CASAS PARA EXHIBIR

Tenemos una importante guía de la función social de la casa romana en el tratado De architectura de Vitruvio, escrito probablemente durante el reinado del emperador Augusto. A Vitruvio le interesan mucho los métodos de construcción, los edificios públicos, y la planificación urbana, pero en el libro sexto de su obra analiza la domus o «domicilio privado». De inmediato queda claro que para él no era «privado» en el sentido en el que habitualmente entendemos el término. Para nosotros el concepto de «hogar» está decididamente separado del mundo de los negocios y la política; es el lugar al que uno va para librarse de las obligaciones y compromisos de la vida pública. En el estudio de Vitruvio, en cambio, la domus es tratada como un elemento de la imagen pública de su dueño, y constituye el telón de fondo ante el que éste lleva al menos parte de su vida pública. La historia romana nos ofrece elocuentes ejemplos precisamente de ese tipo de identificación entre un personaje público y su residencia. Cuando Cicerón se ve obligado a marchar al destierro, su adversario hace demoler su casa (que el orador reconstruirá a su regreso). Poco antes del asesinato de Julio César, su esposa había soñado que la cornisa de su casa se derrumbaba.

Vitruvio reconoce que las diferentes zonas de la casa tienen diferentes funciones. Pero las distinciones que sugiere resultan de lo más sorprendentes. Por ejemplo, no da a entender que la casa está dividida en zonas para los hombres y zonas para las mujeres (como ocurría habitualmente en la Atenas clásica). Ni alude a ninguna división por edades: en el plano de la casa ideal de Vitruvio no hay «cuartos de los niños». Por el contrario, establece una distinción entre las zonas «comunes» de la casa, a las que los visitantes pueden entrar sin ser invitados, y las partes «reservadas», en las que las visitas sólo se atreverían a entrar en caso de ser invitadas. Las zonas «comunes» incluyen los atrios, los vestíbulos y los peristilos; a las partes «reservadas» corresponden los cubicula (a pesar de sus ecos un tanto anticuados, «aposento» sería una traducción mejor que la que se le da habitual- mente, «dormitorio»), los triclinia («comedores»), y los baños. Se trata casi, aunque no del todo, de una distinción entre zonas públicas y zonas privadas. No del todo porque -como ponen de manifiesto otros autores latinos- intra cubiculum pueden llevarse a cabo asuntos públicos de todo tipo, desde recitaciones y cenas hasta (en el caso de los emperadores) procesos judiciales. El cubiculum no era, como el dormitorio moderno, una habitación de la que están excluidas casi por completo las visitas, sino que además ni siquiera era utilizada principalmente para dormir. Era una estancia de entrada restringida a la que sólo podía accederse por invitación.

Vitruvio subraya también la jerarquía social en el diseño de la casa. Los romanos de la élite, los que ostentaban cargos públicos y políticos, necesitaban las aparatosas zonas «comunes» de la casa. Los que ocupaban los estratos inferiores del espectro social podían prescindir de un vestíbulo suntuoso, de un atrio o un tablinum (como se llamaba la estancia relativamente grande situada a menudo, como en la Casa del Poeta Trágico, entre el atrio y el peristilo, y utilizada, cabe suponer, por el dueño de la casa). Por supuesto podían prescindir de ellos, pues no tenían que desempeñar papel cívico alguno, y carecían de subordinados, subalternos y clientes a los que recibir. Al contra- rio, a menudo eran ellos los que frecuentaban los vestíbulos, los atrios y los tablina de otros.

Esta teorización de Vitruvio no coincide exactamente con los testimonios que poseemos de Pompeya. Por ejemplo, los atrios no se limitan, como parece dar a entender el escritor, a las suntuosas casas destinadas a la ostentación, sino que podemos encontrarlos también en numerosos edificios muy pequeños. Y a menudo cuesta trabajo aplicar los nombres que utiliza Vitruvio para designar determinadas habitaciones a los restos que encontramos sobre el terreno (aunque los planos modernos suelen estar plagados de esta terminología latina). Vitruvio presenta un ideal de arquitectura romana al nivel más alto y más abstracto, y desde luego cuando escribía no pensaba en las casas de una pequeña ciudad del sur de Italia. No obstante, su concepción general del objetivo público de la domus puede ayudarnos a entender mejor al menos las casas más rimbombantes de Pompeya.

PLANO 7. La Casa de los Vetios. Un gran peristilo domina la mansión, y a él dan las estancias más lujosamente decoradas. Los visitantes que entraban en la casa podían contemplarlo más allá de las arcas que simbolizaban (y sin duda contenían literalmente) las riquezas de sus propietarios.

Al margen de que el portero le dejara entrar o no a uno (y estoy segura de que la idea de entrar en la casa completamente «sin invitación» es más teórica que real), los interiores de las casas estaban hechos para ser vistos. Por supuesto estaban cerrados y totalmente oscuros por la noche, e incluso de día la vista del corazón de la casa habría sido obstaculizada por mamparas, puertas interiores y cortinas. Pero todo esto no resta validez a la lógica que subyace a su estructura, esto es la puerta principal abierta debía ofrecer una vista cuidadosamente planeada del espacio interior. Al mirar al interior de la Casa del Poeta Trágico, por ejemplo, la vista del espectador sería atraída primero hacia la gran sala de exhibición situada entre el atrio y el peristilo (el tablinum de Vitruvio), y luego, a través del peristilo, directamente hacia el altar que había en la pared del fondo del jardín. Quedaban fuera de la vista las zonas más «reservadas», como la gran sala que daba al peristilo, probablemente un comedor, así como las dependencias de servicio y la cocina.

En la Casa de los Vetios, se intentó lograr unos efectos más imaginativos en torno a un tema «priapeo» que a menudo ha despertado el interés de los visitantes modernos. En el vestíbulo de esta mansión se encuentra una de las imágenes más fotografiadas y reproducidas de las descubiertas en Pompeya: una pintura del dios Príapo, divino protector de la familia, pesando en una balanza su enorme falo contra una bolsa llena de dinero (fig. 36). La imagen tenía un significado más culto del que pueda creerse a primera vista, pues aparte de exhibir una orgullosa erección, la figura visualiza además sutilmente un juego de palabras entre los términos penis («pene») y pendere («pesar»). Pero ésta no era la única imagen de este estilo que había en la casa. En la línea de visión del visitante antiguo es probable que este Príapo se asociara con otra imagen priapea. Mirando de frente desde la puerta de entrada, a través del atrio, hacia el peristilo y el jardín (en la Casa de los Vetios no había tablinum), llamaba la atención la gran estatua de mármol de una fuente que hacía juego con la ima- gen de la entrada, aunque en este caso el chiste estaba en que del pene en erección salía un chorro de agua a modo de surtidor. El mensaje de poder y prosperidad que llevaban implícito las imágenes se veía reforzado por la disposición del propio atrio. Ocupando un lugar destacado a uno y otro lado había dos grandes arcas de bronce (en las que se debían de guardar las riquezas frente a las que pesaba sus atributos el Príapo de la entrada). Fuera del campo directo de visión estaban las zonas más «reservadas» y las dependencias de servicio.

FIGURA 36. Imagen de exuberancia. Nada más cruzar el umbral de la Casa de los Vetios, el dios Príapo saluda al visitante pesando en una balanza su enorme falo frente a una bolsa de dinero.

Inspirándose una vez más en Vitruvio, que vinculaba el diseño de la casa con las jerarquías de la sociedad romana (y especialmente con las relaciones existentes entre los hombres de la élite y sus distintos subordinados), los arqueólogos han vuelto a imaginarse cómo se habría desarrollado un determinado rito social típicamente romano en este escenario pompeyano. El ritual en cuestión es la salutatio matutina, en el curso de la cual «clientes» de todo tipo iban a ver a sus ricos patronos, para recibir favores o dinero en metálico a cambio de sus votos o de otros servicios más simbólicos (el deber de escoltarlo o simplemente su aplauso) destinados a engrandecer el prestigio del patrono. En la propia Roma tenemos numerosas quejas de esta situación desde el punto de vista del cliente en la poesía de Juvenal y Marcial, quienes -en su condición de subalternos relativamente adinerados- se quejarían ruidosamente, como es de suponer, de las indignidades que debían sufrir a cambio de una modesta limosna. «Me prometes tres denarios», se lamenta Marcial en un determinado momento, «y me ordenas que, al amanecer, monte guardia en tus atrios con la toga puesta, Baso. Después tengo que ir pegado a tu costado, caminar delante de tu litera, e ir contigo a casa de más o menos diez viudas». En Pompeya, resulta fácil imaginar cómo se habría desarrollado este rito social dentro de la domus: los clientes harían cola en la calle sentados en los poyos de piedra de la fachada, y luego, cuando se abrieran las puertas de la mansión a primera hora de la mañana, recorrerían el estrecho pasillo de la entrada hasta llegar al atrio, para esperar y hablar por turno con su patrono sentado orgullosamente en el tablinum, dispensándoles su favor o no, según de qué humor estuviera.

Con toda verosimilitud esta imagen es demasiado imponente y formal para lo que habría ocurrido en realidad en Pompeya. Aunque en Roma el ritual de la salutatio matutina era tan habitual y estaba tan estructurado como los poetas dan a entender (si bien yo tengo mis dudas al respecto), probablemente no habría podido ser igual en una ciudad pequeña. Además, debemos recordar que en Pompeya ese ritual se habría desarrollado en una habitación que hacía también las veces de principal cuarto de almacenamiento de la casa y en el que además habría habido un telar o dos. En vez de imaginar la salutatio interrumpida por el triquitraque de las mujeres al tejer y los esclavos sacando y metiendo cosas en los armarios, algunos arqueólogos han hablado de una especie de zonificación temporal. Según este modelo, el atrio era el territorio del dueño de la casa a primera hora de la mañana, y luego, cuando éste abandonaba su domicilio para ir al Foro y dedicarse a otros asuntos públicos, pasaban a ocuparlo el resto de la familia y los esclavos. Pero una vez más, dudo que las cosas estuvieran organizadas con tanta precisión.

Corremos también el riesgo de simplificar en exceso la dinámica social de las relaciones que estaban en juego, tanto en Roma como en Pompeya. La ansiedad y la humillación de los que aguardaban a ser admitidos a la presencia del patrono son una cosa. Cualquiera puede imaginarse lo que debía de ser esperar a exponer los propios problemas ante un pez gordo que podía decidir dispensar su ayuda o no (ya se tratara de conseguir un empleo para un hijo, de obtener un préstamo, o de hacer la vista gorda al pago de una renta). Pero también habría habido ansiedad por la otra parte. Pues en aquel mundo de estatus y exhibición, los patronos necesitaban a los clientes tanto como los clientes necesitaban a los patronos. Imaginémonos la ansiedad y la humillación de la otra parte, de un patrono instalado en el tablinum esperando a sus clientes, y que no se presentara ni uno solo.

No obstante, esos rituales de poder, dependencia y patrocinio contribuyen a revelar la lógica de la casa romana y su organización. Eran casas concebidas para la exhibición, y esa idea, aunque en forma diluida, se refleja incluso en las casas compuestas de unas cuantas estancias alrededor de un atrio.

PARA RICOS Y POBRES: NO «LA CASA POMPEYANA»

Estas casas construidas alrededor de un atrio y, a menudo, de un jardín en forma de peristilo se han convertido en estandarte del mundo doméstico de Pompeya. Hace tiempo que cautivaron la imaginación popular, en parte gracias a libros como Los últimos días de Pompeya, y en general de manera abreviada se les da la denominación de «la casa pompeyana», como si fueran la única modalidad de arquitectura doméstica existente en la ciudad. La realidad es que ese tipo de casas es uno de tantos. Esto es ya significativo. La propia variedad de casas existentes en Pompeya, en cuanto a dimensiones, tipos y suntuosidad, nos habla de las enormes diferencias de riqueza que se daban en la ciudad. Esta situación contrasta claramente con la relativa homogeneidad del caserío de algunas ciudades griegas antiguas excavadas, en las que las diferencias entre ricos y pobres se hallaban cuando menos enmascaradas por la existencia de casas más o menos del mismo tamaño y del mismo tipo. En Pompeya existía un abismo enorme entre las casas provistas de atrio más grandes y más pequeñas, pero incluso estas últimas no habrían estado al alcance de muchos centenares de habitantes libres de la ciudad. Curiosamente, bastantes esclavos, aunque se vieran relegados a minúsculas buhardillas, vivían en condiciones y en ambientes que habrían sido la envidia de algunos pobres de condición libre. Así, pues, ¿dónde vivían los pobres? Eso depende un poco de lo que entendamos por «pobres» y de cuán pobres fueran éstos. Una teoría especialmente siniestra dice que si por «pobreza» entendemos «indigencia», había muy pocos pobres en el mundo antiguo, por la sencilla razón de que la indigencia era el primer paso en el veloz camino hacia la muerte. Los «pobres» debían de contar con unos medios de subsistencia razonablemente seguros que les permitieran sobrevivir, por medio del comercio o del desempeño de algún oficio, o a través de las relaciones mantenidas con las casas de los ricos. Los que no tenían medios, no sobrevivían y punto.

Ya hemos hablado de las minúsculas viviendas y dormitorios mínimos comunicados con las tiendas y los talleres. Probablemente en Pompeya fueran considerados unidades habitacionales lo mismo que las casas con atrio, aunque es evidente que albergaban a menos personas en total. Por debajo de ese nivel, el mendigo representado en las escenas del Foro nos ofrece un indicio de cuál era la vida en los márgenes de la indigencia. Sólo podemos conjeturar dónde habría descansado por la noche, pero dada la preocupación de los códigos de derecho romano por los que profanaban las grandes tumbas estableciendo abusivamente su vivienda en ellas («Quien lo desee, podrá denunciar a la persona que viva o fije su morada en una tumba», como decía un dictamen legal de época tardía), los impresionantes mausoleos erigidos a lo largo de las calzadas que partían de la ciudad parecen los candidatos más probables. No obstante, habría muchas otras opciones, desde los pórticos del Anfiteatro a las columnatas de los templos.

Casi en el límite se encontraban los que ocupaban los chiscones excavados entre las casas y las tiendas, que daban a la calle, pero sin más mobiliario que una cama empotrada (fig. 37). Se suelen identificar como cubículos de prostitutas, y de hecho varios muestran un falo prominente encima de la entrada. Pero también habrían podido ser la diminuta y austera vivienda de los pobres, y el falo no sería más que un símbolo optimista de buena suerte y no un anuncio de eventuales prestaciones sexuales. Y por supuesto podrían ser una cosa y otra. Pues, como en tantos otros sitios, en el mundo romano la prostitución era el último recurso que tenían a su alcance los menos favorecidos. Podía constituir la última esperanza de supervivencia para los que carecían de las redes habituales de sustento: desde el esclavo fugitivo hasta el huérfano o la viuda.

FIGURA 37. Vivienda de una sola habitación abandonada, provista simplemente de una cama de fábrica. ¿Se trata del cubículo de una prostituta? ¿O era la forma más barata de alojamiento que había en Pompeya?

Subiendo en la escala de opulencia hay otras variedades de vivienda. En el extremo sureste de la ciudad hay un grupo característico de lo que llamaríamos pequeñas casas en terraza. Viviendas es- trechas de un solo piso, con un patio abierto central, pero sin atrio, estaban construidas todas en fila, siguiendo el mismo diseño, a la misma escala (más o menos del tamaño de una pequeña casa con atrio), y datan de la misma época, esto es finales del siglo III a. C. Presumiblemente formaban parte de una plan de desarrollo destinado a acoger la afluencia de nueva población (tal vez los desplazados a consecuencia de la guerra contra Aníbal), y seguían en uso en tiempos de la erupción, aunque para entonces en muchas se había añadido un atrio y un piso superior.

FIGURA 38. Unos baños con vistas al río: las Termas del Sarno. El establecimiento balneario estaba en el piso bajo. Las plantas superiores estaban ocupadas por apartamentos residenciales.

También distinta a su vez es la gran variedad de pisos o apartamentos de alquiler. Ya hemos visto los claros indicios de viviendas de alquiler que encontramos en las plantas superiores de las casas con atrio. Existen además claras evidencias de un mercado más sistemático y a gran escala de viviendas de alquiler construidas adrede con ese fin. Así, por ejemplo, una mezcla de pisos grandes y apartamentos provistos de atrio que ocupan los tres pisos superiores de un edificio bastante ostentoso de varias plantas levantado junto a la ladera sur de la ciudad, con vistas al valle. Los pisos bajos del edificio eran utilizados por uno de los establecimientos de baños públicos de la ciudad gestionados por una empresa privada, llamados actualmente Termas del Sarno por las vistas que tienen al río (allí es donde se encontraron los grafitos dibujados por unos niños mientras esperaban; véanse pp. 260-261). Se trata del único edificio de este tipo que hay en la ciudad, y en general su estilo recuerda a algunos de los bloques de pisos más caros encontrados en Ostia. Muchas habitacio- nes son luminosas y están bien ventiladas, provistas de grandes ventanas y terrazas que ofrecen espléndidas vistas, todo lo contrario de lo que sucede con las casas de atrio, que miran hacia adentro. No es probable que frieran el domicilio de gente muy pobre. ¿No serían más bien algo parecido a los pisos de soltero en los que pensaba BulwerLytton?

Pero también había cosas negativas. Aunque en otras casas muchos apartamentos situados en un piso alto disponían de retrete (un asiento de madera sobre un sumidero abierto en el muro), éstos – por lo que podemos afirmar- carecían de servicio. Y la proximidad de las termas habría sido un motivo de disgusto para los que valoraban la paz y la tranquilidad. Al menos eso es lo que dan a entender las quejas de Séneca, que en una ocasión vivió en unas circunstancias parecidas en Roma:

Vivo precisamente sobre unos baños. Imagínate ahora toda clase de sonidos capaces de provocar la irritación en los oídos. Cuando los más fornidos atletas se ejercitan moviendo las manos con pesas de plo- mo, cuando se fatigan o dan la impresión de fatigarse, escucho sus gemidos; cuantas veces exhalan el aliento contenido, oigo sus chiflidos y sus jadeantes respiraciones. Siempre que se trata de algún bañista indolente, al que le basta la fricción ordinaria, oigo el chasquido de la mano al sacudir la espalda, de un tono diferente conforme se aplique a superficies planas o cóncavas. Mas, si llega el jugador de pelota y empieza a contar los tantos, uno está perdido.

Añade asimismo al camorrista, al ladrón atrapado, y a aquel otro que se complace en escuchar su voz en el baño; asimismo a quienes saltan a la piscina produciendo gran estrépito en sus zambullidas. Aparte de éstos, cuyas voces, a falta de otro mérito, son normales, piensa en el depilador que, de cuando en cuando, emite una voz aguda y estridente para hacerse más de notar y que no calla nunca sino cuando depila los sobacos y fuerza a otro a dar gritos en su lugar. Es posible que Séneca fuera un poquito cantamañanas, pero en este caso podemos compadecerlo. En otra finca grande, apenas a cinco minutos a pie desde el Foro en dirección al norte, se realizó un feliz hallazgo que nos permite vislumbrar la organización del mercado de alquiler y los diversos tipos de inmuebles que había a disposición del público. Junto a la esquina de una calle había un anuncio visible en otro tiempo (aunque ahora se ha borrado) que decía:

En alquiler a partir del 1 de julio. En la insula Arriana Poliana, propiedad de Gneo Aleyo Nigidio Mayo, locales comerciales / viviendas con su altillo [tabernae cum pergulis suis], pisos de alto standing en planta superior [cenacula equestria], y casas [domus]. Que los interesados contacten a Primo, esclavo de Gneo Aleyo Nigidio Mayo.

Se ofrecían tres tipos de vivienda a través del esclavo que hacía las veces de agente del propietario, y podemos identificarlos todos en diversos puntos de la gran finca sobre cuyos muros fue pintado el anuncio (plano 8).

PLANO 8. Insula Arriana Poliana. Toda la finca estaba dividida entre una lujosa residencia (parte no sombreada), con atrio y peristilo, a la que se accedía por la entrada 1, y diversas unidades de tamaño más reducido en torno al eje de la finca, tiendas y pisos, que estaban en alquiler. Unas escaleras daban acceso a las viviendas de la planta superior.

En el centro del bloque -la insula Arriana Poliana- hay una casa con atrio de grandes dimensiones, con un peristilo y (al menos en su forma definitiva) otro jardín detrás. Esta vivienda solía ser llamada, debido a un error de identificación, la Casa de Pansa, pero en realidad debía de ser propiedad de Gneo Aleyo Nigidio Mayo, perteneciente a una de las familias más antiguas de la comarca, que intervino activamente en el gobierno municipal en las décadas de 50 y 60 d. C., y que andaba buscando inquilinos para sus tabernae, sus cenacula, y sus domus. El término tabernae suele traducirse por «tiendas» o «talleres», y eso es lo que encontramos en la acera de la calle principal, en locales caracterizados por las típicas entradas abiertas de par en par (números 21-23, 24); los altillos o entresuelos, donde habrían tenido su vivienda los tenderos y sus familias, han desaparecido, pero en algunos lugares todavía pueden verse los agujeros de los travesaños. En la calle lateral, en los números 14-16, donde no vemos las características entradas de los locales comerciales, puede que hubiera unidades puramente habitacionales: de ahí mi traducción «locales comerciales / viviendas».

Las viviendas del piso de arriba o cenacula tenían acceso independiente desde la calle a través de una escalera en los números 18, 19, 6, 8 y 10a. El calificativo equestria, que hemos traducido «de alto standing», alude literalmente a una clase alta existente entre los romanos, la de los «caballeros» (u «orden ecuestre»), un grupo social de gente rica que cabía esperar que viviera en un ambiente más suntuoso que aquél. En este caso el adjetivo «ecuestre» probablemente es utilizado como una promesa (o como una expectativa) de respetabilidad social, como en la frase «confección para caballeros». Lo más probable es que las casas (domus) fueran las viviendas del piso bajo, los números 7, 9 y 10, a menos que la casa con atrio del centro estuviera también en alquiler, y por lo tanto Nigidio Mayo se hubiera mudado a vivir a otro sitio.

Resulta difícil saber con exactitud en qué punto de la escala social de la población de la ciudad deberíamos situar a los habitantes de las diversas viviendas, aunque determinados comentarios del Satiricón de Petronio confirman los relativos grados de prestigio que presuponen los restos materiales. En un momento dado, en medio de una pelea conyugal, Trimalción lanza una puya a su mujer en alusión a sus orígenes humildes: «Quien nace en un altillo, no sueña con palacios». En otro momento, se subraya el ascenso social de uno de los invitados de Trimalción por el hecho de que va a subarrendar su cenaculum («a partir del primero de julio», curiosamente la misma fecha en la que daban comienzo los contratos de Nigidio Mayo) porque se ha comprado una domus. Tampoco podemos tener la menor seguridad acerca de la duración de esos alquileres, ni respecto a las garantías que pudieran tener los inquilinos de que iba a respetarse su contrato. Pero otro anuncio acerca del alquiler de viviendas encontrado en la ciudad, que hace referencia a locales situados en la Villa de Julia Félix, notifica la oferta de «unos elegantes baños para clientes de prestigio, tabernae, entresuelos [pergulae] y pisos en la planta superior [cenacula] por un contrato de cinco años».

Lo que está claro, en cualquier caso, es que la instila Arriana Poliana combina en un solo bloque los diversos tipos de viviendas que había en la ciudad. Actualmente sólo podemos lamentar la suerte de los pobres habitantes de las pergulae, «altillos» o «entresuelos», que a todas horas tenían ante sus narices la amplitud relativamente palacial de la casa con atrio de la cual eran vecinos.

Pero no eran sólo los pompeyanos más pobres los que vivían en distintos tipos de alojamiento. No todos los habitantes ricos de la ciudad residían en la «típica» casa pompeyana con atrio. En ciertas mansiones, por ejemplo, podemos comprobar que, en las últimas fases de la historia de la ciudad, pese a mantener algunos de los elementos básicos ya mencionados, las zonas ajardinadas habían sido ampliadas y desarrolladas hasta tal punto que dan la impresión de haber modificado por completo el carácter y el centro de interés de la finca.

Un caso clásico en este sentido es la Casa de Octavio Cuartión (así llamada por el nombre que aparece en un anillo de sello hallado en una de las tiendas de la finca), que acababa de ser renovada en el momento de la erupción. Como ponen de manifiesto los planos (plano 9), las zonas destinadas a la vivienda propiamente dicha no eran particularmente espaciosas, pero el centro de atención se situaba en el gran jardín y en su elaborada ornamentación e instalaciones hídricas (realizadas aprovechando el suministro de agua de la red). A lo largo del jardín de la casa se extendía una amplia pérgola que daba sombra a un estrecho curso de agua cruzado por un puente y originalmente flanqueado de estatuas. En uno de sus extremos había un comedor al aire libre, y en el otro una «capilla» ornamental que en otro tiempo debió de alojar una imagen de la diosa Diana o de la diosa Isis (entre las pinturas conservadas podemos ver una escena de Diana bañándose y la figura de una sacerdotisa de Isis). A un nivel más bajo y a lo largo de unos cincuenta metros de jardín, se extendía otro estrecho canal que era cruzado por puentes y arcos y que tenía elaboradas fuentes en un extremo y en su parte central, con pinturasdecorando casi todas las superficies posibles. A uno y otro lado el jardín tenía senderos flanqueados de árboles y arbustos, y más pérgolas.

PLANO 9. La Casa de Octavio Cuartión. Vivienda relativamente pequeña, aunque su jardín ornamental supera con creces la pequeña zona edificada propiamente dicha. Las partes sombreadas corresponden a elementos de fincas distintas.

Las instalaciones hídricas servían a la vez de elemento ornamental y de estanques destinados a la cría de peces (fig. 39).

FIGURA 39. Vista del extenso jardín de la Casa de Octavio Cuartión. Una elegante serie de estanques y pérgolas, en una especie de diseño de joya en miniatura. ¿O se trata de un proyecto totalmente desproporcionado, un clásico ejemplo de pretensiones fallidas de nuevo rico? Los arqueólogos están divididos al respecto.

La influencia que está detrás de muchos de esos elementos es la arquitectura propia de la casa romana de campo o «villa». Rasgos habituales de los jardines de las villas eran los cursos de agua ornamentales, las capillas y los senderos entre flores y árboles. En cierta ocasión Cicerón se burla de los títulos descaradamente pomposos que los miembros de la élite romana daban a los canales de sus jardines: en efecto, no dudaban en llamarlos «Nilo» o «Euripo» (nombre del estrecho que separa la isla de Eubea de la Grecia continental). No obstante, le encantaba el Euripo que había en una de las fincas rurales de su hermano Quinto, y en un determinado momento él mismo llegó a pensar en construir una capilla en honor de la oscura diosa Amaltea, a imitación del elegante edículo existente en el jardín de la villa de su amigo Ático. Más tarde, el emperador Adriano instalaría un exquisito «Canopo» (nombre de cierto canal de Egipto), que todavía se conserva, en su palacio rural de Tívoli. Otro rasgo característico del jardín de las villas era la combinación de productividad y ornamentación que encontramos en este estanque / piscifactoría. Para el propietario romano, parte del placer que le proporcionaba su finca rústica era el modo en que la actividad productiva podía integrarse en su proyecto decorativo: la combinación de agricultura y elegancia.

Este diseño, pues, lleva a la propia ciudad el estilo de la casa de campo. Tiene mucho éxito entre los modernos visitantes de las excavaciones, a los que les encanta caminar junto a los canales y bajo las pérgolas, lo mismo que debía de pasarles a sus antiguos dueños. Algunos arqueólogos, sin embargo, se han mostrado un tanto desdeñosos al respecto. Afirman que hay demasiadas cosas mezcladas en un espacio demasiado exiguo («dos personas no pueden caminar una junto a otra bajo la pérgola sin chocar a cada paso con una fuente, un puentecito, una columna, o un poste, o sin tropezar con las estatuillas que hay entre la hierba»). Se trata de un «mundo de Walt Disney», en el que un propietario sin demasiado gusto intentó imitar el mundo de ocio rural de sus superiores en la escala social, anteponiendo en todo momento la cantidad a la calidad.

Conviene, efectivamente, enfrentarnos al hecho real de que el arte y el diseño antiguo pueden tener decididamente poca categoría. Y algunas de las pinturas de la casa son «de calidad modesta», por decirlo con buenas palabras. Pero cuesta trabajo no abrigar la sospecha de que al considerar esta casa «de mal gusto», estemos compartiendo -aunque inconscientemente- los prejuicios de muchos miembros de la élite romana, dispuestos a burlarse de cualquier intento de trasladar a una escala doméstica corriente los diseños de los grandes palacios. Desde luego, es posible que Trimalción, el liberto, fuera horriblemente vulgar, pero parte de la gracia de la novela de Petronio consiste en que el ex esclavo remeda demasiado bien la cultura de la élite aristocrática. Al reírnos de él, vemos que nos reímos también de ella (o de nosotros mismos).

Nadie ha mostrado semejante desdén ante el grupo de casas situadas en el extremo oeste de la ciudad, construidas directamente sobre la antigua muralla en los primeros años de existencia de la colonia romana (después de 80 a. C., quizá por algunos de los primeros colonos), y que en su forma definitiva se elevaban de manera espectacular sobre la ladera con vistas al mar a una altura de cuatro o cinco pisos (fig. 15). En muchos sentidos son actualmente las edificaciones más impresionantes de toda Pompeya, en parte porque al pasear por ellas en sus distintos niveles, subiendo y bajando por las escaleras conservadas, nos da la sensación de estar completamente den- tro de una casa antigua, sensación que rara vez podemos percibir en otro sitio.

FIGURA 40. La Casa de Fabio Rufo. Esta reconstrucción axonométrica nos da idea de la complejidad de este diseño en varios pisos. Las salas de exhibición dan al mar. Los cuartos de servicio están arrinconados en la parte posterior, y son oscuros y lóbregos como de costumbre.

Estas casas tienen también una de las historias más tristes de las excavaciones modernas. Bombardeadas en 1943, fueron desenterradas en la década de1960, pero nunca han sido publicadas como es debido e incluso los estudios y las anotaciones inéditas que se hicieron de las obras a menudo son mínimos. Ello significa que sabemos muy poco de la historia de su desarrollo y de algunos detalles de su estructura interna. En algunos puntos resulta muy difícil determinar dónde estaba la división entre una casa y otra, o cuántas viviendas había en total. Además no están abiertas al público (aunque el visitante puede disfrutar de una buena vista de ellas desde la entrada principal a las excavaciones por la Puerta Marina). La consecuencia de todo esto es que, aunque constituyen uno de los principales atractivos del yacimiento, recordado con delectación por los pocos afortunados que han obtenido permiso para visitarlas, no han tenido mucho eco en las guías y las historias generales de la ciudad, ni siquiera en los cursos para estudiantes. No han influido, pues, tanto como debieran en nuestra visión de las casas de Pompeya.

El mejor modo de entender estas grandes edificaciones de varios pisos es pensar que eran casas de atrio organizadas según los principios de Vitruvio, pero en sentido vertical, no horizontal, y orientadas a la magnífica vista sobre el mar de la que gozaban, en vez de estar vueltas hacia sí mismas. En la más suntuosa de ellas, la Casa de Fabio Rufo (así llamada por un individuo cuyo nombre aparece en varios grafitos garabateados en la finca), se entra por el piso bajo al nivel de la calle en un atrio relativamente modesto para una propiedad de esas dimensiones. Pero en vez de recorrer la casa hacia dentro hasta llegar a las zonas «reservadas», hay que bajar dos pisos hasta el nivel del mar, donde hay una serie de lujosas salas de recreo con grandes ventanales y en algunos casos terrazas abiertas al exterior. Las dependencias de servicio se encuentran, al parecer, en lugares oscuros, relegadas a la parte que da a la colina, sin vistas y con muy poca luz natural (fig. 40).

Para los propietarios y sus afortunados huéspedes, era un lugar en el que podían disfrutar de la luz, el aire y el panorama. Un pintor de grafitos, que dejó memoria de su obra en una escalera de la casa, se percató perfectamente de ello. Además de los garabatos de un tal Epafrodito, que plasmó varias veces su nombre y el de su amada («Epafrodito y Talía»), y justo debajo de un piropo de enamorado lo bastante habitual para convertirse en un clisé que podemos encontrar escrito varias veces en distintos puntos de la ciudad («Me gustaría ser el anillo de tu dedo durante una hora nada más.»), alguien escribió las tres primeras palabras del libro segundo del poema filosófico de Lucrecio Sobre la naturaleza de las cosas: Suave mari magno, «Es grato, al tiempo que en mar abierto». El texto seguía, como presumiblemente sabía nuestro grafitero, «los vientos revuelven las aguas, contemplar desde tierra el esfuerzo de otro».

Desde luego debió de ser muy agradable contemplar el mar desde la Casa de Fabio Rufo.