Un plan arriesgado
Con la derrota de Alemania, en mayo de 1945, el futuro de todos aquellos que habían colaborado con el Tercer Reich pasó a ser muy oscuro. Todo apuntaba a que Eric Erickson iba a tener que responder por su anterior apoyo a la causa nazi. Sin embargo, para perplejidad de sus familiares y amigos, la legación norteamericana en Estocolmo ofreció a Erickson un fastuoso banquete en su honor, al que todos ellos fueron invitados. Los asistentes a la comida quedaron boquiabiertos al escuchar las alabanzas de que era objeto su antes vilipendiado amigo.
Erickson no había colaborado con los alemanes, tal como había hecho creer a todos, sino que había estado trabajando siempre en favor de los aliados, tal como demostraba la organización de ese homenaje. El falso colaborador de los nazis, entre brindis y felicitaciones, quedó rehabilitado de forma espectacular ante los que le habían vuelto la espalda.
Todo había comenzado en 1939, nada más desencadenarse la guerra, cuando el entonces embajador norteamericano en la Unión Soviética, Laurence Steinhardt, contactó con Erickson para reunirse en secreto con él. Steinhardt había sido embajador en Suecia entre 1933 y 1937, por lo que tenía referencias de las actividades del hombre de negocios sueco. Erickson accedió a reunirse con él en Estocolmo. En el encuentro, el diplomático le propuso que actuase como espía en favor de los servicios secretos norteamericanos, aprovechando su larga experiencia en el sector del petróleo y sus contactos internacionales.
El sueco, amante de la aventura y los retos imposibles, aceptó la arriesgada propuesta, pero se negó a recibir remuneración alguna por sus servicios. Steinhard le puso en contacto con los agentes del servicio de inteligencia norteamericano, la Oficina de Servicios Estratégicos (Office of Strategic Services, OSS), destinados en Suecia, los cuales le dieron un cursillo de cuarenta horas en el que le enseñaron las tareas básicas de un espía, como escribir con tinta invisible, enviar mensajes o, llegado el caso, acabar con la vida de un hombre sin despertar sospechas. Erickson abrazó con entusiasmo su nueva vida de espía; incluso sugirió más tarde la idea de que su nombre fuera incluido en la «lista negra», tal como sucedió.
Erickson contaría con la inestimable colaboración del príncipe Bernadotte, también agente secreto de los aliados. Estos ayudaron a hacer más creíble el papel de Erickson, por ejemplo, presionando a las autoridades locales para que extremasen su registro en el aeródromo de Bromma antes de su primer viaje a Berlín, haciendo creer a los agentes de la Gestapo que el sueco estaba en su punto de mira.
Los misteriosos documentos recibidos por Von Wunsch, Von Stürker y algunos otros eran cartas firmadas por Erickson en las cuales reconocía los servicios del titular como colaborador secreto de la causa aliada, para que las hicieran valer ante los vencedores después de la derrota del Tercer Reich. Cada una de esas cartas era un peligro latente para Erickson, pues si caían en manos de la Gestapo, todo el engaño quedaría al descubierto, pero el sueco demostró que sabía muy bien en quién podía confiar, ya que ninguno de sus amigos le traicionó.