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La vida en una ciudad vetusta

ATISBOS DEL PASADO

En una silenciosa y poco transitada calle de Pompeya, no lejos de las murallas de la zona norte y a pocos minutos a pie de la Puerta de Herculano, hay una casa pequeña y poco vistosa llamada en la actualidad Casa de la Columna Etrusca. Insignificante por fuera y lejos del bullicio tanto en el mundo antiguo como hoy día, oculta en su interior, como indica su nombre moderno, una enigmática curiosidad. Pues empotrada en la pared entre dos de sus estancias principales hay una columna antigua, cuya apariencia recuerda la arquitectura de los etruscos, uno de los principales pueblos de Italia durante los siglos VI y V a. C., antes de la ascensión de Roma, cuya influencia y asentamientos se extendían muy lejos de su tierra natal, en el centro-norte de la Península, y llegaban hasta las inmediaciones de Pompeya. La columna data casi con toda seguridad del siglo VI a. C., y pertenece a una época muy anterior a la construcción de la casa.

Las cuidadosas excavaciones llevadas a cabo bajo la vivienda han logrado arrojar alguna luz sobre este enigma. Resulta que la columna se encuentra en su posición original y que la casa fue construida a su alrededor. Aunque formaba parte de un santuario religioso del siglo VI a. C., no era un elemento de soporte del edificio, sino que estaba exenta, posiblemente cerca de un altar y en otro tiempo sostenía una estatua (disposición conocida en otros lugares de culto primitivos de Italia). Apareció a su alrededor cerámica griega del siglo VI, presumiblemente correspondía a ofrendas y dedicaciones, lo mismo que muestras (en forma de polen y semillas) de un número significativo de hayas. No es probable que se tratara de un bosque natural, pues, según se ha dicho, las hayas no crecen de manera espontánea en los terrenos bajos del sur de Italia. Se especula, por tanto, que este venerable y vetusto santuario estuvo rodeado originalmente por otro elemento característico de la primitiva religión itálica: un bosque sagrado, plantado aquí especialmente de hayas. Y a modo de confirmación (aunque ésta sea bastante endeble, en mi opinión) se nos pide que lo comparemos con un santuario igualmente antiguo del dios Júpiter en Roma, situado en su propio bosque sagrado de hayas: el «Fagutal», como lo llamaban, nombre derivado del término fagus, que significa haya.

FIGURA 12. La Casa del Fauno era una de las más imponentes de Pompeya, y en el siglo I d. C. también una de las más anticuadas de la ciudad, aunque actualmente se encuentre en un lamentable estado ruinoso. En esta fotografia podemos contemplar el atrio principal, con la estatuilla del sátiro (o fauno) danzante, visto desde la puerta de entrada. Al fondo había dos grandes peristilos o jardines y el famoso Mosaico de Alejandro (fig. 13).

Al margen de cómo imaginemos que se situaba la columna en su emplazamiento original, rodeada de hayas, muchas o pocas, de un bosque espontáneo o artificial, las líneas principales de su historia están bastante claras. Cuando el primitivo santuario fue ocupado fi- nalmente por una vivienda, probablemente en el siglo III a. C., la columna se conservó intacta dentro de la estructura posterior, por respeto -nos atreveríamos a conjeturar- a su antiguo significado religioso. Siglos más tarde, en 79 d. C., seguía siendo visible en la casa que se había levantado en el solar: no sabemos si incluso por entonces conservaba algún resto de santidad especial o si simplemente se había convertido en un elemento que resultaba interesante para los propietarios de una vivienda por lo demás mediocre.

La pequeña historia de esta columna viene a recordarnos algo mucho más importante, a saber que, cuando finalmente fue destruida, Pompeya era una ciudad vetusta, como podía comprobarse visiblemente. Aunque a ojos de la mayoría de sus visitantes modernos las ruinas puedan parecer homogéneamente romanas, sin diferencias perceptibles de época o estilo, en realidad no son así ni mucho menos. Para empezar, como veremos muy pronto, en 79 d. C. hacía menos de doscientos años que Pompeya era estrictamente hablando una ciudad «romana». Pero también, como la mayoría de las ciudades, antiguas y modernas, era a veces una confusa amalgama de edificios totalmente nuevos, veneradas reliquias y restauraciones artificiales, aunque estaba asimismo llena de construcciones curiosamente pasadas de moda, que iban desmoronándose en silencio. Es induda- ble que sus habitantes habrían sido conscientes de todas esas diferencias y de la mezcla de elementos nuevos y viejos que formaban su ciudad.

FIGURA 13. El mosaico antiguo más complejo que se haya descubierto nunca, el llamado Mosaico de Alejandro, cubría el pavimento de una de las principales salas de recepción de la Casa del Fauno. Esta reproducción muestra el di- bujo completo. Alejandro Magno (a la izquierda) combate con Darío, rey de Persia. Como ponen de manifiesto sus caballos (que ya han dado la vuelta), Darío está a punto de emprender la huida al ver la matanza provocada por el joven macedonio. Pueden apreciarse todo tipo de toques de virtuosismo artístico, como por ejemplo el caballo que ocupa el centro de la escena, visto por detrás. (Véase asimismo lámina 15.)

El ejemplo más extraordinario de «pieza de museo» es una de las casas pompeyanas más famosas y más visitadas en la actualidad: la Casa del Fauno. Se trata de una mansión enorme, la más grande de la ciudad, y con sus aproximadamente tres mil metros cuadrados podemos decir que tiene unas dimensiones verdaderamente regias (sus proporciones se acercan, por ejemplo, a las de los palacios de los reyes de Macedonia en Pella, al norte de Grecia). Ahora es conocida no sólo por la estatuilla de bronce del «fauno» danzante, sino también por su asombrosa serie de pavimentos de mosaicos multicolores. Destaca entre ellos el llamado «Mosaico de Alejandro» (fig. 13), una de las piezas estrella del Museo Arqueológico Nacional de Nápoles, laboriosamente confeccionado con un número incontable de piedrecitas o tesserae: los cálculos que se han hecho oscilan entre un millón y medio y cinco millones de piezas, sin que nadie haya tenido nunca la paciencia de contarlas una por una. Cuando fue excavado allá por la década de 1830, sus dimensiones épicas y su confusa mezcolanza de combatientes suscitaron la ingeniosa idea de que representaba una escena de batalla de la Ilíada de Homero. Ahora estamos convencidos de que muestra la derrota de Darío, rey de Persia (al que vemos en su carro, a la derecha; véase lámina 15) a manos del joven Alejandro Magno (montado a caballo, a la izquierda). Quizá sea, como alguien ha supuesto, una copia virtuosista en mosaico de una obra maestra perdida de la pintura, o quizá una creación original.

PLANO 2. La Casa del Fauno. Aunque de enormes dimensiones (ocupaba una manzana entera), la Casa del Fauno sigue mostrando muchos rasgos característicos de las casas pompeyanas más corrientes. La zona que daba a la calle, por ejemplo, estaba ocupada por diversas tiendas. En esta versión de la estructura habitual de una casa romana el visitante pasa por una entrada bastante estrecha antes de llegar al primero de los dos atrios existentes. Al fondo pueden verse dos peristilos o jardines porticados.

Entre los visitantes modernos que se maravillan ante sus dimensiones y admiran sus exquisitos mosaicos (en el Museo de Nápoles hay otros nueve ejemplares magníficos), son pocos los que se percatan de lo anticuada que debía de resultar la Casa del Fauno en la época de la erupción. La mansión adquirió su forma definitiva a finales del siglo II a. C., cuando fueron instalados los mosaicos y muchas de sus paredes fueron gloriosamente pintadas en el estilo típico de la época, y permanecieron más o menos igual durante los doscientos años siguientes. Se ejecutaron nuevas pinturas y restauraciones para que encajaran minuciosamente con el conjunto. No sabemos quiénes eran los ricos propietarios de esta mansión (aunque una interesante tesis dice que pertenecía a una familia de rancio abolengo de la localidad, los Satrios, en cuyo caso el fauno o «sátiro» de bronce sería un juego de palabras visual basado en su apellido). Y menos aún sabemos qué fue lo que los animó (o los obligó) a mantenerla sin cambios durante casi dos siglos. Lo que está claro es que visitar la Casa del Fauno en el año 79 d. C. no habría sido una experiencia muy distinta de la que podamos tener nosotros actualmente cuando visitamos una mansión histórica o una antigua casa solariega. Al cruzar sus umbrales -pisando otro mosaico, esta vez uno que lleva escrita la palabra latina HAVE, «Saludos» (aunque el juego de palabras absolutamente involuntario acerca de la posesión de bienes que pueda tener a ojos de un inglés no está del todo fuera de lugar, tratándose de una mansión tan imponente)- se vería uno inmerso por completo en el siglo II a. C.

FIGURA 14. Fragmento de una serie de relieves de terracota (60 centímetros de altura), que fue reutilizado en la tapia del jardín de la Casa del Brazalete de Oro; originalmente debió de decorar algún edificio sagrado, posiblemente el Templo de Apolo en el Foro. En este panel, aparece a la derecha la diosa Diana (la griega Artemis) y a la izquierda una imagen de la Victoria.

La Casa del Fauno es un caso extremo. Pero por toda la ciudad lo viejo estaba mezclado con lo nuevo. Estilos de decoración de interiores claramente anticuados, por ejemplo, eran mantenidos cuidadosamente o abandonados para que fueran desconchándose, junto a los últimos modelos en materia de decoración. El reloj de sol que había en la palestra de una de las principales termas, que permitía saber qué hora era a los hombres atareados que acudían a bañarse o a hacer ejercicio en sus instalaciones, tenía no sólo doscientos años de antigüedad en el momento de la erupción, sino que además llevaba una inscripción conmemorativa escrita en la primitiva lengua prerromana de la región, el osco. En 79 a. C. probablemente sólo unos pocos pompeyanos pudieran descifrarla y entender que lo había pagado el ayuntamiento, utilizando el dinero obtenido de las multas.

Podemos vislumbrar también otras historias de conservación y reutilización de elementos antiguos capaces de rivalizar con la de la columna etrusca. Un reciente hallazgo ha revelado el destino final de una serie de esculturas de terracota que (a juzgar por el tema que tratan y por su forma) debieron de haber adornado otrora algún templo de la propia Pompeya o de la zona rural circundante, posiblemente incluso el templo del dios Apolo en el Foro (fig. 14). Elaboradas en algún momento del siglo II a. C. y retiradas quizá tras el terremoto de 62 d. C., acabaron empotradas en la tapia del jardín de una opulenta casa de varios pisos (la Casa del Brazalete de Oro), con vistas al mar -y dicho sea de paso, las vistas en cuestión tuvieron que ser imponentes-, en el extremo occidental de la ciudad. Constituyen acaso una muestra singular de reaprovechamiento arquitectónico, aunque suponen un eco lejano de la santidad religiosa de su emplazamiento original.