Instrucción avanzada
Los informes de «Politov» no pasaron desapercibidos para el Brigadeführer de las SS Walter Schellenberg, el Jefe de la Sección VI del Departamento Central de Seguridad del Reich (RSHA). Schellenberg dirigía desde esa oficina el contraespionaje alemán. Hábil, inteligente y cínico, no había intriga en el Tercer Reich en la que él no estuviera involucrado de alguna forma. Así, el expediente del teniente Shilo revelaba su utilidad para los oscuros planes que Schellenberg estaba siempre dispuesto a maquinar.
Shilo se convirtió en el hombre idóneo que había estado buscando Schellenberg para llevar a cabo alguna operación secreta contra la Unión Soviética, un objetivo que planteaba serias dificultades debido a su impermeabilidad. Así, Schellenberg decidió que se puliesen las aptitudes innatas del ruso poniéndolo en manos de su mejor instructor de agentes, el Obersturmbannführer de las SS Georg Greife, que también había crecido en Rusia y hablaba ruso a la perfección.
El Brigadeführer de las SS Walter Schellenberg, jefe del
contraespionaje alemán, en una fotografía de 1942. Colaboró en el
diseño de la Operación Zeppelin.
Como primera toma de contacto, Greife sometió a Shilo a largas horas de interrogatorio, aunque en forma de distendida conversación, para comprobar una vez más todos los extremos que el ruso había expuesto desde su cambio de bando. Shilo superaría también esta prueba, ya que Greife no consiguió encontrar ni un solo punto que pudiera llevar a alguna sospecha. Por tanto, el impoluto dosier de «Politov» se completaría con este nuevo informe extraordinariamente positivo, y más viniendo de un auténtico especialista como Greife.
El informe firmado por Greife sería decisivo, ya que señalaba al teniente Shilo como el hombre que estaba buscando Schellenberg para un plan que ya debía contar en ese momento con las bendiciones de Hitler: el asesinato de Stalin.
Sin embargo, el ruso no fue informado de que él había sido escogido para ejecutar esa trascendental misión; Greife le comunicó únicamente que le habían elegido para perpetrar «un acto terrorista en Moscú». De todos modos, Greife aseguró al ruso que en cualquier momento podría abandonar la misión encomendada, puesto que se trataba de un compromiso absolutamente voluntario; con ello pretendía ponerlo nuevamente a prueba provocando alguna vacilación en el aspirante a agente secreto, pero Shilo rehusó esa posibilidad de plano.
Estuviera o no convencido de llevar a cabo esa misión en el corazón de la Unión Soviética, el ruso era lo bastante inteligente para saber que si ahora se echaba atrás, tenía los días contados. Él ya sabía demasiado y podía dar por seguro que, precisamente por ello, si dejaba de ser útil a los alemanes, estos no mostrarían ningún reparo en eliminarle. Aunque es de suponer que Shilo no se mostró entusiasmado por cometer «un acto terrorista» en su propio país, no tenía otra opción que aceptar la oferta germana, pues así al menos se le concedía una posibilidad de sobrevivir.
Una vez aceptada la propuesta en firme, Greife le aseguró que su misión le iba a proporcionar «fama, honor y riqueza». Como si eso no fuera un aliciente lo suficientemente atractivo, trató de convencerle de que su nombre se haría «inmortal en la historia de la humanidad».
En esos momentos, a principios del verano de 1943, es probable que el teniente Shilo confiase todavía en la derrota del Ejército Rojo; a pesar del desastre sufrido en Stalingrado el invierno anterior, los alemanes poseían aún un potencial soberbio y estaban claramente dispuestos a retomar la iniciativa. Estaba previsto que nuevos y sofisticados carros de combate llegasen a tiempo para protagonizar la ofensiva de verano, lo que podía decidir el signo de la lucha. Así pues, la apuesta de Shilo por la causa germana tenía visos de producirle los réditos deseados, haciendo realidad los buenos augurios de su instructor.