Reembarque imposible
Pero lo que hasta ese momento había rodado a la perfección comenzó a torcerse para los británicos. Los defensores desplegaron todo su potencial de fuego contra los comandos. Newman y sus hombres fueron rechazados en su intento de asaltar el cuartel general germano y en su huida tuvieron que soportar el fuego intenso procedente de un dragaminas.
En cuanto a los comandos desperdigados por el muelle, estos debían enfrentarse a una tormenta de balas que llegaba de todas direcciones. Los alemanes, que habían tenido tiempo de reorganizarse, iban emplazando ametralladoras a lo largo del muelle para castigar duramente a los incursores, que veían cada vez más difícil el reembarque.
La situación que debían afrontar las lanchas encargadas de recogerlos no era mucho mejor. El fuego procedente de la orilla estaba causando estragos entre la flotilla. Las lanchas, al ser de madera, resultaban incendiadas con facilidad y debían ser abandonadas. Ante la dificultad para acercarse al muelle, se optó por recoger a los comandos a unos centenares de metros río abajo. Allí se establecería una cabeza de puente por la que podrían escapar. Newman y sus hombres organizaron la retirada, dirigiendo al centenar de comandos que estaban combatiendo en el muelle hacia ese improvisado punto de embarque.
Sin embargo, cuando Newman y los suyos alcanzaron a ver el lugar en el que debían ser embarcados, se quedaron horrorizados. Las lanchas que debían rescatarles habían sido destruidas por las defensas germanas; sus restos flotaban en el río, entre explosiones y un denso humo negro. El propio río parecía estar ardiendo. Ryder, desde su cañonera, no tuvo otra opción que ordenar la retirada de los barcos supervivientes de la flotilla para escapar de la aniquilación total. Los comandos que se hallaban en tierra, con Newman a la cabeza, quedaban abandonados a su suerte.
Ni a Newman ni a ninguno de sus hombres se les pasó por la cabeza la rendición, así que tuvo que improvisar un plan desesperado. Aunque sus hombres estaban agotados por el combate, y muchos de ellos heridos, decidió que lo mejor era adentrarse en territorio francés para intentar llegar a España, desde donde podrían regresar a casa. La idea no despertó demasiado entusiasmo entre la tropa, pero nadie quería pasarse el resto de la guerra en un campo de prisioneros o a lo peor ser ejecutado, por lo que, a falta de una propuesta mejor, aceptaron ese plan de incierto resultado. Para ello, Newman los dividió en grupos de veinte hombres para facilitar la salida del puerto y dirigirse al campo, en donde podrían ocultarse y recibir el apoyo de los lugareños.
El grupo de Newman, en el que había varios heridos que habían perdido mucha sangre, tras salir con vida de la ratonera en la que se había convertido el puerto, buscó refugio en el pueblo de Saint-Nazaire. Los hombres de Newman fueron descubiertos en la calle y atacados por una patrulla germana, pero lograron escabullirse y esconderse en el sótano de una casa vacía. Allí, pudieron descansar y atender a los heridos, pero Newman sabía que el ser descubiertos era sólo cuestión de tiempo. Escasos de munición y con varios hombres imposibilitados para moverse, pensar en poder escapar rumbo a España era una utopía. Unas horas después, la casa fue registrada y el refugio de los comandos, descubierto. Newman y sus hombres se rindieron. Para ellos, todo había terminado.
Los otros grupos correrían una suerte similar. Al día siguiente, casi todos ellos habían sido capturados. Únicamente cinco comandos conseguirían escapar de los alemanes, al buscar refugio en una casa cuyo dueño tenía contactos en la resistencia francesa. Caminando de noche y ocultándose de día, los cinco británicos consiguieron llegar hasta territorio español y regresar a Gran Bretaña desde Gibraltar.