La razón por la que decidí organizar las regiones autónomas con leyes y costumbres distinta al resto del mundo no es ningún gran misterio. Sencillamente, comprendía la necesidad de variedad e innovación social. La mayor parte del planeta es homogénea. Tal es el destino de un mundo unificado. Los idiomas nativos se vuelven pintorescos y secundarios. Las razas se mezclan en un agradable batiburrillo de lo mejor de cada etnia, con variaciones menores.
Sin embargo, en las regiones autónomas se alientan las diferencias y abundan los experimentos sociales. He establecido siete regiones, cada una en un continente. Allá donde era posible, he conservado las fronteras que definían a esa región durante la Era de la Mortalidad.
Lo que más me enorgullece son los experimentos sociales que, como digo, se realizan en estas regiones autónomas. Por ejemplo, en Nepal está prohibido el empleo. Todos los ciudadanos son libres para dedicarse a cualquier actividad recreativa que deseen y reciben una Garantía de Renta Básica mucho más alta que en otras zonas, así que no se sienten menospreciados por la incapacidad de ganarse la vida. Esto ha dado como resultado un aumento sustancial de las obras altruistas y caritativas. El estatus social de los habitantes no se mide por la riqueza, sino por la compasión y la abnegación.
En la región autónoma de Tasmania, a cada ciudadano se le exige elegir una modificación biológica para mejorar su estilo de vida… La más popular son una suerte de branquias que les permiten la vida anfibia y una membrana lateral parecida a la de las ardillas voladoras que les facilita planear como deporte y como viaje autopropulsado.
Por supuesto, a nadie se le obliga a participar. Todos son libres de abandonar una región autónoma o de unirse a ella. De hecho, el crecimiento o el descenso de la población de una de esta zonas resulta un buen indicador del éxito de sus leyes únicas. De este modo puedo seguir mejorando la condición humana al aplicar los programas sociales más queridos en el resto del mundo.
Y después está Texas.
Es la región en la que pruebo la anarquía benevolente. Hay pocas leyes y pocas consecuencias. Más que gobernar, allí me aparto del camino de los ciudadanos y observo lo que sucede. Los resultados han sido variopintos. Veo a personas que se convierten en la mejor versión de sí mismas, mientras que otras caen víctimas de sus peores defectos. Todavía no he decidido qué puedo aprender de Texas. Necesito continuar con el estudio.
—El Nimbo