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Diversiones y juegos

UNA TIRADA DE DADOS

A un historiador latino del siglo IV, que no tenía demasiado tiempo que perder con los pobres, aludía con desdén al extraño ruido, semejante a un jadeo, que podía oírse, a altas horas de la noche, en las tabernas de la ciudad de Roma. No tenía nada que ver con las diversiones y juegos sexuales; procedía en realidad de las mesas de juego. Los jugadores estaban tan absortos en los dados que hacían este de- sagradable ruido, producido por la vibración de las narices al retener el aliento. Es una de las raras ocasiones en que podemos reconstruir al instante el sonido de la vida de Roma, un sonido que indudable- mente se habría escuchado también en las tabernas de Pompeya, donde, a juzgar por las pinturas que veíamos en el capítulo anterior, el juego y los dados eran un acompañamiento esencial de la comida y la bebida.

No sabemos exactamente qué juego estaban jugando los hombres representados en las pinturas. Los juegos de mesa romanos, como los nuestros, tenían varias modalidades y diferentes nombres. Los «Ladronzuelos» o quizá, los «Soldaditos» (latrunculi) era uno de los favoritos y con toda seguridad se jugaba en Pompeya, pues un cartel electoral ofrece a un candidato el apoyo -quizá no deseado-de los «jugadores de latrunculi». Otro al que se hace alusión a menudo en la literatura latina se llamaba los «Doce Escritos» (duodecim scripta). No se conservan libros de reglas de ninguno de estos juegos, por lo que los eruditos han llevado a cabo intentos de todo tipo con el fin de reconstruir estos entretenimientos a partir de referencias casuales. Los latrunculi, por ejemplo, quizá consistieran en intentar bloquear o rodear las fichas del adversario de un modo que recordaría más o menos a nuestro juego de damas. Pero casi todos ellos, como en la actualidad, seguían el mismo principio básico: una tirada de dados permitía al jugador mover su ficha o sus fichas por el tablero o hacia la meta ganadora; la mera suerte de los dados al caer era el elemento fundamental del éxito, pero no cabe duda que podían desplegarse diversos grados de habilidad en el movimiento de las fichas. Es evidente que el emperador Claudio debía de tener la habilidad suficiente para escribir un libro (por desgracia perdido) sobre el arte del alea, término utilizado habitualmente para designar esos juegos de dados.

La especulación con el resultado era también un elemento trascendental. Los juegos de taberna podían reportar a los jugadores -o hacerles perder- un montón de dinero. Un grafito de Pompeya hace alarde de una victoria particularmente espectacular: «Jugando al alea en Nuceria gané ochocientos cincuenta y cinco denarios y medio; de verdad, no miento». Era una gran suma, equivalente a 3.422 sestercios, casi cuatro veces el sueldo anual de un legionario. Los premios casi siempre fueron muy inferiores, como el afortunado ganador de Nuceria da a entender con su insistencia en la verdad de su afirmación. En cualquier caso, nos permite dar un paso más hacia la comprensión del nivel social de la cultura de bares de Pompeya. Puede que aquellos hombres fueran de condición humilde y hasta muy pobres a juicio de la élite de la localidad, pero tenían tiempo y dinero suficiente para gastar. El juego no es -ni era- una ocupación de indigentes.

Las autoridades romanas elaboraron una legislación en contra de los juegos y de las apuestas de este tipo con un entusiasmo que nunca mostraron a la hora de regular la prostitución. Indudablemente sin consecuencia alguna, y utilizando con toda claridad un doble rasero. Pues es evidente que todos estos juegos (como demuestra la pasión del emperador Claudio por ellos) eran jugados por los miembros de todo el espectro social. El juego era un hábito tan característico de los romanos que un teórico excéntrico del siglo I a. C. llegó a sostener que Homero debía de haber sido romano, pues en la Odisea presenta a los pretendientes de Penélope jugando a los dados. En realidad no se conserva ninguna tabla de juegos de Pompeya, aunque se han encontrado algunas en otros lugares del mundo romano. Los pompeyanos probablemente jugaban con tableros de madera. Y se ha suscitado un gran debate sobre si los objetos identificados a veces como cubiletes de dados no son de hecho pequeños vasos. En cambio, se han encontrado por toda la ciudad fichas y dados, incluso en las mansiones más ricas: en la Casa del Menandro, por ejemplo, aparecieron un par de dados preciosos y un puñado de fichas.

Eran los juegos de las tabernas, no los domésticos, los que los romanos querían restringir. ¿Por qué? En parte, sin duda, porque corría el riesgo de desestabilizar las jerarquías sociales y económicas. Una cultura que clasificaba a sus miembros de un modo tan estricto por la cantidad de riquezas que poseían opondría casi irremediablemente resistencia a la idea de que una mera tirada de dados podía cambiar el estatus de una persona. Visto en estos términos, el hombre que tuvo aquella racha tan buena en Nuceria no sólo era un individuo afortunado, sino que constituía una peligrosa quiebra del orden social. Pero una interesante teoría sugerida recientemente dice que todos los problemas que tenía la élite de la sociedad romana con los juegos de taberna tenían que ver también con otras cuestiones más generales de la cultura romana relacionadas con el uso del tiempo libre (otium). ¿Cuál era la forma adecuada de ocupar el tiempo libre? ¿Cuál era el momento oportuno para el ocio? ¿Determinadas actividades de ocio eran aptas sólo en determinados contextos? ¿Era aceptable el juego dentro de los límites de una casa particular rica, pero no en un bar?

En cualquier caso, al margen de que fueran un pasatiempo digno o indigno, los dados y el juego eran una de las actividades de ocio favoritas de los pompeyanos. Ahora que vamos a examinar otras maneras de utilizar el otium -los espectáculos y exhibiciones que, a través de teatros y anfiteatros, han dejado una huella mucho mayor en el repertorio arqueológico que un humilde juego de dados, conviene recordar que en Pompeya se pasaban (o se perdían) más horas ante un tablero de juegos de las que se pasaban contemplando las actuaciones de actores o gladiadores.