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¿Qué es lo que no te ha quedado claro?
«Vamos a matar a un par de segadoras», le había dicho Pureza. Greyson no pudo dormir aquella noche dándole vueltas a sus palabras, al modo en que se regodeaba en la idea y a la certeza de que la chica era capaz de llevarla a cabo. Y sí, todavía tenía una conciencia, a pesar de su nueva vida de indeseable. Intentaba no pensar en ello. Si pensaba en ello demasiado, acabaría hecho jirones. Vale, su misión para la Interfaz con la Autoridad no era oficial, pero eso no le restaba importancia. Él era el eje y el mismo Nimbo, desde la distancia, dependía de él. Sin Greyson, fracasaría y la segadora Anastasia, la segadora Curie o ambas acabarían muertas para siempre. Si eso ocurría, significaba que todo por lo que había pasado (desde salvarles la vida la primera vez a perder su puesto en la Academia del Cúmulo, pasando por renunciar a su antigua vida) no habría servido de nada. Bajo ninguna circunstancia podía permitir que sus sentimientos personales se entrometieran. De hecho, lo que necesitaba era que sus sentimientos personales fueran los correctos para la tarea.
Tendría que traicionar a Pureza. Pero no sería una traición, razonó. Si evitaba que realizara aquel acto terrible, la salvaría de sí misma. El Nimbo la perdonaría por formar parte de una trama fallida. Perdonaba a todo el mundo.
Resultaba frustrante que todavía no le hubiera informado de los detalles del plan, así que lo único que podía darle a Traxler era la fecha en que ocurriría el ataque. Ni siquiera sabía cómo ni dónde.
Dado que todos los indeseables mantenían reuniones de la condicional con un agente del Cúmulo, sus reuniones con Traxler no despertaban las sospechas de Pureza.
—Di algo que cabree a tu cúmulo —le dijo la chica antes de que se fuera a la reunión—. Dile algo que lo deje sin habla. Es muy divertido desconcertar a los cúmulos.
—Haré lo que pueda —respondió él; después la besó y se marchó.
Como siempre, la Oficina de Asuntos Indeseables era un hervidero de ruido y actividad. Greyson cogió número, esperó su turno con más impaciencia que nunca y lo enviaron a una sala de audiencias, donde esperó a que apareciera Traxler.
Lo que menos necesitaba en aquellos momentos era quedarse a solas con sus pensamientos. Si permitía que siguieran rebotándole en el cráneo, acabarían chocando.
La puerta se abrió por fin, pero por ella no entró el agente Traxler, sino una mujer. Llevaba unos zapatos que taconeaban en el suelo. Su cabello era una nube de terciopelo naranja y se había pintado los labios de un color demasiado rojo para su cara.
—Buenos días, Slayd —lo saludó al sentarse—. Soy Kreel, tu nueva agente de la condicional. ¿Cómo te encuentras?
—Espere… ¿Qué quiere decir con mi nueva agente de la condicional?
Ella escribió en su tablet sin levantar la vista.
—¿Qué es lo que no te ha quedado claro?
—Pero… Pero… Necesito hablar con Traxler.
Al final levantó la vista de la tablet para mirarlo. Entrecruzó los dedos sobre la mesa, muy educada, y sonrió.
—Si me das una oportunidad, Slayd, comprobarás que estoy tan cualificada como el agente Traxler. Con el tiempo puede que llegues a considerarme tu amiga. —Volvió a mirar la tablet—. Bueno, he estado estudiando tu caso. Eres un joven interesante, como mínimo.
—¿Hasta qué punto está familiarizada con mi caso?
—Bueno, tu ficha es bastante detallada. Creciste en Grand Rapids. Infracciones menores en el instituto. Un accidente de autobús intencionado que te dejó con una deuda significativa.
—Eso no —repuso Greyson, que intentaba controlar el pánico—. Lo que no está en la ficha.
Ella lo miró, algo cauta.
—¿Como qué?
Estaba claro que no conocía la misión, lo que significaba que la conversación no conducía a ninguna parte. Pensó en lo que le había dicho Pureza: cabrea a tu cúmulo. Le daba igual cabrear o no su nueva agente. Lo que quería era que se fuera.
—¡Que le den! Necesito hablar con el agente Traxler.
—Me temo que no es posible.
—¡Y una mierda! ¡Quiero a Traxler aquí ahora mismo!
Ella dejó la tablet en la mesa y lo miró de nuevo. No discutió ni respondió con beligerancia. Tampoco le ofreció su ensayada sonrisa de cúmulo. Parecía algo pensativa. Casi sincera. Casi compasiva, aunque no del todo.
—Lo siento, Slayd, pero al agente Traxler lo cribaron la semana pasada.