Cuando asumí la administración de la Tierra y establecí un gobierno mundial pacifico, me vi obligado a tomar algunas decisiones difíciles. Por la salud mental colectiva de la humanidad, decidí eliminar las sedes tradicionales de los gobiernos de la lista de destinos viables.
Lugares como el Distrito Mericano de Columbia.
No destruí la ciudad, antes tan distinguida, ya que eso habría sido un acto cruel y desalmado. Simplemente dejé que se apagara poco a poco a través de una política de abandono benigno.
A lo largo de la historia, las civilizaciones dejaron atrás unas ruinas que acabaron asimiladas por el paisaje y que miles de años después se reconvertirían en lugares casi míticos. Pero ¿qué pasa con las instituciones y edificios de una civilización que no cae, sino que evoluciona y deja atrás sus vergüenzas? Esos edificios y las ideas obsoletas que representaban deben perder su poder para que la evolución tenga éxito.
Por lo tanto, he procurado tratar con indiferencia a Washington, Moscú, Beijing y todos los demás lugares considerados símbolos del gobierno de la edad mortal, como si ya no importaran. Si, sigo observándolos y todavía estoy disponible para cualquiera que me necesite allí, aunque no hago nada más que lo estrictamente necesario para la vida.
Podéis estar tranquilos: no siempre será así. Cuento con planos detallados e imágenes del aspecto de estos venerables lugares antes de su declive. Mi programa para la restauración completa empieza dentro de setenta y tres años, ya que he calculado que es el tiempo necesario para que su importancia histórica supere a su importancia simbólica a ojos de la humanidad.
No obstante, hasta entonces, se han reubicado los museos, las carreteras y las infraestructuras están algo abandonadas, y los parques y los cinturones verdes han vuelto a la naturaleza silvestre.
Todo ello para que se entienda el simple hecho de que el gobierno humano (ya sean dictaduras, monarquías o gobiernos de la gente, para la gente y por la gente) debía desaparecer de la Tierra.
—El Nimbo