La traición de Múnich

A partir de entonces, los acontecimientos se precipitarían para Checoslovaquia, en el sentido que había anunciado A-54. Temiendo que los graves incidentes producidos en la región de los Sudetes, atizados indisimuladamente por Alemania, fueran el preludio de una invasión militar, el pequeño país centroeuropeo acudió a Francia y Gran Bretaña para pedir auxilio ante las amenazas germanas. Sin embargo, en lugar de garantizar su independencia, franceses y británicos intentaron convencer a los checos para que realizasen concesiones a Hitler, a fin de evitar una escalada de tensión en Europa que pudiera desembocar en una nueva conflagración; pero el Gobierno de Praga no estaba dispuesto a claudicar. Las potencias occidentales comprendieron que Hitler estaba decidido a llegar a la guerra para obtener su propósito, por lo que finalmente convinieron en reunirse con el dictador alemán.

En la noche del 29 al 30 de septiembre de 1938, en Múnich, las potencias democráticas cedieron entregar a Hitler la región de los Sudetes, mientras que al presidente checo, Edvard Benes, se le impedía estar presente en la sala de negociaciones. El 1 de octubre, las tropas alemanas irrumpirían en ese territorio, incorporándolo al Reich. Benes dimitió y emprendió el camino del exilio.

Checoslovaquia había sido traicionada por las potencias occidentales. Pero la ignominia no había terminado. Voral había pronosticado a sus interlocutores checos que su país caería en manos de Alemania en poco tiempo. En esos momentos, sólo la región de los Sudetes había sido anexionada, pero el resto del país estaba condenado a caer en manos de Hitler como una fruta madura.


Edvard Benes, presidente checoslovaco entre los años 1935 y 1948, salvo entre 1938 y 1945, que permaneció en el exilio debido a la ocupación alemana.

Voral solicitó una entrevista para finales de febrero de 1939, que tendría lugar en la localidad de Turnov. Allí, y sin demasiados preámbulos, el alemán les espetó: «En Berlín se ha tomado la decisión final. El 15 de marzo, a más tardar, Checoslovaquia habrá dejado de existir».

Ante esta contundente revelación, los agentes checos se quedaron atónitos. Coincidiendo con franceses y británicos, los checos creían que las reclamaciones territoriales de Hitler en Checoslovaquia se habían visto satisfechas con la anexión de los Sudetes. No existía ninguna razón para que Alemania se apoderase del resto del país. Aunque estaban seguros de que el alemán decía la verdad, se resistían a creer esa terrible predicción. Pero, conforme Voral les fue proporcionando detalles de los preparativos que se estaban llevando a cabo en Alemania para la ocupación militar del territorio checo, no les quedó ninguna duda sobre el terrible e inevitable futuro que le esperaba a su país.

El coronel Moravec se apresuró a informar a su Gobierno de las alarmantes revelaciones que habían obtenido. El paso de los días no hizo más que confirmar las informaciones proporcionadas por A-54. Las presiones del Gobierno de Berlín sobre el de Praga irían en aumento, mientras que franceses y británicos parecían dar a Checoslovaquia por desahuciada. Mientras tanto, los agentes checos procedían a salvar los documentos más importantes, a fin de que todo estuviese listo antes del 15 de marzo. El coronel Moravec visitó al embajador británico para tratar con él la cuestión del traslado de sus documentos secretos, que sería efectuado por un agente del servicio secreto inglés. El material se reuniría en una villa de Praga, para ser recogido por un camión de la embajada británica. También se dispuso lo necesario para el viaje de Moravec y sus hombres a Londres por vía aérea.

El 14 de marzo de 1939, los dirigentes del servicio secreto checo se dirigieron al aeropuerto de Praga. Allí tomaron un vuelo especial de la compañía holandesa KLM rumbo a la capital británica. Además del equipaje personal llevaban varios paquetes sellados que contenían los documentos más importantes, entre los que se encontraban los facilitados por A-54. Algunos de los agentes huidos recalaron en Holanda, donde los checos tenían organizada una pequeña red de informantes, y otros en París.


Los cuatro representantes de Gran Bretaña, Francia, Alemania e Italia —Chamberlain, Daladier, Hitler y Mussolini, con Ciano a su izquierda— decidieron en Múnich el futuro de Checoslovaquia sin contar con ella. Los checos pagarían las consecuencias de esa traición.

El 15 de marzo de 1939, a las seis de la madrugada, las tropas alemanas invadieron Checoslovaquia, ante la pasividad de las potencias occidentales. La madrugada anterior, el entonces presidente checo Emil Hácha había estado negociando con Hitler en Berlín; ante la amenaza del führer de bombardear Praga si este no se rendía, el líder checo acabó claudicando. Los acuerdos alcanzados en Múnich ya no eran más que papel mojado. A las siete de la tarde del día siguiente a la invasión, Hitler hacía su entrada triunfal en Praga, bajo una fuerte nevada, y tomaba posesión del castillo que domina la capital. El general Blaskowitz, comandante de las fuerzas de ocupación, estableció el toque de queda a partir de las ocho de la tarde y ordenó el cierre de todos los cines, teatros, cafés y restaurantes.

El país fue desmembrado. Un día antes de la invasión alemana, Eslovaquia se había declarado independiente bajo la presidencia de Josef Tiso, quien mantenía plena sintonía con Berlín. Además, para borrar cualquier rastro de personalidad propia, Checoslovaquia perdió su nombre para pasar a convertirse oficialmente en el Protectorado de Bohemia y Moravia, tal como quedó referido en el capítulo dedicado al asesinato de Reinhard Heydrich. El ominoso pronóstico lanzado por Voral seis meses antes se había cumplido al pie de la letra; Checoslovaquia había dejado de existir.

Operaciones secretas de la Segunda Guerra Mundial
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