36
El alcance de una oportunidad perdida
La furia de Goddard era imparable.
—¡Una investigación! ¡Debería despedazar a esa putilla turquesa hasta que no quede nada que revivir!
Rand bajó como un torbellino los escalones del capitolio detrás de Goddard al salir del cónclave y dejó su ira a un lado para gestionar la de su mentor.
—Tenemos que reunirnos esta noche con los segadores afines a nuestra causa —le dijo—. Llevan un año sin verte y la Guadaña todavía está impresionada con tu reaparición.
—No siento ningún interés por conversar con segadores, ya sean amistosos o no. ¡Sólo quiero encargarme de una cosa que tengo pendiente desde hace demasiado tiempo!
Entonces se volvió hacia los mirones más recalcitrantes, que esperaban el final del cónclave para echarles un vistazo a los segadores. Goddard sacó una daga de su túnica y se acercó a un hombre que no se lo vio venir: de un solo movimiento ascendente, lo cribó, y su sangre manchó las escaleras. Los que lo rodeaban salieron huyendo como ratas, pero atrapó a la que estaba más cerca, una mujer. Le daba igual quien fuera o cuál era (si la había) su contribución al mundo. Para Goddard servía a un único propósito. El abrigo que vestía era grueso, pero la hoja lo atravesó sin mucha resistencia. Su grito se cortó de cuajo al caer al suelo.
—¡Goddard! —gritó uno de los otros segadores que abandonaban el cónclave. Se trataba del segador Bohr, un irritante neutral que nunca tomaba ningún partido—. ¿Es que no tienes vergüenza? ¡Demuestra algún decoro!
Goddard se volvió hacia él con furia asesina y Bohr retrocedió como si temiera que lo atacara.
—¿Es que no lo has oído? —chilló Goddard—. Ya no soy Goddard. ¡Sólo soy el siete por ciento de mí mismo!
Dicho lo cual, acabó con otro mirón que corría escaleras abajo.
Ayn logró a duras penas apartarlo y meterlo en su limusina.
—¿Has acabado ya? —le preguntó mientras se alejaban, sin ocultar su disgusto con él—. ¿O tenemos que parar en un bar, tomarnos una copa y cribar a todos los clientes?
Él la señaló como había señalado a Xenocrates: el temible dedo de advertencia de Goddard. «El dedo de Tyger», pensó ella, aunque se quitó la idea de la cabeza lo más deprisa que pudo.
—¡No me gusta tu actitud! —gruñó él.
—¡Estás aquí gracias a mí! —le recordó ella—. Que no se te olvide.
El hombre se tomó un momento para calmarse.
—Que las oficinas de la Guadaña encuentren a las familias de la gente a la que acabo de cribar. Si quieren inmunidad, tendrán que venir a buscarla. No pienso volver por Fulcrum City hasta el día que regrese de la investigación convertido en sumo dalle.
A Rowan lo despertaron los guardias mercenarios de Goddard al despuntar el alba.
—Prepárate para un combate —le dijeron, y cinco minutos después lo llevaron a la terraza, donde Rand y Goddard lo esperaban.
Aunque Rand vestía su túnica, Goddard estaba descalzo y descamisado, con unos pantalones cortos que eran del mismo tono azul que su túnica, aunque, por suerte, no estaban tachonados de diamantes. No lo había visto desde el día en que entró en su habitación, apenas capaz de desplazarse en aquel artilugio con ruedas. Eso había sido hacía poco más de una semana, y ahora controlaba el cuerpo de Tyger como si fuera el suyo. Rowan pensó que, de haber tenido algo en el estómago, habría vomitado, pero esta vez no dejó que se le notara. Si Goddard se alimentaba de su desgracia, no pensaba proporcionarle sustento.
Sabía qué día era: los fuegos artificiales de la semana anterior eran por la llegada del Año Nuevo, así que se trataba del día ocho. El cónclave se había celebrado el día anterior. Lo que significaba que había terminado su inmunidad.
—¿Ya de vuelta del cónclave? —preguntó, fingiendo indiferencia—. Creía que pasarías allí unos días para jugar bien la carta de la resurrección.
Goddard no le prestó atención.
—Estaba deseando luchar contra ti —dijo sin más, y los dos empezaron con el baile del bokator.
—Claro, será como en los viejos tiempos, en la mansión. Los echo de menos, ¿tú no?
A Goddard le temblaron un poco los labios, pero al final sonrió.
—¿Ha ido todo como pensabas? —pinchó Rowan—. ¿Te ha recibido la Guadaña con los brazos abiertos?
—¡Cierra la boca! —gritó Rand—. Has venido a pelear, no a hablar.
—Oooh, no sé por qué me da en la nariz que las cosas no han salido bien. ¿Qué ha pasado? ¿Te ha echado Xenocrates? ¿Se ha negado a aceptarte?
—Todo lo contrario, nos han recibido con alborozo —dijo Goddard—. Sobre todo después de explicarles que mi lamentable novicio nos había traicionado y asesinado. Y que los pobres Chomsky y Volta fueron las primeras víctimas del autoproclamado segador Lucifer. Les he prometido que te entregaré a su furia. Pero no hasta que esté listo, por supuesto.
Rowan sabía que no le contaba toda la historia. Sabía cuando Tyger le mentía, se lo notaba en la voz, y eso no había cambiado aunque las palabras fueran de Goddard. Aun así, fuera lo que fuera, no se lo iba a sacar.
—Ayn será el árbitro del partido. Y no tendré piedad.
Entonces se abalanzó sobre Rowan, que no hizo nada por defenderse. Nada por esquivar el ataque. Goddard lo derribó. Lo sujetó. Ayn le concedió la victoria a Goddard. Había sido demasiado fácil y el segador lo sabía.
—¿Crees que te vas a librar sin defenderte?
—Si deseo perder adrede un combate de bokator, estoy en mi derecho.
Goddard le gruñó.
—Aquí no tienes ningún derecho.
Atacó de nuevo, y de nuevo Rowan luchó contra su instinto de supervivencia y dejó el cuerpo relajado. Goddard lo derribó como si fuera un muñeco de trapo y después bramó de furia:
—¡Lucha, maldito seas!
—No —respondió él con calma.
Después miró a Rand, que, para su sorpresa, esbozaba una sonrisita, aunque la reprimió en cuanto se dio cuenta de que la miraba.
—¡Cribaré a todos tus seres queridos si no luchas contra mí! —gritó Goddard.
Rowan se encogió de hombros.
—No puedes. El segador Brahms ya ha cribado a mi padre, y el resto de mi familia tiene inmunidad durante otros once meses. Y no puedes acabar con Citra; ya te ha demostrado ser demasiado lista para eso.
Goddard se lanzó de nuevo contra él. Esta vez, Rowan se dejó caer al suelo con las piernas cruzadas.
Goddard se apartó un poco y le dio un puñetazo a la pared. Dejó una abolladura.
—Sé cómo obligarlo a combatir —dijo Rand, y dio un paso adelante para hablar con Rowan—. Si luchas contra Goddard con todas tus fuerzas, te contaremos lo que sucedió en el cónclave.
—¡No lo haremos! —dijo Goddard.
—¿Quieres un combate de verdad o no?
Goddard vaciló.
—De acuerdo —cedió al final.
Rowan se levantó. No tenía razón alguna para creer que mantendrían su promesa, pero, por mucho que deseara negarle aquel combate al segador, más quería tener la oportunidad de derribarlo. No demostrarle más piedad que la que él pretendía demostrar por Rowan.
Rand dio inicio a un nuevo combate. Los contendientes se estudiaron. De nuevo, Goddard hizo el primer movimiento, aunque esta vez Rowan contraatacó esquivando y encajando un codazo bien colocado. Goddard sonrió al darse cuenta de que ahora la pelea era real.
Mientras se desarrollaba el brutal combate, Rowan se percató de que Goddard estaba en lo cierto: la fuerza de Tyger sumada al cerebro del segador era una combinación dura de pelar. Sin embargo, no le daría la satisfacción de ganar. Ni entonces ni nunca. En lo concerniente al bokator, Rowan funcionaba mejor bajo presión, y así fue aquella vez. Ejecutó una serie de movimientos que dejaban a su contrincante siempre un paso por detrás basta que lo tiró y lo sujetó contra el suelo.
—¡Ríndete! —gritó Rowan.
—¡No!
—¡Ríndete!
Pero Goddard no lo hizo, así que Rand tuvo que dar por terminado el combate.
Entonces, en cuanto Rowan soltó a Goddard, este se acercó a un armario, sacó una pistola y la pegó a las costillas del chico.
—Nuevas reglas —espetó, y apretó el gatillo; una bala atravesó el corazón de Rowan e hizo pedazos una lámpara al otro extremo del cuarto.
La oscuridad se cernió sobre él, pero, antes de cegarlo por completo, el joven dejó escapar una carcajada.
—Tramposo —dijo, y murió.
—Puaj, qué asco —dijo la segadora Rand.
Goddard le puso la pistola en la mano.
—Nunca anuncies el final de un combate hasta que yo lo diga.
—Entonces, ¿ya está? ¿Ha sido una criba?
—¿Estás de broma? ¿Y perder la oportunidad de lanzarlo a los pies de los verdugos mayores durante la investigación? Llévatelo a un centro de reanimación que no esté conectado. Lo quiero de regreso lo antes posible para matarlo otra vez —ordenó Goddard, y se marchó.
Cuando se hubo ido, Rand miró a Rowan, que más morturiento no podía estar. Tenía los ojos abiertos y los labios estirados en una sonrisa desafiante. Antes lo admiraba (e incluso sentía celos de él) por la atención que le había dedicado Goddard durante su noviciado. Sabía que no estaba cortado por el mismo patrón que el segador y ella. Sospechaba que reventaría, pero no se esperaba que lo hiciera de un modo tan espectacular. El único culpable de todo era Goddard por confiar en un chico al que Faraday había elegido por su compasión.
Ayn no valoraba demasiado la compasión. Nunca lo había hecho. No la entendía y le molestaba la gente que sí. Ahora, Rowan Damisch recibiría su justo castigo por aquellos ideales tan presuntuosos.
Se volvió hacia los guardias que estaban allí plantados, sin saber bien qué hacer.
—¿Qué os pasa? ¡Ya habéis oído al segador Goddard! Llevadlo a revivir.
Una vez que se hubieron llevado a Rowan y que el impávido robot doméstico hubo restregado la sangre de la colchoneta, Ayn se sentó en un sillón que daba a las espectaculares vistas. Aunque Goddard nunca la elogiaba por nada, sabía que había elegido el lugar correcto para organizar su regreso. La Guadaña texana los dejaba en paz siempre que no empezaran a cribar allí, y el Nimbo sólo tenía cámaras en los lugares públicos, con lo que era más fácil ocultarse a él. Además, era más sencillo encontrar ubicaciones desconectadas, como el centro de reanimación al que iba Rowan. No hacían preguntas mientras les pagases y, aunque los segadores recibían todo gratis en aquel mundo, desconectado era desconectado. Se quitó una de las esmeraldas de la parte baja de la túnica y se la entregó al guardia para que pagara con ella el trabajo con el chico. Era más que suficiente para cubrir los gastos.
Ayn nunca había sido una intrigante. Solía vivir el momento, seguir sus impulsos motivada por el poder de sus caprichos. De niña, sus padres la llamaban fuego fatuo y ella disfrutaba siendo un fuego fatuo letal. Ahora, no obstante, había probado lo que era tramar un plan a largo plazo. Creyó que sería sencillo hacerse a un lado y permitir que Goddard tomara de nuevo las riendas una vez restaurado (porque lo que le habían hecho era más una restauración que una reanimación), pero le daba la impresión de que estaba falto de equilibrio, de que exhibía un genio y una impulsividad muy poco característicos. ¿Era esa impulsividad parte del noventa y tres por ciento de él que pertenecía a Tyger Salazar? Ambos eran arrogantes, eso estaba claro. Pero la inocencia de Tyger había sido sustituida por el genio de Goddard. Ayn tenía que reconocer que la naturaleza ingenua e inmadura del chico le había resultado vigorizante. Pero la inocencia siempre acababa machacada en los engranajes de un plan maestro y, en opinión de Ayn, Goddard estaba forjando un plan maestro emocionante. Una Guadaña sin restricciones. Un mundo de caprichos sin consecuencias.
No obstante, acabar con Tyger Salazar había sido mucho más difícil de lo que esperaba.
Cuando regresaron los guardias, la informaron de que Rowan estaría reanimado dentro de unas treinta y seis horas, y ella fue a contárselo a Goddard. Se lo encontró saliendo del baño, después de darse una ducha. Estaba envuelto en una toalla minúscula.
—Un combate tonificante. La próxima vez, ganaré yo.
Un oscuro escalofrío recorrió el cuerpo de la segadora: era lo que siempre decía Tyger.
—Estará de vuelta en día y medio —le dijo, aunque él ya había pasado a otro tema:
—Empiezo a ver una oportunidad en muestra situación, Ayn. La vieja guardia no se da cuenta, pero quizá me hayan entregado una perla con esta desagradable ostra. Quiero que me busques a los mejores ingenieros.
—Has cribado a los mejores ingenieros —le recordó ella.
—No, no a científicos espaciales e ingenieros de propulsión; lo que necesito son ingenieros estructurales. Gente que comprenda la dinámica de las grandes estructuras. Y también programadores. Pero programadores que no estén comprometidos ni con la Guadaña ni con el Nimbo.
—Preguntaré por ahí.
Goddard se tomó un momento para observarse en el alto espejo; entonces vio los ojos de Ayn fijos también en el espejo y la forma en que ella lo miraba. La segadora se propuso no apartar la vista. Él se volvió hacia ella y se le acercó.
—¿Te agrada este físico?
Ella se obligó a esbozar una sonrisa taimada.
—¿Cuándo no he disfrutado yo de un hombre bien torneado?
—¿Y has… disfrutado de este cuerpo?
Fue incapaz de seguir mirándolo a los ojos.
—No. No de este.
—¿No? Eso no es propio de ti, Ayn.
Ahora se sentía como si ella fuera la que estuviese desnuda. Aun así, lo disimuló con su sonrisa.
—Quizás estuviera esperando a que fuera tuyo.
—Hmmm —respondió él, como si no fuera más que una curiosidad—. Sí que noto que este cuerpo expresa una atracción bastante evidente por ti.
Entonces pasó junto a ella, se puso su túnica y se alejó, dejándola sola para lamentar el verdadero alcance de una oportunidad perdida.