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Flacucho pero con potencial
¡Tyger Salazar iba a triunfar!
Tras toda una vida de perder el tiempo y ocupar espacio, ¡ahora le pagaban para perder el tiempo y ocupar espacio como un profesional! No se imaginaba nada mejor; además, con tanto codearse con segadores, sabía que tarde o temprano uno de ellos se fijaría en él. Suponía que quizá le ofrecieran besar un anillo para otorgarle un año de inmunidad. Nunca se le había pasado por la cabeza que uno de ellos lo contratara para un puesto permanente. ¡Y mucho menos un segador de otra región!
«Nos entretuviste en una fiesta el año pasado —le había dicho la mujer del teléfono—. Nos gusta tu estilo».
Le ofreció más del doble de lo que ganaba, le dio una dirección, una fecha y una hora a la que presentarse.
Cuando se bajó del tren, supo de inmediato que ya no estaba en Midmérica. En la región de Texas, el idioma oficial era el inglés mortal, que allí hablaban con una especie de acento melódico. Era lo bastante parecido al común como para que Tyger lo entendiera, pero esforzarse tanto le había dejado el cerebro agotado. Era como escuchar a Shakespeare.
La gente se vestía de una forma un poco distinta y caminaba con un leve contoneo al que no le costaría acostumbrarse. Se preguntó cuánto tiempo pasaría allí. Si era el suficiente, se compraría el coche que sus padres nunca le habían querido regalar y así no tendría que ir en publicoche a todas partes.
La reunión era en una ciudad llamada San Antonio y la dirección resultó ser en el ático de un rascacielos que daba a un pequeño río. Supuso que ya estarían de fiesta. De fiesta perpetua. No podría haberse equivocado más.
La persona que lo recibió en la puerta no fue un sirviente, sino una segadora, una mujer de cabello oscuro y ligera ascendencia panasiática que le resultaba familiar.
—Tyger Salazar, supongo.
—Supone bien.
Entró en el piso. La decoración era barroca, como ya se esperaba. Lo que no se imaginaba era la completa ausencia de otros invitados. Pero, como una vez le dijo a Rowan, él se dejaba llevar. Se adaptaría a lo que fuera que se encontrara.
Pensó que la mujer le ofrecería comida o, quizás, algo de beber después de su largo viaje, pero no lo hizo, sino que lo examinó de arriba abajo como si fuera ganado en una subasta.
—Me gusta su túnica —comentó él, ya que los halagos nunca están de más.
—Gracias. Quítate la camisa, por favor.
Tyger suspiró. Así que iba a ser… esa clase de encuentro. De nuevo, no podría haberse equivocado más.
Cuando se la quitó, ella lo observó aún más de cerca. Le pidió que flexionara los bíceps y comprobó su solidez.
—Flacucho —dijo— pero con potencial.
—¿Qué quiere decir con flacucho? ¡Si entreno!
—No lo bastante, aunque eso se arregla fácilmente. —Después retrocedió, lo evaluó durante otro instante y añadió—: En cuanto a físico, no serías la primera opción de nadie, pero dadas las circunstancias, eres perfecto.
Tyger esperaba que le contara más; no fue así.
—¿Perfecto para qué?
—Lo sabrás cuando llegue el momento de que lo sepas.
Y entonces, por fin, todo encajó y la emoción lo recorrió como una descarga eléctrica.
—¡Me va a elegir como aprendiz!
Por primera vez, ella sonrió.
—Sí, es una forma de verlo —respondió.
—¡Es la mejor noticia del mundo! No la decepcionaré. Aprendo deprisa… y soy listo. Bueno, no listo en los estudios, pero que eso no la engañe. ¡Tengo tanto cerebro que se me sale por las orejas!
Ella dio un paso hacia él y sonrió. Las esmeraldas de su túnica verde vivo reflejaron la luz y lanzaron destellos.
—Para este noviciado no te va a hacer falta el cerebro —dijo la segadora Rand—, créeme.