ARRIBA Y ABAJO

Este hecho queda todavía más claro cuando nos planteamos otras dos cuestiones estrechamente relacionadas. ¿Dónde dormía la gente? ¿Y qué sucedía arriba? Los pisos superiores constituyen uno de los misterios más intrigantes, cuando intentamos figurarnos qué aspecto habrían tenido originalmente estas casas y cómo habrían sido utilizadas. Sabemos que muchas fincas tenían un piso superior. A veces se accedía a él directamente desde la calle, y lo más probable es que se tratase de una vivienda de alquiler. En el derecho romano la propiedad estaba directamente relacionada con el suelo, de modo que las viviendas del piso superior no habrían estado «ocupadas por el propietario». En otros casos, las escaleras arrancaban del interior de la casa. Así ocurre, por ejemplo, en la Casa del Poeta Trágico, aunque Bulwer-Lytton soslaya la cuestión: sus personajes nunca suben arriba.

¿Qué se habrían encontrado allí? Resulta particularmente difícil responder a esta pregunta pues en toda la ciudad es relativamente poco lo que se conserva de las estructuras superiores (cuando éstas parecen intactas, suelen ser en gran medida restauraciones modernas). En ocasiones, se ha pensado que los objetos encontrados en las estancias del piso bajo proceden de los cuartos de arriba, y que habrían caído al suelo en el momento de la destrucción. Tal es casi con toda seguridad el caso de las famosas tablillas de cera del banquero pompeyano Lucio Cecilio Jocundo, lo que indica que en su mansión parte del piso de arriba era usado como archivo suplementario para guardar viejos documentos. No estamos muy seguros de cuán habitual era esta práctica.

La respuesta evidente, basada en nuestra propia experiencia, según la cual los pisos superiores están destinados a dormitorios, probablemente sólo sea en parte correcta. Los principales habitantes de la casa habrían dormido abajo. A menudo encontramos huellas todavía visibles de camas o lechos empotrados en las pequeñas estancias que daban al atrio o al peristilo, y en otras habría habido muebles similares, pero no fijos, aunque ni unas ni otras habrían sido necesariamente

«dormitorios» en el sentido estricto que damos hoy día al término, sino habitaciones en las que los lechos habrían hecho las veces de sofá y de cama a un tiempo, siendo utilizados de día y de noche. Es más probable que el piso superior fuera utilizado para que durmieran los esclavos de la casa, siempre y cuando éstos no se acostaran en el suelo de la cocina, a la puerta del cuarto de su amo, o a los pies de su cama, o a veces, naturalmente, en su cama, teniendo en cuenta las obligaciones sexuales con las que cabe suponer que debían cumplir los esclavos en la Antigüedad. Otra teoría ve en el piso de arriba más habitaciones destinadas al equivalente de las casas de huéspedes antiguas, que habrían accedido a sus cuartos situados en el piso superior desde el interior de la propia casa, usando tal vez no ya la pomposa entrada de la fachada principal, sino alguna de las puertas falsas que solían tener la mayoría de las viviendas. A decir verdad, lo que probablemente tengamos sea una mezcla de los tres usos: desván, dormitorios, y cuartos o apartamentos de alquiler.

En una casa relativamente pequeña (la Casa del Príncipe de Nápoles, así llamada por el aristócrata local que fue testigo de su excavación en la última década del siglo XIX), hay ni más ni menos que tres escaleras que conducen a las habitaciones del piso superior. Una arranca de la propia calle y presumiblemente daba acceso a una vivienda aparte de alquiler. Otra arranca del atrio y subiría en el mejor de los casos a unos cuantos cuartos sórdidos. Los arqueólogos que han estudiado más recientemente esta casa piensan que lo más probable es que fuera el dormitorio de un puñado de esclavos. También habrían podido ser perfectamente desvanes. Había otra escalera que salía de la cocina e iba a parar a una estancia bastante luminosa que daba al jardín. Quizá se tratara de otro piso de alquiler (apero un piso al que se habría tenido acceso a través de la cocina?), o más cuartos para los esclavos domésticos, o tal vez para los niños de la casa y sus cuidadores de condición servil. Con esta última opción se habría solucionado otro pequeño problema de Pompeya:

¿dónde dormían los niños? Aparte de una simple cuna de madera encontrada en Herculano (fig. 33), no tenemos ninguna prueba de que hubiera algún tipo de estancia que hiciese las funciones de dormitorio de los niños. Éstos probablemente se acostaran con los adultos, ya fuera con sus padres o, lo que es más probable, con sus esclavos.

La cuestión aún más importante que plantean los pisos superiores es cómo habrían vivido tantas personas en una de esas casas, y -dejando a un lado los pisos que disponían de acceso independiente desde la calle-, qué clase de relación habrían tenido unas con otras. Las casas de Pompeya no estaban ocupadas por lo general simplemente por un matrimonio, sus hijos y un par de fieles criados. Todos los que hayan estudiado latín con el Cambridge Latin Course y su familia pompeyana (en parte) imaginaria, deberían quitarse de la cabeza la idea de Cecilio y Metela, su hijo Quinto, y sus esclavos Clemente y Grumión, el cocinero.

Los romanos acomodados vivían en el seno de una familia en sentido lato. Esta familia no era la mezcla más o menos vaga de parientes que vivían juntos, abuelos, tíos y tías, y una multitud de primos, y que solemos designar con ese término (mezcla que en cualquier caso es más una ficción nostálgica que una realidad histórica). Era más bien un hogar -o una residencia, como ha dicho acertadamente un estudioso- en sentido lato, formado más o menos por una «familia nuclear» y un amplio grupo de subordinados y subalternos. Entre éstos había no sólo esclavos (y en los hogares más ricos habría habido muchísimos), sino también libertos o antiguos esclavos.

A diferencia de lo que ocurría en el mundo griego, en Roma se concedía a menudo la libertad a los esclavos domésticos al cabo de largos años de servidumbre; se trataba de un acto de aparente ge- nerosidad por parte del amo, consecuencia de una mezcla de compasión humanitaria y de egoísmo económico, pues suponía ahorrar el gasto que comportaba la alimentación y manutención de los que ya no estaban en condiciones de trabajar, y de paso representaba un incentivo para que los demás siguieran siendo obedientes y trabajando con ahínco. El Trimalción de la novela representaba más bien una excepción entre los de su clase. La mayoría de los libertos permanecían ligados y obligados por varios conductos a sus antiguos dueños y a su familia, regentaban las tiendas y demás negocios del amo, y lo que es más, vivían en la misma casa, quizá ahora con sus propias mujeres y sus propios hijos. En efecto, la palabra latina familia no significa «familia» en el sentido que damos actualmente al término, sino el hogar en sentido lato, incluidos esclavos y libertos.

Así, pues, sumando la familia nuclear del propietario de la casa, los esclavos y los libertos, y a los huéspedes o inquilinos, ¿cuántas personas habrían residido en una vivienda como la Casa del Poeta Trágico? La verdad es que sólo podemos hacer conjeturas. Una teoría dice que el número de camas podría ayudarnos a efectuar el cálculo. Pero aunque encontremos restos claros de una, no podemos estar seguros de cuántas personas la utilizaban de hecho para dormir o, como si dijéramos, a cuántas daba cabida. (Como es bien sabido, ni en Pompeya ni en Herculano se han encontrado «camas de matrimonio», aunque muchas parecen lo bastante grandes para acoger a más de una persona, adultos o niños.) Y el número de individuos que situemos en el piso superior o que imaginemos durmiendo acurrucados en el suelo es bastante imprevisible. Un cálculo reciente efectuado para la Casa del Poeta Trágico ofrece la cifra de unas cuarenta personas más o menos. En mi opinión, se trata de un número demasiado grande. Implica dar cabida a más de veintiocho personas en el piso de arriba y, si multiplicamos este número por las casas de toda la ciudad, daría una población total absolutamente improbable de unos 34.000 habitantes. No obstante, aun reduciendo ese número a la mitad, nos daría la imagen de una casa relativamente superpoblada, muy lejos de la idea de sofisticada garçonnière que tenía Bulwer-Lytton, con el considerable problema añadido que habría supuesto la existencia de un solo retrete.

Pero reconstruir las casas de Pompeya requiere mucho más que rellenar las lagunas dejadas por lo que se ha perdido, por satisfactorio que pueda resultar poblar de nuevo los atrios vacíos con sus armarios, sus telares, mamparas y cortinas, por no hablar de la extraña figura del esclavo durmiendo. Hay además otros asuntos más graves, como, por ejemplo, para qué servían las casas de Pompeya. A la hora de ponernos a reflexionar sobre el tema fijémonos en cómo presenta el sentido que tenía la casa el único estudio romano de la arquitectura doméstica que se nos ha conservado, y pensemos en qué medida puede ayudarnos a comprender las ruinas de Pompeya.