Operación Vengeance: El desquite de Pearl Harbor
Al amanecer del domingo 18 de abril de 1943, una escuadrilla formada por dieciséis aviones norteamericanos despegaba desde el aeródromo de una isla del Pacífico para cumplir una misión de enorme importancia. Gracias a una comunicación japonesa que había sido interceptada y descifrada el día anterior, los estadounidenses habían podido conocer todos los detalles del itinerario que iba a seguir el avión en el que viajaría el militar nipón más destacado; con menos de veinticuatro horas, se había organizado la batida que debía darle caza en pleno vuelo.
Si la operación tenía éxito, los norteamericanos propinarían un duro golpe a Japón. Pero esa misión no habría podido plantearse si los servicios de inteligencia estadounidenses no hubieran descubierto la clave secreta que los japoneses utilizaban en sus mensajes, una ventaja que constituiría uno de los grandes secretos de la Segunda Guerra Mundial, y que no sería desvelado hasta el final de la contienda.
Esta capacidad para interceptar las comunicaciones enemigas se demostraría decisiva en la marcha de la guerra en el Pacífico; los norteamericanos conseguirían adelantarse así a los planes nipones, enviando refuerzos a los puntos que iban a ser atacados e incluso tendiéndoles trampas en las que los japoneses caerían indefectiblemente.
Al igual que sucedería con los alemanes, que estaban convencidos de que su sistema de encriptación mediante las sofisticadas máquinas Enigma era imposible de descifrar, los nipones no contemplaban la posibilidad de que sus claves fueran descubiertas. Por lo tanto, los norteamericanos pudieron sacar jugo de su conocimiento del sistema de cifrado enemigo sin que los japoneses implantasen nuevas medidas para impedirlo.
No era la primera vez que el método de encriptación japonés había quedado al descubierto; eso ya había sucedido en 1923, cuando un libro de claves nipón fue a parar a manos norteamericanas; ese código recibió el nombre de «Rojo», por el color de las tapas con que fue encuadernado. En 1930, los japoneses confeccionaron otro código que debía resultar más seguro, denominado «Azul» por los estadounidenses, pero dos años después estos también lograron romperlo.
Al comenzar la Segunda Guerra Mundial, los alemanes instruyeron a los japoneses en el uso de un sistema de cifrado más complejo, similar al que utilizaban ellos mediante las máquinas Enigma. Como se ha apuntado, la dificultad para descifrar ese sistema radicaba en que no se basaba en un simple código de sustitución, sino en uno aleatorio que iba creando la propia máquina. El sistema japonés basado en la Enigma fue denominado «Púrpura» por los norteamericanos, al ser el resultado de mezclar los colores rojo y azul.
A pesar de la enorme dificultad para descifrar ese tipo de mensajes, los expertos estadounidenses conseguirían romper el código Púrpura, al igual que lo habían conseguido los británicos con el código Enigma. Gracias al trabajo de los criptógrafos, las comunicaciones niponas ya no serían un secreto para los servicios de inteligencia norteamericanos, pero era fundamental que ese descubrimiento permaneciese en secreto. En caso contrario, los japoneses cambiarían el código, anulando esa ventaja costosamente conseguida, una ventaja que había permitido a los norteamericanos conocer con antelación el plan de vuelo de aquel destacado militar nipón y, por tanto, prepararle una emboscada cuyo resultado podía resultar absolutamente decisivo para la marcha de la guerra en el Pacífico.