Un líder carismático
La guerra en el desierto había comenzado un año y dos meses antes, con un intento de invasión de Egipto, entonces bajo control británico, por tropas italianas. Llevados por un gran entusiasmo, los transalpinos consiguieron penetrar un centenar de kilómetros en territorio egipcio. Pero cuando los italianos estiraron al máximo sus débiles líneas de aprovisionamiento se vieron obligados a retroceder, hostigados en todo momento por las tropas aliadas, comandadas entonces por el general Archibald Wavell, que había conseguido que le enviaran importantes refuerzos desde Gran Bretaña. Lo que al principio era una retirada en orden se convirtió en una desordenada huida; una fuerza compuesta por tan sólo treinta mil ingleses consiguió capturar a más de ciento treinta mil italianos tras una ágil maniobra envolvente ejecutada por una división blindada.
La figura del general Rommel alcanzaría ribetes míticos, tanto
entre sus hombres como entre sus enemigos. Churchill, pese a sentir
admiración por él, ordenó su eliminación.
Tras la debacle italiana, los aliados tenían abierto el camino para expulsar de África del Norte a las fuerzas de Mussolini. Fue entonces cuando Hitler decidió acudir en socorro de su aliado, enviando un Cuerpo Expedicionario a Libia: el Deutsches Afrika Korps (DAK). Se trataba de la 5.ª División Panzer, destinada sobre el papel a actuar en labores defensivas bajo mando italiano. Como máximo responsable del Afrika Korps figuraba el general Erwin Rommel, un veterano de la Primera Guerra Mundial que había participado en las invasiones de Polonia y Francia, aunque no había adoptado un papel protagonista. De hecho, los británicos tuvieron problemas para confeccionar su Perfil, ya que prácticamente no disponían de información sobre él.
La llegada de Rommel a África no inquietó lo más mínimo a los británicos, que creían que los alemanes no estaban hechos para la guerra en el desierto. En ese momento no les faltaba razón, puesto que el material con el que estaba dotado el Afrika Korps se revelaría inadecuado para este escenario, pero Rommel comenzaría a subsanar con acierto esos errores, hasta convertir a su ejército en una máquina de guerra bien engrasada. Pese al planteamiento inicial de carácter conservador, el alemán convenció a los mandos italianos para poner en marcha una ofensiva, que daría comienzo el 31 de marzo de 1941. Los ingleses, que no creían que los alemanes fueran a atacar tan pronto, se llevaron una gran sorpresa cuando fueron atacados por los panzer de Rommel. Las fuerzas británicas se vieron obligadas a retroceder, hasta que el 4 de abril el general alemán entró triunfante en Bengasi.
Los carros germanos siguieron avanzando; el gran objetivo era Tobruk, a las puertas de la frontera con Egipto. Este puerto fortificado era la posición clave de la región, ya que era el único lugar en el que podían desembarcarse aprovisionamientos; los alemanes no podían plantearse un avance sobre Egipto sin haberse apoderado antes de ese estratégico enclave. Churchill también era consciente de la importancia determinante de Tobruk y dio la orden de resistir allí a cualquier precio, «sin considerar por un momento la posibilidad de retroceder y hasta el último hombre». El premier británico sabía que la caída de Tobruk dejaría abiertas de par en par las puertas de Egipto, peligrando así el control británico sobre el canal de Suez.
El ataque alemán sobre Tobruk se produjo el 10 de abril de 1941. Los australianos fueron los encargados de defender la ciudad, resistiendo en una encarnizada batalla que se prolongó durante cuatro días. El general Wavell lanzó un contraataque el 15 de junio de 1941, pero los alemanes rechazaron la embestida británica, lo que forzó la retirada de la mayoría de las tropas aliadas hacia la frontera egipcia dejando atrás la fortaleza de Tobruk con una guarnición en su interior. Tobruk quedaba así aislada y sometida a asedio por las tropas de Rommel.
Si Tobruk caía, como así parecía que iba a ocurrir tarde o temprano, las llaves de Egipto quedarían en manos de Rommel; a partir de ese momento, su nombre se hizo omnipresente en ese escenario de guerra. El general germano había demostrado poseer una gran habilidad y astucia, lo que le había llevado a derrotarles disponiendo de unos medios inferiores. La razón de sus triunfos había que buscarla en sus grandes conocimientos de estrategia militar y en su innata capacidad de liderazgo, ya demostrada durante la Gran Guerra, lo que unido a su audacia y su desprecio por el peligro hacía de él un adversario temible.
Gracias a sus éxitos, el nombre de Rommel comenzaba a alcanzar ya ribetes míticos, no sólo entre sus compatriotas, sino incluso entre sus enemigos. Su inteligencia y buenos modales, así como su caballerosidad en el campo de batalla, más propia de otros tiempos, estaban logrando que fuera admirado por todos. Paradójicamente, la leyenda de Rommel no era alentada desde Alemania, debido a que su relación con los jerarcas nazis era muy fría, sino por sus propios enemigos.
Los soldados británicos, acostumbrados al sofocante calor y a la crónica falta de agua tras sus combates contra los italianos, eran incapaces de comprender cómo el Afrika Korps, formado por hombres que jamás habían pisado un desierto, con material inadecuado, sin suficientes suministros y escaso combustible, habían sido capaces de hacerles frente de manera tan eficaz. Para ellos, la clave era sin duda el mando de Rommel, a quien regalarían el apelativo de «Zorro del Desierto».
Pero eran los soldados que estaban a su mando los que profesaban a Rommel una admiración sin límites. Aunque estaba a punto de cumplir cincuenta años cuando comenzó la campaña africana, sus hombres se admiraban de que prácticamente no necesitase comer, beber ni dormir. El veterano militar, exhibiendo una forma espléndida, podía agotar a hombres veinte y treinta años más jóvenes que él, y cuando exigía un esfuerzo extraordinario él era el primero en dar ejemplo.
Sobre él circulaban historias, verdaderas o no, que no hacían más que aumentar su aura legendaria. Se decía que, durante una de sus habituales rondas de reconocimiento en su vehículo, había llegado a un pequeño hospital de campaña creyendo que era alemán al oír las voces de los prisioneros germanos allí ingresados. Una vez dentro, y mientras visitaba a los enfermos guiado por un médico inglés, se dio cuenta de que el campamento era británico; lo habían confundido con un general polaco. Con enorme sangre fría, Rommel salió del recinto despacio, subió a su coche y emprendió rápidamente la huida antes de que su incursión fuera detectada.
En una ocasión, en la Cámara de los Comunes, Churchill se refirió a él como «gran general», lo que causó indignación entre los diputados británicos. Algunas voces se levantaron exclamando que, en el Ejército británico, Rommel no hubiera pasado de cabo; no entendían cómo Churchill podía elogiar públicamente al integrante de un ejército que era presentado por la propaganda de guerra aliada como una horda de hunos, recuperando los mitos de la Primera Guerra Mundial.
El general Rommel, en Libia al frente de la 15.ª División panzer,
en una imagen tomada en noviembre de 1941. El Zorro del Desierto
comenzaba a forjar su leyenda.
A pesar de las protestas de los miembros de la Cámara de los Comunes, la realidad se acercaba más a lo expuesto por el siempre clarividente primer ministro. Rommel era, en efecto, un líder carismático capaz de extraer el máximo rendimiento de las fuerzas puestas a su disposición y, a la vez, de desatar el pánico en las filas enemigas; el simple hecho de saber que Rommel estaba cerca ya provocaba la desmoralización, cuando no el pánico, entre las tropas británicas.