Las primeras bombas volantes
En marzo de 1944, en previsión de que la Operación Crosssbow no lograse destruir todas las rampas de lanzamiento situadas en la costa francesa, todo se hallaba dispuesto al otro lado del canal para recibir las primeras bombas volantes alemanas. Los británicos habían tenido tiempo de reforzar las baterías antiaéreas de la costa del canal y establecer una barrera formada por dos millares de globos cautivos para proteger el cielo de Londres. Entre ambos cinturones operarían los aviones de caza, tal como habían hecho durante la batalla de Inglaterra dirimida en 1940.
El 13 de junio de 1944, poco después de las cuatro de la madrugada, el centinela de una estación observadora aérea del condado de Kent, en el sur de Inglaterra, escuchó un «fuerte ruido» y avistó enseguida un «minúsculo avión» de cuyo escape salían llamas anaranjadas. Ya era demasiado tarde para que las baterías antiaéreas o los aviones de caza pudiesen abatir tan raro artefacto, que proseguía imperturbable su trayecto, «rateando como un Ford de los más viejos, subiendo una cuesta empinada», según la expresiva descripción posterior del centinela. Minutos después, el avión sin piloto caía en Swanscombe, una pequeña ciudad que se hallaba a treinta y dos kilómetros del blanco que se le había asignado: la emblemática Torre de Londres.
Pese a las medidas antiaéreas tomadas con antelación, en los primeros diez días de bombardeo trescientas setenta bombas V-1 lograrían alcanzar la capital británica. Al poco tiempo se perfeccionó el sistema de protección, estableciendo que los cazas saliesen al encuentro de las bombas volantes cuando estas atravesaban el Canal. El sistema defensivo resultante demostró ser tan efectivo que de las noventa y siete bombas volantes lanzadas sobre Inglaterra en una jornada, tan sólo cuatro lograrían atravesar todas las barreras y llegar a Londres. Por otra parte, millares de londinenses salvaron la vida gracias a una peculiaridad técnica de las V-1: el formidable estruendo del motor, poco antes de iniciar el proyectil su caída. A veces, bastaba el escaso intervalo de silencio antes de la explosión para encontrar el oportuno refugio en donde guarecerse.
La ofensiva de las V-1 contra Londres resultó un fracaso. Aunque se construyeron unas treinta mil, apenas se pudieron lanzar diez mil. De ellas, menos de dos mil quinientas alcanzaron Londres. Los seis mil londinenses que perdieron la vida por estos artefactos hicieron que el promedio de víctimas mortales por cada V-1 fuera de poco más de dos personas. Estaba claro que, ante esa efectividad tan pobre, los británicos no iban a hincar la rodilla ante Hitler.
Pero si el lanzamiento de las bombas volantes se hubiera comenzado a producir en diciembre de 1943, tal como estaba previsto, el resultado hubiera podido ser muy diferente. En ese momento los alemanes disponían de todas sus rampas de lanzamiento operativas, por lo que la cadencia de disparos sobre Londres hubiera sido mucho mayor. Además, con la invasión aliada del continente todavía en la fase de planificación y con muchas dudas sobre el éxito de la operación de desembarco, una devastadora ofensiva aérea sobre la capital británica hubiera podido alimentar la opción de alcanzar una paz negociada. Pero nada de ello ocurriría; gracias a Michel Hollard, las rampas de lanzamiento de las V-1 habían sido localizadas y puestas en el punto de mira de los bombarderos aliados.
El general norteamericano Dwight Eisenhower, comandante supremo de las tropas aliadas en el frente occidental, certificaría la enorme trascendencia de la aportación de Hollard a la victoria aliada asegurando al respecto en su obra Cruzada en Europa:
Cabe dentro de lo posible que si los alemanes hubieran logrado perfeccionar y usar esas nuevas armas seis meses antes de cuando lo hicieron, nuestra invasión de Europa habría resultado sumamente difícil, acaso imposible.