo echar atrás ahora.

¿Te arrepientes de haber hecho esa promesa?

No. Es necesario que los hombres sepan que no aprobaré este tipo de actos. Si no fuera así, se hubieran vuelto contra los úrgalos el mismo día en que Nar Garzhvog y yo hicimos el pacto. Pero ahora debo demostrarles que lo dije en serio. Si no lo hago, habrá más asesinatos y luego los úrgalos tomarán el asunto en sus manos y, de nuevo, nuestras razas se echarán la una al cuello de la otra. Es correcto que Othmund muera por haber matado a los úrgalos y por haber incumplido mis órdenes, pero, oh, Saphira, a los vardenos no les gustará. He sacrificado mi propia sangre para ganarme su lealtad, pero ahora me odiarán por colgar a Othmund… Me odiarán por igualar las vidas de los úrgalos con las de los humanos. -Nasuada dio unos tirones a los puños de sus mangas-. Y no puedo decir que a mí me guste más que a ellos. A pesar de todos los intentos que he hecho de tratar a los úrgalos de forma abierta y equitativa, de tratarlos como iguales tal como hubiera hecho mi padre, no puedo evitar recordar cómo lo mataron. No puedo evitar ver a todos esos úrgalos masacrando a los vardenos en la batalla de Farthen Dür. No puedo evitar recordar las historias que oí de niña, historias de úrgalos que aparecían desde las montañas y mataban a personas inocentes mientras dormían. Los úrgalos siempre eran los monstruos a quienes había que temer, y ahora he unido mi destino al de ellos. No puedo evitar recordar todo eso, Saphira, y me preguntó si he tomado la decisión correcta.

No puedes evitar ser humana -dijo la dragona, intentando consolar a Nasuada-. Pero tú no estás limitada por las creencias que tienen los que te rodean. Tú puedes ir más allá de los límites de tu raza si lo deseas. Si los sucesos del pasado nos pueden enseñar algo, es que los reyes y las reinas y los demás líderes que han acercado a las razas son los que han traído el mayor bien a Alagaësia. Es de los conflictos y de la furia de lo que debemos guardarnos, y no de una relación más cercana con aquellos que antes fueron nuestros enemigos. Recuerda tu desconfianza hacia los úrgalos, porque ellos se la han merecido, pero recuerda también que en cierto tiempo los enanos y los dragones no se apreciaban más que los humanos y los úrgalos. Y una vez los dragones lucharon contra los elfos, y hubieran exterminado su raza si hubiesen podido. Una vez esas cosas fueron ciertas, pero ya no lo son, porque personas como tú han tenido el valor de dejar a un lado odios para forjar vínculos de amistad donde, antes, no existían.

Nasuada apoyó la frente en la mandíbula de Saphira y le dijo:

Eres sabia, Saphira.

Divertida, la dragona levantó la cabeza de los pies y tocó la frente de Nasuada con el morro.

Digo las cosas tal como las veo, nada más. Si eso es sabiduría, bienvenida; de todas maneras, yo creo que tú ya posees toda la sabiduría que necesitas. Quizás ejecutar a Othmund no complazca a los vardenos, pero hará falta algo más que eso para destruir su lealtad hacia ti. Además, estoy segura de que podrás encontrar la manera de calmarlos.

Sí -dijo Nasuada, secándose los ojos con las manos-. Tendré que hacerlo, creo. -Entonces sonrió y su rostro se transformó-. Pero Othmund no es el motivo de que haya venido a verte. Eragon acaba de contactar conmigo y me ha pedido que te reúnas con él en Farthen Dür. Los enanos…

Con el cuello estirado, Saphira rugió al cielo con una llamarada de fuego que le salió directamente del estómago. Nasuada se apartó de ella trastabillando y todo el mundo se quedó inmóvil y mirando a Saphira. La dragona se puso en pie, se agitó de pies a cabeza olvidando el cansancio y abrió las alas, preparada para volar.

Los guardias de Nasuada empezaron a acercarse a ella, pero hizo que se detuvieran con un gesto de la mano. Una nube de humo le pasó por encima. Nasuada se cubrió la nariz con la manga, tosiendo.

Tu entusiasmo es loable, Saphira, pero…

¿Está herido Eragon?-preguntó.

Al ver que Nasuada dudaba, la asaltó el temor.

Está sano como siempre -contestó-. De todas formas, hubo… un incidente… ayer.

¿Qué tipo de incidente?

El y sus guardias fueron atacados.

Saphira se quedó inmóvil mientras Nasuada recordaba todo lo que Eragon le había dicho durante su conversación. Cuando hubo terminado, la dragona apretó las mandíbulas.

En el Dürgrimst Az Sweldn rakAnhüin deberían estar contentos de que yo no estuviera con Eragon; no los hubiera dejado escapar tan fácilmente después de haber atentado contra él.

Con una ligera sonrisa, Nasuada dijo:

Por este motivo, probablemente es mejor que estuvieras aquí.

Quizás -admitió Saphira, lanzando una nube de humo caliente y meneando la cola de un lado a otro-. Pero no me sorprende. Eso siempre sucede: siempre que Eragon y yo estamos separados, alguien lo ataca. Hasta tal punto que me duelen las escamas cuando le pierdo de vista durante más de unas horas.

Es más que capaz de defenderse a sí mismo.

Es verdad, pero nuestros enemigos tampoco carecen de destreza. -Saphira, impaciente, cambió de postura y levantó más las alas-. Nasuada, estoy ansiosa por partir. ¿Hay algo más que pueda hacer por ti?

No -dijo Nasuada-. Vuela rápido y bien, Saphira, pero no te detengas cuando llegues a Farthen Dür. En cuanto abandones el campamento, sólo tendremos unos cuantos días de gracia antes de que el Imperio se dé cuenta de que no te he enviado a realizar la inspección habitual. Galbatorix puede decidir, o no, atacar mientras estás fuera, pero esa posibilidad aumentará con cada hora que estés ausente. Además, preferiría teneros a los dos cuando ataquemos Feinster. Podríamos atacar la ciudad sin vosotros, pero eso nos costaría muchas más vidas. En resumen, el destino de todos los vardenos depende de tu velocidad.

Seremos rápidos como el viento de tormenta -le aseguró Saphira.

Entonces Nasuada se despidió de ella y bajó del saliente de la roca. Inmediatamente, Blodhgarm y los otros elfos se apresuraron a subir y le pusieron la incómoda silla de piel de Eragon en la grupa y la cargaron con alforjas llenas de comida y con el equipo que habitualmente llevaba cuando se embarcaba en un viaje con Eragon. Ella no necesitaría esas provisiones -ni siquiera tenía acceso a ellas por sí misma-, pero para salvaguardar las apariencias las tenía que llevar.

Cuando estuvo a punto, Blodhgarm hizo el movimiento de rotación de la mano delante del pecho, el gesto de respeto de los elfos, y dijo en el idioma antiguo:

-Adiós, Saphira Escamas Brillantes. Que tú y Eragon regreséis ilesos.

Adiós, Blodhgarm.

Saphira esperó a que el elfo de pelo de lobo negro azulado creara un espectro líquido de Eragon y la aparición salió de la tienda del chico y subió a su grupa. Saphira no sintió nada mientras el espectro sin sustancia trepaba por sus piernas delanteras hasta su hombro. Cuando Blodhgarm asintió con la cabeza para indicar que el «no Eragon» ya estaba en su sitio, Saphira levantó las alas hasta que se tocaron por encima de su cabeza y se lanzó desde el saliente de piedra.

Mientras caía hacia las tiendas grises de abajo, bajó las alas y se alejó del suelo rompehuesos. Viró en dirección a Farthen Dür y empezó a subir hacia la capa de aire frío de más arriba, donde esperaba encontrar un viento constante que la ayudara a realizar el viaje.

Voló en círculos por encima del bosque de la ribera en que los vardenos se habían detenido para pasar la noche e hizo eses en el aire con una alegría fiera. ¡Ya no tenía que esperar más a que Eragon dejara de aventurarse sin ella! ¡Ya no tendría que pasar más noches volando por encima de los mismos trozos de tierra una y otra vez! ¡Y aquellos que deseaban hacer daño a su compañero de mente y corazón ya no podrían escapar a su ira! Saphira abrió las mandíbulas y rugió de alegría y confianza hacia el mundo, desafiando a los dioses que pudieran existir a desafiarla a ella, la hija de Iormüngr y Vervada, dos de los mayores dragones de su época.

Cuando estuvo a más de un kilómetro y medio por encima de los vardenos y sintió un fuerte viento del suroeste contra ella, se colocó a favor del torrente de aire y se lanzó hacia delante, planeando por encima de la tierra bañada por el sol. Proyectó sus pensamientos y dijo:

¡Estoy de camino, pequeño!