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Una ciudad llena de dioses

ESOS OTROS HABITANTES

Pompeya estaba plagada de dioses y diosas. Al margen de lo que hubieran pensado del resto de mi exposición, a los antiguos habitantes de la ciudad les habría sorprendido sin duda que hasta el momento haya tendido a dejar en segundo plano a las distintas divinidades que tanto peso tenían en sus vidas. La ciudad contenía literalmente millares de efigies de esos dioses y diosas. Si las contamos todas, las grandes, las pequeñas, y las medianas, probablemente superaran en número que la población humana que habitaba en la ciudad.

Desde luego aparecían en toda suerte de variedades, formas, tamaños y materiales: desde la gran Venus pintada a modo de chica de calendario (fig. 97), que se aparece tumbada en una gran concha marina, eco de su mítico nacimiento de las olas del mar, hasta las estatuillas de bronce de unos lares o «dioses del hogar» danzando (fig. 98), o el pequeño busto de bronce de Mercurio utilizado para equilibrar una balanza. Unas tenían presumiblemente por objeto despertar sentimientos de respeto y de sacro temor: por ejemplo, la gran cabeza de mármol de Júpiter encontrada en su templo del Foro (fig. 99). Otras, como las exuberantes caricaturas de los baños privados de la Casa del Menandro (fig. 51) o algunas de las versiones más exageradamente fálicas del divino Príapo (fig. 36), debían de ser parodias jocosas. Otras, por su parte, como un Apolo de bronce estudiadamente anticuado procedente de la Casa de Julio Polibio, eran consideradas objetos artísticos valiosos, además de ser veneradas como imágenes sagradas. Muchas de las efigies estandarizadas de Minerva, con su túnica larga y su casco, o de Diana con sus arreos de caza, habrían sido consideradas gratamente tradicionales. No así la estatuilla de marfil de la india Lakshmi (fig. 11), o las miniaturas del dios egipcio Anubis, con cabeza de chacal. A algunos pompeyanos estas imágenes les habrían parecido en el mejor de los casos turbadoramente exóticas, y en el peor, extrañas y peligrosas.

FIGURA 97. Los dioses romanos eran imaginados en una gran variedad de formas. Esta Venus, con el pequeño Cupido a su servicio, nos desconcierta porque nos recuerda a una moderna chica de calendario.

FIGURA 98. Estatuillas de bronce de los «dioses del hogar» o lares, vestidos con sus características túnicas (hechas, según se decía, de piel de perro) y portando en una mano un platillo y en la otra una cornucopia (cuerno de la abundancia)) llena hasta los topes.

FIGURA 99. El rostro majestuoso de Júpiter. Esta cabeza colosal fue en- contrada entre las minas del Templo de Júpiter, Juno y Minerva en el Foro.

Ahora solemos dar con demasiada frecuencia por descontadas las imágenes de los antiguos dioses. Habitualmente nos atrae localizar el principal atributo que permite identificar a la divinidad en cuestión (si se trata de un rayo, será Júpiter) y pasar de largo. Eso supone infravalorar la labor cultural y religiosa que realizaban esas imágenes en el mundo antiguo. Nadie debatía, como podríamos hacer hoy día, si en el mundo existía un poder divino o no. El ateísmo habría resultado prácticamente incomprensible como postura intelectual o religiosa. De hecho, excepto entre los judíos y los cristianos, la idea de que no había muchos dioses sino uno solo habría resultado casi igualmente excéntrica en el siglo I d. C., aunque se convirtió en una postura más habitual, incluso entre los paganos, en época posterior. Pero eso no significa que en el politeísmo antiguo no hubiera disputas ni controversias. Los romanos podían discrepar violentamente no ya respecto a la existencia de los dioses (eso era más un hecho incontrovertible que una creencia), sino sobre cómo eran, cómo se relacionaban entre sí las distintas divinidades, y sobre cómo, cuándo y por qué intervenían en la vida de los humanos. Era perfectamente posible preguntarse, por ejemplo, si los dioses tenían realmente forma humana o no (o cuánto se parecían exactamente a los humanos), o si se preocupaban o no por las vidas de los mortales. ¿Cómo se revelaban a la gente? ¿Cómo eran de caprichosos o de benévolos? ¿Eran amistosos o eran siempre enemigos en potencia?

En este sentido, muchas de las imágenes de dioses y diosas que los pompeyanos veían a su alrededor en su vida cotidiana eran mucho más significativas de lo que suponemos. Tipificadas, divertidas, costosas o exóticas, eran también maneras de imaginar materialmente a los habitantes divinos del mundo. Las dimensiones, la forma y la apariencia podían tener importancia. Una estatua colosal, como la grandiosa efigie de Júpiter, no era sólo una creación rimbombante, sino también una forma de reflexionar sobre el poder del dios y sobre cómo podía dársele -literal y metafóricamente- una forma física. La religión antigua daba mucha importancia a las imágenes.