Batalla en los muelles
El sistema de esclusas del puerto de Saint-Nazaire constaba de dos elementos gemelos, situados a ambos extremos del muelle; uno era el correspondiente al dique seco, y el otro el que regulaba el nivel del agua del puerto. Gracias al perímetro de seguridad logrado por la docena de comandos en su audaz incursión contra los cañones, las instalaciones más cercanas al Campbeltown, las correspondientes al dique seco, iban a poder ser atacadas sin demasiada oposición. Esa primera sala de bombeo se hallaba en un subterráneo situado a doce metros bajo tierra, a donde descendió un equipo pertrechado de unos ochenta kilos de explosivos. Tras colocar la carga y encender una mecha de minuto y medio, salieron rápidamente hacia la superficie.
El destructor Campbeltown incrustado en el dique seco del
puerto de Saint-Nazaire.
La explosión destruyó no sólo el interior de la sala de bombeo, sino que provocó el desplome de la construcción. Entonces le llegó el turno al sistema de apertura y cierre de las compuertas, que se hallaba en el exterior. Una nueva carga explosiva destruyó esa enorme y compleja maquinaria, inutilizando las compuertas de esa parte del muelle. La mitad de la misión ya se había cumplido.
Ahora quedaba la parte más difícil; volar las instalaciones situadas en el otro extremo del muelle, que se hallaban bajo un intenso fuego enemigo procedente tanto de las torres de vigilancia como de los barcos que estaban allí amarrados. Esta segunda operación de demolición no iba a resultar tan fácil como la primera.
Mientras un equipo colocaba cargas explosivas en el sistema de apertura de cierre de las compuertas, otro forzaba la entrada al subterráneo que alojaba el segundo sistema de bombeo. La lluvia de balas que debían soportar en el exterior obligó a los comandos a abreviar la colocación de explosivos en las compuertas que protegían las aguas del puerto, al tener que retroceder. Aunque la explosión no fue suficiente para destruirlas por completo, esas cargas parciales consiguieron causar graves daños. Por su parte, los encargados de volar la maquinaria de bombeo sí que lograron su objetivo, consiguiendo volar toda la instalación.
Los dos máximos responsables de la operación, Ryder y Newman, que hasta ese momento habían permanecido en la cañonera que cumplía la función de cuartel general, desembarcaron en el muelle, animados por el momentáneo éxito de la misión. Todo parecía ir sobre ruedas y reinaba el máximo optimismo entre los británicos. Una vez destruido el sistema de esclusas del puerto, tan sólo quedaba reagrupar a los hombres y embarcarlos de nuevo.
Newman se quedó en el muelle para coordinar la retirada, mientras que Ryder regresó a la cañonera. Para dirigir esa última fase de la operación, Newman eligió un pequeño refugio desde el que se dominaba todo el muelle; cuando se dirigió allí con sus hombres, sorprendió a un centinela alemán que se rindió de inmediato. Un breve interrogatorio reveló que aquella era la entrada al cuartel general alemán. La buena suerte parecía seguir del lado de los asaltantes.