Momento crítico para la Royal Navy
A finales de 1941, la flota británica del Próximo Oriente, tras sufrir una serie de sensibles pérdidas, sólo disponía ya de dos grandes unidades: los acorazados Queen Elizabeth y Valiant, que eran los encargados de representar el antes incontestable poderío inglés en el Mediterráneo. Desde el verano de ese año, el objetivo capital de la flota inglesa había consistido en la destrucción de los convoyes italogermanos que abastecían a las tropas del Afrika Korps, dirigidas por el general Erwin Rommel. Con el fin de proteger esos convoyes que proporcionaban armas, munición, víveres y, sobre todo, combustible, a las fuerzas de Rommel, los alemanes habían retirado del Atlántico algunos submarinos para transferirlos al Mediterráneo.
Así, el 13 de noviembre de 1941, el mayor portaaviones británico del Mediterráneo, el Ark Royal, fue torpedeado al este de Gibraltar por un submarino germano. Aun cuando los barcos de escolta ingleses iniciaron una rápida acción de salvamento, tratando de remolcar al buque alcanzado hasta la cercana base del Peñón, el portaaviones acabó por hundirse.
El segundo golpe ocurriría doce días más tarde, en el Mediterráneo oriental. El 24 de noviembre, el grueso de la flota inglesa en este mar, integrado por los acorazados Queen Elizabeth, Valiant y Barham, zarpó de su base de Alejandría con la misión de bloquear las líneas de abastecimiento del Eje. Pero al día siguiente, por la tarde, una fuerte detonación sacudió la formación naval británica; el Barham fue alcanzado por tres torpedos lanzados desde un submarino alemán. El triple impacto logró que el acorazado se escorase fuertemente a babor. La tripulación realizó desesperados esfuerzos por salvar el barco, a pesar de que este seguía inclinándose. De pronto, una tremenda explosión procedente de la santabárbara del Barham produjo una gigantesca nube rojiza; el buque elevó la quilla en el aire y se fue a pique con casi novecientos hombres a bordo.
El trágico hundimiento del Barham contó con un espectador de excepción, el almirante sir Andrew B. Cunningham, el jefe de la flota del Mediterráneo. Desde su buque insignia, el Queen Elizabeth, contempló impotente cómo el Barham se iba a pique. En vista de la situación, y temiendo nuevos ataques de los submarinos germanos, ordenó a las restantes unidades poner proa a la base de Alejandría, muy bien protegida y fuertemente custodiada, donde aguardarían una ocasión más favorable para reanudar las operaciones. Los británicos no tenían otra opción que hacerse fuertes con lo poco de que disponían.
Explosión del acorazado HMS Barham de la Royal Navy el 24
de noviembre de 1941 cuando fue alcanzado por tres torpedos
lanzados desde un submarino alemán.
Para proteger la base de Alejandría, que en esos momentos era el principal fondeadero de la flota inglesa del Mediterráneo, se había minado una zona de varias millas de longitud a unas treinta millas al noroeste, además de otras seis millas en las cercanías de la bocana del puerto; para ello se utilizaron minas esféricas, situadas a unos diez metros de profundidad, que podían explosionarse a distancia. Muy cerca del puerto flotaban cables con sistemas automáticos de alarma. Además, los numerosos bajíos existentes cerca del puerto constituían un buen obstáculo natural ante cualquier intento de incursión. El movimiento de los barcos sólo podía efectuarse a través de un canal de entrada bien delimitado y sobre el que se ejercía una atenta vigilancia.
Al retornar de su última misión, el Queen Elizabeth y el Valiant anclaron en la dársena principal del puerto de Alejandría. Las respectivas dotaciones se apresuraron a colocar junto a las naves las habituales redes protectoras, que con las restantes instalaciones defensivas de la base proporcionaban la más completa seguridad. Esos eran los únicos acorazados con que contaba la Royal Navy en todo el Mediterráneo, frente a las cinco unidades pesadas con que contaban los italianos. Contra todo pronóstico, la siempre intratable Royal Navy había pasado a encontrarse en franca inferioridad ante la Regia Marina.
Mientras tanto, los panzer de Rommel seguían avanzando imparables por el norte de África, amenazando con tomar Egipto. Si los alemanes se apoderaban de la base naval británica de Alejandría y llegaban al canal de Suez, el Eje pasaría a tener el control absoluto del Mediterráneo oriental. Aunque la Marina británica había recibido un duro golpe con el hundimiento del acorazado Barham, sus otros dos acorazados suponían una amenaza latente para las líneas de suministro que aprovisionaban a las tropas del Eje en el norte de África. Si se conseguía ponerlos fuera de combate, los barcos italianos ya no tendrían oposición y el Afrika Korps dispondría del material y el combustible necesario para emprender la conquista de Egipto. Así, los italianos decidieron poner en práctica un plan tan audaz como arriesgado, con el objetivo de hundir esos dos acorazados en su propio refugio.