ACTIVIDADES URBANAS

La agricultura no era sólo una actividad propia de las zonas rurales, fuera del casco urbano. Habitualmente se calcula que, incluso en los años inmediatamente previos a la erupción, casi un 10 por 100 del terreno situado dentro de las murallas de la ciudad estaba dedicado a la agricultura; en épocas anteriores es posible que fuera incluso más. Una parte correspondería a alojamiento de los animales, sector de la población de Pompeya que ha sido infravalorado en gran medida porque las anteriores generaciones de arqueólogos han solido pasar por alto los huesos de animales. Pero incluso ellos se fijaron en los esqueletos de dos vacas que se encontraban en la Casa del Fauno en el momento de la erupción, y más adelante a lo largo de este mismo capítulo hablaremos de otro hallazgo más espectacular todavía. Además había muchísimos cultivos. Ya hemos visto por encima el pequeño «huerto» de la Casa de Julio Polibio, con su higuera, su olivo, su limonero y otros frutales. Había otros ejemplos de cultivos urbanos a una escala mucho mayor y de carácter más comercial.

PLANO 13. Plano de una viña excavada. La minuciosa excavación llevada a cabo recientemente ha puesto de manifiesto cómo estaba plantada esta viña (provista de comedores) de carácter comercial que había dentro de las murallas de la ciudad. Estaba muy bien situada para realizar diferentes tipos de negocios. Por el norte daba a la Via dell'Abbondanza; por el sur, habría resultado conveniente a los clientes provenientes del Anfiteatro.

En una solar cerca del Anfiteatro, que en otro tiempo se pensó que era el cementerio de los gladiadores muertos en combate, o bien un mercado de ganado, las minuciosas excavaciones llevadas a cabo en los años sesenta revelaron que se trataba de una viña densamente poblada de plantas (plano 13), en la que entre las vides se criaban olivos y otros árboles, incluso tal vez hortalizas (o al menos eso se ha deducido por el descubrimiento de una sola alubia carbonizada). La viña ocupaba una extensión de casi media hectárea, y el vino -varios

miles de litros- no sólo era producido allí mismo (como demuestran la prensa y los grandes dolía encontrados), sino que era despachado también en una taberna que daba a la Via dell'Abbondanza o era servido a los clientes que cenaban en uno de los dos triclinia al aire libre construidos en sendos extremos de la finca. Había además muchas otras viñas más pequeñas, huertas de frutales y ver- duras (atestadas tal vez de las famosas cebollas y coles de Pompeya), identificadas todas por las huellas dejadas por las cavidades de las raíces, las semillas carbonizadas, el polen y los macizos cuidadosamente dispuestos o los sistemas de regadío. En una huerta, provista de una red de conductos de agua particularmente elaborada, parece que se criaban flores con fines comerciales, tal vez, según se ha afirmado, a juzgar por la cantidad de botellitas y frasquitos de vidrio hallados en la casa contigua, para la producción de perfumes. Algunos trabajos recientes han encontrado testimonios de la existencia de «viveros», que probablemente suministraban los retoños necesarios a los hortelanos del lugar.

FIGURA 60. ¡Que tengan cuidado los tramposos! En el Foro se colocó un patrón oficial de pesos y medidas. Originalmente seguía el viejo sistema osco, pero, como afirma la inscripción colocada encima, fue ajustado al sistema romano en el siglo I a. C.

No es de extrañar, por tanto, que en las casas de la ciudad se hayan encontrado tantos ejemplares de aperos de labranza: horcas, azadas, palas, rastrillos, etcétera. Algunos eran usados indudablemente por gentes que vivían en la ciudad, pero salían cada día a trabajar al campo, fuera de las murallas. Pero otros habrían sido utilizados en las parcelas situadas en pleno casco urbano.

Sin embargo, la impresión general que habría dado un paseo por Pompeya no habría sido la de un mundo de pacíficas huertas y otras actividades pastoriles. Se trataba de una bulliciosa ciudad comercial y mercantil. Bien es verdad que la tierra y la agricultura siguieron siendo casi con toda certeza la base más significativa de la riqueza durante toda la historia de la ciudad. Pompeya no era, como han sugerido algunas fantasías modernas, un equivalente antiguo de la Florencia renacentista, donde el éxito económico se basaba en las industrias manufactureras y en la que el poder político estaba en manos de los gremios que controlaban dichas industrias y en los mercaderes y negociantes que invertían en ellas. Los bataneros y los trabajadores del sector textil de la Pompeya antigua no eran la fuerza motriz del poder económico de la ciudad. El «banquero» Lucio Cecilio Jocundo, cuyo negocio analizaremos dentro de poco, no era ningún Cosimo de Medici. Una vez dicho esto, Pompeya ofrecía una gran variedad de servicios, desde lavanderías hasta fábricas de lámparas, y actuaba como centro de intercambio para una comunidad de probablemente más de 30.000 personas, incluidos los habitantes de las zonas rurales.

Ello significaba la existencia de una infraestructura de compra- venta. El consejo municipal se encargaba de regular los sistemas de pesos y medidas usados por los comerciantes. El modelo oficial ya había sido colocado en el Foro en el siglo II a. C., según los patrones de medidas oscas (fig. 60). Dichos patrones fueron ajustados, según declara una inscripción, a finales del siglo I, para adecuarlos al sistema romano, cambio que,

independientemente de cuál fuera la normativa del consejo, probablemente fuera tan incompleto, discutido y tan cargado de connotaciones políticas como el cambio efectuado a finales de siglo en el Reino Unido para pasar del sistema imperial de medidas (por libras y onzas)) al sistema métrico decimal (por kilos y gramos).

PLANO 14. Plano del Foro. Era el centro cívico de Pompeya, aunque en la actualidad el nombre y la función de muchos de los edificios que rodean el Foro siguen sin estar claros.

Pero la intervención del gobierno local en la vida comercial de la ciudad no se limitaba a eso. Ya hemos visto a los ediles asignar puestos de venta a los comerciantes (p. 106). Probablemente regularan también los días de mercado. Un grafito muy confuso escrito en el exterior de una gran tienda («Venta de posos de garum por jarras») enumera un ciclo semanal de mercados, basado en unos días de la semana muy parecidos a los nuestros: «El día de Saturno en Pompeya y Nuceria, el día del Sol en Atela y en Nola, el día de la Luna en Cumas…, etc.». Quizá refleje un calendario comercial oficial y regular, y no uno provisional, con validez para una sola semana. Esto último, al menos, es lo que supone la mayoría de los arqueólogos, glosando el hecho de que otro grafito parece situar el día de mercado de Cumas en el día del Sol y el de Pompeya en el día de Mercurio. Sea como fuere, da la impresión de que es una prueba de la existencia de cierto grado de planificación y de un intento de coordinación.

También es probable que el consejo municipal asumiera el control de los principales edificios colectivos de carácter comercial. La identificación de éstos ha resultado más ardua de lo que cabría esperar. De hecho, la cuestión de cuántos de los grandes edificios que rodean el Foro eran realmente usados con esta finalidad constituye, a pesar de las múltiples declaraciones de seguridad, uno de los rompecabezas más grandes de la arqueología pompeyana. Según las conjeturas que cuentan con más predicamento hoy día, el edificio largo y estrecho situado en la esquina noroeste del Foro (la mitad del cual es una reconstrucción moderna tras el Blitzkrieg de los Aliados) es una especie de mercado, quizá de cereales. Enfrente, en la esquina noreste, se levantaba el mercado de la carne y el pescado. No existe testimonio alguno que justifique la primera de estas identificaciones, aparte del hecho de que el patrón de pesos y medidas oficiales se encuentra en las inmediaciones. La segunda tal vez sea correcta. Pero depende de la seriedad con que se tome la balanza para pesar pescado hallada en su zona central y de que se reste importancia a los posibles elementos religiosos y a la decoración pintada que parece demasiado elegante para un mercado (fig. 61). Algunos arqueólogos han preferido ver en esta construcción una capilla o templo, o (en el caso de William Gell), una capilla con restaurante incorporado.

FIGURA 61. En el siglo XIX, las pinturas del macellum estaban entre las más admiradas de toda la ciudad. Esta sección de la decoración cautivaba especialmente la imaginación de los visitantes, pues la mujer fue identificada como una pintora con la paleta en la mano. En realidad lo que lleva es una bandeja para las ofrendas como las que se usaban en los sacrificios.

FIGURA 62. Este relieve es una hermosa evocación del ambiente reinante en un taller de elaboración de metales. Además de los hombres trabajando, la escena se completa con un niño y un perro que contempla lo que sucede a su alrededor. Al fondo aparecen expuestos los productos acabados.

Independientemente de cuál fuera la participación de las autoridades en el comercio local, resulta particularmente sorprendente la simple variedad de actividades y negocios llevados a cabo en la ciudad. En la actualidad, paseando por las calles, resulta fácil localizar las pesadas ruedas de molino y los grandes hornos usados por los panaderos, o las piletas y cubas que utilizaban los bataneros para la fabricación de tejidos. Mientras tanto, las salas del Museo de Nápoles están llenas de herramientas e instrumentos de todo tipo de artes y oficios encontrados en las excavaciones: desde hachas y sierras para la ejecución de trabajos pesados, hasta balanzas y básculas, plomadas y tenazas, o el delicado instrumental de un médico (alguno de cuyos elementos, como el speculum ginecológico (fig. 7), resulta sorprendentemente moderno).

Esas herramientas pueden a veces ponerse en relación con las enseñas que se han conservado de los distintos oficios y tiendas. Por ejemplo, una tosca placa fijada en otro tiempo en el exterior de un taller, parece anunciar las habilidades de «Diógenes el albañil», con imágenes de sus herramientas (plomada, llana, cortafrío y mazo), junto con un falo puesto por ahí en medio como augurio de buena suerte. Imágenes de ese estilo aparecen ocasionalmente en lápidas funerarias, celebrando el oficio del difunto. Cierto Nicóstrato Popidio, agrimensor, hacía ostentación de sus herramientas -varas de medir, reglas y la característica groma o alidada, utilizada para trazar lineas rectas- en el monumento que encargó para sí mismo, su socio y los hijos de ambos. Se había ganado la vida ejerciendo una de las profesiones más características de los romanos, midiendo par- celas de terreno, fijando lindes entre fincas, y asesorando en disputas sobre tierras. Justo el tipo de personaje que habrían necesitado muchos en la época en la que apareció por la ciudad Tito Suedio Clemente, el agente de Vespasiano, encargado de investigar el problema de los terrenos públicos que habían sido ocupados ilegalmente por particulares. Las representaciones pictóricas y escultóricas pueden dar vida a esos instrumentos mudos de los oficios o al menos mostrar cómo se usaban. Ya hemos visto muchas actividades de compraventa (desde pan hasta zapatos) en las pinturas sobre la vida en el Foro.

Otra célebre serie de pequeños frisos pintados existente en una de las estancias de recreo de la Casa de los Vetios muestra a unos amorcillos encantadores (o kitsch, para los que prefieran ver en ellos una manifestación del gusto de un nuevo rico) dedicados a todo tipo de actividades fabriles. Unos se ocupan de fabricar vino, otros de dirigir un batán o de elaborar perfumes. Parece que algunos se dedican al negocio de con- feccionar guirnaldas (un uso comercial más de las flores). Otros producen joyas y grandes vasijas de bronce en lo que parece el taller de un metalúrgico (lámina 20). Es ésta una actividad vívidamente representada también en una placa de mármol que quizá fuera en otro tiempo la enseña de una tienda, aunque un poco más elegante de lo habitual. Muestra a unos broncistas o artesanos del cobre en plena faena -o eso parece a juzgar por los productos acabados que vemos expuestos al fondo-, centrándose en tres fases del proceso de producción. A la izquierda aparece un hombre pesando la materia prima en una gran balanza (y negándose a dejar que lo distraiga un pequeñuelo, que reclama su atención detrás de él). En el centro, un hombre está a punto de descargar el martillo sobre el metal colocado en un yunque, mientras que otro lo sujeta con un par de tenazas. A la dere- cha, un cuarto individuo da los últimos retoques a un recipiente de gran tamaño. Y no hace falta buscar un ejemplo mejor de la ubicuidad de los perros en Pompeya. Aunque tal como aparece representado aquí recuerda más bien a un ornitorrinco, el animal acurrucado en un estante sobre la cabeza del último operario no puede ser más que un perro guardián.

Numerosísimos materiales escritos, desde grafitos hasta comentarios y memoriales más formales, añaden ulteriores detalles a las imágenes o nos recuerdan ocupaciones que no han dejado tras de sí huellas distintivas. Si computamos todas las actividades mencionadas de esta forma (sin contar algunos oficios tan conocidos como el de alfarero o metalúrgico, no mencionados explícitamente en los escritos), nos salen más de cincuenta maneras distintas de ganarse la vida en Pompeya: desde tejedor hasta tallador de gemas, desde arquitecto a pastelero, desde el barbero a la liberta llamada Nigela, que en su tumba se califica a sí misma de «porquera pública» (porcaria publica). Aparte de ella, no son mencionadas muchas mujeres, aunque a veces las encontramos en contextos bastante inesperados. Una, llamada Faustila, era lo que podríamos llamar una prendera de poca monta. Se conservan tres grafitos en los que sus clientes escribieron la cantidad que les había prestado, el interés que tenían que pagar (equivalente más o menos a un 3 por 100 al mes), y en dos ocasiones lo que habían dejado como prenda: dos mantos y un par de pendientes.

Mucho más difícil resulta hacer casar estas ocupaciones con los restos que encontramos sobre el terreno. Sólo en el caso de unas cuantas actividades, como las panaderías o los batanes, ciertas instalaciones permanentes nos permiten a menudo localizar con seguridad un negocio. En la mayoría de los locales comerciales que flanquean las calles, al haber desaparecido el mobiliario, los accesorios y las herramientas, sólo muy de vez en cuando quedan suficientes elementos distintivos que nos ayudan a imaginar qué era lo que se fabricaba o se vendía en otro tiempo en ellos. Un grafito («curtiduría de Xulmo») nos ha ayudado a identificar este tipo de taller, y algunas conjeturas razonables han permitido localizar al esterero y al zapatero. En cualquier caso, en lugares que tienen todo el aspecto de casas normales y corrientes podrían haberse llevado a cabo negocios de todo tipo. A Faustila no le habría hecho falta ningún despacho. El domicilio de los pintores (p. 179) sólo ha podido ser identificado por el armario lleno de botes de pintura. Y no habría sido necesario más que añadir otro par de telares y de esclavas a un atrio para que el trabajo ante el telar dejara de ser una labor destinada al consumo doméstico y se convirtiera en una empresa comercial.

Dicho esto, existen algunas lagunas incluso más curiosas en nuestros conocimientos. A juzgar por la profusión de herramientas de metal halladas por toda la ciudad, y por las imágenes de la placa de mármol y las pinturas de la Casa de los Vetios, la metalurgia debía de ser una actividad muy frecuente en la antigua Pompeya. Pero siguen en pie toda clase de enigmas. No tenemos la menor idea de dónde se sacaba la materia prima. Y de momento, aparte de un puñado de talleres a pequeña escala y de puestos de venta identificados de forma precaria (en uno de los cuales salió a la luz el único ejemplar que se ha conservado de la groma de un agrimensor del mundo antiguo), sólo se ha descubierto una fragua de grandes proporciones más allá de la Puerta del Vesubio. Quizá, debido al peligro de incendios, fuera un oficio que se desempeñaba sobre todo fuera de la ciudad. Y lo mismo debe valer para la industria de la alfarería, pues sólo se han encontrado dos pequeños talleres de alfarero dentro de las murallas, y uno de ellos estaba especializado en la fabricación de lámparas.

Durante el resto del presente capítulo, nos dedicaremos a analizar tres ejemplos de la vida comercial de Pompeya en los que podemos identificar la actividad laboral con el lugar en el que se desarrollaba, y casi con la cara del individuo que la llevaba a cabo: un panadero, un banquero y un fabricante de garum.