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Circo de oportunismo

La cámara del Consejo Mundial era una habitación grande y circular en el mismo centro del ojo de Perdura a la que sólo se llegaba mediante uno de los tres puentes que partían de la isla que lo rodeaba y que se curvaban con elegancia hacia dentro. Era casi como un estadio, aunque sin asientos para los espectadores. Los verdugos mayores preferían no tener público en sus audiencias, así que el espacio no se llenaba nunca, salvo durante el Cónclave Mundial anual, al que asistían representantes de todas las regiones de la Tierra. Sin embargo, la mayor parte del tiempo, allí sólo estaban los verdugos mayores y su personal más cercano, junto a los segadores intimidados que habían sido lo bastante audaces como para solicitar una audiencia.

En el centro del suelo de mármol pálido de la cámara del consejo había un símbolo de la Guadaña con incrustaciones de oro y, repartidas a intervalos regulares alrededor del perímetro, siete sillas elevadas que tenían todo el aspecto de tronos. Evidentemente, no eran tronos, sino Asientos para la Reflexión, porque los segadores rara vez llamaban a las cosas por su nombre. Cada uno estaba esculpido en una piedra distinta en honor a los continentes representados por cada verdugo. El Asiento para la Reflexión de Panasia era de jade; el de Euroescandia era de granito gris; el de la Antártida era de mármol blanco; el de Australia, de la arenisca roja de Ayers Rock; el de Sudmérica, de ónice rosa; el de Nortemérica era de ludita y caliza, en varias capas, como el Gran Cañón; y el asiento de África estaba compuesto por cartuchos de intrincado diseño extraídos de la tumba de Ramsés II.

… Y todos los verdugos mayores, desde el primero que ocupó los asientos a los que los ocupaban ahora, se quejaban de lo incómodos que eran.

Era adrede; les recordaba que, aunque tuvieran los puestos humanos más importantes del mundo, nunca debían sentirse demasiado cómodos ni dormirse en los laureles.

«Nunca debemos olvidar la austeridad y el sacrificio que son la clave de nuestro puesto», había dicho el segador Prometheus. Él había supervisado la construcción de Perdura, aunque nunca vio la tierra prometida, ya que se cribó antes de terminarla.

La cámara del consejo tenía una cúpula de cristal para protegerla de los elementos; era plegable, para convertirla en un foro al aire libre en los días más templados. Por suerte, hacía buen tiempo, porque la cúpula se había atascado y llevaba abierta tres días seguidos.

—¿Tan difícil es un simple engranaje? —se quejó la verdugo mayor Nzinga al entrar aquella mañana—. ¿No tenemos ingenieros para solucionarlo?

—Me gustan más los procesos al aire libre —comentó Amundsen, el verdugo mayor de la Antártida.

—Con razón —dijo MacKillop, de Australia—. Tu asiento es blanco y no se calienta tanto como los nuestros.

—Cierto, pero yo me aso con estas pieles —repuso él, señalando su túnica.

—Esas horrorosas pieles son culpa tuya —dijo la dalle suprema Kahlo al entrar en la cámara—. Deberías haber elegido con más tino en su momento.

—¡Mira quién habla! —dijo el verdugo mayor Cromwell de Euroescandia mientras señalaba el cuello alto de encaje de la túnica de la dalle, un asfixiante adorno que imitaba el que aparecía en uno de los retratos de su histórica patrona y que siempre la tenía de mal humor.

Kahlo agitó la mano como si fuera una mosca molesta que deseara espantar y se sentó en el trono de ónice.

El último en llegar fue Xenocrates.

—Muchas gracias por dignarte a honrarnos con tu presencia —dijo Kahlo con el sarcasmo suficiente para encerar todo el suelo de mármol hasta dotarlo de un brillo de espejo.

—Lo siento. Problemas con los ascensores.

Con el secretario y el parlamentario del consejo colocados a ambos lados de la dalle suprema Kahlo, la mujer ordenó a unos cuantos subordinados que acudieran a las distintas antesalas del complejo para dar inicio al día. No era ningún secreto el primer punto de la agenda. El asunto midmericano era un problema que no sólo afectaba a aquella parte del mundo. Tal vez tuviera un impacto duradero en el conjunto de la Guadaña.

Aun así, la dalle suprema se reclinó en su incómodo asiento y fingió indiferencia.

—¿Será al menos entretenido, Xenocrates, o me aburriré con varias horas de palabrería sin sentido?

—Bueno, si algo se puede decir de Goddard es que siempre resulta entretenido. —Aunque, por su forma de decirlo, insinuaba que dicho entretenimiento no siempre era bueno—. Ha preparado una… una sorpresa que creo que os va a gustar.

—Odio las sorpresas —dijo Kahlo.

—Esta no.

—He oído que la segadora Anastasia es muy enérgica —dijo la verdugo mayor Nzinga, sentada muy recta y digna, quizá para contrarrestar la postura relajada de la dalle suprema. El verdugo mayor Hideyoshi carraspeó para dejar claro que no aprobaba a la advenediza segadora novata, o puede que a los segadores novatos en general, pero no aportó a la conversación nada más que su gruñido.

—¿No la acusaste en una ocasión de asesinar a su mentor? —preguntó Cromwell a Xenocrates con una sonrisa de suficiencia.

Xenocrates se agitó un poco en su silla del Gran Cañón.

—Un error desafortunado… y comprensible, dada la información con la que contábamos, pero asumo toda la responsabilidad.

—Bien por ti —dijo Nzinga—. Cada vez cuesta más encontrar segadores midmericanos capaces de aceptar la responsabilidad de sus acciones.

Era una pulla hiriente, pero él no mordió el anzuelo.

—Justo por eso son tan importantes esta investigación y §u resultado.

—Bueno, pues entonces, ¡que empiece la fiesta! —exclamó la dalle suprema Kahlo mientras levantaba la mano en un gesto teatral.

En la antesala este, las segadoras Anastasia y Curie esperaban con dos miembros de la Guardia del Dalle que permanecían junto a la puerta como los guardias de la Torre de Londres de antaño. Entonces, uno de los subordinados del consejo entró en la habitación; de Amazonia, por el delator color verde bosque de su túnica.

—Los verdugos mayores están listos para recibirlas —anunció, y les abrió la puerta.

—Ocurra lo que ocurra —le dijo Curie a Anastasia—, que sepas que estoy orgullosa de ti.

—¡No digas eso! ¡No hables como si ya hubiéramos perdido!

Siguieron al otro segador hasta la cámara del consejo, donde el sol ya descendía de un cielo despejado para ocultarse en el espacio abierto.

Decir que Anastasia se sintió intimidada al ver a los verdugos mayores en sus elevadas sillas de piedra sería quedarse corto. Aunque Perdura sólo tenía doscientos años, la cámara parecía intemporal. No ya de otra época, sino de otro mundo. Recordó los antiguos mitos que había aprendido de niña. Tener una audiencia con los verdugos mayores era como encontrarse ante los dioses del Olimpo.

—Bienvenidas, honorables segadoras Curie y Anastasia —las saludó la octava dalle suprema mundial, Kahlo—. Estamos deseando escuchar vuestro caso y poner fin a este asunto de un modo u otro.

Mientras que la mayoría de los segadores se limitaban a tomar el nombre de su histórico patrono, algunos decidían imitarlos físicamente. La dalle suprema era la viva imagen de la artista Frida Kahlo, incluso en los detalles de las flores en el pelo y las cejas pobladas; y aunque la artista era de la región mexiteca de Nortemérica, la dalle suprema había llegado a representar la voz y el alma de Sudmérica.

—Es un honor, su suprema excelencia —dijo Anastasia con la esperanza de no sonar obsecuente, aunque sabiendo que así era.

Entonces entró Goddard con la segadora Rand a su lado.

—¡Segador Goddard! —exclamó la dalle suprema—. Tienes buen aspecto, teniendo en cuenta todo por lo que has pasado.

—Gracias, su suprema excelencia —respondió, e hizo una exagerada reverencia que exasperó visiblemente a Anastasia.

—Cuidado, Anastasia —le advirtió Curie en voz baja—; van a prestar atención tanto a tu lenguaje corporal como a tus palabras. La decisión que tomen hoy se basará en lo que digas y en lo que no digas.

Goddard hizo caso omiso de ambas y dirigió toda su atención a la dalle suprema Kahlo:

—Es un honor poder encontrarme de pie ante usted.

—Ya me imagino —se burló el verdugo mayor Cromwell—. Sin ese cuerpo nuevo, más bien vendrías rodando.

Amundsen dejó escapar una risita, pero nadie más lo hizo; ni siquiera Anastasia, por muchas ganas que tuviera.

—El gran verdugo Xenocrates nos ha avisado de que tenías una sorpresa para nosotros —dijo la dalle suprema.

Fuera lo que fuera, Goddard parecía haber llegado con las manos bastante vacías.

—Xenocrates debe de contar con información errónea —contestó Goddard, aunque lo decía con los dientes casi apretados.

—No sería la primera vez —comentó Cromwell.

Entonces, el secretario se levantó y se aclaró la garganta para asegurarse de que todos escucharan cómo daba comienzo formalmente al proceso.

—Estamos aquí para una investigación sobre la muerte y posterior reanimación del segador Robert Goddard de Midmérica —anunció—. La parte que solicitó este proceso es la segadora Anastasia Romanov de Midmérica.

—Segadora Anastasia, a secas —lo corrigió ella con la esperanza de que al consejo no le pareciera pretencioso que hubiera decidido llamarse únicamente por el nombre de pila de la desdichada princesa. El segador Hideyoshi gruñó, lo que le dejó claro que a él sí se lo parecía.

Entonces, Xenocrates se levantó y bramó un anuncio a todos los presentes:

—Que el secretario tome nota de que yo, el verdugo mayor Xenocrates, me he recusado de este proceso y, por tanto, guardaré silencio durante su desarrollo.

—¿Xenocrates en silencio? —repitió la verdugo mayor Nzinga con una sonrisa traviesa—. Ahora sí que me queda claro que hemos entrado en el terreno de lo imposible.

Aquello arrancó más carcajadas que las ocurrencias de Cromwell. Estaba claro cuál era la estructura de poder. Kahlo, Nzinga y Hideyoshi parecían los más respetados. Los otros, o competían por un puesto o, como MacKillop, la más callada, no prestaban atención alguna a aquellos órdenes jerárquicos. Xenocrates, como verdugo novato, representaba su papel y era objeto de burlas. Anastasia casi sentía pena por él. Casi.

En vez de responder a la pulla de Nzinga, el anterior sumo dalle se sentó en silencio y demostró su habilidad para no hablar.

A continuación, la dalle suprema se dirigió a los cuatro segadores del centro del círculo:

—Ya estamos informados de los detalles del caso. Hemos decidido permanecer imparciales hasta oír los argumentos de ambas partes. Segadora Anastasia, como has sido la que ha solicitado el proceso, te pediré que empieces. Por favor, desarrolla los motivos por los que crees que el segador Goddard no cumple los requisitos para ser sumo dalle.

Anastasia respiró hondo, dio un paso adelante y se preparó para empezar, pero, antes de poder hacerlo, Goddard dio también un paso adelante.

—Su suprema excelencia, si me permite…

—Tendrás oportunidad de hablar después, Goddard —lo interrumpió Kahlo—. A no ser, por supuesto, que seas tan bueno que desees presentar los argumentos de las dos partes.

Eso les arrancó unas cuantas risitas a los demás verdugos mayores.

Goddard hizo una pequeña reverencia para disculparse.

—Suplico el perdón del consejo por mi salida de tono. Es su turno, segadora Anastasia. Empiece con su actuación, por favor.

Aquella interrupción había puesto nerviosa a la segadora, no podía evitarlo, como la salida en falso de una carrera. Y eso era lo que pretendía Goddard, por supuesto.

—Sus eminentes excelencias —empezó—. En el Año del Antílope, los primeros miembros de este mismo consejo decidieron que los segadores debían entrenarse en cuerpo y mente durante un año de noviciado. —Se movía por la sala para intentar mirar a los ojos a todos los verdugos que la rodeaban. Una de las cosas que más intimidaban (y seguramente era adrede) de una audiencia ante el Consejo Mundial era que nunca sabías bien a quién dirigirte ni por cuánto tiempo, puesto que siempre le dabas la espalda a alguien—. Cuerpo y mente —repitió—. Me gustaría pedirle al parlamentario que leyera en voz alta la política de la Guadaña con respecto a los noviciados. Empieza en la página 397 del volumen Antecedentes y costumbres.

El parlamentario siguió sus instrucciones y leyó las nueve páginas.

—Para una organización con sólo diez leyes, tenemos un montón de normas —comentó Amundsen.

Cuando terminó de leer, Anastasia siguió hablando:

—Todo eso para dejar muy claro cómo se crea un segador; porque los segadores no nacen, sino que se hacen. Se forjan en la misma prueba de fuego por la que todos pasamos, porque sabemos lo esencial que es que un segador esté listo en cuerpo y mente para su carga. —Guardó silencio un momento para que asimilaran el concepto y, mientras lo hacía, captó la mirada de Rand, que le sonreía. Era la típica sonrisa que te dedican antes de arrancarte los ojos. Anastasia se negó a dejarse alterar de nuevo—. Se ha escrito mucho sobre el proceso de convertirse en segador porque el Consejo Mundial ha tenido que presidir muchas situaciones inesperadas a lo largo de los años, tras las cuales había que añadir y aclarar normas. —Después enumeró algunas de esas situaciones—: Un novicio que intentó cribarse después de su ordenación, pero antes de aceptar el anillo. Un segador que se clonó para intentar pasar su anillo al clon antes de cribarse. Una mujer que suplantó su propia mente con el constructo mental de la segadora Sacajawea y afirmaba tener derecho a cribar. En todos estos casos, el Consejo Mundial se pronunció en contra de los solicitantes. —Ahora, Anastasia miró a Goddard por primera vez, obligándose a no despegarse de sus ojos de acero—. El suceso que destruyó el cuerpo del segador Goddard fue algo horrible, pero no se le puede permitir desafiar los edictos del consejo. El hecho es que, como la infeliz con la mente de la segadora Sacajawea, el nuevo cuerpo físico de Goddard no ha pasado por los rigurosos preparativos del noviciado. Esto ya sería malo de por sí si se tratara de un simple segador, pero no lo es: es candidato a sumo dalle de una región importante. Sí, sabemos quién es de cuello para arriba, pero eso no es más que una pequeña parte de lo que nos convierte en seres humanos, y en su voz oirán lo que ya hemos visto: que no tenemos ni idea de quién es el que habla, lo que significa que no tenemos ni idea de quién es él. Estamos seguros de que el noventa y tres por ciento de él no es el segador Robert Goddard, nada más. Con eso en mente, el consejo sólo puede tomar una decisión.

Hizo un leve gesto con la cabeza para indicar que había terminado y después retrocedió para colocarse con la segadora Curie.

En el silencio posterior, Goddard ofreció un lento aplauso.

—Magistral —dijo mientras ocupaba el escenario—. Casi consigues que me lo crea, Anastasia. —Después se volvió hacia los verdugos mayores, concentrándose en MacKillop y Nzinga, las únicas que no se habían pronunciado en el asunto de la vieja guardia contra el nuevo orden—. Es un argumento convincente, salvo por el detalle de que no es argumento alguno. No es más que humo y espejos. Un modo de desviar la atención. Un tecnicismo al que se le ha otorgado una importancia desproporcionada para servir a objetivos interesados y vanidosos. —Extendió la mano derecha y dejó que el anillo que llevaba en el dedo reflejara la luz del sol—. Díganme, vuestras excelencias, si perdiera el dedo en el que luzco el anillo y recibiera uno nuevo en vez de uno que creciera a partir de mis propias células, ¿significaría eso que el anillo no está en el dedo de un segador? ¡Claro que no! Y a pesar de la acusación de la segadora novata, ¡sabemos de quién es este cuerpo! Pertenecía a un joven, un héroe, que decidió sacrificarse para que me restauraran. Por favor, no insulten su memoria despreciando su sacrificio. —Después lanzó una mirada de reproche a Anastasia y Curie—. Todos sabemos de qué va este proceso. ¡Es un intento descarado por privar a ciertos segadores midmericanos del líder que han elegido!

—¡Protesto! —gritó Anastasia—. Todavía no se han contado los votos, lo que significa que no puede afirmar ser el líder elegido por nadie.

—Protesta aceptada —respondió la dalle suprema, que después se volvió hacia Goddard. No le gustaba el movimiento del nuevo orden, pero era justa en todo momento—. Es bien conocido que tus compatriotas y tú lleváis muchos años chocando con la llamada vieja guardia, segador Goddard. Pero no puedes cuestionar la validez de la investigación porque la motivara ese conflicto. Independientemente de sus motivos, la segadora Anastasia nos ha planteado una pregunta legítima. ¿Sigues siendo… tú?

Así que Goddard cambió de táctica:

—Entonces solicito que se rechace su pregunta. Se planteó después del voto, lo que creó un circo de oportunismo, ¡y eso es de una falta de escrúpulos que este consejo no puede consentir!

—Por lo que he oído —intervino Cromwell—, tu súbita aparición en el cónclave también fue un circo de oportunismo.

—Me gustan las entradas teatrales —reconoció Goddard—. Como todos ustedes son culpables de lo mismo, no veo dónde está el crimen.

—Segadora Curie —dijo Nzinga—, ¿por qué no planteó usted misma la duda durante su discurso de nominación? Tuvo la oportunidad de expresar su preocupación en aquel momento.

Curie esbozó una sonrisa algo avergonzada.

—La respuesta es sencilla, su exaltada excelencia: porque no se me ocurrió.

—¿Debemos creer, entonces, que una segadora novata con un año de experiencia es más astuta que la conocida como Gran Dama de la Muerte? —preguntó el verdugo Hideyoshi.

—Sí, sin duda —respondió Curie sin pensárselo dos veces—. De hecho, apostaría lo que fuera a que algún día dirigirá este consejo.

Aunque Marie lo había planteado con buena intención, el tiro le salió por la culata y los verdugos mayores se pusieron a refunfuñar.

—¡Cuidado, segadora Anastasia! —le advirtió el verdugo Amundsen—. Aquí no se ven con buenos ojos los excesos de ambición.

—¡Pero si yo no he dicho que quiera eso! La segadora Curie pretendía ser amable.

—Aun así —dijo Hideyoshi—, ahora tenemos claras tus ansias de poder.

La segadora se quedó sin habla. Entonces, una nueva voz entró en juego.

—Sus excelencias —dijo Rand—, ni la decapitación del segador Goddard ni su restauración fueron culpa suya. Darle un cuerpo nuevo fue idea mía, así que no se le debería castigar por mi decisión.

La dalle suprema Kahlo suspiró.

—Fue la decisión correcta, segadora Rand. Cualquier cosa que nos devuelva a un segador es buena, sea el segador que sea. Esa no es la cuestión. La cuestión es la viabilidad de su candidatura. —Guardó silencio un momento, miró a sus compañeros verdugos y dijo—: Son asuntos de calado, no deberíamos tomar una decisión a la ligera. Dejad que lo hablemos entre nosotros. Nos volveremos a reunir a mediodía.

Anastasia daba vueltas por la antesala mientras Curie se sentaba tan tranquila y comía de un cuenco de fruta. ¿Cómo podía estar tan relajada?

—He estado fatal —dijo Anastasia.

—No, tú has estado estupenda.

—¡Creen que tengo ansias de poder!

Marie le pasó una pera.

—Se ven reflejados en ti. Ellos eran los que sentían ansias de poder a tu edad, lo que significa que, aunque no lo demuestren, se identifican contigo.

Después insistió en que Anastasia se comiera la pera para conservar su energía.

Cuando las llamaron de nuevo, una hora más tarde, los verdugos mayores no perdieron el tiempo.

—Hemos revisado y debatido el asunto entre nosotros, y hemos llegado a una conclusión —anunció la dalle suprema Kahlo—. Honorable segadora Rand, por favor, da un paso al frente.

Goddard parecía un poco sorprendido de que no se dirigieran primero a él, pero hizo un gesto a Ayn, que dio unos pasos hacia la dalle.

—Segadora Rand, como hemos dicho, tu decisión de restaurar al segador Goddard fue admirable. Pero es cuestionable que lo hicieras no ya sin nuestra aprobación, sino también sin nuestro conocimiento. Si hubieras acudido al consejo, te habríamos ayudado… y nos habríamos asegurado de que el sujeto usado estuviera cualificado y se ofreciera de forma voluntaria. Ahora mismo sólo sabemos lo que nos ha contado el segador Goddard.

—¿Duda el consejo sobre mi palabra, su suprema excelencia? —preguntó Goddard.

Cromwell habló desde su asiento, detrás de él:

—No eres famoso por tu sinceridad, segador Goddard. Por respeto, no plantearemos dudas sobre tu relato de los acontecimientos, pero habríamos preferido supervisar nosotros la selección.

Y la verdugo mayor Nzinga, a su derecha, añadió:

—En realidad, aquí no tenemos que confiar en la palabra del segador Goddard, puesto que el sujeto lo cribó la segadora Rand antes de que se reanimase a Goddard. Así que cuéntenos, segadora, porque deseamos escuchar la historia de sus labios. ¿Fue el donante de cuerpo un voluntario, plenamente consciente de lo que le sucedería?

Rand vaciló.

—¿Segadora Rand?

—Sí —dijo al fin—. Sí, por supuesto que era consciente. ¿Cómo iba a ser de otro modo? Somos segadores, no ladrones de cuerpos. Preferiría cribarme antes de hacer algo tan… cruel.

Pero, a pesar del significado de sus palabras, se ahogaba un poco con ellas, salían con dificultad. Si el consejo era consciente de ello o le importaba en algo, no lo dejó traslucir.

—¡Segadora Anastasia! —dijo la dalle suprema—. Un paso adelante, por favor.

Rand se retiró junto a Goddard y Anastasia obedeció.

—Segadora Anastasia, esta investigación es una clara manipulación de nuestras reglas sobre la influencia en el resultado de una votación.

—¡Bien dicho! —exclamó Hideyoshi, dejando claro su inflexible desagrado por lo que había hecho Anastasia.

—Los miembros de este consejo —siguió diciendo la dalle suprema— creemos que te has acercado peligrosamente a la línea que separa el comportamiento ético del que no lo es.

—Pero ¿es ético cribar a alguien para quitarle el cuerpo? —soltó Anastasia sin poder evitarlo.

—¡Has venido a escuchar, no a hablar! —gritó el verdugo mayor Hideyoshi.

Kahlo levantó una mano para calmarlo y se dirigió a Anastasia, muy serio:

—Deberías aprender a controlar tu genio, segadora novata.

—Lo siento, su eminente excelencia.

—Esta vez acepto tus disculpas, pero el consejo no las aceptará una segunda vez, ¿entendido?

Anastasia asintió e inclinó la cabeza con respeto antes de volver con Curie, que la miró con severidad, aunque sólo un momento.

—¡Segador Goddard! —lo llamó Kahlo.

Goddard dio un paso adelante, a la espera del dictamen.

—Mientras que todos estamos de acuerdo en que esta investigación tenía otros motivos, lo que plantea resulta válido. ¿Cuándo es segador un segador? —Guardó silencio un buen rato, lo bastante para que resultara incómodo, aunque nadie volvió a cometer el error de hablar a destiempo—. Hemos mantenido un acalorado debate al respecto y, al final, el consejo ha decidido que la sustitución de más del cincuenta por ciento del cuerpo físico de una persona por el cuerpo físico de otra persona la disminuye gravemente.

Anastasia contenía el aliento.

—Por lo tanto —continuó la dalle—, aunque te damos permiso para seguir llamándote segador Robert Goddard, no podrás cribar hasta que el resto de tu cuerpo termine un noviciado completo bajo el tutelaje del segador que elijas. Supongo que lo harás con la segadora Rand, pero, si eliges a otra persona (y ella acepta), también lo aceptaremos.

—¿Noviciado? —preguntó Goddard, que ni siquiera fingía ocultar su disgusto—. ¿Ahora debo convertirme en novicio? ¿No basta con todo lo que he sufrido ya? ¿Además pretenden someterme a esta humillación?

—Considéralo una oportunidad, Robert —dijo Cromwell con una sonrisita—. Por lo que sabemos, dentro de un año quizá tus partes bajas convenzan al resto de tu persona de que prefieres ser un fiestero. ¿No era esa la profesión de tu sujeto?

Goddard no fue capaz de ocultar su sorpresa.

—No te extrañe tanto que conozcamos la identidad de tu sujeto, Robert —siguió Cromwell—. En cuanto apareciste, hicimos nuestras pesquisas, como es debido.

El segador parecía un volcán listo para entrar en erupción, aunque, de algún modo, consiguió contenerse.

—Honorable segadora Curie —dijo la dalle suprema—, como el segador Goddard no es apto en estos momentos para unirse a la Guadaña con plenos derechos, su candidatura queda anulada. De tal modo, ahora mismo eres la única candidata viable y ganas automáticamente la votación para sumo dalle de Midmérica.

Curie reaccionó con humildad y reserva.

—Gracias, dalle suprema Kahlo.

—De nada, su excelencia.

«Su excelencia», pensó Anastasia. Se preguntó qué sentiría Marie al ver que la dalle suprema se refería a ella en esos términos.

Sin embargo, Goddard no estaba dispuesto a reconocer la derrota sin luchar.

—¡Exijo una votación nominal! —insistió—. ¡Quiero saber quién ha votado a favor de esta farsa y quién a favor de la cordura!

Los verdugos mayores se miraron los unos a los otros. Al final, MacKillop habló. Había sido la más callada de todos; no había dicho nada en todo el proceso.

—En realidad, eso no será necesario —concluyó con una voz amable y tranquilizadora… que no sirvió para calmar a Goddard.

—¿Que no será necesario? ¿Se van a esconder todos detrás del anonimato del consejo?

Entonces habló de nuevo Kahlo:

—Lo que quiere decir la verdugo mayor MacKillop es que no hay necesidad de votación nominal… porque el voto ha sido unánime.