EL PANADERO

PLANO 15. La Panadería de los Castos Amantes. Se trataba de una panadería comercial y a la vez de un negocio de degustación de comidas. Al menos el comedor (triclinium) es tan grande que casi con toda seguridad era utilizado por otras personas, además del panadero y su familia. En el momento de la erupción dos habitaciones del edificio eran utilizadas como cuadras.
Entre la Casa de los Pintores Trabajando y la arteria principal que es la Via dell'Abbondanza se levantaba una gran panadería que sólo últimamente ha sido excavada por completo. Las panaderías eran un elemento habitual en las calles de Pompeya. Se conocen en la ciudad más de treinta obradores de pan. Algunos panaderos llevaban a cabo todo el proceso de producción: molían el grano, cocían el pan y lo vendían. Otros, a juzgar por la falta de pertrechos para moler, fabricaban las hogazas con harina ya preparada. Aunque se dan algunas coincidencias muy curiosas (en una calle al noreste del Foro había siete panaderías en poco más de cien metros), podían verse por toda la ciudad, de modo que ningún pompeyano vivía lejos de algún despacho de pan. Además, el pan podía venderse también en puestos callejeros provisionales e indudablemente ser repartido a domicilio en mula o en asno (figs. 25, 64).
La panadería de la Via dell'Abbondanza combinaba la fabricación de harina y de pan, y quizá tuviera otras funciones de servicio público (plano 15). Era una construcción de dos pisos, con un balcón que recorría parte de la fachada que daba a la calle. Circunstancia insólita para Pompeya, se han localizado importantes porciones del pavimento del piso superior y se han encontrado tal como se derrumbaron sobre las estancias de la planta baja, un triunfo para la conservación arqueológica, sí, pero una circunstancia que contribuye a que al observador profano le cueste bastante trabajo imaginarse la distribución y la apariencia del lugar en su conjunto. En la esquinade la finca había uno de los múltiples altares habituales en las calles y en las encrucijadas de la ciudad: un tosco altar erigido en plena calzada, encima del cual podemos ver la representación de un sacrificio u ofrenda religiosa pintada sobre la pared.
Una puerta que daba a la fachada principal conducía a la panadería propiamente dicha, la otra (junto al altar) daba acceso a un local comercial razonablemente grande de dos piezas. A nivel del suelo parecen dos locales totalmente distintos, pero el emplazamiento de la escalera que subía al piso superior indica que toda la finca estaba comunicada por arriba. Probablemente pertenecía a un mismo propietario, aunque debemos imaginar que en la tienda se vendía algo más que pan (pues, si no, habrían comunicado directamente este comercio y el local contiguo, en el que se fabricaba el pan). Había además una entrada lateral a una cuadra que daba al callejón que sale de la Via dell'Abbondanza y separa este complejo de la gran Casa de Gayo Julio Polibio. Era el callejón en el que, como veíamos en el capítulo 2, justo antes de la erupción los pozos negros en los que se acumulaba la inmundicia de las letrinas habían sido abiertos para ser limpiados, dejando amontonada junto a ellos toda la porquería.
Entrando en la panadería por la puerta principal, había un gran vestíbulo del que salía una de las diversas escaleras de madera que daban acceso a las habitaciones del piso de arriba. A juzgar por los grafitos existentes en la pared de la izquierda, consistentes en su mayoría en numerales, era allí donde se desarrollaba parte de la actividad comercial: se comprobaban las entregas de pan, o quizá incluso se despachaba a los clientes. Desde luego cualquier visitante habría podido ver y oír el proceso de elaboración del pan, pues el horno principal -bastante parecido a cualquier horno de leña grande para pizza como los que tanto abundan hoy día en Italia- estaba unos cuantos metros más allá (fig. 63). A la izquierda se encontraba la gran habitación en la que se preparaba la masa. Se había abierto una ventana para proporcionar algo de luz de la calle a los operarios encargados de mezclar y trabajar la masa en grandes recipientes de piedra y de cortarla y darle forma en una mesa de madera (la tabla de madera no se conserva, pero sí los soportes de fábrica en los que se apoyaba). Los que trabajaran allí debían de pasar mucho calor en aquel ambiente tan cerrado. Pero hubo algún que otro intento de llevar hasta él algo de animación: en una de las paredes había una efigie de una Venus desnuda contemplándose en un espejo. Cuesta trabajo no pensar en los típicos calendarios de cualquier fábrica moderna.
Cuando la masa estaba lista y dividida en hogazas, éstas eran pasadas por una pequeña abertura practicada en la pared del fondo de la habitación directamente a la parte que quedaba delante del horno. Ocasionalmente, el operario podía incluso poner su sello en su obra. En Herculano, por ejemplo, se han encontrado varias hogazas carbonizadas con un sello que decía: «Hecha por Céler, esclavo de Quinto Granio Vero»; y con toda probabilidad algunos o muchos de los operarios de nuestra panadería habrían sido también esclavos. Al otro lado de la abertura, las hogazas habrían sido colocadas en bandejas, cocidas, y luego retiradas de allí para ser almacenadas o vendidas.

FIGURA 63. El gran horno para cocer el pan de la Panadería de los Castos Amantes. Aunque bastante arruinado, todavía pueden verse las grietas causadas por el terremoto de 62 y los temblores que indudablemente precedieron a la erupción.
FIGURA 64. Un despacho de pan (o quizá una distribución gratuita de pan financiada por algún pez gordo de la localidad). Esta copia del siglo XIX de la pintura original nos da una idea bastante buena del tipo de muebles y accesorios de madera que habrían podido verse originalmente en las tiendas o puestos de la calle. En la actualidad muchas veces sólo se conservan los clavos, aquí perfectamente visibles en las tablas del mostrador. [El escaneador ha preferido recoger una ilustración de la pintura original]
Este horno en particular había conocido tiempos mejores. Una gran grieta abierta en su estructura había sido reparada y cubierta de yeso algún tiempo antes de la erupción (sin duda a raíz del gran terremoto de 62 d. C.). Pero luego habían aparecido otras grietas, probablemente debido a las sacudidas y los temblores ocurridos durante los días o semanas que precedieron a la erupción, y estaban llevándose a cabo obras de reparación en toda la finca. El horno probablemente seguía funcionando, aunque a menor escala. Por desgracia, no se produjo ningún hallazgo tan llamativo como el que se efectuó en otra panadería a mediados del siglo XIX. Se encontraron en ella ochenta y una hogazas todavía metidas en el horno, en el que permanecieron cociéndose casi dos mil años más de la cuenta. Eran de forma redondeada y estaban divididas en ocho porciones, como las que a veces vemos en las pinturas (fig. 64).
En la parte posterior de esta sala principal estaban las cuatro piedras de moler. Originalmente había cuatro molinos, lo que haría de este obrador una de las fábricas de pan más grandes de la ciudad. Los molinos pompeyanos seguían todos el mismo modelo y estaban hechos de piedra procedente de las canteras del norte de Italia, cerca de la actual ciudad de Orvieto (ejemplo bastante sorprendente de importación especializada, cuando probablemente la piedra local habría realizado la misma función igual o mejor). Era un sistema muy sencillo dividido en dos secciones (fig. 65). El grano era vertido en la piedra de encima, que estaba hueca y que se hacía girar (por medio de mástiles y cigüeñales de madera) sobre el bloque de piedra fijo situado debajo para moler el grano, que caía en forma de harina en la bandeja inferior. Pero en el momento de la erupción sólo estaba en funcionamiento en la panadería uno de los molinos, que seguía teniendo todos sus elementos intactos y en su sitio. La pieza superior de uno de ellos se había roto, y dos eran utilizados para guardar la cal necesaria para las reparaciones y obras de restauración que estaban realizándose.

FIGURA 65. Molino de harina. Habría estado provisto de mástiles de madera (que se introducirían en el agujero cuadrado) para que girara la muela movida por esclavos o por mulas.
¿Cómo se hacían girar las ruedas de molino? ¿Por medio de hombres o de animales? Las dos cosas son posibles, pero en este caso podemos tener la seguridad de que el proceso lo realizaban mulas, asnos o caballos pequeños. De hecho se encontraron los restos de dos de estos animales en la habitación de amasar, donde finalmente debieron de sucumbir en su intento de escapar. Parece que la cuadra era una de las habitaciones que daba a la zona en la que estaban los molinos, estancia en otro tiempo mucho más suntuosa, con buenas pinturas murales, pero luego convertida en establo, provisto de pesebre. Estos, sin embargo, no eran los únicos animales de la finca. Otros cinco disponían de un alojamiento mejor en otra cuadra que daba al callejón lateral. Cuando sus restos fueron descubiertos, fueron identificados de manera contundente -por medio de los métodos tradicionales de clasificación de huesos- como cuatro asnos y una mula de edades diferentes, entre los cuatro y los nueve años. Nuevos análisis más avanzados del ADN de los animales han revelado, sin embargo, que dos de ellos eran caballos o mulas (cría de yegua y burro) y los otros tres o burros o burdéganos (cría de caballo y asna). La identificación de un animal a lo largo de los siglos puede resultar a todas luces más difícil de lo que un profano se puede imaginar.
Los esqueletos de estos animales de la segunda cuadra siguen exactamente en el mismo lugar en el que fueron encontrados (fig. 66), y un día, cuando esta casa sea abierta finalmente al público, constituirán un macabro espectáculo. Pero en muchos sentidos nos han permitido asomarnos a la vida de la panadería y más en general al mundo de Pompeya. Para empezar, este número de animales deja casi fuera de duda que sus dueños daban por supuesto que la reducida escala de las actividades llevadas a cabo en la panadería iba a ser sólo temporal. Al fin y al cabo, no iba uno a tener siete bestias, con el gasto que comportaba su mantenimiento, si el volumen de trabajo iba a reducirse permanentemente a un solo molino. También indica que se utilizaban para moler el grano y para repartir el pan una vez fabricado. Y, a menos que la ausencia de cualquier signo de la existencia de un carro se explique por el hecho de que había sido utilizado por los ocupantes de la casa en su intento de abandonar de la ciudad, deberemos suponer que las caballerías eran las encargadas de efectuar el reparto cargadas de cestas o canastas.

FIGURA 66. Esta víctima de la erupción nos recuerda cuán importantes eran los animales en los distintos oficios y actividades de la ciudad, a la hora de mover las máquinas y repartir los productos. También debían de contribuir considerablemente a ensuciar las calles.
Pero aparte de esto, la cuidadosa excavación de la cuadra ha producido el primer testimonio consistente que tenemos de las condiciones de vida de los habitantes cuadrúpedos de la ciudad, ya que no de las de los bípedos. El suelo era duro, y estaba hecho de una mezcla de cascotes y cemento. Por una ventana que daba al callejón entraba un poco de aire y de luz. Había un pesebre de madera que recorría el lado más largo de la estancia, y había también una pila para beber, aunque parece que ésta se había venido abajo antes de la erupción. La posición de dos de las caballerías indica que estaban atadas al pesebre, aunque una desde luego no lo estaba, o se había liberado, pues parece que había intentado huir por la puerta del callejón. Vivían a base de una dieta de avena y judiones, que eran almacenados en un camaranchón encima del establo. En otras palabras, nada era muy distinto de como habría sido hoy día.
Esta panadería nos ha deparado una sorpresa más. La mayoría del resto de las habitaciones son bastante modestas por sus dimensiones y su decoración, y presumiblemente constituían la vivienda del panadero, su familia y sus esclavos, tanto en el piso bajo como en el superior. Había un pequeño jardín interior, que hacía también las veces de patio de luces en un ambiente que, de lo contrario, habría resultado bastante lóbrego, y en el que se han encontrado los restos ligeramente mutilados de una antigua mosca romana (la especie exacta a la que pertenece sigue siendo objeto de debate). En el fogón de la cocina se encontraron los restos de una última cena: se estaban guisando algún tipo de ave y un trozo de jabalí. Pero la verdadera sorpresa está en el amplísimo comedor ricamente decorado y provisto de una gran ventana que daba al jardín. Aunque fuera de servicio en el momento de la erupción (a juzgar por el montón de cal encontrado en él), estaba pintado con una serie de paneles rojos y negros, que representaban en el centro de cada una de las tres paredes principales una escena de bebedores y de banquete, con parejas de hombres y mujeres recostados los unos en los otros (lámina 10). Comparadas con algunas escenas de bullicioso sexo que vemos en otros lugares de Pompeya, éstas parecen unas muestras bastante decorosas de pasión, y han dado lugar al nombre que lleva actualmente la finca: la Casa de los Castos Amantes.
¿Por qué había un triclinio tan grande en esta modesta panadería? Posiblemente fuera la única extravagancia que se permitiera su dueño. Pero es más probable que represente otra manera que tenía de ganar dinero. Aunque no se trataba de un restaurante en el sentido actual del término, probablemente fuera un lugar en el que se pagaba por comer (la comida sería guisada en la cocina contigua o quizá sería traída de fuera). El ambiente que lo rodeaba no era precisamente muy exquisito. Para llegar al comedor habría sido preciso entrar por la cuadra o pasar por delante del horno de pan y de los cuatro molinos. Pero la decoración de la estancia era bastante elegante, y desde luego podría haber acogido a más personas de las que habrían tenido que hacinarse en las viviendas de tamaño medio de los más pobres. Probablemente no fuera el único local de este estilo que había en la ciudad. En otra casa se ha descubierto un comedor igualmente espacioso con un número sospechosamente elevado de grafitos que ensalzan a los bataneros. ¿Sería éste el local, como han conjeturado algunos arqueólogos, que alquilaban los bataneros para celebrar sus cenas colectivas?
Cuando no tenía obras y reparaciones en su casa, nuestro panadero fabricaba pan a escala relativamente grande y complementaba sus ingresos con un negocio de comidas. No sabemos quién era. En cambio, podemos poner nombre al siguiente negociante pompeyano que vamos a estudiar: el «banquero» Lucio Cecilio Jocundo.