Operación Flipper: Rommel, vivo o muerto
En la noche del 14 de noviembre de 1941, dos submarinos británicos se acercaban a la costa libia, a unos trescientos kilómetros por detrás de las líneas del Eje. El interior de los sumergibles acogía a medio centenar de hombres completamente equipados, preparados para saltar a unos botes neumáticos y llegar hasta la orilla. Todos ellos eran hombres especialmente duros, acostumbrados a la lucha en el desierto bajo las condiciones más inclementes.
En la misión que estaban a punto de emprender deberían utilizar todos los recursos adquiridos durante otras incursiones realizadas tras las líneas enemigas. Una vez desembarcados en la playa, tendrían que adentrarse en un territorio infestado de patrullas alemanas, italianas e indígenas hostiles, caminando durante la noche y ocultándose durante el día, hasta llegar a su objetivo.
Su misión no era otra que capturar al hombre que había conseguido que las fuerzas del Eje se asentasen primero y tomasen la iniciativa después en África del Norte, poniendo contra las cuerdas a los británicos. En caso de que se complicase su captura, tenían la consigna de eliminarle.
Tras cumplir su objetivo, debían regresar a la misma playa a la que habían llegado para ser reembarcados. Teniendo en cuenta que las tropas enemigas habrían salido en su persecución, y que se redoblaría la vigilancia en la costa para evitar que el comando huyese, a nadie se le escapaba que las posibilidades de regresar sanos y salvos eran más bien inciertas. Pero aquellos hombres que estaban preparándose para saltar a los botes desde los dos submarinos no pensaban entonces en el regreso, sino únicamente en cumplir la misión que se les había confiado.
Se esperaba que la operación que en esos momentos estaba a punto de lanzarse significase un golpe de efecto que pudiera revertir el rumbo de la guerra en esa estratégica región, que entonces era claramente favorable al Eje. Ante la desesperación de Churchill, en ese escenario de guerra las fuerzas británicas habían entrado en una dinámica depresiva que amenazaba con una cada vez más probable derrota total en África, por lo que el primer ministro confiaba en que aquellos hombres que velaban armas en el interior de los dos submarinos fueran capaces de situar a los británicos en la senda de la victoria.
Esa trascendental misión tras las líneas enemigas era enormemente arriesgada, pero los valerosos hombres que se habían ofrecido voluntarios para llevarla a cabo confiaban no sólo en culminarla con éxito, sino en que sus nombres quedarían grabados para siempre como los artífices de una de las operaciones más audaces de las emprendidas a lo largo de la Segunda Guerra Mundial.