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¿Quién gobernaba la ciudad?

¡VOTA, VOTA, VOTA!

El joven Aulo Umbricio Escauro llegó tan lejos en la política local de Pompeya como cualquiera habría podido esperar razonablemente. Fue elegido por sus conciudadanos para ejercer durante un año como uno de los duoviri, los «dos hombres» que eran los máximos magistrados de la ciudad. Aunque su lápida funeraria no lo menciona, antes tuvo que haber sido elegido para el otro cargo anual, el de «edil» (aedilis). Pues, en efecto, esta magistratura menor no sólo daba a un hombre acceso casi automático al consejo municipal (el ordo de los decuriones) con carácter vitalicio, sino que además le permitía presentar su candidatura para el cargo superior. En otras palabras, nadie podía ser duumvir (la forma correcta en singular de duoviri) sin haber sido antes edil. Sólo había en la ciudad un cargo más prestigioso que el de duumvir corriente. Cada cinco años los duoviri tenían la tarea extra de reclutar a los nuevos miembros del consejo y actualizar el censo de los ciudadanos, responsabilidad reflejada en el título especial de duoviri quinquennales. Estos hombres eran los ver- daderos grandes personajes de la ciudad. Uno de ellos, al que veremos al final del presente capítulo, había sido duumvir cinco veces, incluidos dos turnos como quinquennalis. A pesar del éxito cosechado, Umbricio Escauro no había alcanzado cotas tan altas.

El sabor de esas elecciones anuales de Pompeya lo recogen vivamente los carteles electorales, más de dos mil quinientos en total, pintados claramente en letras rojas o negras. Cubren las paredes de algunas casas, superponiéndose unos a otros, pues los anuncios de cada nueva campaña eran pintados sobre los del año anterior. Se concentran, como cabría esperar, en las principales arterias de la población, donde era previsible que los viera la mayoría de la gente. Pero también pueden verse en las fachadas de las tumbas, incluso ocasionalmente en el interior de grandes viviendas, como, por ejemplo, la Casa de Julio Polibio, en la que hay un anuncio dentro de la finca (y también en la fachada) solicitando apoyo para que Gayo Julio Polibio sea elegido duumvir.

Los anuncios responden a un patrón bastante bien establecido. Dan el nombre del candidato y el cargo que éste pretende alcanzar, edil o duumvir (o pueden incluso dar los nombres de dos candidatos, que presumiblemente habían alcanzado un trato para presentarse juntos formando equipo). A menudo, pero no siempre, identifican a los que los apoyan y tal vez alegan alguna razón para que les presten ese apoyo. El formato típico es «Por favor, vota para edil a Popidio Secundo, un joven excelente», o «Africano y Víctor apoyan a Marco Cerrenio para edil». Ocasionalmente, apelan incluso a algún votante potencial: «Por favor, elegid edil a Lucio Popidio Ampliato, hijo de Lucio. Va para vosotros, Trebio y Sotérico».

De vez en cuando, registran también el nombre del rotulista, pues parece que la confección de esos anuncios era un trabajo especializado. En total tenemos los nombres de casi treinta de esos hábiles publicistas, que sin duda vendían sus servicios por una buena paga. No eran, por supuesto, trabajadores a tiempo completo. Un miembro de un equipo de rotulistas se identifica a sí mismo por el trabajo que realizaba a diario como batanero («Mustio, el batanero, realizó el encalado»). A veces da la impresión de que estos hombres tenían cada uno su propia «zona». A Emilio Céler, por ejemplo, al que ya hemos visto (pp. 117-118) pintando el anuncio de un espectáculo de gladiadores él «solo a la luz de la luna», lo encontramos firmando carteles electorales concentrados en una zona al norte de la ciudad, cerca de su domicilio (a juzgar por otro letrero que reza: «Emilio Céler vive aquí»). En un anuncio que solicita apoyo para Lucio Estacio Recepto, candidato a duumvir, firmó diciendo: «Emilio Céler, su vecino,lo escribió», y -temiendo a todas luces que pudiera presentarse un grupo rival con un bote de pintura o un cubo de cal- añadió la siguiente advertencia: «Si tienes la maldad de borrar esto, ojalá cojas algo malo». Sólo podemos conjeturar cómo cualquiera de estos individuos escogía el trozo de pared en el que exponía sus eslóganes. Pero debía de ser con el consentimiento, al menos tácito, del dueño de la finca correspondiente. Si no, corría el riesgo de que las palabras escritas con tanto cuidado aparecieran borradas al día siguiente.

No obstante, por formulares que sean los anuncios, ofrecen todo tipo de indicios acerca de la vida política de Pompeya. En ocasiones los nombres de los partidarios de un candidato pueden contar también historias curiosas. Algunos anuncios parecen simples recomendaciones personales, aunque fueran hechas, probablemente, por amable indicación del propio candidato. Algunos apelan incluso a la autoridad de Tito Suedio Clemente, el agente del emperador Vespasiano (pp. 73-74), que en un momento determinado utilizó su posición cerca del emperador para influir (o mediar) en el gobierno de la ciudad. Exponen oportunamente que su candidato está «respaldado por Suedio Clemente». Otros afirman que hablan en nombre de determinados grupos de ciudadanos. Los bataneros, por ejemplo, los molineros, los gallineros, los vendimiadores, los estereros, los vende- dores de ungüentos, los pescadores y los adoradores de Isis aparecen prestando su apoyo a determinados candidatos. Algunos de esos grupos son más enigmáticos. ¿Quiénes son los «campanienses» que piden el voto para que Marco Epidio Sabino sea nombrado edil? ¿O los «salinienses» que apoyan a Marco Cerrinio?

De este modo podemos vislumbrar casi con toda seguridad cuál era la infraestructura de la organización del voto en Pompeya. El método habitual que se seguía en Roma para realizar las elecciones era dividir al total del electorado en grupos menores. Cada uno de esos grupos votaba entre ellos para consignar un solo voto colectivo y el candidato que resultaba vencedor era el que obtenía el apoyo de la mayoría de los grupos. Es un sistema comparado a menudo desfavo- rablemente, debido a su complejidad, con la simple votación a mano alzada en asamblea adoptada por la antigua democracia ateniense, pero en realidad es muy parecido al sistema electoral empleado por la mayoría de estados modernos. Con toda verosimilitud los campanienses y los salinienses, junto con los forenses y los urbulanenses que aparecen en otros anuncios, aluden a cuatro grupos de votantes, correspondientes a determinados distritos de la localidad, cuyo nombre tal vez sea el de las distintas puertas de la ciudad (ya hemos visto (p. 35) que la que nosotros llamamos hoy día Puerta de Herculano era para los habitantes de la Antigüedad la Porta Salis o Saliniensis). También habría habido distritos electorales en las zonas rurales de los alrededores.

El día de las elecciones debemos imaginar que los ciudadanos se presentaban en el Foro, repartidos por distritos, consignaban el voto de cada distrito y aclamaban como vencedores a los candidatos que habían obtenidos los votos de la mayoría de los distritos. No sabemos con claridad cómo votaban exactamente, pero casi con toda seguridad lo hacían mediante algún sistema de votación secreta. Una ingeniosa teoría expuesta recientemente dice que la principal finalidad de los dispositivos de cierre todavía visibles en las entradas del Foro era impedir el paso el día de las elecciones a los que no tenían derecho a votar.

Todos esos votantes eran varones. Dejando a un lado ciertas monarquías que ocasionalmente dieron una reina o dos, en el mundo griego y romano no hubo ciudad ni estado alguno que concediese a la mujer ningún poder político formal. Las mujeres no tuvieron voto en ninguna parte. Pero uno de los hechos más sorprendentes de los anuncios electorales conocidos en Pompeya es que más de cincuenta nombran a alguna mujer o a algún grupo de mujeres como partidarias de cierto candidato. ¿Demuestra esto un interés activo de las mujeres de Pompeya por un proceso político del que estaban excluidas? En algunos casos, sí, aunque no siempre era un compromiso estrictamente político lo que estaba en juego. Por ejemplo, Tedia Secunda, que pone su nombre al lado de Lucio Popidio Secundo en su intento de obtener el cargo de edil, era, como declara explícitamente el anuncio electoral, la abuela del interesado. En muchas otras ocasiones consideraciones de lealtad familiar o personal habrían sido lacausa del apoyo de las mujeres a un determinado candidato. No obstante, el simple hecho de que consideraran que valía la pena hacer gala de su apoyo es otro indicio de la visibilidad de la mujer en la vida pública de Pompeya.

Pero a veces puede que en esos eslóganes hubiera algo más de lo que se ve a primera vista. En la pared exterior de una taberna de la Via dell'Abbondanza encontramos los nombres de varias mujeres que prestan su apoyo a diferentes candidatos: Aselina, Egle, Esmirna y María. Una buena conjetura consiste en pensar que eran las mujeres que trabajaban como camareras en el interior (sólo los nombres de dos de ellas, Egle y Esmirna, decididamente de origen griego, indican que eran esclavas). Quizá tuvieran sus candidatos favoritos y puede que encargaran a algún rotulista hacer públicas sus preferencias. O quizá se trate de una broma o un ejercicio de propaganda negativa. Algún satírico callejero, o algún adversario político puso los anuncios electorales de rigor, pero añadió los nombres de las camareras del local como partidarias del candidato.

Al margen de quiénes sean en realidad los patrocinadores de esos carteles, a Gayo Julio Polibio y sus amigos no les gustaron. Pues en el anuncio en el que Esmirna proclama su apoyo a «C. I. P.» (Julio Polibio era un hombre tan conocido que su nombre podía aparecer abreviado simplemente con sus iniciales), alguien vino luego y realizó el tipo de operación en el que pensaba Emilio Céler cuando amenazaba al que se atreviera a borrar su trabajo diciendo que «ojalá coja algo malo». O eso es en parte lo que se hizo en este caso, pues sólo el nombre de Esmirna ha sido borrado bajo una capa de cal, mientras que el resto sigue siendo legible, como si al candidato ansioso le preocupara sólo eliminar esa peligrosa muestra de apoyo inadecuado.

La ostentación de apoyos inadecuados parece, de hecho, que era una forma de propaganda negativa llevada a cabo en más de una ocasión durante las elecciones de Pompeya. Ninguno de los carteles que hemos encontrado hasta el momento exhibe los defectos de un determinado candidato, ni intenta disuadir a los electores de votar por alguien. En cambio sí que encontramos algunos apoyos muy raros.

Es posible que el cartel que exhibe a «todos los que beben a altas horas de la noche» respaldando la candidatura de Marco Cerrinio Vatia para edil fuera una broma amistosa, un anuncio encargado quizá al término de sus sesiones de bebida a deshora. Pero cuesta trabajo imaginar que el apoyo de «los carteristas», o de «los esclavos fugitivos» o de «los ociosos» tenga otra finalidad que la de alentar a votar en contra.

¿Qué razones dan los partidarios de un candidato para votarlo? Cuando se especifican, si es que se especifican, son tan formularias como los propios anuncios. La palabra favorita, que aparece una y otra vez, es dignus, que significa «digno», «idóneo para el cargo». Término más cargado de significado en latín que en nuestra lengua, tiene importantes connotaciones de estima pública y de honra (fue, por ejemplo, para proteger su dignitas por lo que Julio César cruzó el Rubicón en 49 a. C. y se embarcó en una guerra civil contra su rival, Pompeyo). Pero sigue habiendo muy poco en todos esos carteles que indique remotamente qué acción podría merecer o justificar esa estima, o convertir a alguien en edil o en duumvir. Un grafito -que no parece un cartel electoral, aunque ya ha desaparecido- elogiaba a Marco Caselio Marcelo como «buen edil y hombre munífico». Los pocos intentos que existen de justifica concretamente un apoyo electoral no pasan de decir más que «saca buen pan» (que lo mismo puede referirse a las cualidades de Gayo Julio Polibio como propietario de una panadería, como a sus proyectos de realizar un reparto de pan gratis), o «no despilfarrará el dinero de la ciudad» (que puede aludir a la prudencia económica de Brutio Balbo en materia de finanzas públicas o, más probablemente, a su predisposición a ser generoso con su propio dinero en interés del pueblo).

Es posible, por supuesto, que entre los votantes se desarrollaran debates de todo tipo sobre política y sobre el gobierno de la ciudad -después de cenar, en el Foro o en las tabernas-, que no habrían dejado el menor rastro en el estilo formular de estos anuncios. Puede que en Pompeya hubiera una cultura intensamente política. Pero es igualmente probable que para los hombres de la ciudad, y también para las mujeres, las relaciones familiares, la lealtad personal y la amistad fuera lo más importante a la hora de elegir a un candidato. Tedia Secunda es la única que manifiesta claramente una relación familiar con su patrocinado, pero varios partidarios se identifican como «clientes» o «vecinos» del candidato en cuestión. Por supuesto todo esto no deja de ser «política», pero con un sabor muy distinto. Sin duda los carteles electorales tenían una función más declaratoria que persuasiva. Es decir, tenían por objeto mostrar un apoyo, más que intentar cambiar la intención de los votantes con argumentos, proceso que (partiendo de la hipótesis razonable de que Gayo Julio Polibio vivía en efecto en la casa que lleva su nombre) alcanza su conclusión lógica en el respaldo a un candidato dentro de su propia casa.

Todavía no se ha encontrado ningún cartel que respalde la elección del joven Aulo Umbricio Escauro ni para edil ni para duumvir. No es demasiado sorprendente porque lo más probable es que ocupara el cargo un par de décadas antes de la erupción, incluso con anterioridad al terremoto de 62 d. C. Bien es verdad que se conservan algunos anuncios electorales de épocas anteriores de la historia de la ciudad. Unos cuantos se remontan incluso a una fecha ligeramente anterior al establecimiento formal de la colonia en 80 a. C. y casi una docena están escritos en osco. Pero en su inmensa mayoría son, como cabría esperar, de los últimos años de vida de la ciudad, y posteriores a los daños causados por el terremoto y a las labores de redecoración que provocó. De este período hay varios candidatos que aparecen en más de cien anuncios distintos. Y esta densidad de testimonios ha animado a los historiadores a intentar extraer acerca de la politica pompeyana unas conclusiones más detalladas de las que pueden extraerse del propio texto del cartel.

Algunas de las investigaciones más complejas han intentado establecer primero un orden relativo de las campañas electorales representadas, y luego, si fuera posible, elaborar una cronología completa de las elecciones de Pompeya durante su última década más o menos. ¿Quién se presentó candidato a qué cargo en qué año? El método que se oculta detrás de todo esto es de hecho una «arqueología» de la superficie pintada de las paredes, y le favorece la circunstancia de que los anuncios electorales no eran borrados ni eliminados una vez acabada una determinada campaña, sino simplemente cubiertos al año siguiente con nuevas versiones a favor de los nuevos candidatos. Si empezamos por la capa superior de pintura, descubriremos que los anuncios electorales de determinados candidatos se conservan en grandes cantidades y que parece que nunca fueron sustituidos por otros. Es lógico suponer que corresponden a los candidatos de las últimas elecciones a las magistraturas que tuvieron lugar en 79 d. C. (probablemente en primavera, para que los elegidos tomaran posesión del cargo en julio). Si esto es así, los candidatos para el puesto de edil en el último año de vida de la ciudad fueron por un lado Marco Sabino Modesto, que, al parecer, se presentó junto con Gneo Helvio Sabino, y por otro Lucio Popidio Secundo y Gayo Cuspio Pansa. Los candidatos para el cargo de duumvir fueron, según la misma linea de razonamiento, Gayo Gavio Rufo y Marco Holconio Prisco.

Si vamos retirando las capas de anuncios, la siguiente tarea consiste en determinar cuáles van encima de cuáles, y por lo tanto cuáles son posteriores. A partir de ahí sería posible en teoría reconstruir una cronología de candidatos. Esta operación es mucho más engañosa que la de identificar simplemente a los últimos candidatos. Como las paredes se arruinan y las pinturas se borran, no siempre resulta fácil establecer la relación exacta entre diferentes anuncios, por no hablar del hecho de que coordinar los testimonios procedentes de distintos puntos de la ciudad es muy complicado. No hay ni una sola lista de candidatos de la década de 70 d. C. que haya convencido a todo el mundo. Una vez dicho esto, existe bastante unanimidad sobre algo: había más candidatos al cargo de edil que al de duumvir. En efecto, según cierta reconstrucción, entre 71 y 79 hubo sólo dos hombres cada año que presentaran su candidatura al duovirato; en otras palabras, tantos candidatos como plazas.

De ser así (y desde luego así fue en varias ocasiones), la finalidad de los carteles no habría podido ser convencer a los votantes de que eligieran a un candidato y no a otro. A primera vista, este hecho nos da una impresión muy triste de la democracia pompeyana. Es decir, pese a la apariencia de cultura vivamente democrática, no se ofrecíaal electorado opción alguna a la hora de poner nombre a los máximos cargos electivos. Si lo pensamos bien, la situación es bastante distinta. Pues en Pompeya (como en las ciudades romanas en general), la norma consistía en que nadie podía llegar a duumvir sin haber sido antes edil, y como sólo se elegían dos ediles al año, la competencia por la magistratura superior habría sido por definición casi inexistente.

A veces se daba una dura competencia para alcanzar la edilidad: Gneo Helvio Sabino, candidato de 79, había hecho al menos un intento anterior fallido de ser elegido, como podemos asegurar por lo que parecen anuncios más antiguos. Sólo habría tenido que haber competencia para ser duumvir si más de dos individuos elegibles deseban ocupar el cargo el mismo año, quizá porque desearan especialmente obtener el cargo más prestigioso de duumvir quinquennalis, o porque quisieran ocupar la magistratura más de una vez. De hecho, a menos que todos los ex ediles fueran susceptibles de ser elegidos duoviri (y al menos unos pocos habrían muerto entre una elección y otra, o se habrían mudado a vivir a otro lugar, o habrían cambiado de opinión respecto a los cargos públicos), algunos individuos habrían tendido que ser duoviri más de una vez, simplemente con el fin de llenar los huecos. En otras palabras, el acceso reñido a las magistraturas y a la preeminencia pública en Pompeya era el que conducía al puesto de edil.

El hecho fundamental que debemos tener presente al pensar en la vida política de Pompeya, sin embargo, es que el número de electores era bastante pequeño. Volvamos por un momento al cálculo de población más o menos aproximado que proponíamos en el capítulo anterior: 12.000 habitantes en la ciudad y 24.000 en las zonas rurales circundantes. Si utilizamos una regla empírica muy tosca empleada habitualmente en cómputos de este tipo, podemos calcular que aproximadamente la mitad de esas personas habrían sido de condición servil. Y del resto, más de la mitad habrían sido mujeres y niños, sin derecho a voto. Eso significa que en la ciudad propiamente dicha el electorado habría estado formado por unas 2.500 personas y en el campo quizá por unas 5.000 más o menos. En otras palabras, los votantes que vivían en la propia Pompeya sumaban aproximadamente la misma cantidad que los alumnos de un gran instituto inglés de enseñanza media o que una hi gh school estadounidense. El total, sumando los residentes en las zonas periféricas, habría sido menor a la mitad de la población estudiantil de una universidad británica de tamaño medio.

Estas comparaciones ponen a nuestro alcance un sentido muy útil de la proporción. Se ha hablado mucho en los últimos debates acerca de las elecciones pompeyanas del papel de los «agentes electorales» o de los diversos medios de «ganar apoyos», y yo misma he utilizado el término «publicistas» y en más de una ocasión me he referido a «campañas» electorales. Pero todas esas expresiones sugieren un proceso de unas dimensiones demasiado grandes y demasiado orga- nizado formalmente. Por supuesto, es posible que hubiera controversias ideológicas de todo tipo que dividieran a la población de Pompeya, sobre todo en el período en el que se impuso la presencia de los colonos en la ciudad después de la guerra Social, y tenemos indicios de que se produjeron tensiones internas de varios tipos (pp. 58-60). Pero cuesta trabajo no llegar a la conclusión verosímil (como sugieren los propios carteles electorales) de que en los últimos años de vida de la ciudad la mayoría de las elecciones se llevaban a cabo como una extensión de las relaciones familiares, amistosas, o personales en general. A menudo se plantea la cuestión de cómo en una comunidad del estilo de Pompeya, en la que no hay indicios de que hubiera ninguna manera oficial de probar la propia identidad o el derecho al voto, podía controlarse la participación en las elecciones. Por ejem- plo, ¿cómo se impedía a los esclavos o a los extranjeros presentarse y usurpar los derechos políticos? La respuesta es muy sencilla. Desde el momento en que los pocos miles de votantes se habían congregado en el Foro, habían pasado por las barreras y se habían dividido por los distintos distritos electorales que les correspondían, podía localizarse con toda facilidad a cualquiera que se hubiera colado. Entre aquella gente se conocían todos.