Operación Antropoide: Heydrich debe morir
El 27 de mayo de 1942, Praga amaneció con el cielo despejado y una temperatura agradable, típicamente primaveral. Sus habitantes se preparaban para acudir a sus trabajos en lo que se preveía una mañana suavemente calurosa. A pesar de la guerra, la ciudad vivía envuelta en una engañosa normalidad; las fábricas checas, especializadas en armamento, funcionaban a su máxima capacidad para abastecer las necesidades crecientes de la máquina de guerra germana, por lo que no faltaba el trabajo entre los checos. Tampoco faltaba comida, a pesar del racionamiento. La ocupación alemana del país, de la que habían transcurrido más de tres años, había pisoteado el honor de los checos, pero la vida resultaba medianamente aceptable para aquellos que se resignaban a agachar la cabeza ante los nuevos amos.
Pero esa mañana iban a cambiar muchas cosas. En una calle de las afueras de la capital checa, tres hombres vestidos con gabardinas a pesar del calor y cubiertos con gorras, daban vueltas de un lado para otro nerviosamente. Dos de ellos, con sendas carteras de mano, simulaban estar esperando en una parada de tranvía, mientras que otro, con un periódico en la mano, permanecía de pie a un tiro de piedra, preparado para hacer una señal a sus compañeros en cuanto viese aparecer un Mercedes negro descapotable por la calle que se encontraba vigilando.
Los minutos iban pasando lentamente en el reloj de un campanario cercano, pero el vehículo no llegaba. Los dos hombres que simulaban estar esperando el tranvía temían despertar sospechas al llevar tanto tiempo en la parada sin subir a ninguno. Cuando el retraso ya se acercaba a la hora y media, la tensión que estaban viviendo aquellos hombres fue disminuyendo, ya que todo hacía indicar que ese día, por el motivo que fuera, aquel Mercedes no iba a aparecer; deberían regresar al día siguiente a ver si tenían más suerte.
Pero cuando estaban a punto de abandonar el lugar, el hombre del periódico comenzó a agitarlo: era la señal convenida. El Mercedes negro estaba llegando a la curva en la que esperaban los otros dos hombres, un tramo en que el vehículo debía disminuir su velocidad hasta verse casi detenido. Ese era el momento en el que deberían actuar, poniendo en práctica lo que habían ensayado durante varios meses, lo que iba a suceder en apenas unos segundos. El instante del que iba a depender la suerte de miles de personas estaba a punto de llegar.