Ha habido muchos momentos a lo largo de mi existencia en los que mis planes se han frustrado por «causas ajenas a mi voluntad».
Lo que primero se me viene a la cabeza son los desastres espaciales.
En la Luna se produjo una fuga catastrófica que expuso toda la reserva de oxígeno líquido al vacío del espacio; casi mil personas murieron asfixiadas y todos los intentos por recuperar sus cadáveres para revivirlos fueron en vano.
En Marte, una colonia en ciernes duró casi un año antes de que un incendio consumiera todo el complejo y a los que lo habitaban.
Y la estación orbital Nueva Esperanza, un prototipo con el que pretendía establecer un anillo habitable alrededor de la Tierra, acabó destrozada cuando a una lanzadera le fallaron los motores al aproximarse y atravesó el corazón de la estructura como si fuera una flecha.
Después del desastre de Nueva Esperanza, cancelé el programa de colonización espacial. Y, todavía invierto millones en investigación y desarrollo de tecnologías que, en potencia, podrían usarse en el futuro, tanto mis empleados como sus instalaciones suelen sucumbir a la mala suerte.
Pero yo no creo en la mala suerte. Ni, en estos casos, tampoco en los accidentes ni en las coincidencias.
Creedme cuando os digo que comprendo a la perfección que cosas (y que personas) son «ajenas a mi voluntad».
—El Nimbo